10

Céntrate. Branna no dejaba de darle la vara sin cesar. Iona se esforzó por alcanzar la concentración primero, y después por mantenerla. Había mejorado —Branna le dijo un cumplido frustrantemente vago por eso—, pero aún tenía que lograr la destreza que su exigente mentora estimaba suficiente.

Se preguntaba cómo coño iba nadie a concentrarse estando calado hasta los huesos y medio congelado.

La lluvia manaba del plomizo cielo como había hecho, sin descanso, durante dos días seguidos con sus noches. Eso, en esencia, significaba trabajar dentro, tanto en el establo como con su magia. No la molestaba, en realidad. Disfrutó reorganizando el guadarnés con Meara, colaborando con Mick dando clase a un joven jinete, y a una enérgica octogenaria en el picadero.

Le encantaba disponer de tiempo extra para atender y forjar lazos con los caballos. Había trenzado las crines de todas las yeguas, contenta por la manera en que se enorgullecían por la atención añadida. Y aunque percibía que a los castrados les habría gustado de igual forma ese peinado y esa atención, sabía que Boyle pondría objeciones, por lo que había hecho una sola trencita a cada uno para complacer al caballo y satisfacer al jefe.

Y había aprendido. Dentro del taller de Branna, con el fuego encendido, el aroma a hierbas y a cera de abejas endulzando el ambiente, había aprendido a ampliar su propio conocimiento, a aceptar su poder, y había comenzado a pulir esos bordes aristados. Por la noche leía, estudiaba mientras el viento empujaba aquella incesante lluvia contra los cristales de las ventanas.

Pero ¿cómo coño se suponía que iba a pensar, mucho menos a concentrarse, con la lluvia repicando sobre su cabeza y su cortante frialdad calándole los huesos?

Peor aún, Branna estaba ahí de pie, completamente seca, con su precioso cabello negro y sus ojos implacables.

—Solo es agua —le recordó.

Se encontraba bajo la luz solar que había creado, con una sonrisa fría al otro lado de la cortina de lluvia que caía fuera de su zona límite.

—Ya sé que es agua —farfulló Iona—. Me corre por la nuca, se me mete en los ojos.

—Contrólala. ¿Crees que siempre que necesites recurrir a lo que eres, a lo que tienes, hará calor, estará seco y todo será alegre? ¿Que Cabhan esperará a que haga buen tiempo para ir a por ti?

—¡Vale, vale, vale! —Chispas de fuego chisporrotearon en las yemas de los dedos de Iona, y un chorro de lluvia se transformó en vapor.

—Así no. No buscas cambiarlo, aunque lo has hecho bien. Muévelo.

Con suavidad y sin esfuerzo, Branna amplió su zona soleada unos centímetros más.

—Creída —masculló Iona.

—Lo llevas dentro igual que yo. Aleja de ti la lluvia.

A Iona le gustaba la sensación del fuego recorriéndola, brotando de ella, pero lo reprimió. Y utilizó la frustración e irritación que la ayudaban a invocarlo para tentarlo, para deslizado, para abrirlo.

Un par de centímetros, luego cuatro… y lo vio, lo sintió. Solo era agua. Igual que el agua del cuenco. Emocionada, empujó, y empujó con suficiente fuerza como conseguir que la torrencial lluvia se apartara, se acumulara y salpicara con cierta potencia los límites de la zona de Branna.

—No era mi intención… Quiero decir que no intentaba salpicarte. No exactamente.

—No habría herido tus sentimientos el haberlo conseguido —adujo Branna con despreocupación—. Así que muy bien hecho. Trabajarás la sutileza y la delicadeza… y el control absoluto…, pero lo has conseguido y eso es un comienzo.

Iona parpadeó, se secó la cara y vio que había abierto una estrecha aunque eficaz franja seca. En su rinconcito no brillaba un pálido resplandor dorado, pero tampoco llovía.

—¡Toma ya!

—No lo pierdas. No lo extiendas. Es solo para ti.

—Al resto del condado no le vendría mal algo de tiempo seco, pero lo pillo. Si detenemos la lluvia aquí, es posible que provoquemos una inundación en otro sitio.

