Estar todos juntos de nuevo sentaba bien y parecía lo correcto. Todos en la espaciosa cocina repleta de los buenos olores de la comida, las voces sobreponiéndose unas a otras, el perro tumbado delante de la chimenea.
A ojos de Iona, aquello conformaba la normalidad, a pesar de las luces y las sombras de lo sobrenatural.
Preparó una gran ensalada, que era más o menos su especialidad. Se desenvolvía bastante bien en la cocina, siempre y cuando no tuviera que cocinar de verdad.
De modo que se sentía bien, cómoda y, con el respaldo cada vez mayor de sus clases con Branna, más fuerte. Incluso volver a narrar el altercado con el lobo le recordó el poder en la sangre, en las yemas de sus dedos, e hizo que se sintiera segura de sí misma.
—Es una temeridad, ¿no? —comenzó Meara mientras untaba en abundancia gruesas rebanadas de pan con queso a las finas hierbas—. Atacaros de esa forma, a plena luz del día y tan cerca de Ashford.
—Creo que no fue planeado. —Connor enganchó una rebanada de pan de la bandeja del horno antes de que Meara pudiera meterla para que se tostara—. Sino que más bien vio una oportunidad y la aprovechó sin haber trazado un plan.
—Quizá para asustar más que para hacer daño —aventuró Fin—. Para hacer daño, desde luego, si esa oportunidad se le presentaba. Estabais dando un agradable y tranquilo paseo a caballo, estabais relajados.
—Y no estábamos alerta. —Boyle asintió—. Un error que no volveremos a cometer.
—Es una especie de terrorismo, ¿no? —Fin llevó el enorme cuenco de ensalada a la mesa—. La amenaza constante, el no saber cuándo o dónde atacarán, y la alteración del ritmo normal de las cosas.
—No cabe duda de que ha sido él quien se ha llevado la peor parte. —Branna vertió la pasta escurrida en un cuenco de vivos tonos azul y blanco—. Y que una bruja que apenas ha salido del armario le ha dado una buena patada en el culo.
—Y satisfactoria.
Pero cuando Fin habló, Iona captó la fugaz mirada que intercambió con Branna.
—¿Pero? ¿Pero qué?
—Ha ido dos veces a por ti. Ya está, sentaos y empezad —ordenó Branna—. Y en ambas ocasiones se ha marchado con el rabo entre las patas.
—La ha subestimado —dijo Boyle cuando tomó asiento.
—No me cabe duda de eso ni de que volverá a hacerlo. —Branna le pasó los cubiertos para la ensalada a Meara—. Sírvela. Yo le daré la vuelta al pan.
Era capaz de atar cabos, pensó Iona, sobre todo cuando eran tan evidentes.
—¿Crees que vendrá a por mí otra vez? ¿Específicamente a por mí?
—Ha sido tu llegada aquí lo que ha puesto en marcha cosas que han estado paradas cientos de años. Lleva manzana. —Descubrió Connor cuando probó la ensalada—. Está buena.
—¿Así que si la espantara…, como mínimo…, y ella regresara a Estados Unidos? —Meara frunció el ceño—. ¿Qué pasaría?
—No estoy seguro de que eso importe ya. Ella es la tercera. —Branna llevó el pan a la mesa y se sentó a comer la ensalada—. Y él lo sabe, igual que lo sabemos nosotros. Su poder ha despertado y es mayor y más rápido de lo que él…, o yo, para el caso…, habíamos imaginado. El corcho no va a volver a la botella.
Si bien agradecía el cumplido, Iona continuó atando cabos hasta llegar a una conclusión muy inquietante.
—Pero ¿si me mata a mí o a cualquiera de vosotros?
—El dolor es mejor. —Connor comía con evidente placer, y habló con algo semejante a la animación—. O la seducción. Eso conduce a la conversión, y al convertirnos a cualquiera de nosotros obtiene más poder. Matar en el acto le proporcionaría algo, pero no todo. De todas formas es posible que lo intente llevado por la frustración o el rencor.
—Qué idea tan reconfortante —farfulló Meara.
—Si eso es cierto, ¿por qué no ha ido a por alguno de vosotros antes de que yo llegara?
—Oh, ha dado algún que otro manotazo de vez en cuando, pero sin dejar cicatrices. —Connor hizo una mueca de dolor tan pronto las palabras abandonaron su boca—. Lo siento, Fin.
