Retirándome a hurtadillas, abandoné el bosquecillo. Al no ver guardias, volví al Cirque du Freak a todo correr, sin detenerme a tomar aliento ni a pensar. Llegué al campamento diez minutos después, tras haber corrido tan deprisa como mis poderes lo permitían.
La función ya había comenzado, y Mr. Crepsley estaba de pie en lo que solía ser la sacristía de la iglesia, viendo a Rhamus Dostripas comerse un neumático. Estaba muy elegante con su traje rojo, y se había frotado con sangre la cicatriz que surcaba el lado izquierdo de su rostro para atraer la atención sobre ella, haciéndole parecer más misterioso de lo habitual.
—¿Dónde has estado? —exclamó cuando entré, jadeando—. Te he buscado por todas partes. Pensaba que tendría que actuar solo. Truska ya tiene listo tu traje de pirata. Si nos damos prisa, podremos…
—¿Dónde está Vancha? —pregunté con voz ahogada.
—Andará enfurruñado en alguna parte —respondió, riendo entre dientes—. Aún no ha…
—¡Larten! —le interrumpí. Él se detuvo, alarmado, porque raramente le llamaba por su nombre—. Olvide la función. Tenemos que encontrar a Vancha. ¡Ya!
No hizo preguntas. Le dijo a un tramoyista que informara a Mr. Tall de su retirada del programa, y me condujo fuera para ir en busca de Vancha. Lo encontramos con Harkat en la tienda que la Personita compartía conmigo. Le estaba enseñando a Harkat a lanzar los shuriken. A Harkat le resultaba difícil: sus dedos eran demasiado grandes para coger con facilidad las pequeñas estrellas.
—Mira quién está aquí —se mofó Vancha cuando entramos—. El rey de los payasos y su ayudante favorito. ¿Cómo va la función, chicos?
Bajé el faldón de la tienda y me senté en cuclillas. Vancha vio la seria expresión de mis ojos y recogió sus shuriken. Rápida y calmadamente, les conté lo que había ocurrido. Hubo una pausa cuando acabé, rota por Vancha al prorrumpir en una cáustica retahíla de maldiciones.
—¡No deberíamos haber confiado en ella! —gruñó Vancha—. Las brujas son traicioneras por naturaleza. Probablemente esté vendiéndonos a los vampanezes mientras hablamos.
—Lo dudo —dijo Mr. Crepsley—. A Evanna no le haría falta la ayuda de los vampanezes si pretendiera hacernos daño.
—¿Te crees que ella fue allí a hablar con las ranas? —ladró Vancha.
—No sé de qué estarían hablando, pero no creo que nos esté traicionando —dijo Mr. Crepsley obstinadamente.
—Tal vez deberíamos preguntarle a Mr. Tall —sugirió Harkat—. Por lo que dijo Darren, él sabía lo que Evanna… se proponía. Quizá nos lo diga.
Vancha miró a Mr. Crepsley.
—Es tu amigo. ¿Lo intentamos?
Mr. Crepsley meneó la cabeza.
—Si Hibernius supiera que estamos en peligro, y estuviera en su mano avisarnos o ayudarnos, lo habría hecho.
—Muy bien —dijo Vancha, sonriendo lúgubremente—. Tendremos que encargarnos nosotros de ellos. —Y se levantó, comprobando su reserva de shuriken.
—¿Vamos a ir a luchar con ellos? —pregunté, sintiendo un retortijón en las tripas.
—¡No vamos a quedarnos aquí sentados, esperando que vengan a atacarnos! —respondió Vancha—. El elemento sorpresa es vital. Mientras lo tengamos a nuestro favor, debemos aprovecharlo.
Mr. Crepsley parecía preocupado.
—Quizá no pretenden atacarnos —dijo—. Llegamos anoche. Ellos no podían saber que veníamos. Puede que su presencia aquí no tenga nada que ver con nosotros.
—¡Tonterías! —aulló Vancha—. ¡Están aquí para matarnos, y si no atacamos primero, caerán sobre nosotros antes…!
—Yo no estoy tan seguro —murmuré—. Ahora que lo pienso, no estaban en guardia, ni nerviosos, como lo habrían estado si se estuvieran preparando para luchar.
Vancha maldijo un poco más, y volvió a sentarse.
—De acuerdo. Digamos que no vienen a por nosotros. Quizá sea una coincidencia y no sepan que estamos aquí. —Se inclinó hacia delante—. ¡Pero lo sabrán en cuanto Evanna haya terminado de ponerlos al corriente!
