CAPÍTULO 16

Mr. Crepsley logró servirse de los pensamientos de Mr. Tall para ubicar la posición del Cirque du Freak. El circo ambulante se encontraba relativamente cerca, y sólo tardaríamos tres semanas en alcanzarlo si apretábamos el paso.

Al cabo de una semana, volvimos a toparnos con la civilización. Una noche, al pasar por un pequeño pueblo, le pregunté a Mr. Crepsley por qué no cogíamos el autobús o el tren, que nos llevarían al Cirque du Freak mucho más rápido.

—Vancha no aprueba los medios de transporte humanos —dijo—. Nunca ha ido en coche ni en tren.

—¿Nunca? —le pregunté al Príncipe descalzo.

—Para mí, un coche no merece ni un escupitajo —dijo él—. Son cosas horribles. La forma, el ruido, el olor… —Se estremeció.

—¿Y los aviones?

—Si los dioses de los vampiros hubieran querido que voláramos —dijo—, nos habrían dado alas.

—¿Y usted, Evanna? —preguntó Harkat—. ¿Nunca ha volado?

—Sólo en escoba —respondió ella, y no supe si bromeaba o no.

—¿Y tú, Larten? —inquirió Harkat.

—Una vez, hace tiempo, cuando los hermanos Wright empezaban a lograrlo. —Hizo una pausa—. Se estrelló. Afortunadamente, no volaba muy alto, así que no resulté gravemente herido. Pero estos nuevos artilugios, que planean por encima de las nubes… Creo que no.

—¿Le dan miedo? —dije, con una sonrisa de suficiencia.

—El gato escaldado del agua fría huye —replicó.

Éramos un grupo extraño, sin duda. No teníamos casi nada en común con los seres humanos. Estos eran criaturas de la era tecnológica, mientras que nosotros pertenecíamos al pasado: los vampiros no saben nada de computadoras, antenas parabólicas, hornos de microondas, ni ninguna otra de esas comodidades modernas; viajábamos a pie la mayor parte del tiempo, teníamos gustos y placeres sencillos, y cazábamos como los animales. Mientras los humanos enviaban aeroplanos a librar sus guerras y peleaban oprimiendo botones, nosotros combatíamos con espadas o con nuestras propias manos. Los vampiros y los humanos podíamos compartir el mismo planeta, pero vivíamos en mundos distintos.

***

Desperté una tarde al escuchar los gemidos de Harkat. Tenía otra pesadilla y se agitaba febrilmente sobre la orilla cubierta de hierba donde se había quedado dormido. Me incliné hacia él para despertarle.

—Quieto —dijo Evanna.

La bruja se hallaba en las ramas más bajas de un árbol, observando a Harkat con indecoroso interés. Una ardilla exploraba su larga cabellera, y otra mordisqueaba las cuerdas que utilizaba como vestimenta.

—Está sufriendo una pesadilla —dije.

—¿Las tiene a menudo?

—Casi cada vez que duerme. Se supone que debo despertarle cuando oigo que tiene alguna. —Me incliné dispuesto a sacudirlo.

—Quieto —repitió Evanna, saltando al suelo. Se acercó arrastrando los pies y tocó la frente de Harkat con los tres dedos centrales de la mano derecha. Cerró los ojos y permaneció así un minuto. Luego los abrió y apartó la mano.

—Dragones —dijo—. Malos sueños. Se acerca la hora de que lo comprenda todo. ¿Desmond no le dijo a Harkat que podía revelarle quién fue en su vida anterior?

—Sí, pero Harkat prefirió venir con nosotros, en busca del Lord Vampanez.

—Noble, pero estúpido —murmuró.

—Si usted le dijera quién fue, ¿cesarían las pesadillas?

—No. Debe descubrir la verdad por sí mismo. Empeoraría las cosas si me entrometo. Pero hay una forma de hacer que deje de sufrir temporalmente.

—¿Cómo? —pregunté.

—Podría ayudarle alguien que hable el lenguaje de los dragones.

—¿Dónde encontraremos a alguien así? —resoplé. Y entonces me detuve—. ¿Usted puede…? —Dejé la pregunta en suspenso.