—No podemos saberlo, así que no vamos a correr el riesgo. Muévete con ello. —Branna le hizo una demostración, caminando en un amplio círculo, siempre dentro del espacio seco.

Al intentarlo, los bordes del círculo de Iona se mojaron, pero mantuvo el control.

—Bien hecho. Ya que esto es Irlanda, no te faltará lluvia con que practicar, pero hemos acabado por hoy. Entremos y probemos con una poción sencilla.

Mientras Branna se dirigía de nuevo al taller, Iona se esforzó por seguirle el ritmo… y mantener su zona seca.

—Podría ayudarte a embotellar y empaquetar tus productos para la tienda. Me gustaría ayudar en algo —prosiguió—. Tú te encargas de cocinar casi siempre y pasas mucho tiempo…, también Connor…, enseñándome a mí. Se me da muy bien seguir órdenes.

—Cierto.

Branna siempre había preferido la soledad de su taller. Una cosa era contratar dependientes y demás para la tienda en Cong, que se ocuparan de atender a los clientes, de los envíos, etc., pero su taller era su remanso de paz, por norma general.

Y, sin embargo, las clases, y la necesidad de ellas, le restaban tiempo, pensó.

—Sería una ayuda —decidió—. Veremos.

Branna entró en el taller e Iona pasó como pudo detrás de ella, chorreando en el suelo.

—Estaba a punto de dejaros una nota —dijo Meara desde detrás de la encimera de trabajo—. A las dos.

—Ahora te tomarás un té y te quedarás un rato. Te he echado de menos. Iona, no pongas el suelo perdido de pisadas.

—Qué fácil para ti decirlo. Tú estás seca; yo, empapada. Debo de parecer una ratilla mojada.

—Más bien ahogada —comentó Meara.

Branna fue directa hacia la tetera.

—Crea una ilusión.

Sin decir nada, Iona miró a Meara.

—Meara sabe todo lo que hay que saber y seguramente más. Arréglate.

—No se me da nada bien crear ilusiones. Ya te conté que lo intenté una vez y acabó en un desastre.

—Seguro que por eso lo llaman practicar. Por lo general, pienso que crear ilusiones o secar la ropa en vez de cambiarte es de vagos y superficiales, pero por ahora es una forma estupenda de practicar. Y si acabas con verrugas o forúnculos, yo te los quitaré. —Con una sonrisa picara, Branna miró hacia atrás—. A la larga.

—Branna, tú creaste una ilusión para mí cuando teníamos quince años, creo, y deseaba desesperadamente ser rubia porque Seamus Lattimer, mi amorcito por entonces, las prefería rubias.

Meara se quitó la chaqueta como si estuviera en su propia casa y la colgó en un gancho, luego se despojó de la bufanda y la gorra e hizo lo mismo.

—Estaba a punto de hacerlo…, había ahorrado durante dos semanas para comprar el tinte…, y entonces apareció Branna, creó la ilusión y me cambió el color del pelo.

Iona estudió a Meara.

—No consigo imaginarte de rubia, no con tu tono de piel.

—Fue un desastre. Parecía que había pillado la ictericia.

—Y eras demasiado cabezota como para reconocerlo —le recordó Branna.

—Sí que lo era, así que aguanté casi una semana antes de suplicarte que me devolvieras mi color. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste?

—Que cambiar por ti misma era una cosa, y que hacerlo por un hombre era de débiles y estúpidos, o algo parecido.

—Ya eras sabia a pesar de lo joven que eras —repuso Meara con su risa picantota.

—Y Seamus se pasó el tiempo morreándose con Catherine Kelly, tan rubia como un canario. Pero superé el chasco.

—Una especie de lección —declaró Branna—. Pero en este caso lo consideramos una forma de practicar. Arréglate, Iona, y tomaremos el té.

—Vale. Allá voy.

Exhaló, esperando de todo corazón no prenderse fuego mientras se concentraba primero en su chaqueta, su jersey y sus vaqueros.

Comenzó a salir vapor, pero no llamas. Luego sintió que los dedos de los pies se le descongelaban y la piel le entraba en calor, y con una sonrisa, se pasó una mano sobre la manga seca de su chaqueta.