—No importa. El no podía saber, del mismo modo que tampoco podíamos saberlo ninguno de nosotros, que vosotros erais los tres. No hasta que viniste tú, Iona, y los engranajes encajaron.
—Y los amuletos ayudan a proteger —agregó Branna—. Y si se deshacía de Connor o de mí, habría otros. Hay muchos O’Dwyer.
—No como tú —adujo Boyle en voz queda—. No como Connor. O como tú —le dijo a Iona—. Fin, tú sabías que serían ellos tres y esta época.
—Solo lo supe con seguridad cuando vi el caballo. Te vi montada en él —le dijo Fin a Iona—. A horcajadas sobre el semental bajo una luna tan llena y blanca que parecía palpitar contra el negro cielo como un corazón resplandeciente. Vi fuego en tus manos y poder en tus ojos.
—No habías comentado nada de esto hasta ahora —le espetó Branna.
Fin le lanzó una mirada.
—Compré el caballo porque sabía que era suyo. No sabía cuándo vendrías, no con seguridad —se dirigió a Iona—. Solo que lo harías y que ibas a necesitar a Alastar. Y él a ti.
—¿Qué más has visto? —exigió Branna.
La expresión de Fin se tornó hermética.
—Demasiado y no lo suficiente.
—No busco adivinanzas, Finbar.
—Buscas respuestas, como siempre, y yo no las tengo. He visto la niebla extenderse, igual que tú; lo he visto vigilar en las sombras, siendo una sombra él mismo. Te he visto a ti bajo esa misma luna resplandeciente, brillando como un millar de estrellas, con el viento soplando a través de tu cabello y con sangre en las manos. Me he preguntado si era la mía.
Sin decir nada, Branna se levantó para acercarse al fogón y servir la salsa caliente en un cuenco.
—No sé qué significa —prosiguió Fin—, ni cuánto es real y veraz y cuánto es ilusión.
—Cuando llegue el momento será su sangre la que se derrame.
El júbilo había abandonado la voz de Connor, y en su lugar solo había un matiz severo, una chispa de temperamento.
—Hermano. Yo soy su sangre —dijo Fin.
—Él no es tu dueño. —Con los hombros muy erguidos, y los ojos clavados en él, Iona miró a Fin—. Y compadecerte de ti mismo no ayuda. Lleva cientos de años merodeando por aquí, esperando —continuó con tono práctico mientras Branna le dirigía una mirada de aprobación por encima del hombro—. ¿Qué coño ha estado haciendo durante siglos?
—Fin cree que viaja hacia delante y hacia atrás cuando le place, entre épocas o mundos. O ambos —apostilló Boyle.
—¿Cómo…? Ah, la cabaña, las ruinas. El lugar tras las enredaderas. Si puede hacer eso, ¿por qué no mata a Sorcha antes de que ella lo reduzca a cenizas?
—No puede cambiar lo que pasó. Su magia era tan poderosa como la de él, puede que más —especuló Fin—, antes de que ella enfermara, antes de que él matara a su hombre. Creo que fue ella quien hechizó el lugar, quien aún lo protege. Lo hecho, hecho está, y no se puede cambiar. Yo mismo lo he intentado.
—Vaya, estás lleno de secretos, ¿no? —Branna dejó los cuencos sobre la mesa con brusquedad, cogiendo la ensaladera para retirarla.
—Si hubiera podido terminar lo que ella empezó y acabar con él, todo habría terminado.
—Pero también dejarías de existir —señaló Iona—. Quizá. Eso creo. Las paradojas temporales son… paradójicas.
—De todas formas no pude cambiarlo. Mi poder estaba ahí, lo sentí, pero no sirvió de nada. Y no pude controlarlo, ya me entendéis. Todo tembló y me devolvió a donde había empezado.
—Podrías haberte perdido —le recordó Connor—. Podría haberte llevado a un lugar o una época distintos.
—No fue así. Creo que es como un rollo de alambre que va desde entonces hasta ahora y que no hay forma de desviarse de él.
—Pero hay muchos años en ese rollo —reflexionó Iona—. Quizá sea cuestión de encontrar el punto correcto.