—No —dijo—. Puedo hablar con muchos animales, pero no con los dragones. Sólo aquellos que poseen vínculos con los reptiles alados pueden hablar su lenguaje. —Hizo una pausa—. Tú podrías ayudarle.

—¿Yo? —Fruncí el ceño—. Yo no tengo vínculos con ningún dragón. Ni siquiera he visto uno. Pensaba que eran seres imaginarios.

—En este momento y en este lugar, sí —admitió Evanna—. Pero hay otros momentos y otros lugares, y pueden crearse lazos inconscientemente.

Aquello no tenía sentido, pero si yo podía ayudar a Harkat de algún modo, lo haría.

—Dígame qué tengo que hacer —dije.

Evanna sonrió con aprobación, y entonces me dijo que colocara las manos sobre la cabeza de Harkat y cerrara los ojos.

—Concéntrate —dijo—. Necesitamos encontrar una imagen a la que puedas aferrarte. ¿Qué te parece la Piedra de Sangre? ¿Puedes imaginarla, roja, palpitante, con la sangre de los vampiros circulando por sus misteriosas venas?

—Sí —dije, trayendo sin esfuerzo la imagen de la piedra a mi mente.

—No dejes de pensar en ella. En pocos minutos experimentarás sensaciones desagradables, y puede que alcances a entrever las pesadillas de Harkat. Ignóralas y mantente concentrado en la Piedra. Yo haré el resto.

Hice lo que me dijo. Al principio fue fácil, pero luego empecé a sentirme raro. El aire a mi alrededor parecía haberse vuelto más caliente y se hacía más difícil respirar. Oí el batir de unas inmensas alas, y luego vislumbré algo que caía desde un cielo rojo como la sangre. Me encogí, y estuve a punto de soltar a Harkat, pero recordé la advertencia de Evanna y me obligué a concentrarme en la imagen de la Piedra de Sangre.

Sentí que algo enorme aterrizaba detrás de mí, y noté que unos ojos ardientes perforaban mi espalda, pero no me di la vuelta ni me aparté. Me recordé que era un sueño, una ilusión, y pensé en la Piedra.

Harkat apareció ante mí en la visión, tendido sobre una cama de estacas, que lo traspasaban por todas partes. Estaba vivo, pero sufría indeciblemente. No podía verme: las puntas de dos estacas asomaban por las cuencas donde deberían haber estado sus ojos.

—Su dolor no es nada comparado con el que sentirás tú —dijo alguien, y al alzar la vista vi una figura hecha de sombras, huidiza y oscura, suspendida en el aire a poca distancia.

—¿Quién eres? —pregunté con voz ahogada, olvidándome momentáneamente de la Piedra.

—Soy el Señor de la Noche Carmesí —respondió burlonamente.

—¿El Señor de los Vampanezes? —pregunté.

—De ellos y de todos los demás —se mofó el hombre sombrío—. Te estaba esperando, Príncipe de los Condenados. Ahora que te tengo… ¡no te dejaré escapar!

El hombre sombrío se abalanzó como una flecha, sus dedos como diez largas zarpas de oscura amenaza. Sus ojos rojos refulgían en el pozo negro que era su rostro. Durante un instante aterrador pensé que iba a cogerme y a devorarme. Entonces, una voz diminuta (la de Evanna) susurró:

—Sólo es un sueño. No puede hacerte daño, aún no, si te concentras en la Piedra.

Cerré los ojos en el sueño, ignorando la acometida del hombre sombrío, y me concentré en la palpitante Piedra de Sangre. Se oyó un grito sibilante y sentí como si una ola de espumeante locura se estrellara sobre mí. Luego la pesadilla se desvaneció y me encontré de regreso en el mundo real.

—Ya puedes abrir los ojos —dijo Evanna.

Abrí los ojos bruscamente. Solté a Harkat y me pasé las manos por la cara, reaccionando como si me hubiera tocado algo sucio.

—Lo has hecho bien —me felicitó Evanna.

—Esa… cosa —jadeé—, ¿qué era?

—El Señor de la Destrucción —dijo ella—. El Amo de las Sombras. El posible regidor de la noche eterna.

—Era tan poderoso, tan maligno…

Ella asintió.

—Lo será.