—¿Crees que ella les hablaría de nosotros? —pregunté.
—Tendríamos que ser idiotas para arriesgarnos. —Se aclaró la garganta—. Por si lo has olvidado, estamos en guerra. No tengo nada personal contra nuestros hermanos de sangre, pero son nuestros enemigos y no debemos mostrarles compasión. Digamos que esos vampanezes y su sirviente no tienen nada que ver con nuestra presencia aquí. ¿Y qué? Nuestro deber es entablar batalla con ellos y eliminarlos.
—Eso es asesinato, no autodefensa —dijo Harkat en voz baja.
—Sí —reconoció Vancha—. ¿Pero preferirías que les permitiéramos seguir matando a los nuestros? Nuestra búsqueda del Lord Vampanez tiene prioridad sobre todo lo demás, pero si se nos presenta la oportunidad de cargarnos a unos cuantos vampanezes vagabundos por el camino, seríamos unos estúpidos (¡unos traidores!) si no la aprovecháramos.
Mr. Crepsley lanzó un suspiro.
—¿Y Evanna? ¿Y si se pone de parte de los vampanezes?
—Entonces lucharemos con ella también —suspiró Vancha.
—¿Crees que tendríamos alguna oportunidad contra ella? —respondió Mr. Crepsley, sonriendo levemente.
—No. Pero sé cuál es mi deber. —Vancha se levantó, y esta vez mantuvo su postura—. Voy a ir a matar vampanezes. Si queréis, podéis venir. Si no… —Se encogió de hombros.
Mr. Crepsley me miró.
—¿Tú qué opinas, Darren?
—Vancha tiene razón —dije despacio—. Si los dejamos ir, y más tarde matan vampiros, será culpa nuestra. Además, hay algo que estamos pasando por alto: el Señor de los Vampanezes. —Mr. Crepsley y Vancha me miraron fijamente—. Nuestros caminos están destinados a cruzarse, pero creo que tenemos que ir a buscar ese destino. Tal vez esos vampanezes sepan dónde está, o dónde estará. Dudo que sea una coincidencia que estemos aquí al mismo tiempo que ellos. Esta puede ser la forma en que el destino nos conduzca a él.
—Un sólido argumento —dijo Vancha.
—Quizás. —Mr. Crepsley no parecía muy convencido.
—¿Recuerda las palabras de Mr. Tiny? —dije—. Seguir a nuestro corazón. Y mi corazón me dice que debemos enfrentarnos a esos vampanezes.
—El mío también —dijo Harkat tras un momento de vacilación.
—Y el mío —añadió Vancha.
—Creí que no tenías corazón —murmuró Mr. Crepsley, y se levantó—. Pero el mío también pide esa confrontación, aunque mi cabeza no esté de acuerdo. Iremos.
Vancha esbozó una amplia sonrisa sedienta de sangre y palmeó la espalda de Mr. Crepsley, y sin más que añadir, nos alejamos furtivamente en la noche.
***
En el bosquecillo trazamos nuestros planes.
—Nos acercaremos a ellos desde cuatro ángulos diferentes —dijo Vancha, poniéndose al mando—. De esa forma, les haremos creer que somos más.
—Son nueve en total —señaló Mr. Crepsley—, incluyendo a Evanna. ¿Cómo nos los repartimos?
—Dos vampanezes para ti, dos para mí, dos para Harkat, y para Darren, el séptimo y el sirviente… que probablemente es un semi-vampanez o un vampcota, así que no le causará demasiados problemas.
—¿Y Evanna? —preguntó Mr. Crepsley.
—Podemos ir todos a por ella al final —sugirió Vancha.
—No —decidió Mr. Crepsley—. Yo me ocuparé de ella.
—¿Estás seguro?
Mr. Crepsley asintió.
—Entonces, sólo nos queda separarnos y tomar posiciones. Situaros lo más cerca que podáis. Yo os daré la señal, lanzando un par de shuriken. Apuntaré a los brazos y las piernas. En cuanto oigáis gritos y maldiciones… dadles duro.
—Las cosas serían mucho más sencillas si apuntaras a sus gargantas o a sus cabezas —comenté.
—Yo no lucho de esa manera —gruñó Vancha—. Sólo los cobardes matan a sus adversarios sin enfrentarse a ellos cara a cara. Si tengo que hacerlo (como cuando maté al vampcota que tenía una granada), lo haré, pero prefiero luchar limpiamente.
