16

Iona se puso las botas de montar y se tomó diez segundos para aplicarse un poco de brillo de labios por si acaso se tropezaba con Boyle. Ambos tenían obligaciones esa noche —él papeleo; ella clase de hechizos—, pero tenía la esperanza de convencerlo para salir a cabalgar juntos después del trabajo al día siguiente, quizá también ir a cenar de manera informal, y después una agradable noche en su casa.

Fuera, se enganchó al brazo de Connor. Tal vez el aire fuera frío y húmedo, pero estaba impregnado de primavera e instaba a los endrinos a florecer.

—¿Te has enamorado alguna vez? —le preguntó.

—Claro, innumerables veces, y nunca de la forma a la que te refieres. Aunque me han magullado y abollado el corazón, nunca se me ha roto.

—A mí también me lo han abollado y me han hecho algunas magulladuras. En el instituto deseaba con todas mis fuerzas que me rompieran el corazón para saber qué se sentía. Siempre quise esos profundos sentimientos, ¿sabes? El ascenso y la caída. Lo que tuve fue en su mayoría suelo llano. Conformarme con alguien que sabía que se conformaba conmigo. Eso hace que te sientas mediocre para siempre.

—¿Y ahora?

—Ahora me siento poderosa, decidida. —Movió los dedos en círculo, haciendo danzar diminutas luces—. Feliz.

—Y todo te parece maravilloso.

—¿Tú quieres? ¿Enamorarte?

—Claro, algún día. Ella entrará en la habitación, hermosa y resplandeciente, una diosa sexual con la mente de una erudita y el carácter de un ángel. Cocinará como mi tía Fiona, que no tiene rival en la cocina, estará a mi altura bebiendo cerveza en el bar y pocas cosas le gustarán más que salir a cazar con halcones.

—No pides mucho.

Connor la miró con aquellos ojos, verdes como el musgo, brillantes.

—¿Por qué no pedirlo todo? Uno nunca sabe qué le deparará la vida.

—Bien pensado —repuso, e hizo danzar de nuevo las luces.

En el establo, Boyle cepilló a Monada no solo porque tenía que hacerlo, sino también para tranquilizarse él mismo. Había enviado a casa a los mozos un poco antes, pues deseaba estar un rato a solas. En esos momentos, con la dulce yegua como compañía en la quietud del establo, podía repasar todas las cosas que abarrotaban su mente.

Había facturas por pagar y pedidos que hacer, y ya llegaría a eso, ¿no? Tenía toda la noche para ocuparse de ello, porque debía hacerlo.

Porque así lo quería, se corrigió.

Un hombre necesitaba tiempo y espacio para sí mismo sin una mujer que esperara tener su atención.

De modo que no debería estar pensando en pasar a recogerla para que ella estuviera en su tiempo y en su espacio.

En todo caso, una vez que se hubiera ocupado del papeleo, debería invertir parte de ese tiempo en pensar en lo que había sucedido ese día.

Tendría que contárselo todo a Fin, desde luego, y lo haría cuando este regresara. Hablarían de ello largo y tendido mientras se tomaban una cerveza, de modo que no habría espacio para Iona, aunque la prefiriese a ella.

Lo cual era así todo el puto rato.

¿Qué coño significaba que un hombre no pudiera mantener a una mujer fuera de su espacio, mucho menos de su cabeza?

Estaba hechizado, eso era, por sus ojos azules y su risa espontánea, y por su precioso cuerpo, al que no podía quitarle las puñeteras manos de encima. Y aquella fe absoluta en la bondad y en la felicidad que albergaba en su interior, aunque cada vez estaba más convencido de lo poco que ella había disfrutado de ambas cosas en su vida.

Descubrir que deseaba cubrirla de bondad y felicidad lo perturbaba bastante. ¿Acaso no había planeado el día entero con el propósito de darle justo eso? No lo había conseguido del todo, a causa de la oscura visión y del susto que había estado a punto de provocarle un infarto, pero lo había planeado todo con ella en mente.

Ella estaba siempre en su cabeza.

Era hora de recordarse que, en el fondo, lo que un hombre necesitaba era tener espacio, un trabajo, un buen caballo y una pinta de cerveza al final de una dura jornada laboral.

—Eso es, ¿verdad, Monada? Aquí mismo tenemos lo que de verdad importa. —En la casilla de al lado, Alastar resopló y bufó—. No estoy hablando contigo, ¿no es así? Bestia malhumorada.