—¿Lo será? —repetí.

—Lo que viste fue una sombra del futuro. El Señor de las Sombras aún no se ha revelado como tal, pero al final lo hará. Es inevitable, así que no deberías preocuparte por eso. Ahora lo que importa es que tu amigo podrá dormir tranquilo.

Le eché un vistazo a Harkat, que descansaba plácidamente.

—¿Está bien?

—Lo estará durante un tiempo —dijo Evanna—. Las pesadillas volverán, y cuando eso ocurra tendrá que enfrentarse a su pasado y descubrir quién era, o sucumbir a la locura. Pero por ahora puede dormir profundamente, sin miedo.

Y regresó a su árbol.

—Evanna —la detuve llamándola en voz baja—. Ese Señor de las Sombras… Había algo familiar en él. No pude verle la cara, pero sentí que lo conocía.

—Deberías hacerlo —susurró en respuesta. Vaciló, considerando cuánto debía contarme—. Lo que voy a decirte debe quedar entre tú y yo —me advirtió—. No debe salir de aquí. No puedes decírselo a nadie, ni siquiera a Larten ni a Vancha.

—No lo haré —prometí.

Sin dejar de darme la espalda, dijo:

—El futuro es oscuro, Darren. Hay dos sendas, y ambas son sinuosas y turbulentas, empedradas con las almas de los muertos. En uno de esos posibles futuros, el Lord Vampanez se ha convertido en el Amo de las Sombras y regidor de la oscuridad. En el otro…

Hizo una pausa y levantó la cabeza, como si mirara el cielo buscando una respuesta.

—En el otro, el Señor de las Sombras eres tú.

Y se alejó, dejándome confundido y tembloroso, y deseando fervientemente que los gemidos de Harkat no me hubieran despertado.

***

Un par de noches después, encontramos el Cirque du Freak.

Mr. Tall y su banda de artistas mágicos estaban actuando en las afueras de una pequeña villa, en una iglesia abandonada. El espectáculo estaba acabando cuando llegamos, así que nos colamos furtivamente y presenciamos el final desde el fondo. Sive y Seersa (los gemelos contorsionistas) estaban en el escenario, retorciéndose el uno alrededor de la otra y llevando a cabo increíbles hazañas acrobáticas. Después de ellos vino Mr. Tall, vistiendo un traje oscuro, su habitual sombrero rojo y sus guantes, y dijo que el espectáculo había terminado. La gente ya empezaba a marcharse, muchos murmurando acerca de aquel final tan flojo, cuando dos serpientes bajaron deslizándose por las vigas, enviando oleadas de crispado terror entre la muchedumbre.

Sonreí ampliamente al ver las serpientes. Así era como terminaban la mayoría de las funciones. Se hacía creer a la gente que el espectáculo había acabado, y entonces aparecían las serpientes, dándole un último susto a la multitud. Antes de que las serpientes pudieran hacer algún daño, Evra Von (su amo) intervenía y las tranquilizaba.

Efectivamente, cuando las serpientes estaban a punto de empezar a deslizarse por el suelo, Evra salió a escena. Pero no venía solo: con él había un niño pequeño, que fue a por una de las serpientes y la dominó, mientras Evra controlaba a la otra. El crío era una nueva adquisición. Supuse que Mr. Tall lo habría recogido en el transcurso de sus viajes.

Después de que Evra y el chico se hubieran enrollado las serpientes en torno a sí mismos, Mr. Tall salió de nuevo y anunció que la función había terminado de verdad. Nos mantuvimos en las sombras mientras la muchedumbre salía en tropel, parloteando con excitación. Entonces, mientras Evra y el niño se desenrollaban las serpientes y se sacudían, me adelanté.

—¡Evra Von! —rugí.

Evra se giró en redondo, asustado.

—¿Quién anda ahí?

No respondí, sino que avancé enérgicamente. Sus ojos se ensancharon con gozoso asombro.

—¿Darren? —chilló, rodeándome con sus brazos. Lo abracé con fuerza, sin hacer caso de sus resbaladizas escamas, encantado de verlo después de tantos años—. ¿Dónde has estado? —gritó cuando nos separamos. En sus ojos había lágrimas de felicidad… y los míos también estaban húmedos.