—Si cambias un hecho pasado, lo cambias todo. Y tú deberías saberlo —le dijo Branna a Fin.
—Era joven y estúpido. —Le brindó una rápida sonrisa a Iona—. Y me compadecía de mí mismo. Ahora que soy más mayor y más sensato sé que no es uno de nosotros quien terminará con él o con la maldición que porta, sino que seremos todos nosotros juntos.
—¿Y si retrocedemos todos? —intervino Boyle.
Connor, que estaba sirviéndose salsa sobre la pasta con un cucharón, se detuvo para estudiarlo.
—¿Todos al mismo tiempo?
—Tal vez eso cambiase las cosas, pero no sabemos cuándo intentará hacernos daño a alguno ni qué más podría hacer. No sé por qué no podéis cambiar lo que ocurrió ni por qué no deberíais intentarlo cuando lo que pasó fue algo maligno.
—Es una situación complicada, Boyle. —Branna enrolló la pasta, la desenrolló y la volvió a enrollar—. Hay quienes preguntarían que si tuvieras el modo y los medios, ¿no retrocederías en el tiempo y matarías a Hitler? Oh, cuántas miles de vidas se salvarían, cuántos inocentes. Pero una de esas vidas salvadas podría ser peor y más poderosa de lo que jamás soñó Hitler.
—Y, sin embargo, ¿no lo intentarías de todas formas? Hay un montón de años en el rollo de cable, como ha dicho Iona. ¿No podemos buscar el tiempo y el lugar adecuados, y llevar la batalla hasta él? Un tiempo y un lugar que sepamos que no harán que Fin deje de existir.
—Te lo agradezco.
—Me he acostumbrado a ti —le replicó Boyle—. Y no tengo ningún deseo de dirigir el negocio yo solito. ¿No podéis idear alguna magia vosotros cuatro que nos proporcione las máximas posibilidades?
—Tal vez no regresemos al mundo del que partimos, si es que volvemos —insistió Branna.
—Es posible que regresásemos a un lugar mejor. Él es una sombra en este tiempo, como ha dicho Fin.
—Las sombras desaparecen con la luz. —Meara levantó su copa de vino—. Eso es algo que debemos tener en cuenta. Puede que no sea capaz de lanzar un hechizo, pero conozco los fundamentos de la física. ¿Es la física? Ah, bueno, acción y reacción, ¿no es así? Y sé que siempre es mejor pillar al enemigo por sorpresa, en un campo de tu elección.
—¿Tú vendrías? —preguntó Iona—. Es decir, si pudiésemos y lo hiciésemos.
—Bueno, a menos que tuviera una cita importante.
—No es una broma, Meara.
Meara extendió el brazo y frotó el de Branna con la mano.
—Has cargado con el peso demasiado tiempo. Es hora de repartirse la carga. Decir que somos un círculo y decirlo de verdad son cosas diferentes, Branna. No puedes protegernos a todos, así que protejámonos unos a otros.
—Podemos pensar en ello. Y también en buscar ese tiempo y ese lugar y bloquearlo para impedir que lo sepa. Y en cómo hacer que el tiempo y el lugar sea aquí y ahora…, o aquí y cuando hayamos encontrado la respuesta para destruirlo de una vez por todas.
—Branna estudiará, pensará y trabajará —le dijo Iona a Boyle en voz baja mientras quitaban la mesa—. Y se preocupará. A veces me pregunto si habría menos trabajo y menos preocupaciones si yo no hubiera venido.
—Ha sido un hacha pendiendo sobre sus cabezas desde mucho antes de eso. Y el caso es que has venido. No pienso mucho en lo que eso significa, pero parece que estabas destinada a venir. Esto tiene que acabar en algún momento, ¿no es así? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no con nosotros?
—No soy demasiado partidaria de posponer las cosas. —Pensó en ello mientras recogía la mesa, manteniendo la voz baja a pesar del ruido que hacían los platos al llevarlos al fregadero—. Lo que sucede es que me gusta avanzar poco a poco hacia lo que viene a continuación, pero me parece que no me importaría meter todo esto en una caja y dejarla en un rincón durante otros doscientos años.
—Alguien tiene que quitar el estiércol —añadió Boyle.
—Y somos nosotros quienes tenemos las palas. Ya —admitió Iona—. Más vale que nos esforcemos. Estoy deseando que llegue mañana, y no solo para salir a ver el mundo que hay más allá de un radio de dos millas de Ashford.