—Ha funcionado.

—Figúrate la cantidad de tiempo que me ahorraría haciendo la colada si tuviera un poder como ese —comentó Meara.

Iona se pasó la mano sobre su pelo empapado con una sonrisa en los labios, transformándolo en una melena seca y rubia. Con una carcajada, se tapó el rostro con las manos y cerró los ojos durante un breve instante. Cuando las apartó, su rostro resplandecía, sus labios adquirieron un tono rosado y sus pestañas se oscurecieron y alargaron.

—¿Qué tal estoy?

—Lista para ir al bar y coquetear con todos los hombres guapos —respondió Meara.

—¿En serio? —Encantada, Iona corrió hasta el espejo—. ¡Estoy estupenda! Ya lo creo que sí.

—Lo has ejecutado de forma fluida, y también con cierto refinamiento. Te has espabilado mucho.

—No te vayas muy lejos —le dijo Iona a Meara—. Branna nunca me dice ese tipo de cosas.

—Así que cuando lo hago, sabes que te lo digo de corazón. Tengo mantecados, Meara, y ese té de jazmín que tanto te gusta.

—No diré que no a ninguna de las dos cosas. —Se acomodó en la mesa, tomándose unos momentos para acariciar a Kathel cuando este le apoyó su gran cabeza en el regazo—. Este tiempo nos arruina el negocio, y dice que mañana habrá más lluvia. Boyle ha organizado que vengan del colegio para ver a los caballos. Les daremos a los jóvenes un paseo por el picadero.

—Es buena idea.

—Oh, nuestro Boyle tiene buenas ideas. —Meara le brindó una sonrisa a Iona mientras se hacía con una galleta—. Y en cuanto a ti, se me ha ocurrido una idea para el cumpleaños de mi hermana el mes que viene. Se llama Maureen. Vive en Kerry, puesto que su marido y ella trabajan allí —agregó para Iona—. Esos lotes que preparas…, el jabón, la vela, la loción y esas cosas…, los especiales que elaboras pensando en los rasgos y la personalidad de la persona.

—Sí. ¿Quieres que haga uno para Maureen?

—Me gustaría, sí. Es la mayor, como ya sabes, y está a punto de cumplir treinta y cinco. Por alguna razón se ha puesto histérica, como si su juventud se hubiera acabado y solo la aguardaran ya las miserias de la vejez.

—A Maureen, bendita sea, siempre le ha gustado el drama.

—Ya te digo. Se casó con su Sean cuando solo tenía diecinueve años, así que lleva dieciséis con su muy trabajador aunque poco imaginativo marido. Es un hombre muy dulce —continuó—, pero poco imaginativo. Tiene dos hijos adolescentes que la tienen al borde de la locura, o más allá de esta, y otro que viene en camino. Le ha cogido el gustillo a mandarnos mensajes de texto a mí, a nuestra otra hermana o a nuestra madre durante todo el día y la mitad de la noche para mantenernos al corriente de sus vicisitudes. Pienso que el regalo, al estar creado para ella, y dado que habla de mimarse y de cosas de mujeres, la anime lo suficiente como para que deje de darme la tabarra hasta que me entran ganas de darle una paliza.

—Así que se trata de ti —dijo Branna con una carcajada.

—Le estoy salvando la vida, y eso me convierte en una buena hermana.

—Te lo tendré listo la próxima semana.

—Siempre he querido una hermana —dijo Iona, pensativa.

—¿Quieres una de las mías? Cualquiera de las dos. Me quedo como mis hermanos, ya que no suelen ser unos cretinos.

—Ser hijo único es solitario y no tienes la posibilidad de despotricar sobre tus hermanos.

—Echaría de menos el despotricar —reconoció Meara—. Hace que me sienta superior y lista.

—Tenía hermanos imaginarios.

Divertida, Meara se recostó con su té.

—¿En serio? ¿Cómo se llamaban?