Los cuatro nos separamos y rodeamos los árboles, penetrando en el bosquecillo desde cuatro puntos diferentes. Me sentí vulnerable y pequeño al encontrarme solo en el bosque, pero deseché rápidamente esa sensación y me concentré en mi misión.
—Que los dioses de los vampiros nos guíen y nos protejan —murmuré en voz baja antes de avanzar, desenvainando la espada.
Los vampanezes y Evanna aún estaban en el claro del corazón de la arboleda, hablando en voz baja. La Luna se había abierto paso a través de las nubes, y aunque las ramas impedían que entrara la mayor parte de su luz, la zona estaba ahora más iluminada que cuando había estado yo momentos antes.
Avanzando con cuidado, llegué tan cerca de los vampanezes como me atreví, me detuve detrás de un grueso tronco y esperé. Todo estaba silencioso a mi alrededor. Había pensado que Harkat podría alertarles de nuestra presencia, ya que no podía moverse tan silenciosamente como un vampiro, pero la Personita tuvo mucho cuidado y no hizo ruido.
Empecé a contar mentalmente, en silencio. Iba por noventa y seis cuando se oyó un agudo silbido a lo lejos, a mi izquierda, seguido de un chillido asustado. Menos de un segundo después, otro silbido y otro grito. Empuñando con fuerza mi espada, rodeé el árbol y me lancé hacia delante, rugiendo como un salvaje.
Los vampanezes reaccionaron velozmente, y ya estaban de pie, armas en mano, cuando llegué hasta ellos. Aunque era rápidos, Mr. Crepsley y Vancha lo fueron más, y mientras yo cruzaba mi espada con la de un vampanez alto y musculoso, con un shuriken plateado clavado en la espinilla, vi a Mr. Crepsley abrir de un tajo el estómago y el pecho de uno de nuestros oponentes, matándole instantáneamente, mientras el pulgar de Vancha se hundía en el ojo de otro, que cayó al suelo, aullando.
Tuve tiempo suficiente para fijarme en que el hombre del suelo no tenía la piel púrpura como los demás (¡un vampcota!), y luego me concentré en el vampanez que tenía frente a mí. Me sacaba por lo menos dos cabezas de altura, y era más corpulento y más fuerte que yo. Pero el tamaño, como me habían enseñado en la Montaña de los Vampiros, no lo era todo, y mientras él arremetía contra mí dando golpes salvajes, yo lanzaba estocadas y fintaba, cortándole por aquí, pinchándole por allá, haciéndole sangrar, enfureciéndole, socavando su precisión y su ritmo, haciéndole dar vueltas erráticamente.
Mientras esquivaba uno de sus golpes, alguien tropezó conmigo por detrás y me hizo caer al suelo. Giré velozmente sobre mí mismo, me incorporé de un salto y vi caer a un vampanez con el rostro ensangrentado, jadeando sin aliento. Harkat Mulds lo contemplaba, con un hacha teñida de rojo en la mano izquierda y el brazo derecho herido, colgando inerte sobre el costado.
El vampanez que me había estado atacando centró ahora su atención en Harkat. Con un rugido, intentó golpear la cabeza de la Personita. Harkat levantó el hacha justo a tiempo, interceptando la trayectoria de la espada por encima de su objetivo, y luego retrocedió, instando al vampanez a que avanzara.
Miré rápidamente a mi alrededor, tomando nota de la situación. Tres de nuestros cuatro adversarios habían caído, aunque el vampcota que había perdido el ojo pugnaba por conseguir una espada y parecía dispuesto a entrar nuevamente en acción. Mr. Crepsley se batía con un vampanez partidario de los cuchillos, y los dos giraban asestándose cuchilladas el uno al otro como un par de vertiginosos bailarines. Vancha estaba muy ocupado con un bruto enorme que esgrimía un hacha. El hacha era dos veces más grande que la de Harkat, pero la balanceaba entre sus inmensos dedos como si no pesara nada. Vancha sudaba y sangraba por un corte en la cintura, pero no cedía terreno.
Frente a mí, el séptimo vampanez (alto, esbelto, de rostro afable, cabello largo atado en una coleta, y vestido con un traje de color verde claro) y el sirviente encapuchado observaban la pelea. Ambos empuñaban largas espadas y estaban preparados para huir si les parecía que la batalla estaba perdida, o, en caso contrario, tomar parte en ella para terminarla. Tácticas tan cínicas me repugnaban, y, sacando un cuchillo, lo envié con un zumbido a la cabeza del sirviente, que no era mucho mayor que yo.