—Aquí son kilómetros.
—Tengo la impresión de que me será más fácil dominar el gaélico que el sistema métrico. Imagino que tener un mejor conocimiento de la zona que se extiende más allá de nuestro pequeño núcleo podría ser útil. Además, cuento con un guía de excepción.
—Eso ya lo iremos viendo.
Aprovecha los momentos, pensó. Cada momento de normalidad, de felicidad y de paz.
—Quiero ver ruinas, viejos cementerios y verdes colinas. Y ovejas.
—No tienes que ir muy lejos para eso.
—Pero iré contigo. —Se volvió, rodeándole la cintura con los brazos.
Notó que él cambiaba el peso de un pie al otro, un sutil gesto de apuro típico en él, aunque el ruido continuó a su alrededor. Y dado que encontraba aquel gesto adorable, para rematarlo se puso de puntillas y le plantó un rápido beso.
—Yo podría conducir un rato. Para practicar eso de ir por la izquierda antes de comprarme un coche.
—Me parece que no, de ningún modo.
—Sé conducir un camión.
—Sabes conducir un camión por la derecha cuando cuentas en millas. Pero no sabes conducir un camión por la izquierda contando en kilómetros.
Ahí la había pillado.
—Ese es el quid de la cuestión. Tú podrías enseñarme.
—Será mejor que lo intentes con alguien menos… volátil —le sugirió Branna.
—Se refiere a alguien que sea menos probable que se ponga a gritar como un loco si desmochas un seto verde o tomas la dirección errónea en una glorieta —le explicó Meara—. Te irá mejor con Connor, ya que tiene paciencia para dar y tomar.
—No me hace falta mucho para tener más paciencia que Boyle. Yo te llevaré a conducir, prima, en cuanto tengamos ocasión.
—Gracias.
—Y si quieres comprarte un coche, tengo un amigo en Hollymount que se dedica a eso y te hará un precio justo.
—Connor tiene amigos en todas partes —apuntó Meara.
Él se limitó a brindarle una sonrisa.
—Está claro que soy un tipo amable.
—Y todas las chicas pueden dar fe de ello. Debo marcharme. Envíame un mensaje de texto si se te ocurre algún gran plan —le dijo Meara a Branna.
—Tengo que pensar un poco. Te avisaré cuando se me haya ocurrido algo.
—Cuídate —agregó Meara con un abrazo.
—A mí tampoco me vendría mal un achuchón —dijo Connor.
Meara lo miró enarcando las cejas y le dio un toquecito en la mejilla.
—Disfruta de la excursión, Iona, y cuidaos también Boyle y tú. Y tú, Fin.
—Te acompaño fuera. Yo también tengo cosas en que pensar —le dijo Fin a Branna—. Podríamos considerar Litha.
Ella asintió.
—Lo tengo en mente.
—¿No es…? Sí, es el solsticio de verano —recordó Iona—. No es hasta junio, ¿verdad?
—Aún queda mucho. La luz acaba con la oscuridad… y es el día más largo, lo que podría ser una ventaja para nosotros. He de pensar en ello.
—¿Prefieres que me quede aquí mañana? ¿Qué trabaje contigo? —le preguntó Iona.
—No, vete. Tienes razón al decir que es bueno para ti conocer mejor el mundo que rodea este lugar. Y necesito ese tiempo para pensar.
—Por qué no te dejamos tranquila ahora —sugirió Boyle—. Pasaré a recogerte sobre las nueve, Iona.
—Podrías hacer eso. O podría irme contigo ahora y salir desde tu casa cuando estés listo. —Le obsequió una sonrisa.
El no se inmutó, pero Iona notó que deseaba hacerlo.
—Todos saben que nos acostamos —añadió ella.
—¿Es cierto eso? —Connor fingió sorpresa—. Y yo que pensaba que os dedicabais a jugar al ajedrez y a hablar sobre las cosas que pasan en el mundo.
—El raro eres tú —murmuró Boyle—. Podemos salir desde mi casa si lo prefieres. Pero no te tires media noche para coger lo que necesitas, ya que solo vamos a ver ruinas y cementerios.
—Ya había preparado una bolsa, solo por si acaso. Llámame si me necesitas —le dijo a Branna.
