Durante un largo rato nadie dijo nada. Harkat, Mr. Crepsley y yo mirábamos fijamente a Vancha, que mantenía la vista clavada en el suelo. Sobre nuestras cabezas, la Luna había desaparecido tras un espeso banco de nubes. Cuando finalmente se alejaron, Vancha empezó a hablar, como incitado por los rayos de la Luna.
—Mi verdadero nombre es Vancha Harst —dijo—. Me lo cambié cuando me convertí en vampiro. Gannen es uno o dos años más joven que yo… ¿o es al revés? Ha pasado tanto tiempo que no puedo recordarlo. Crecimos muy unidos. Lo hacíamos todo juntos…, incluso lo de unirnos a los vampanezes.
»El vampanez que nos convirtió era un hombre honesto y un buen maestro. Nos dijo exactamente cómo iba a ser nuestra vida. Nos explicó sus costumbres y creencias, cómo sé consideraban a sí mismos guardianes de la historia al mantener viva la memoria de aquellos de los que bebían».
Si un vampiro o un vampanez bebe toda la sangre de una persona, absorbe parte de su espíritu y sus recuerdos.
—Nos dijo que los vampanezes mataban cuando bebían, pero lo hacían rápido y sin dolor.
—¿Y eso hace que esté bien? —resoplé.
—Para los vampanezes, sí —respondió Vancha.
—¿Cómo puedes…? —dije, a punto de estallar.
Mr. Crepsley me detuvo con un suave gesto de la mano.
—No es momento para debates morales. Deja hablar a Vancha.
—No hay mucho más que contar —dijo Vancha—. Gannen y yo fuimos convertidos en semi-vampanezes. Servimos juntos durante unos años como asistentes. Yo no podía acostumbrarme a matar. Así que lo dejé.
—¿Así de sencillo? —inquirió Mr. Crepsley con escepticismo.
—No —repuso Vancha—. Los vampanezes normalmente no permiten que sus asistentes sigan vivos si deciden apartarse del clan. Ningún vampanez mataría a uno de los suyos, pero esa ley no se aplica a un semi-vampanez. Mi maestro debería haberme matado cuando le dije que quería irme.
»Gannen me salvó. Suplicó por mi vida. Como eso no dio resultado, le dijo a nuestro maestro que tendría que matarlo a él también. Al final me perdonó la vida, pero me advirtió que evitara encontrarme con cualquier vampanez en el futuro, incluyendo a Gannen, a quien nunca he vuelto a ver hasta esta noche.
»Viví miserablemente durante varios años. Intenté alimentarme a la manera de los vampiros, sin matar a aquellos de los que me nutría, pero la sangre de vampanez ejerce un poderoso influjo. Perdía el control cuando me alimentaba, y mataba a mi pesar. Al final, decidí no seguir alimentándome, y dejarme morir. Fue entonces cuando conocí a Paris Skyle, y me tomó como discípulo».
—¿Paris te convirtió? —preguntó Mr. Crepsley.
—Sí.
—¿Aun sabiendo lo que eras?
Vancha asintió.
—¿Pero cómo puede alguien convertirse en vampiro si ya ha sido convertido en vampanez? —pregunté yo.
—Es posible si no te han convertido por completo —dijo Mr. Crepsley—. Un semi-vampiro puede convertirse en vampanez, y viceversa, pero es peligroso y rara vez se intenta. Sólo sé de otros tres casos… y dos acabaron con la muerte, tanto la del donante como la del receptor.
—Paris conocía el riesgo —dijo Vancha—, pero no me dijo nada hasta después. Yo no hubiera accedido a ello si hubiera sabido que su vida correría peligro.
—¿Qué tenía que hacer? —preguntó Harkat.