—Le dijo la sartén al cazo —repuso Fin a su espalda—. ¿Qué estás rumiando, hermano?

Ese hombre sabía acercarse sin hacer ruido, pensó Boyle, como el humo que sale de una chimenea.

—¿Quién dice que esté rumiando algo?

—Lo digo yo. —Fin alargó el brazo para acariciar el cuello de Monada—. Has mandado a los hombres a casa temprano, ¿no?

—Un poco antes. Lo que había que hacer hoy ya está todo hecho.

—Creía que aún estarías de excursión con Iona.

—Estuvimos tiempo suficiente, tal vez más que suficiente.

—¿Problemas? ¿De tipo personal o mágico?

—Ambos, creo. Todo empezó esta mañana temprano, como bien sabes, cuando compartí un sueño con ella y le pegué un puñetazo a ese cabrón maldito.

—¿Te ha causado eso más problemas?

Cuando Fin le agarró de hombro, Boyle se limitó a continuar cepillando al caballo.

—Nada grave ni permanente. Así que te contaré el resto.

Y así lo hizo, desde el principio hasta cuando sacó a Iona en brazos del monasterio. Solo gruñó cuando Fin le agarró la mano.

—Ya te he dicho que ella me la curó, y después también Connor le echó un vistazo.

—Pues ahora te la miraré yo. —Una vez lo hizo, Fin asintió y le soltó la mano—. Me has dicho que lo heriste. ¿Estás seguro de eso ahora que ha pasado cierto tiempo y que lo has pensando con detenimiento?

Boyle cerró el puño.

—Sé cuando doy de lleno en el blanco, tío.

—Sí, eso se sabe. —Fin se paseó de un lado a otro—. Lo he estado pensando y vamos a utilizar eso; voy a pensarlo un poco más, pero lo vamos a utilizar. Y tengo un hechizo de protección para ti antes de que te vayas a la piltra. ¿Se va a pasar Iona?

—No, no va a venir. Necesito una noche para mí, ¿no? Tengo trabajo pendiente y he pensando en ocuparme de eso sin que me agobien.

Fin enarcó una ceja ante su tono.

—¿Os habéis peleado?

—No. Después de llevármela del monasterio maldito, se puso morada de pescado con patatas fritas, como si no hubiera comido en años. La llevé a dar una vuelta por la bahía de Clew, ya que quería ver el agua, y luego descubrió más ruinas, y otro cementerio, así que deambuló por allí, pero nada allí la afectó, no como en los otros lugares. Y fue un alivio.

—Para tratarse de alguien que se ha metido en esto más tarde que la mayoría, lo lleva bien.

—Supongo que sí, y es mucho que digerir. Y eso me da que pensar.

Fin hizo un gesto con la mano.

—Pues piensa en voz alta.

—Quiero que esté aquí, incluso cuando no quiero que esté. O creo que no quiero que esté y luego sí que quiero. —Aquello le parecía un disparate incluso a él mismo, pero no podía contenerse ahora que había empezado—. Y nunca me ha gustado demasiado que haya mujeres en mi casa porque suelen quejarse y dejarse cosas olvidadas, o traerse bártulos, y empiezan a cambiar el orden de las cosas.

—Hum. ¿Y ella hace todo eso?

—No hace nada de nada, y resulta sospechoso, ¿no te parece?

Boyle levantó un dedo en el aire como si hubiera sentado cátedra.

—O sea, si hace esas cosas, se está pasando. Si no las hace, ¿es sospechoso? Mo dearthair, te comportas como un imbécil.

—De eso nada. —Sintiéndose ofendido, Boyle se volvió hacia Fin—. No es ninguna estupidez preguntarse si tiene un plan secreto. Ha hablado de bodas, eso sí. O de una boda en la abadía de Ballintubber.

—Algo por lo que es célebre. Entonces ¿te pidió matrimonio? ¿En el vía crucis? No veo ningún anillo en tu dedo anular ni perforándote la nariz.

—Ríete si quieres, pero a mí me da que pensar. Pienso mucho en ella. Es incómodo. Cuando la tengo en la cama es como si no existiera nada más. Nadie más. Así que termino quedándome o haciendo que ella se quede, y luego desayunamos y nos vamos a trabajar juntos. Tengo que trabajar, ¿no? Y ella se mete en mi cabeza incluso en esos momentos. Resulta muy irritante, ahora que lo pienso.