—Katie, Alice y Brian. Katie era la mayor; paciente, lista y tranquilizadora. Alice era la pequeña, y siempre nos hacía reír. Brian y yo éramos los que menos años nos llevábamos. Siempre andaba metiéndose en líos y yo siempre intentaba sacarlo de ellos. A veces podía verlos con tanta nitidez como os veo a vosotras.

—El poder de tus deseos —le dijo Branna. Una niña solitaria, pensó. Carente de atención, de comprensión o de cariño.

—Supongo. No comprendía esa clase de cosas, no de verdad, pero la mayor parte del tiempo eran más reales para mí que cualquier otra persona. Entre los caballos y ellos me mantenía muy ocupada. —Se detuvo, echándose a reír—. ¿Soy la única que tenía a gente imaginaria en su vida?

—Con Connor me sobraba y me bastaba.

—Con él sobra y basta, sí —repitió Meara.

—Y tanto Connor como yo supimos, mucho más jóvenes que tú, lo que éramos.

—Y aún así, forjasteis otros vínculos muy fuertes. Vuestro trabajo aquí, la tienda, su escuela de cetrería… y sus chapuzas. Y tú, Meara. No eres uno de los propietarios, pero sí un elemento esencial del negocio.

—Eso me gusta pensar.

—Es evidente que lo eres. Tanto Boyle como Fin respetan tu destreza y tu opinión, y confían en ellas. No creo que ninguno conceda su confianza a la ligera. Eso es lo que yo quiero. Forjar algo y ganarme el respeto, que la gente que importa sepa que puede confiar en mí. ¿Alguna de las dos quiere más que eso?

—Es bueno tener lo que dices —reflexionó Meara—. A mí no me importaría una olla de oro que lo acompañara.

—¿Qué harías con ella?

—Bueno, menuda pregunta. Creo que primero me compraría una buena casa. No tendría por qué ser elegante, solo una buena casa, con algo de tierra y un establo para poder tener uno o dos caballos propios.

—¿Un hombre no?

—¿Para qué? —preguntó Meara riendo—. ¿Para conservarlo o para divertirme?

—Para las dos cosas.

—Me quedo con la diversión; hace meses que no he disfrutado de semejante entretenimiento en mi vida. Pero no estoy interesada en algo permanente. Los hombres van y vienen —agregó mientras se acomodaba con su fragante té—. Exceptuando al dulce y nada imaginativo Sean, por lo que he visto. Es mejor no esperar ni desear que se queden, así no hay peligro.

—Pero el peligro significa que estás viva —replicó Iona—. Y yo quiero un hombre permanente, que me quiera tanto como yo a él. Quiero un amor salvaje y loco, la clase de amor que nunca se marchita. E hijos…, no solo uno…, y un perro, un caballo, una casa. Una familia grande y desordenada. ¿Y tú? —le preguntó a Branna.

—¿Que qué quiero yo? Vivir mi vida. Acabar con esta maldición que pende sobre todos nosotros y aplastar lo que queda de Cabhan.

—Eso no es algo solo para ti. Solo para ti, Branna —insistió Iona—. ¿Dinero, viajar, sexo? ¿Un hogar, una familia?

—Dinero suficiente para viajar a lugares exóticos y tener sexo loco con hombres exóticos. —Esbozó una sonrisa mientras se servía más té—. Con eso me apaño.

—Yo viajaré contigo. —Meara puso una mano sobre la de Branna—. Romperemos corazones por todo el mundo. Puedes unirte a nosotras si quieres —le dijo a Iona—. Veremos todas las maravillas y disfrutaremos de los placeres allá donde los encontremos. Luego puedes volver, escoger a aquel con quien quieres quedarte y fabricar niños. Yo construiré mi casa y mi establo, y Branna vivirá su vida como guste, libre de maldiciones.

—Estoy de acuerdo. —Branna alzó su taza en un brindis—. Solo tenemos que derrotar a un antiguo mal y obtener una enorme riqueza, y el resto son solo detalles.

—Ambas podríais disfrutar de todo ese sexo exótico ahora —protestó Iona—. No es difícil ligar con hombres cuando se tiene el aspecto de una diosa celta.

—Nos quedamos con ella —le dijo Meara a Branna—. Obra maravillas en mi ego.