El hombre bajito de la toga vio el cuchillo y apartó la cabeza de su trayectoria. Por su velocidad, supe que debía ser una criatura de la noche: ningún ser humano podría haberse movido con tanta rapidez.
El vampanez que estaba junto al sirviente frunció el ceño cuando me vio sacar otro cuchillo, se quedó quieto un instante y luego se lanzó a través del claro antes de que yo tuviera tiempo de apuntar. Dejé caer el cuchillo y levanté mi espada, desviando su ataque, pero a duras penas conseguí alzarla a tiempo de desviar el segundo. Era rápido y estaba bien entrenado en las técnicas de combate. Y yo estaba en problemas.
Me alejé del vampanez, protegiéndome lo mejor que pude. La punta de su espada se convirtió en una mancha borrosa mientras atacaba, y aunque yo me defendía hábilmente, su hoja no tardó en alcanzarme. Sentí cómo me abría una herida en lo alto del brazo izquierdo… Un profundo corte en el muslo derecho… Un arañazo irregular sobre mi pecho…
Me apoyé contra un árbol y la manga del brazo derecho se enganchó de una rama. El vampanez me lanzó una estocada a la cara. Pensé que había llegado el fin, pero entonces mi brazo quedó libre, y mi espada bloqueó a la suya y la dirigió hacia el suelo. Empujé hacia abajo con mi espada, esperando conseguir que mi adversario soltara su arma, pero era demasiado fuerte e hizo subir su espada con un suave movimiento inverso. Su hoja se deslizó a lo largo de la mía, provocando una lluvia de chispas. La movió tan rápido y con tanta fuerza, que en lugar de desviarse al llegar a la empuñadura de mi espada, cortó limpiamente la carcasa dorada… ¡y la carne y el hueso de mi sobresaliente pulgar!
Lancé un chillido mientras mi pulgar salía disparado hacia la oscuridad. Mis dedos soltaron la espada y caí, indefenso. El vampanez miró a su alrededor con indiferencia, descartándome como amenaza. Mr. Crepsley estaba ganando la guerra de los cuchillos: la cara de su oponente estaba hecha jirones. Harkat había superado la desventaja de tener un brazo herido y hundió profundamente el hacha en el estómago de su vampanez… que aunque rugió y siguió luchando con valor, estaba irremediablemente perdido. Vancha forcejeaba con su oponente, pero se defendía, y cuando Mr. Crepsley o Harkat acudieran en su ayuda, su fuerza combinada sería suficiente para acabar con el gigante. El vampcota que había perdido un ojo estaba de pie, espada en mano, pero no lograba mantenerse firme y no supondría ninguna amenaza.
Mientras todo esto ocurría, Evanna permanecía sentada en el suelo, con una expresión neutral en su rostro, sin tomar parte en la pelea.
Estábamos ganando, y el vampanez del traje verde lo sabía. Gruñendo, apuntó una vez más a mi cabeza (planeando cortármela de un limpio tajo en el cuello), pero rodé fuera de su alcance, hacia un montón de hojas. En lugar de seguirme para acabar conmigo, dio media vuelta y echó a correr hacia donde esperaba el sirviente de la toga, cogió una espada caída en el suelo y huyó velozmente entre los árboles, empujando al sirviente delante de él.
Me incorporé, gimiendo de dolor, y, rechinando los dientes, recogí el cuchillo que había dejado caer, y fui a ayudar a Harkat a terminar con su vampanez. No era noble clavarle un cuchillo en la espalda a un guerrero, pero sólo pensaba en poner fin a la batalla, y no sentí compasión por el vampanez cuando se quedó rígido y se derrumbó, con mi acero profundamente hundido entre los omóplatos.
Mr. Crepsley ya había despachado al vampanez de los cuchillos, y tras encargarse del vampcota tuerto (un rápido corte en la garganta), se dispuso a ir en ayuda de Vancha. Fue entonces cuando Evanna se levantó y lo llamó.
—¿También vas a levantar tus cuchillos contra mí, Larten?
Mr. Crepsley vaciló, con los cuchillos en alto. Entonces abandonó su actitud agresiva y dobló una rodilla ante ella.
—No, Señora —suspiró—. No lo haré.