—Ya lo veo. Tiene que resultarte muy duro que una mujer tan preciosa como una mañana de primavera, y tan refrescante y dulce, acapare tu tiempo y tu atención.

—Tengo una vida por vivir, ¿no? —espetó Boyle, pues cada palabra que Fin le decía hacía que se sintiera como un verdadero imbécil—. Y derecho a que me guste esa vida tal y como es…, como era antes.

—Me cambiaría por ti si pudiera, tan cierto como que estoy aquí; tener una mujer en la cabeza y en el corazón que estuviera dispuesta y deseosa de tenerme a mí en su cabeza y en su corazón. Pero desde luego que tienes todo el derecho a vivir tu vida sin una mujer dulce, refrescante y preciosa en ella.

—Es más que eso, y lo sabes. Nunca he visto a nadie como ella, y eso que os conozco a Branna, a Connor y a ti. Pero cuando se trata de ella, nunca he conocido a nadie igual. Me quita el aliento. No sé por qué me pasa eso.

—A mí se me ocurre una posibilidad.

Boyle imitó el gesto que Fin había hecho antes.

—Pues piensa en voz alta.

—A mí me pareces un hombre enamorado.

—Oh, claro, y eso es muy útil. —Boyle se contuvo de arrojar el cepillo solo porque eso asustaría a Monada—. Te estoy diciendo que ella se mete en mi cabeza, en mi vida, en mi cama, de forma que apenas tengo un minuto para mí. Me he tomado un día libre, cosa que, como bien sabes, no hago nunca, para llevarla a ver Mayo y Galway. No puedo alejarme de ella ni siquiera cuando duermo.

»Creo que me ha hechizado.

—Por Dios bendito, Boyle.

Pero Boyle estaba lanzado.

—Se ha metido en esto tarde, como bien has dicho, y por eso está ebria de poder. Así que me ha lanzado un hechizo amoroso para liarme de este modo.

—Gilipolleces. Aunque se sintiera inclinada a hacerlo, y no creo que sea el caso, Branna jamás lo permitiría.

—Branna no lo sabe todo —farfulló Boyle, y miró a Alastar con hosquedad cuando este coceó la pared de la casilla—. Iona es novata en esto, está poniendo a prueba su nivel, por así decirlo. Lo está probando conmigo, así que estoy atrapado dando paseos a pie y a caballo, llevándola en el camión y preparándole el desayuno después de pasarse la noche enganchada a mí como una lapa. Así que, si me ha lanzado un hechizo amoroso, tienes que romperlo.

—¿Es eso lo que piensas? —En silencio, Iona se aproximó a la casilla—. Lo siento, pero estabas muy ocupado gritando como para oírme entrar. Qué gran opinión tienes de ti, Boyle, y qué pobre la tienes de mí.

—Iona…

Retrocedió, con la cabeza bien alta.

—¿De verdad crees que soy tan débil, tan penosa y patética que querría a alguien que no me quisiera por voluntad propia? ¿Que usaría la magia para hechizarte y que pasaras tiempo conmigo para que tuvieras sentimientos hacia mí?

—No. Solo me esfuerzo por comprenderlo.

—Esfuerzo. —Tenía los ojos empañados, fulminándolo con la mirada, pero las lágrimas no se derramaron—. Sí, sé que preocuparse por mí supone muchísimo esfuerzo. Así que voy a ponértelo fácil. No es necesario que lo hagas, y no hay ningún hechizo. Siento demasiado respeto por lo que soy como para utilizarlo de un modo tan bajo y egoísta. Y te quiero demasiado como para utilizarte.

Cada palabra se le clavó en el corazón.

—Ven arriba y lo hablamos.

—No tengo nada más que decir, y ya no quiero hablar contigo. —Se alejó de él muy despacio—. Fin, ¿podrías acercarme a casa?

—Yo te llevaré… —comenzó Boyle.

—No. No, tú no vas a llevarme. No quiero estar contigo. Puedo llamar a Connor si a ti no te es posible, Fin.

—Pues claro que puedo llevarte.

—No vas a marcharte sin más después…

—Mira y verás.

Le lanzó una mirada tan devastada y furiosa que Boyle no dijo nada más cuando ella se dio la vuelta y se marchó.

—Déjalo estar por ahora —le aconsejó Fin en voz queda— y utiliza parte de ese famoso tiempo y espacio para aprender a humillarte como es debido.