—Es cierto. Branna parece salida de un cuento de hadas sin tan siquiera proponérselo y tú eres la viva estampa de una princesa guerrera. Los hombres deberían caer rendidos a vuestros pies.

La puerta se abrió, trayendo consigo la lluvia, así como a Connor, a Boyle y a Fin.

—No todos —murmuró Meara.

—Mirad lo que he traído a casa. —Connor se sacudió la lluvia del pelo como un perro mientras Kathel se aproximaba para saludar a los recién llegados—. Era traerlos aquí o construir una puñetera arca. ¿Tienes más té y galletas?

—Por supuesto. No me pongas el suelo perdido. Entonces ¿ha cerrado sus puertas el mundo de los negocios?

—Por hoy —le dijo Boyle a Branna—. Estábamos animando a Fin para que nos invitara a cenar, pero casi nos ahogamos mientras pensábamos adonde ir.

—Y aquí se está mejor. —Connor se acercó para tender las manos hacia el fuego—. Sobre todo si conseguimos convencer a alguien para que prepare un tanque de sopa.

—¿A alguien?

Connor se limitó a sonreírle a Branna.

—Y he pensado en mi queridísima hermana.

—Piensas en mí en la cocina demasiado a menudo.

—Pero se te da genial. —Se inclinó para darle un beso.

—Yo pelaré y picaré lo que necesites. Tú sabes pelar y picar, ¿no, Boyle?

Aquello era como invitar a Boyle a cenar, más o menos, estimó Iona.

—Sí que sé, sobre todo si con eso consigo cenar.

—Yo estoy dispuesta a ser una esclava de la cocina por una comida caliente en una noche como esta —agregó Meara—. ¿Qué dices tú, Fin?

Este continuó despojándose de la bufanda que llevaba al cuello.

—Lo que necesite o quiera Branna esta noche.

—Entonces será mejor que vaya a ver qué hay para preparar ese famoso tanque de sopa —adujo Branna.

Se levantó y salió por la puerta de atrás. El perro abandonó a Fin para seguirla a ella.

—Se sentirá más cómoda si yo me largo —repuso Fin.

—No vas a marcharte. —Una cierta ira teñía la voz de Connor—. No puede ser así, y ella lo sabe tan bien como tú. Te necesitamos. Les he contado a Fin y a Boyle lo que pasó hace unos días —le dijo a Iona.

—¿Qué pasó? —exigió Meara.

—Te lo contaré a ti también dentro de un momento. Pero sigue en pie, Fin. Te necesitamos, y ella lo entiende. Al final no dejará que la disputa entre vosotros se interponga.

—Puede que alguien deba contarme lo de esa disputa. —Iona apartó su té a un lado—. Puede que sea útil conocer todos los detalles en vez de intentar descifrarlo todo a partir de trozos.

Fin se acercó a la mesa, luego se tiró del cuello de su jersey.

—Esta es su marca, la marca que tu sangre puso en la mía. Yo la llevo y Branna no quiere ver más allá de ella. No quiere ver lo que ella es para mí ni lo que yo soy para ella.

Iona se levantó para examinarla de cerca. Un pentagrama, tal y como afirmaba la leyenda, y tan nítido y definido como un tatuaje.

—No parece un antojo, sino más bien una cicatriz o un tatuaje. ¿Naciste con ella?

—No. Se… manifestó mucho después. Tenía más de dieciocho años.

—¿Siempre lo has sabido?

—De dónde procedían mis poderes no, solo que los tenía. —Se colocó bien el jersey—. Eres firme, Iona.

—No en realidad, o no lo suficiente. Aún.

—Creo que ahí te equivocas. —Le alzó la cabeza poniéndole una mano bajo la barbilla—. Me parece que te mantienes firme cuando es más necesario. Ella necesitará ese temple de ti, y esa mente abierta.

—Connor dice que te necesitamos, y yo confío en él. Haré lo que pueda para que Branna también lo vea así.

—Estoy contigo. —Meara se levantó—. Dale unos minutos para que se tranquilice, pero no te atiborres de galletas. Branna hará lo que sea necesario, Fin, cueste lo que cueste.