—En la Montaña de los Vampiros —repuse despreocupadamente—. ¿Y tú?

—En todo el mundo. —Me estudió con curiosidad—. Has crecido.

—Sólo recientemente. Y no tanto como tú.

Ahora Evra era un hombre. Sólo era unos años mayor que yo, y aparentábamos la misma edad cuando me uní al Cirque du Freak, pero ahora podría pasar por mi padre.

—Buenas tardes, Evra Von —dijo Mr. Crepsley, acercándose a estrecharle la mano.

—Larten. —Evra lo saludó con la cabeza—. Ha pasado mucho tiempo. Me alegro de verte.

Mr. Crepsley se hizo a un lado y presentó a nuestros compañeros.

—Me gustaría presentarte a Vancha March, Lady Evanna y Harkat Mulds, al que creo que ya conoces.

—Hola —gruñó Vancha.

—Saludos —sonrió Evanna.

—Hola, Evra —dijo Harkat.

Evra parpadeó.

—¡Ha hablado! —exclamó con voz ahogada.

—Harkat habla mucho últimamente —sonreí.

—¿Eso tiene nombre?

—Lo tiene —dijo Harkat—. Y a «eso» le gustaría mucho… que le dijeran «él».

Evra no supo qué decir. Cuando yo vivía con él, pasábamos mucho tiempo buscando comida para las Personitas, y ninguna había dicho nunca una palabra. Creíamos que no podían hablar. Y ahora, aquí estaba yo con una Personita (la que cojeaba, y a la que habíamos apodado Lefty), actuando como si el hecho de que hablara no tuviera ninguna importancia.

—Bienvenido de nuevo al Cirque du Freak, Darren —dijo alguien, y al alzar la vista me encontré ante el ombligo de Mr. Tall. Había olvidado lo rápida y silenciosamente que podía moverse el dueño del Cirque.

—Mr. Tall —respondí, saludándole cortésmente con la cabeza (a él no le gustaba estrechar manos).

Saludó a los demás diciendo sus nombres, incluyendo a Harkat. Cuando este le devolvió el saludo, Mr. Tall no pareció sorprenderse en lo más mínimo.

—¿Os apetece comer algo? —nos preguntó.

—Eso sería estupendo —respondió Evanna—. Y más tarde me gustaría hablar contigo de un par de cosas, Hibernius. Hay asuntos que debemos discutir.

—Sí —admitió él sin un pestañeo—. Los hay.

Mientras salíamos de la iglesia, me puse a hablar con Evra de los viejos tiempos. Él llevaba la serpiente sobre los hombros. El chico que había actuado con Evra nos alcanzó cuando salíamos, arrastrando a la otra serpiente detrás de él, como un juguete.

—Darren —dijo Evra—, me gustaría presentarte a Shancus.

—Hola, Shancus —dije, estrechándole la mano al chico.

—`La —respondió. Tenía el mismo cabello verdiamarillo, los ojos rasgados y las escamas multicolores de Evra—. ¿Tú eres el Darren Shan por el que me llaman así? —preguntó.

Miré a Evra de reojo.

—¿Lo soy?

—Sí —dijo riendo—. Shancus es mi primer hijo. Pensé que sería…

—¿Primer hijo? —le interrumpí—. ¿Es tuyo? ¿Tú eres su padre?

—Desde luego, eso espero —sonrió Evra.

—¡Pero es tan grande…! ¡Tan mayor…!

Shancus se hinchó con orgullo ante la observación.

—Pronto cumplirá los cinco —dijo Evra—. Es grande para su edad. Empecé a enseñarle el número hace un par de meses. Tiene un talento natural.

¡Qué extraño resultaba! Claro que Evra era ya lo suficientemente mayor para estar casado y tener hijos, y no había motivo para que aquella noticia me sorprendiera… pero parecía que sólo hubieran pasado unos meses desde que salíamos juntos como adolescentes, preguntándonos cómo sería nuestra vida cuando creciéramos.

—¿Tienes más hijos? —pregunté.

—Una parejita —dijo—. Urcha, de tres años, y Lilia, que cumplirá dos el mes que viene.