—Pásatelo bien.
Branna salió con ellos, amigos y familia, para despedirse con la mano desde la puerta principal de la casa. Y se quedó allí un rato más en la fría oscuridad.
—De acuerdo, ya estamos tú y yo solos como querías. —Connor le puso una mano en el hombro—. ¿Qué sucede?
El no iba a mirar, pensó Branna. A pesar de que sabía cómo bloquearlo, no dejaría que él entrara en su corazón ni en su mente. Lo consideraría una intromisión.
—No pretendía excluir a Iona, y bien sabe Dios que ha demostrado su valía.
—Pero aún no te has acostumbrado a que ella… ni a que los demás formen parte de esto. Tanta gente agobiándote hace que te sientas inquieta, ¿no?
La conocía bien, pensó Branna, y daba gracias a los dioses por ello y por tenerlo.
—Así es, sí. Es asombroso que tengamos los mismos padres. En medio de una multitud, tú estás en tu salsa, y sin embargo, yo no podría estar más fuera de mi elemento.
—Nos mantiene equilibrados.
—Eso parece, y estoy pensando que es posible que el equilibrio sea el quid de la cuestión.
—¿Ostara, el equinoccio, el equilibrio entre el día y la noche? ¿En vez del solsticio?
—Se me había pasado por la cabeza…, igual que a ti, como es evidente…, pero es muy poco tiempo para prepararlo todo, ya que casi lo tenemos encima.
—No creía que nuestra Iona estuviera preparada aún —reconoció Connor—, pero me pregunto si no estaba equivocado al respecto.
—A mi parecer, necesita más preparación. Y, además, la merece. El solsticio está bastante cerca, y también es una especie de equilibrio. El punto de inflexión del año. Puede ser una oportunidad. Trabaja conmigo un poco ahora. Solo juntar nuestras cabezas.
Connor apoyó la frente en la de ella.
—Un ritual, un hechizo para equilibrar la balanza…, para desterrarlo en el día más largo… y que después desaparezca.
—Lo ves. A ti no tengo que explicarte nada, así es más fácil.
—Lo que estás pensando no está dentro de lo sencillo, pero podría funcionar. Veremos qué conseguimos preparar. Solo nosotros dos, y los demás se sumarán muy pronto —concluyó Connor.
Fueron juntos al taller. Branna procuraba no sentirse culpable por el alivio que le producía estar los dos solos, al menos por el momento.
—Te he avergonzado —dijo Iona durante el breve trayecto a casa de Boyle.
—¿Qué? No, no estoy avergonzado.
—Un poquito. Tendría que haberte comentado lo de quedarme contigo esta noche cuando no hubiera nadie. Nunca me doy cuenta de ese tipo de cosas. Y cuando se me pasó por la cabeza ya era demasiado tarde para considerar que a lo mejor no querías tener compañía.
—Ya has dejado de ser simple compañía.
¿Qué decía sobre ella que aquel despreocupado comentario le pareciera romántico? Ay, por Dios.
—Luego pensé que no te supondría ningún problema decirme que no, que me recogerías por la mañana.
—¿Te parezco idiota?
—Ni lo más mínimo.
—Tendría que serlo para no querer pasar la noche contigo, ¿verdad?
Más romanticismo, pensó, al estilo de Boyle McGrath.
—Pero no debería haberlo anunciado como si fuera el acta de la siguiente reunión. En caso de que redactásemos actas.
—Es algo privado —dijo Boyle.
—Eso lo entiendo, y lo será. O al menos me esforzaré más por que así sea. Pero me parece que, tal y como están las cosas, la intimidad no tiene cabida. Eso es más duro para ti que para mí.
—Puede que lo sea, pero tienes razón. Hay cosas más importantes de las que preocuparse.
Aparcó justo detrás de Fin, meneando las llaves al bajarse.
—En fin, buenas noches —les dijo él—, y que lo paséis bien mañana.
—Llevaré mi móvil por si nos necesitáis —contestó Boyle.
Iona se chocó con Boyle mientras subían las escaleras hasta su apartamento.
—Es más duro para ti. Pero Fin tiene que estar acostumbrado a que traigas ligues de vez en cuando, y tú también a que lo haga él.
—No traigo mujeres aquí. Por norma general —añadió al cabo de un instante.