—También yo.

Iona y Meara fueron hasta la casa por la parte de atrás, pasando por la despensa.

—Espera, una cosa antes de entrar. —La detuvo Iona—. ¿Qué pasó entre Fin y ella? No te lo pregunto por cotillear ni para traicionar la relación de hermandad, mucho menos una tan íntima como la que hay entre Branna y tú. Creo que lo sabes. Vaya, espero que lo sepas.

—Lo sé, y aún así sigue sin resultarme fácil contarte lo que ella no te ha contado. Estaban enamorados, locamente enamorados. Eran muy felices, aunque se pelearan y riñeran. Ella iba a cumplir diecisiete cuando estuvieron juntos por primera vez. Fue después de que estuvieran juntos cuando apareció la marca. Él no se lo contó. No sé si culparlo por eso, pero no le dijo nada. Y cuando Branna lo descubrió, se puso furiosa, pero sobre todo se quedó destrozada. Fin se puso a la defensiva, y también se quedó destrozado. Así que es una herida abierta entre ellos desde entonces. Doce años de carencias y confusión, y mucha desconfianza.

—Todavía se aman.

—El amor no ha sido suficiente para ninguno de ellos.

Debería serlo, pensó Iona. Siempre había creído que lo sería. Pero fue con Meara hacia la cocina para hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudar.

Podría haberse tratado de una reunión de amigos y familiares normal y corriente en una noche lluviosa. El pequeño fuego que crepitaba en el hogar de la cocina, con el perro grande roncando delante. El vino que Connor sacó, descorchó y sirvió de forma generosa en copas. Diligentes voluntarios pelando y cortando pequeños montoncitos de patatas y zanahorias, picando ajo y cebolla mientras la anfitriona se mantenía ocupada enharinando trozos de carne y dorándolos en una gran y resistente olla sobre el fogón. Los aromas brotaban para tentar con lo que estaba por llegar y las voces se mezclaban entre sí, todas hablando unas con otras o por encima de las demás.

Podría haberse tratado de una simple reunión, pensó Iona mientras cortaba zanahorias, y las partes en que así fue la animaron, le dieron mucho de lo que, según había terminado comprendiendo, había anhelado durante toda su vida, pero no era una simple reunión amistosa. Las corrientes subterráneas que se agitaban bajo la superficie eran letales.

A pesar de todo no quería arruinar el momento alterando esa superficie. Después de todo estaba pegada a Boyle —que sin duda tenía mejor mano que ella con el cuchillo de cocina— y este parecía más relajado ahí que cuando trabajaban juntos en los establos.

Y olía de forma maravillosa, a lluvia y a caballo.

Más valía no decir nada, decidió, que decir algo inapropiado. Así que observó y escuchó. Observó a Connor alargar una mano para enjugar una lágrima de la mejilla de Meara mientras ella picaba cebolla y captó el coqueto natural en el gesto de su mirada.

—Su fueras mía, mi adorada Meara —le dijo— prohibiría las cebollas en la casa para que jamás derramaras una sola lágrima.

—Si fuera tuya —replicó—, no solo las derramaría por picar cebolla.

Connor rió, pero Iona se quedó pensativa. Lo mismo le ocurrió cuando Fin llenó la copa de Branna y, a petición de ella, le pasó el aceite para la sartén. El tono educado de ambos seguía siendo tan rígido como su lenguaje corporal, pero por debajo —oh, sí, corrientes subterráneas por doquier— bullían tales pasiones, una emoción tan salvaje, que tendría que haber sido ciega y no tener corazón para no sentirlo.

Era Connor quien hacía que todo fluyera, pensó, realizando comentarios, preguntas, uniendo al grupo con incesante alegría y envolvente afecto.

Ese hombre le parecía casi irresistible. Así pues, ¿por qué Meara…?

—Lo estudias todo y a todos —intervino Boyle— como si fuera a haber un examen dentro de una hora. Y tu cerebro está lleno de preguntas y conclusiones.

—Siento que estoy en familia. —Soltó el primer pensamiento que surgió del enredo que había en su cabeza—. Es algo que siempre he deseado sentir, de lo que siempre he querido formar parte.