—Tomar mi sangre y darme la suya, como en cualquier conversión corriente —respondió Vancha—. La única diferencia fue que la mitad de mi sangre era de vampanez, y por lo tanto, venenosa para los vampiros. Paris tomó mi sangre contaminada, y las defensas naturales de su cuerpo la anularon y la volvieron inofensiva. Aunque podría haberle matado fácilmente, como su sangre podría haberme matado a mí. Pero nos acompañó la suerte de los vampiros… Ambos sobrevivimos, aunque sufrimos una gran agonía.
»Con mi sangre de vampanez transformada por la sangre de Paris, fui capaz de controlar mis impulsos alimenticios. Aprendí bajo la supervisión de Paris, y cuando llegó el momento, me entrené para convertirme en General. Mi vinculación con los vampanezes no fue revelada a nadie, excepto a los otros Príncipes».
—¿Ellos aprobaron tu conversión? —inquirió Mr. Crepsley.
—Después de haberme probado a mí mismo muchas veces…, sí. Les preocupaba Gannen. Temían que mi lealtad se dividiera si volvía a encontrarme con él, como ha ocurrido esta noche… Pero me aceptaron, y prometieron mantener en secreto mi verdadera historia.
—¿Y a mí por qué no me contaron nada de ti? —pregunté.
—De haber ido yo a la Montaña de los Vampiros mientras tú estabas allí, te lo habrían contado. Pero es de mala educación hablar de alguien que no está presente.
—Esto es condenadamente frustrante —gruñó Mr. Crepsley—. Comprendo que no nos hayas hablado de esto antes, pero si lo hubiéramos sabido, habría ido yo a por tu hermano, dejando que te ocuparas de aquel gigante en el bosque.
—¿Cómo iba a saberlo? —Vancha sonrió débilmente—. No le vi la cara hasta que me acerqué a él para matarlo. Era la última persona que esperaba encontrarme.
Detrás de nosotros, Evanna surgió de entre los árboles. Sus manos estaban rojas por la sangre de los vampanezes muertos. Llevaba algo. Cuando se acercó más, me di cuenta de que era mi pulgar perdido.
—Encontré esto —dijo, lanzándomelo—. Pensé que querrías recuperarlo.
Cogí el pulgar y miré el muñón de donde había sido cortado. No había sido consciente del dolor mientras escuchaba hablar a Vancha, pero ahora el latido se intensificó.
—¿Podemos coserlo? —pregunté, con una mueca de dolor.
—Es posible —dijo Mr. Crepsley, examinando el muñón y el pulgar—. Lady Evanna, tú tienes poder para juntárselo inmediatamente y sin sufrimiento, ¿verdad?
—Así es —reconoció Evanna—, pero no pienso hacerlo. Los fisgones no merecen favores especiales. —Meneó un dedo ante mí—. Deberías haber sido espía, Darren. —Era difícil discernir si estaba enfadada o de broma.
Vancha tenía hilo y una aguja hecha con una espina de pez, y mientras Mr. Crepsley me sostenía el pulgar en su sitio, el Príncipe lo cosió, aunque su pensamiento estuviera en otra parte. El dolor era tremendo, pero me limité a mirar a otro lado y a apretar los dientes. Cuando estuvo cosido, los vampiros frotaron la juntura con su saliva para acelerar el proceso de cicatrización, atando prietamente el pulgar a mis dedos con una correa, para que el hueso pudiera soldarse, y me dejaron así.
—No podemos hacer más —dijo Mr. Crepsley—. Si se infecta, volveremos a cortarlo y tendrás que pasarte sin él.
—Está derecho —gruñí—. Hay que verle el lado bueno.
—Es culpa mía que te lo hayan cortado —dijo Vancha amargamente—. Debería haber antepuesto el deber a la familia. No merezco vivir.
—¡Tonterías! —refunfuñó Mr. Crepsley—. Un hombre que golpea a un hermano no es un hombre. Hiciste lo que habría hecho cualquiera de nosotros. Fue mala suerte que te encontraras con él, pero tu error no ha traído consecuencias, y pienso que…
El repentino estallido de risa de Evanna lo cortó en seco. La bruja reía salvajemente, como si él acabara de contar un chiste genial.