—Ah. —Intimidad, pensó, y algo más—. Si vais a su casa, puedes marcharte cuando te apetezca.
—Eso por un lado. —Entró al apartamento.
—Cuando quieras que me marche, dímelo. Prefiero que me lo digan a que soporten mi compañía.
—No soy de los que aguantan a nadie. —Dejó las llaves en un cuenco—. No te estoy aguantando.
Aquello hizo sonreír a Iona.
—Bien. No lo hagas. Resulta muy triste que tengan que aguantarte.
Dejó su pequeña bolsa sobre una silla.
—Si no quisiera que estuvieras aquí, estarías en otra parte. ¿Te apetece beber algo?
—Creía que ya no era una simple visita.
—Tienes razón. —La agarró del modo en que a ella le gustaba y la empujó con suavidad hacia el dormitorio—. Puedes prepararte una copa tú misma después.
—Te prepararé una a ti también. —Le bajó la chaqueta por los hombros y lo despojó de ella—. Las botas —le dijo, haciéndole reír.
—Soy consciente del orden de las cosas.
Y pese a todo se precipitaron hacia la cama. Agarrando, tironeando, arrojando las botas después.
—La última vez nos cargamos algo —recordó Iona mientras se afanaba en desabrocharle la camisa—. ¿Qué fue?
—El jarrón de cristal de mi abuela.
Los dedos de Iona dejaron de moverse al tiempo que sus ojos se abrían como platos, presas de la angustia. Entonces él sonrió.
—¡Oh! ¡Mentiroso! —Le pasó una pierna por encima, tumbándolo de espaldas sobre la cama—. Vas a pagar por eso.
Cruzando los brazos, agarró el bajo de su jersey y se lo sacó por la cabeza para arrojarlo por encima del hombro.
—Pagaré más —le dijo él.
Acto seguido deslizó las manos por ambos costados, sobre sus pechos, mientras ella se esforzaba por desabrochar los últimos botones.
—No te quepa duda, colega.
Bajó la cabeza, capturando su boca en un beso arrebatador antes de rozarle con los dientes el labio inferior, terminando con un pequeño mordisco.
Boyle contraatacó poniéndose encima de ella y haciendo lo mismo.
Se retorcieron para despojarse de la ropa, para desnudar al otro en un apremiante toma y daca.
Todo era igual, pensó, todo maravillosamente igual, solo que ahora sabía lo que podían darse el uno al otro. Calor, avidez y urgencia, como volar a través del fuego: ascuas, chispas y explosiones.
Gozó de la excitación del roce de la piel contra la piel —la suya, la de él—, de su embriagadora fricción. Su boca hambrienta y sus manos, ásperas y ávidas, la recorrían con celeridad.
¿Cómo había vivido sin saber lo que era ser deseada de forma tan absoluta, con tal apremio y profundidad?
Necesitaba darle lo mismo, demostrarle hasta qué punto la anegaba su deseo hacia él.
Boyle no tenía suficiente de ella. Cuanto tomaba solo servía para suscitar una acuciante necesidad mayor. Cuando la tenía así, moviéndose sin cesar en la oscuridad, no podía pensar, tan solo podía sentir.
Hacía que se sintiera ebrio, casi loco de deseo. Hacía que se sintiera fuerte como un dios, temerario como un lobo acorralado.
El mundo exterior se disolvió y el tiempo giró a toda velocidad.
Solo existía su cuerpo, su silueta, aquellos esbeltos músculos bajo su tersa piel. Sus sonidos, su aliento, sus suspiros y sus suaves gemidos. Y su sabor, tan caliente y dulce.
Iona se incorporó con esfuerzo, con manos y piernas ágiles, para colocarse a horcajadas sobre él, y la luz de las estrellas se reflejó en la parte superior de su cabeza, como diamantes.
Lo tomó en su interior de manera rápida y profunda, apretándose los pechos con sus propias manos cuando la primera oleada de placer la atravesó.
Luego lo cabalgó, libre y salvaje, con la luz de las estrellas bañándole la piel y una oscura expresión de triunfo en los ojos.
Boyle la cogió de las caderas, aferrándose a ella y a las últimas hebras de su cordura.
Y ella levantó los brazos en alto, gritando con aquella misma sensación de oscuro triunfo.