—Claro que estás en familia —le dijo Connor—. Y es tu familia.

—Eres generoso con la gente. Es tu naturaleza. No todo el mundo lo es, o al menos son más cautos antes de abrir la puerta. Yo soy la más reciente aquí, en muchos aspectos. Observar me proporciona un mejor sentido de esta familia. Incluso observar a Boyle pelar y picar mucho más deprisa y mejor que yo.

—Bueno, no es Branna O’Dwyer —medió Fin—, pero es un cocinero aceptable. Es solo una de las razones por las que Connor y yo lo toleremos.

—Si un hombre no sabe preparar unas cuantas cosas en una sartén, pasa hambre muy a menudo. Vamos, pon la palma de tu mano sobre la punta, los dedos levantados y sin ponerlos en medio. —Boyle asió la mano de Iona para enseñarle—. Y la otra en la empuñadura de forma que puedas utilizarla para manejar la hoja.

Ella dejó que guiara sus manos para cortar perfectas rodajas de zanahoria y agradeció la ligera presión del cuerpo de Boyle contra el suyo.

—Tendré que practicar —decidió Iona—. Y descubrir qué hacer con esto después de picarlo. Es muy probable que no tenga ocasión de invitarte a cenar. —Levantó la mirada y volvió la cabeza hacia él, captando la sorpresa reflejada en su rostro y el atisbo de vergüenza cuando la estancia se quedó en silencio—. Más vale que cocine Branna —prosiguió—. Tendré que dar con alguna otra forma de conseguir una cita contigo.

Al ver que Connor no conseguía disimular una risita con una tos, Iona se encogió de hombros.

—Familia —dijo Iona de nuevo—. Más aún, familia con el tipo de problema y objetivo mutuos que conlleva la posibilidad de que nos pateen el culo, o algo peor, mañana mismo o en cualquier otro momento. Así que imagino que no hay mucho tiempo para perder ni para andarnos por las ramas con aquello que podría hacernos felices. Hablando como alguien que ha vivido su vida siendo feliz a medias, me gustaría terminarla…, sobre todo teniendo en cuenta la posibilidad de que nos pateen el culo…, siendo lo más feliz posible.

Fin le brindó una sonrisa desde donde estaba, apoyado contra la encimera.

—Creo que ya estoy medio enamorado de ti —le dijo.

—No tienes medio corazón que entregar. —Entonces exhaló—. Bueno, veamos. ¿A quién más puedo avergonzar?

—No me has avergonzado —le dijo Fin—. Y en cuanto al amor, deirfiúr bheag, no tiene límites.

—Esa ha sido siempre mi esperanza. ¿Qué significa eso que me has llamado?

—Hermanita.

—Me gusta. Debería aprender gaélico. ¿Todos lo habláis?

—Branna, Connor y Fin. —Una vez hubo terminado de picar, Meara se acercó para lavarse las manos—. Boyle y yo sabemos lo suficiente para ir tirando, ¿no te parece, Boyle?

—Lo suficiente.

—¿Creéis que la magia es más poderosa en ese idioma? Lo siento —se apresuró a decir Iona—. No debería seguir sacando ese tema y aguar la fiesta. Y tampoco debería haberte puesto en semejante aprieto —le dijo a Boyle.

—Únicamente lo has desconcertado, ya que no está acostumbrado a una mujer que dice lo que piensa y expresa sus sentimientos sin rodeos. Connor —prosiguió Branna—, necesito una Guinness para el guiso, y diría que otra botella de vino para los demás. Y tienes razón, Iona, en hablar del resto. No podemos saber si nos queda un día o un año para enfrentarnos a lo que se avecina, pero la lógica dice que se acerca más a lo primero. Y dicho esto, me niego a que nos pateen el culo a ninguno de nosotros. Así que pongamos el guiso al fuego, bebamos más vino y hablemos de ello.

Se dio la vuelta, con el rostro sonrojado por el vapor; en sus ojos centelleaba una determinación tan feroz que Iona no podía creer que pudiera ser derrotada.

—Muy bien, pongámonos con esas verduras. No van a cocinarse solas.