—¿He dicho algo gracioso? —inquirió Mr. Crepsley, perplejo.
—¡Oh, Larten, si tú supieras…! —respondió ella entre chillidos.
Él alzó una ceja mirándonos a Vancha, Harkat y a mí.
—¿De qué se ríe?
Ninguno de nosotros lo sabía.
—No importa de qué se ríe —dijo Vancha, avanzando hacia la bruja para enfrentarla—. Lo que yo quiero saber es qué estaba haciendo aquí, en primer lugar, y por qué conspiraba con el enemigo mientras fingía ser nuestra aliada.
Evanna dejó de reír y se encaró con Vancha. Creció mágicamente hasta alzarse sobre él como una cobra enroscada, pero el Príncipe no se arredró. La actitud amenazadora fue cediendo gradualmente en ella, y regresó a su forma habitual.
—Nunca afirmé ser vuestra aliada, Vancha —dijo—. Viajé y partí el pan con vosotros… pero nunca dije que estuviera de vuestra parte.
—¡Eso significa que estás de la suya! —gruñó él.
—No estoy de parte de nadie —replicó ella fríamente—. No me interesa la división entre vampiros y vampanezes. Para mí sois sólo unos chiquillos tontos y pendencieros, que una noche entrarán por fin en razón y dejarán de escupirse furiosamente unos a otros.
—Interesante perspectiva —comentó Mr. Crepsley con ironía.
—No lo entiendo —dije yo—. Si no está de su parte, ¿qué hacía con ellos?
—Conversar —respondió—. Valorar sus puntos de vista, como hice con vosotros. Me senté con los cazadores y les escuché. Ahora he hecho lo mismo con la presa. Acabe como acabe la Guerra de las Cicatrices, tendré que tratar con los vencedores. Es bueno conocer de antemano el calibre de aquellos a los que estará ligado tu futuro.
—¿Alguien puede encontrarle un sentido a todo esto? —preguntó Vancha.
Evanna sonrió con satisfacción, disfrutando con nuestra confusión.
—¿Está bien visto que unos combativos caballeros lean novelas de misterio? —preguntó. Nos quedamos mirándola inexpresivamente—. Pues si lo habéis hecho, ya deberías imaginaros qué está pasando.
—¿Alguna vez has golpeado a una mujer? —le preguntó Vancha a Mr. Crepsley.
—No —dijo este.
—Yo voy a hacerlo —gruñó Vancha.
—Calma. —La bruja emitió una risita tonta y luego se puso seria—. Si tenéis algo valioso, y otros lo están buscando, ¿cuál sería el mejor lugar para ocultarlo?
—Si esta tontería continúa… —advirtió Vancha.
—No es una tontería —dijo Evanna—. Hasta los humanos conocen la respuesta.
Pensamos en ello en silencio. Entonces, yo levanté la mano, como en el colegio, y dije:
—¿En el exterior, a la vista de todos?
—Exactamente —aplaudió Evanna—. La gente que busca (o que caza) raramente encuentra lo que está buscando si se halla justamente frente a ellos. Es habitual pasar por alto lo más obvio.
—¿Qué tiene eso que ver con…? —empezó Mr. Crepsley.
—El hombre de la toga… no era un sirviente —lo interrumpió Harkat con voz lúgubre. Volvimos la cabeza, inquisitivamente—. Eso fue lo que pasamos por alto…, ¿verdad?
—Precisamente —dijo la bruja, y ahora, en su voz había un deje de simpatía—. Al vestirle y tratarle como a un sirviente (como han estado haciendo desde que emprendieron el camino), los vampanezes sabían que sería el último objetivo a por quien alguien iría en caso de ser atacados.
Evanna levantó cuatro dedos, dobló lentamente el índice y dijo:
—Tu hermano no huyó porque tuviera miedo, Vancha. Huyó para salvar la vida del hombre al que estaba protegiendo… El falso sirviente… ¡El Señor de los Vampanezes!