—La he cagado, ¿verdad?

—Sí que lo has hecho. —Salió corriendo tras Iona, y alargó la mano para abrirle la puerta del coche.

—Boyle jamás ha sentido esto por nadie —comenzó Fin.

—Te pido que no intentes suavizar las cosas. Hazme un favor, si puedes, y no digas nada. Nada en absoluto. Solo quiero irme a casa.

Fin hizo lo que ella le pedía y guardó silencio durante el breve trayecto. Podía sentir su sufrimiento. Parecía emanar de ella, afilar el ambiente en el coche hasta tal punto que pensó que era un milagro que no hiciera sangre.

El amor, como bien sabía, podía hacerte pedazos sin dejar cicatrices visibles.

Aparcó delante de la casa; salía humo de la chimenea y una sorprendente variedad de vistosas flores resplandecía bajo la apagada luz de última hora de la tarde. Y dentro, en algún lugar, estaba Branna, tan lejana como la luna.

—¿Quieres que entre contigo?

—No. Gracias por traerme a casa.

Cuando se disponía a bajarse, él simplemente le tocó la mano.

—Eres fácil de querer, deirfiúr bheag, pero para algunos el amor es terreno desconocido y pantanoso.

—Boyle puede tener cuidado con dónde pisa. —Aunque le temblaban los labios, consiguió mantener el tono firme—. Pero no puede culpar a nadie por dónde acaba.

—Tienes razón. Siento que oyeras lo que…

—No te disculpes. Más vale saber que eres un tonto que tener los ojos cerrados y seguir actuando como tal.

Se bajó con rapidez. Fin esperó a que ella entrara en la casa antes de marcharse. En parte deseó estar enamorado de ella y poder enseñarle cómo era que te adorasen. Pero dado que eso no era una opción, y que sin duda no era nada inteligente irse a casa y aporrear la dura cabezota de Boyle con un martillo, pasaría a recoger a Connor. En su lugar los tres se sentarían a beberse una botella de whisky, como harían los buenos amigos, y emborracharían a Boyle.

Iona entró directamente. No tenía intención de llorar en el hombro de Branna ni en el de nadie. No tenía intención de llorar. Lo que sí pretendía era aferrarse a la ira, y eso le haría superar lo peor.

De modo que entró sin demora y fue derecha a la cocina, donde encontró a Branna sentada a la mesa con su enorme libro de hechizos, con su cuidada y grabada encuadernación en piel marrón, un iPad, un cuaderno y varios lapiceros bien afilados.

Su prima levantó la vista y ladeó la cabeza de forma inquisitiva.

—¿Qué, has ido y te has vuelto?

—Sí. Voy a tomarme un buen copazo de vino. ¿Quieres uno?

Branna frunció el ceño.

—No te diré que no. ¿Qué ha pasado? ¿Has tenido otro encontronazo con Cabhan?

—No todo gira alrededor de Cabhan y un puñetero mal ancestral.

Fiel a su palabra, se sirvió un buen copazo de vino, luego otra más moderada para su prima.

—Tranquila, menudo cabreo te has pillado en menos de veinte minutos. ¿Es que tu caballo no se ha alegrado de verte?

—No he llegado a ver a Alastar, otra razón más para estar cabreada. No he visto a mi caballo, no he dado mi paseo. —Le entregó su copa a Branna y brindó con ella—. Sláinte.

Cuando Iona se sentó con pesadez a la mesa, Branna tomó un trago de vino y estudió a su prima por encima del borde de la copa. Ira, sí, pero también dolor. Mantuvo la voz baja a propósito.

—Ni Cabhan ni el caballo, así que, ¿qué nos deja eso? Déjame ver, ¿podría tratarse de Boyle?

—Podría tratarse y, de hecho, se trata de él. He entrado en el establo cuando estaba despotricándole a Fin sobre lo inconveniente que le resulta tenerme alrededor todo el tiempo, invadiendo su espacio. Su camino, su cama. Enganchada a él como una lapa, esas han sido sus palabras.

—Es un zopenco, y espero que le des una buena patada en el culo por ello. Los hombres pueden ser criaturas odiosas, sobre todo cuando se ponen a darle al coco de forma conjunta.

—Oh, y por si eso no fuera suficiente, hay más. Lía llegado a la conclusión de que, dado que he conseguido meterme en su vida, en su cabeza y en su cama, le he hecho un hechizo amoroso.