En las yemas de sus dedos prendieron pequeñas llamas, diminutos puntos de luz que centelleaban, brillantes y cegadoras como el sol. Estupefacto ante eso, cautivado por ella, aguantó… y luego se dejó llevar.
En la oscuridad, en el sueño, Iona se agarró a él.
—¿Has oído eso? ¿Lo has oído?
—Solo es el viento —le contestó Boyle.
—No.
El bosque era tan espeso, la noche tan negra. ¿Dónde estaba la luna? ¿Por qué no había luna ni estrellas?, se preguntó. Y con un escalofrío, lo comprendió.
—Está en el viento.
Su nombre, la seductora atracción del susurro. Un roce de seda sobre su piel desnuda.
—Necesitas dormir.
—Pero estoy dormida. ¿No es así?
Cuando se estremeció de nuevo, él le frotó las manos heladas entre las suyas.
—Deberíamos encender un fuego.
—Está muy oscuro. Está muy oscuro, hace mucho frío.
—Sé el camino a casa. No te preocupes.
Él comenzó a guiarla a través de los árboles, alejándose de las pequeñas volutas de niebla que, como la lengua de una serpiente, se arrastraban sobre el suelo.
—No me sueltes —le dijo cuando el susurro se deslizó acariciando su piel.
—El camino está bloqueado, ¿no lo ves? —Boyle señaló hacia las gruesas ramas que obstruían el sendero—. Tendré que apartarlas para que podamos pasar.
—¡No! —Agarró con fuerza su mano, llevada por un ataque de pánico—. Es lo que él quiere. Igual que antes, para separarnos. Tenemos que mantenernos juntos. Tenemos que resistir.
—El camino está bloqueado, Iona. —Se volvió hacia ella, mirándola a los ojos. Los suyos eran dos oscuros pozos dorados, penetrantes y firmes—. Deberíamos encender un fuego.
—La niebla se acerca. ¿No la oyes?
El lobo, solo un débil gruñido en la negrura, en la niebla.
—Lo oigo. Fuego, Iona. Es lo que necesitamos.
Fuego, pensó. Contra la oscuridad, contra el frío.
Fuego, por supuesto.
Extendió los brazos con fuerza, alzando la cara, y lo invocó.
Potente, brillante, con un veloz chasquido que restalló en la niebla, haciéndola bullir, haciendo que echara chispas y quedara reducida a una negra película de cenizas.
—Luz a la oscuridad. Blancura a la negrura. De mi sangre invoco al fuego para que arda, para que se eleve más y más su llama. Despierta o en sueños, mi poder vaga en libertad. Hágase mi voluntad.
Una voluta de niebla se escabulló, acercándose de forma furtiva. Boyle se colocó delante de Iona a toda prisa y lanzó un puñetazo.
Sintió un fugaz dolor en los nudillos. Luego la niebla y las cenizas desaparecieron, y solo quedó fuego y luz.
Iona vio la sangre brotar de la mano de Boyle.
Y despertó sobresaltada.
Vio que despuntaba el día, su nacarada promesa haciéndose más intensa en la ventana.
Un sueño, solo había sido un sueño. Tomó aire para serenarse. Cuando Boyle se incorporó a su lado, le asió la mano.
Y vio la sangre.
—Ay, Dios mío.
—En el bosque, juntos. —Sus dedos la asieron con fuerza—. ¿Ha sido así?
Ella asintió.
—Creo que se trata de una especie de proyección astral. Estábamos aquí, pero también allí. Debo de haberte arrastrado conmigo. Tú… le has pegado un puñetazo a la niebla.
—Ha funcionado, y además me ha sentado bien, aunque tu fuego hizo más.
—No, sí. Qué sé yo. Has lanzado el puñetazo y durante un instante ha sido como si golpearas un agujero. Yo… Pero estás sangrando.
—Seguro que no es más que un rasguño.
—No, te lo ha hecho él. No sé si se trata tan solo de un rasguño. —Podía llamar a Connor y a Branna, pero de algún modo sentía que era su deber hacer aquello—. Tengo que curarte.
—No te pongas así, solo hay que lavarlo y ponerle un poco de ungüento.
—Así no.
Se dio cuenta de que el corazón le latía con fuerza, más rápido de lo que lo había hecho incluso presa del miedo en el sueño.