—Entonces, yo no levantaré mi mano contra ti —dijo ella, y empezó a ir de un vampanez muerto a otro, arrodillándose junto a ellos, haciendo el signo del toque de la muerte, susurrando:
—Hasta en la muerte saldrás triunfante.
Mr. Crepsley se puso en pie y observó a Vancha mientras este se batía con el más grande de los vampanezes.
—Por los pelos, Alteza —observó secamente, cuando la enorme hacha de guerra del gigante estuvo a punto de arrancarle el cuero cabelludo a Vancha. En respuesta, Vancha honró a Mr. Crepsley con una de sus palabrotas más groseras—. ¿Te sentirías ofendido si te ofreciera mi ayuda, Alteza? —preguntó Mr. Crepsley cortésmente.
—¡No os quedéis ahí, daos prisa! —gruñó Vancha—. ¡Esos dos se escapan! ¡Tenemos que…! ¡Por las entrañas de Charna! —gritó, evitando nuevamente por los pelos que el hacha alcanzara su cabeza.
—Harkat, quédate conmigo —dijo Mr. Crepsley, avanzando para interceptar al gigante—. Darren, ve con Vancha a por los otros.
—De acuerdo —respondí. No mencioné el hecho de haber perdido un pulgar. Tales consideraciones no tenían relevancia en el calor de una batalla a vida o muerte.
Mientras Mr. Crepsley y Harkat distraían al gigante, Vancha se dio la vuelta, haciendo una pausa para recuperar el aliento. Luego me indicó con la cabeza que lo siguiera mientras echaba a correr tras el vampanez y el sirviente. Me mantuve cerca de él, chupándome el ensangrentado muñón donde había estado mi pulgar, y sacando un cuchillo de mi cinturón con la mano izquierda. Al salir de la arboleda, vimos a la pareja más adelante. El sirviente iba subido a la espalda del vampanez: era evidente que se disponían a corretear.
—¡No, no lo haréis! —rugió Vancha, y arrojó un oscuro shuriken.
Alcanzó al sirviente por encima del omóplato derecho. Este chilló y cayó de la espalda del vampanez. El vampanez se volvió, se detuvo para recoger a su camarada caído, y al ver a Vancha acercarse, se puso en pie de un salto, desenvainó la espada y fue a su encuentro. Yo me quedé atrás, sin querer interponerme en el camino de Vancha, vigilando al sirviente caído, a la espera de ver cómo se desarrollaba el combate.
Vancha estaba casi en el radio de alcance del vampanez cuando se detuvo en seco, como si le hubieran herido. Pensé que le habían alcanzado con algo (un cuchillo o una flecha), pero no parecía estar herido. Sólo estaba quieto, con los brazos extendidos, mirando fijamente al vampanez. Este también se había quedado inmóvil, con los ojos rojos muy abiertos y una expresión incrédula en su rostro de oscuro color púrpura. Entonces bajó la espada, la devolvió a su vaina, se dio la vuelta y recogió al sirviente.
Vancha no hizo nada para detenerle.
Detrás de mí, oí a Mr. Crepsley y Harkat salir de la arboleda. Corrieron hacia nosotros y se detuvieron junto a mí al ver cómo escapaba el vampanez, mientras Vancha permanecía inmóvil, mirándolo.
—¿Pero qué…? —empezó a decir Mr. Crepsley, pero entonces el vampanez alcanzó la velocidad del correteo y desapareció.
Vancha se volvió hacia nosotros, y se dejó caer al suelo. Mr. Crepsley soltó una palabrota (no tan grosera como el anterior exabrupto de Vancha, pero casi) y enfundó sus cuchillos con disgusto.
—¡Los has dejado escapar! —exclamó. Avanzó a zancadas y se detuvo junto a Vancha, mirándole con abierto desprecio—. ¿Por qué? —gruñó, cerrando los puños.
—No pude detenerle —susurró Vancha, bajando los ojos.
—¡Ni siquiera lo intentaste! —rugió Mr. Crepsley.
—No podía luchar con él —dijo Vancha—. Siempre he temido que llegara esta noche. Rezaba para que no ocurriera, pero una parte de mí sabía que sucedería.
—¡Dices cosas sin sentido! —exclamó Mr. Crepsley—. ¿Quién era ese vampanez? ¿Por qué le dejaste escapar?
—Su nombre es Gannen Harst —dijo Vancha en voz baja y quebrada. Y cuando alzó la mirada, había lágrimas brillando en sus ojos—. Es mi hermano.