—¡Menuda gilipollez! —La compasión que Branna trataba de no exagerar estalló en un insulto pasmado—. Debía de estar bromeando, quedándose con Fin, que sin duda le estaba tomando el pelo un poco.

—No estaba de broma, Branna. Estaba furioso, gritaba. Ni siquiera me oyó entrar. Cuando entré estaba diciendo…, a grito pelado…, que apenas tenía tiempo para sí mismo porque no le dejo ni a sol ni a sombra y que le he lanzado un hechizo amoroso. Que era novata en todo esto y que estaba probando, y que había decidido probar con él con un hechizo amoroso. Le ha pedido a Fin que lo rompiera.

—Menudo par de lerdos.

—No sé lo que significa eso, pero suena insultante, así que vale. Salvo por Fin. Él también ha dicho que eso era una gilipollez.

—Me alegra escuchar eso. A él no lo convertiremos en una babosa ni lo ahogaremos en cerveza.

Iona trató de reír, pero la risa se le atascó en la garganta.

—Gilipollez es una buena palabra. Voy a empezar a usarla mucho. Gilipollez, gilipollez, gilipollez. —Los ojos se le llenaron de lágrimas al tiempo que se le formaba un nudo en la garganta. De modo que meneó la cabeza y tomó un trago de vino—. No, no, no. No voy a llorar. Tengo que seguir cabreada, así que no voy a hacerlo.

—¿Has hablado con Boyle o te has limitado a convertirle el pene en un pepinillo lleno de verrugas?

—He hablado con él. —Iona se limpió de un manotazo la única lágrima que se derramó de sus ojos—. Le he hecho saber que me respeto demasiado a mí misma como para utilizar la magia con el fin de conseguir que alguien me quiera, que me ame. Ha intentado pedirme disculpas, pero a la mierda también con eso, ¿vale? Le he pedido a Fin que me trajera a casa y lo ha hecho. Ha sido muy amable.

Podía ser muy amable, pensó Branna. Con algunos.

—Entonces me alegro de que estuviera allí. No voy a disculpar a Boyle. Lo que ha dicho ha sido un insulto grave e injustificado para los que son como tú o como yo. Y más aún, es hiriente por los sentimientos tan profundos que tienes hacia él. Solo diré que, aunque a veces tiene mal genio y otras veces la palabra hosco se queda corta para describir su forma de ser, nunca lo he visto herir a nadie de esa manera. Creo que lo que siente por ti lo ha pillado totalmente por sorpresa.

—No quiere sentir nada por mí. No pienso llorar por alguien que no quiere sentir nada por mí. A lo mejor me pongo un poco pedo, pero no pienso llorar.

—Una actitud sensata. —El teléfono de Branna sonó—. Es Connor. Dame un momento. ¿Y dónde estás? —dijo al aparato a modo de saludo—. Aquí mismo, sí. No, podemos apañárnoslas sin ti, y además, eres un hombre. Es lo mejor, está bien. Y cuando quiera tus sabios consejos, te los pediré. Vamos, portaos como unos gilipollas en amor y compañía, y puedes decirle a Boyle que tiene suerte de que no sea literal. —Colgó el teléfono.

»Fin se ha pasado por la escuela a por Connor. Le he dicho, como habrás deducido, que se fuera con ellos, ya que los hombres solo sirven para empantanarlo todo. Se me ha ocurrido que podríamos llamar a Meara, a menos que prefieras que no lo haga. Podemos sentarnos, beber vino y decir todas las groserías y verdades sobre los hombres sin que ninguno esté presente.

—Sería genial. En serio. Pero estás trabajando.

—Seguiré con ello en otro momento.

—Sientes lástima por mí.

—Sería una miserable si no lo hiciera. Pero ahora mismo estoy tan cabreada como tú, por ti, por mí y por cualquier otra bruja que se precie, por cualquier mujer que se precie. Un hechizo amoroso, y una mierda.

Cuando Connor y Fin entraron en la casa de este último, Boyle estaba paseando de un lado a otro de la sala de estar.

—¿Por qué has tardado tanto, joder? —comenzó, luego vio a Connor—. Ah, vale. Antes de que me saltes al cuello te diré que no sabía que ella estaba ahí y que solo estaba vociferando un poco. Tengo derecho a vociferar en mi propio establo.

—Una pregunta antes de que entres más en materia. —Connor levantó un dedo—. ¿Estás diciendo que Iona utilizó la magia para atraparte…, un hechizo amoroso?