Boyle sangraba, y había sido Cabhan quien lo había hecho sangrar.
—Es una herida sobrenatural. Lo he estudiado, confía en mí.
Posó la mano sobre el superficial corte y cerró los ojos. Vio su mano, fuerte, ancha, los fascinante nudillos llenos de cicatrices de sus días de boxeador. Vio la sangre, y más dentro, mirando más a fondo, la delgada línea negra del veneno de Cabhan. Tal y como había temido.
Extráelo, se dijo. Extráelo y deshazte de ello. Blanco contra negro otra vez. La luz contra la oscuridad. Extráelo antes de que penetre más, antes de que pueda extenderse.
Sintió que salía poco a poco, sintió que ardía hasta consumirse. Por la rigidez de su mano supo que le estaba causando dolor, pero la herida ya estaba limpia. Despacio, con sumo cuidado, se puso a sanar el superficial corte. En esa ocasión el dolor, pequeñas y agudas punzadas, se lo causaba ella, pero fue desapareciendo poco apoco.
Solo un rasguño, tal y como él había dicho, una vez que había extraído el veneno.
Abrió los ojos y vio su mirada clavada en ella.
—Te has puesto pálida.
—Me ha costado algo de trabajo. Ha sido mi primer intento con este tipo de cosas. —La cabeza le daba vueltas y sintió un par de retortijones en el estómago. Pero la herida estaba limpia y cerrada. Estudió su mano, satisfecha—. Había utilizado veneno. Ignoro si habría causado algún daño, aunque podría haberse extendido. No era mucho, pero ya lo he sacado. Puedes pedirle a Connor que le eche un vistazo.
Boyle continuó estudiándola mientras ella hacía que flexionara los dedos.
—Yo diría que lo has hecho muy bien.
—No sé si él esperaba que te llevara conmigo. Y no sé cómo lo he hecho. Pero tú me has dicho lo que había que hacer. El fuego. Me lo has dicho tú, y ha funcionado.
—Reducirlo a cenizas.
—Bueno, no sería la primera vez, y no creo que sea la última.
—No, no será la última.
—Te diría que siento haberte arrastrado a eso, pero me alegro mucho de que estuvieras conmigo.
—No cabe duda de que ha sido toda una experiencia.
Una experiencia que lo había alterado y, más aún, que lo había desconcertado. Durante la misma había sentido una gran calma y una fe absoluta en que ella haría lo que había que hacer.
—Parecía un sueño —prosiguió Boyle— por la forma en que la mente puede ser un poco lenta y porque, en ese momento, no te cuestionas las cosas raras de la situación.
—Haré un hechizo para la cama, o mejor aún, me ocuparé de que Branna lo haga. Eso debería ayudar.
—Le hice daño. —Boyle flexionó los dedos una vez más—. Creo que no se esperaba el puñetazo. Sé cuándo un puñetazo da de lleno en el blanco, y este lo hizo. También estoy pensando que el veneno era para ti. ¿Habría podido sacarte yo del sueño como has hecho tú conmigo? ¿Lo sabes? Y de haber hecho eso, en caso de que se me hubiera ocurrido, ¿habría podido llevarte con Connor a tiempo de que se ocupara del veneno?
—Hubieras sabido qué hacer. —De forma instintiva, levantó las manos para frotarle los hombros y descubrió que los tenía tensos—. Sabías que necesitábamos el fuego y conservaste la calma. Necesitaba que conservaras la calma. Creo que sabrás qué hacer si viene…, cuando venga…, otra vez a por nosotros. —Exhaló una larga bocanada de aire.
»Me muero de hambre. Iré a preparar el desayuno.
—Yo lo haré. Eres una cocinera pésima.
—Eso es muy cierto. Vale, tú cocinas. Yo voy a llamar a Branna para contárselo, solo por si acaso. ¿Aún vamos a salir?
—No veo por qué habría de cambiar esto las cosas.
—Genial. Me daré una ducha y luego llamaré a Branna. Es temprano, y no estará de tan malas pulgas si duerme otros quince minutos.
—Pondré la tetera al fuego.
Pero Boyle cogió su teléfono primero y, mientras ella se daba una ducha, marcó el número de Fin. Prefería saber lo que este tenía que decir antes de freír el beicon.