—Eso dije, como bien sabes, pero no lo pienso. Me estaba desfogando, es todo. O casi todo.

—¿Crees que ha utilizado la magia contigo?

—No, no cuando yo…

—Basta con ese no por ahora —le dijo Connor—. Eso no significa que no estoy obligado a estamparte el puño en la cara, lo cual tendría como resultado que tú me darías una paliza de muerte, y prefiero tomarme una cerveza. Joder, Boyle, ya sabes de qué vamos y qué límites no cruzaríamos jamás. Deberías saber que es igual para Iona.

—Lo sé. Pero es… Bueno, joder, estámpame el puño. No te lo devolveré; me lo he ganado.

—Darte de puñetazos en estas circunstancias no produce ninguna satisfacción.

—Yo lo haré —se ofreció voluntario Fin.

—Tú no eres su primo —replicó Boyle, luego levantó las manos en alto. Y echó el mentón hacia delante—. Vamos, pega.

Fin se limitó a sonreír.

—Acepto tu ofrecimiento y haré uso de él cuando menos te lo esperes.

—¿Por qué no se me ha ocurrido eso a mí? —Connor se quitó la chaqueta—. Quiero una birra, y luego puedes contarme cómo piensas arreglar esto con Iona.

—Si fuera razonable…

—Por ahí no vas bien, tío. —Connor se sentó en el gran sillón de cuero—. ¿Tienes unas patatas para acompañar la birra?

—Yo me ocupo. Tengo unos bistecs, y Boyle puede hacerlos vuelta y vuelta —decidió Fin—. Para practicar eso de humillarse y pedir perdón.

—Escucha. —Boyle se sentó, inclinándose hacia delante—. Me has preguntado si lo decía en serio, ¿verdad? Yo te he respondido que no, y sanseacabó. Razonable.

—¿Esperas que ella haga lo mismo?

—Me estaba desfogando —insistió Boyle—. Cuando se haya calmado le contaré que me estaba… ¿cómo se dice…?, desahogando, y que no decía en serio nada de eso. Y ya está.

Connor guardó silencio durante otro momento, luego desvió la mirada hacia Fin cuando este regresó con unos botellines de Smithwick y una bolsa de patatas fritas.

—Sé que ha estado con mujeres antes —repuso Connor de manera familiar—. Lo he visto con mis propios ojos, y también he conocido a algunas. Pero si no lo supiera bien, juraría que este tío acaba de salir de una cueva llena de adultos sin haber tenido contacto con ninguna mujer.

—¡Qué te den!

—Humillación. —Fin le lanzó una cerveza a Connor, otra a Boyle, se sentó en el sillón y colocó los pies sobre la enorme mesa de café que había encontrado en uno de sus viajes.

—No pienso hacerlo.

Mo dearthair, apuesto a que lo harás. Me juego cien libras. Está loco por ella —le dijo a Connor.

—Claro, otra razón más por la que va a hacer una auténtica chapuza —añadió Fin.

—Debería ir a hablar con ella ahora —repuso Boyle— y poner fin a esto de una vez por todas.

—Yo no te lo aconsejo. —Connor enganchó un puñado de patatas—. Está con Branna en estos momentos, y seguramente mi hermana no esté demasiado contenta contigo ahora mismo. Imagino que meterá a Meara en esto, así que serán las tres quienes envíen malas vibraciones, como mínimo, hacia ti.

—Bueno, joder, no puedo intentar arreglar nada si no me habla, y está protegida por una bruja y una mujer con una lengua tan afilada como una navaja.

—Resígnate a cocerte en tu propia salsa esta noche, y puede que uno o dos días más —le aconsejó Fin—. Después de eso…, creo que en este caso no te bastará con unas flores.

Connor se ayudó a pasar las patatas con un trago de cerveza.

—Nuestra Iona tiene un alma romántica, pero unas flores son una miseria teniendo en cuenta el insulto.

—No la he insultado —comenzó Boyle. Luego maldijo con saña antes de tomar un buen trago de cerveza—. Vale, lo he hecho. Lo admito. Reconocer el error y disculparme por ello ha de ser suficiente.

Fin encorvó los hombros.

—Aunque me duela, me veo obligado a estar de acuerdo contigo con respecto a lo de la cueva, Connor. Ella no es un hombre, hermano, y no vas a apañarla con una disculpa como si lo fuera, tío. Esta no te la cobro. Flores, porque es una romántica, y algo que brille para demostrarle que comprendes la magnitud de tu error.

Atónito, Boyle se sentó derecho en su asiento.

—¿Ahora tengo que comprarle joyas solo por desahogarme cuando ella ni siquiera tenía que estar allí? No pienso hacerlo. —Un hombre tenía su orgullo, y su carácter, ¿no?—. No es más que un soborno.

—Considéralo una inversión, más bien —sugirió Fin—. Por Dios, hombre, ¿es que nunca has metido la pata con una mujer y has tenido que hallar la forma de sacarla de nuevo?

Boyle apretó los dientes.

—Si me equivoco, digo que estoy equivocado. Si no basta con eso, bueno, pues se acabó. Nunca he estado con una mujer que me importara, así que…

—Y ella sí. Ella te importa —concluyó Connor.

—Debería resultar más que evidente. —Miró su cerveza con aire pensativo—. No voy a comprar flores ni baratijas para enmendarlo. Me disculparé, porque lamento con toda mi alma haber sido el causante de poner esa expresión en su cara. No me molesta que se cabree. Pegas unos gritos y ya está. Pero la he herido, y eso sí siento haberlo hecho. —Se enderezó—. Yo me ocuparé de los bistecs.

—Loquito por ella —adujo Fin cuando Boyle salió de la habitación.

—Y le da pánico, lo que resultaría muy divertido si no hubiera sucedido esto. Ella lo perdonará porque es compasiva y está igual de coladita por él. Pero no volverá a ser feliz hasta que Boyle le dé lo que ella tantas ganas tiene de darle a él.

—¿Y qué es?

—Amor, entregado libremente y sin condiciones. Las flores y las joyas la harán sonreír cuando esté preparada, pero Boyle va a tener que entregarse a ella para que vuelva a ser feliz.

—Eso es lo que nos hace felices a todos —comentó Fin.

En la sala de estar, con el fuego ardiendo y las velas encendidas, Iona se acurrucó en el rincón del sillón. Meara no solo había ido, sino que había llevado pizza y helado.

—Pizza, helado de galletas de chocolate, vino y chicas. —Iona alzó su copa en un brindis—. No hay nada mejor.

—Siempre tengo pizza y helado en el congelador para este tipo de emergencias.

—Es perfecto. Todas deberíamos ser lesbianas —sentenció Iona.

—Habla por ti. —Divertida, Meara tomó otra porción.

—Seguramente las amazonas eran lesbianas. O algunas lo eran, en cualquier caso. Fue lo que pensé de ti la primera vez que te vi.

Meara se atragantó con la pizza, de modo que se ayudó con un trago de vino.

—Me viste y pensaste «Vaya, ¿será lesbiana?».

—Amazona. No pensé en tu orientación sexual, y luego os vi a Boyle y a ti juntos y supuse que erais pareja, pero me equivoqué. Una amazona —repitió—. Alta, guapísima y con un cuerpazo. Estoy un poco pedo. —Le brindó una sonrisa a Branna—. Gracias.

—Oh, no hay de qué.

—Todas podemos ser amazonas.

—Tú eres un poco baja para eso —señaló Meara.

—En toda camada tiene que haber un guarín.

—Se dice que es pequeñita pero matona —agregó Branna.

—¡Sí, señor! ¿Ves lo que puedo hacer?

Hizo aparecer una titilante bola de fuego en su mano.

—Es mejor no jugar con fuego, o con magia, cuando estás un poco pedo —le aconsejó Branna.

—Cierto. —La hizo desaparecer—. Pero puedo hacerlo, eso es lo que importa. Puedo cuidarme sola. Voy a comprarme un coche, y así cuando quiera darme una vuelta, no necesitaré que nadie me lleve. Tengo poder y una meta. No necesito a ningún hombre.

—Si vamos a ser amazonas, los utilizaremos para practicar sexo, y para cualquier otra cosa que se nos ocurra, y después los echaremos o los mataremos.

Iona asintió ante las palabras de Meara.

—Eso haremos. Matarlos no, porque es un poco extremo, pero lo del sexo y lo demás sí. Me encanta el sexo.

—Brindo por eso. —Meara alzó su copa, bebió y miró a Branna—. ¿No vas a brindar por el sexo?

—Brindaré por eso, ya que es lo más cerca que he estado del sexo desde hace tiempo.

Iona exhaló un suspiro un tanto achispado.

—Podrías tener sexo con quien te diera la gana. Eres guapísima, Branna.

—Muchísimas gracias, Iona, pero no me atrae nadie en estos momentos.

—Es muy exigente en eso —añadió Meara.

—Yo también lo soy, o lo he sido. Creo que voy a dejar de serlo. El sexo con Boyle era espectacular.

—Cuenta, cuenta —comentó Meara—. Y quiero decir que no te dejes ni un detalle. Tengo todo el tiempo del mundo.

Con una carcajada, Iona tomó otro sorbo de vino.

—Caliente, salvaje y sudoroso. Como si el mundo fuera a acabarse en cualquier momento y antes tuviéramos que poseer al otro.

—Ah, estupendo, yo ni siquiera he estado cerca de eso desde hace tiempo.

—Se ha acabado. —Iona se pasó la mano por el pelo—. Es hora de una buena dosis de cinismo porque el amor es una mierda. ¿Quién lo necesita cuando tienes pizza, helado y chicas, y litros de vino?

—Siempre me ha parecido la guinda del pastel.

Iona apuntó a Meara con el dedo.

—Las guindas engordan y te pican los dientes.

—Es un riesgo, claro, pero… Bueno, tienes que preparar el pastel, ¿no? Prepararlo bien para que te satisfaga a ti misma. Y a lo mejor decides ponerle una guinda o a lo mejor no.

—¿El amor como una elección? —No, pensó Iona. No. El amor te agarraba y te arrastraba—. Pero ¿cómo eliges? Has preparado tu pastel y ahí está, y piensas que es un pastel bastante bueno, que es lo bastante bueno para ti. Entonces parpadeas y esa maravillosa guinda aparece de la nada.

Meara se encogió de hombros.

—Podrías quitarla.

—Puedes hacerlo —convino Branna—, pero se lleva parte del pastel, y no consigues quitarla del todo.

—Qué triste. Parece cierto —murmuró Iona— y triste. No podemos ponernos tristes. Me niego. Necesitamos música —decidió—. ¿Quieres tocar, Branna? Me encanta oírte tocar.

—¿Por qué no? —Branna se puso en pie—. Estoy de humor para tocar. Voy a por mi violín. Y Meara, afina esa voz.

Iona se levantó para atizar la lumbre cuando Branna salió.

—Sé la respuesta de Branna porque los he visto a Fin y a ella, y conozco la historia. Pero ¿tú has estado enamorada alguna vez?

—Bueno, ciñéndonos al tema, he metido el dedo en el tarro de las guindas y he probado un par de veces, pero nada más. —Meara cambió de posición en su rincón del sillón—. Quiero decir que Boyle puede ser un imbécil.

—Branna lo ha llamado zopenco.

—Eso también, igual que pueden serlo la mayoría de los hombres. Y lamento decir que nuestro bando también tiene momentos de enorme estupidez. Además, quiero decir que lo conozco desde hace mucho y que nunca lo he visto mirar a otra mujer como te mira a ti.

Iona lo creía. Lo había sentido. Pero de todas formas…

—Ojalá fuera suficiente. Mi problema es que siempre quiero más.

—¿Por qué es eso un problema?

—Es un problema cuando no lo consigues.

Se sentó de nuevo cuando Branna regresó con el estuche de su violín.

—Está ahí fuera —dijo Branna.

—¿Boyle? —Y maldita fuera si no sintió que el corazón le daba un vuelco.

—No. Cabhan.

Esa vez sus nervios se despertaron al tiempo que Meara y ella se levantaban de golpe del sillón.

—La casa está toda rodeada por la niebla y llega hasta las ventanas como si fuera un mirón.

—¿Qué deberíamos hacer? —Iona vio la cortina grisácea cuando se acercó a la ventana con sus amigas—. Deberíamos hacer algo.

—Lo haremos. Tocaremos música. No puede traspasar el escudo que tengo en este lugar —repuso Branna con absoluta serenidad cuando sacó el violín y el arco—. Así que beberemos más vino y tocaremos. Y le meteremos la música por el culo.

—Entonces que sea algo con mucha marcha. —Meara le sacó el dedo corazón a la ventana antes de darse la vuelta—. Algo para bailar. A ver si puedo enseñarle algunos pasos a Iona.

—Aprendo deprisa —dijo, dirigiéndose a aquello que acechaba fuera como a Meara.