—¿Son todos niños-serpiente?

—Urcha no. Está disgustado (también quiere tener escamas), pero nosotros intentamos hacer que se sienta tan querido y extraordinario como los otros.

—¿Y «nosotros» sois…?

—Merla y yo. No la conoces. Se unió al espectáculo poco después de tu partida… Lo nuestro fue un flechazo. Puede quitarse las orejas y usarlas como mini-bumeranes. Te gustará.

Riendo, le respondí que no tenía la menor duda, y seguí caminando con Evra y Shancus detrás de los otros, para ir a comer.

Era maravilloso estar de regreso en el Cirque du Freak. Había estado nervioso y taciturno durante la última semana y media, pensando en lo que Evanna había dicho, pero mis temores se desvanecieron una hora después de haber vuelto al circo ambulante. Encontré a muchos viejos amigos: Hans el Manos, Rhamus Dostripas, Sive y Seersa, Cormac el Trozos y Gerta la Dientes. También vi al hombre-lobo, pero él no se alegró tanto de verme como los demás, así que me mantuve lo más lejos posible de él.

Truska (que podía hacer que le creciera una barba a voluntad, y luego hacer que el pelo regresara al interior de su cara) también estaba allí, y le encantó verme. Me saludó en un inglés chapurreado. No era capaz de hablar nuestro idioma seis años atrás, pero Evra la había estado enseñando y había hecho grandes progresos.

—Es difícil —dijo mientras nos mezclábamos con los demás en la gran y destartalada escuela que servía de base al Cirque—. Yo no buena en idiomas. Pero Evra es paciente y yo aprendiendo poco a poco. Todavía cometo errores, pero…

—Todos cometemos errores, preciosa —la interrumpió Vancha, apareciendo entre nosotros—. ¡Y el tuyo fue no convertirme en un vampiro decente cuando tuviste ocasión!

Sus brazos rodearon la cintura de Truska, y la besó. Ella se echó a reír cuando la soltó, y meneó un dedo ante él.

—¡Atrevido! —dijo, con una risita tonta.

—Por lo que veo, ya se conocen —observé secamente.

—Oh, sí —respondió Vancha, con una mirada lasciva—. Somos viejos amigos. Cuántas noches habremos ido a nadar desnudos en esos océanos profundos y azules, ¿eh, Truska?

—¡Vancha! —protestó ella—. ¡Tú prometer no hablar de eso!

—Y no lo he hecho —dijo él, riendo entre dientes, y comenzó a hablar con ella en su lengua nativa. Sonaban como un par de focas ladrándose una a otra.

Evra me presentó a Merla, que era muy agradable y bonita. La hizo enseñarme sus orejas de quita y pon. Admití que eran fabulosas, pero decliné su ofrecimiento de permitirme lanzarlas.

Mr. Crepsley estaba tan contento como yo de haber vuelto. Como vampiro entregado a su deber, había dedicado la mayor parte de su vida a los Generales y a su causa, pero yo sospechaba que su corazón pertenecía en secreto al Cirque du Freak. Adoraba actuar, y yo pensaba que echaba de menos el escenario. Mucha gente le preguntó si había vuelto para quedarse, y manifestaron su decepción cuando respondió que no. Aunque no parecía importarle, yo pensaba que estaba sinceramente emocionado ante su interés, y que se habría quedado de haber podido.

Había Personitas en el Cirque du Freak, como siempre, pero Harkat se mantuvo alejado de ellas. Intenté hacerle participar en las conversaciones con los demás, pero la gente se ponía nerviosa ante su presencia: no estaban acostumbrados a ver una Personita capaz de hablar. Pasó la mayor parte de la noche solo, o en un rincón con Shancus, que estaba fascinado por él y no paraba de hacerle preguntas impertinentes (la mayoría relacionadas con la cuestión de si era hombre o mujer: de hecho, como todas las Personitas, no era ni una cosa ni otra).

Evanna era conocida por mucha gente en el Cirque du Freak, aunque muy pocos la habían visto antes: sus padres, abuelos o bisabuelos les habían hablado de ella. Pasó algunas horas relacionándose con la gente y rememorando el pasado (tenía una memoria impresionante para los nombres y las caras), y luego se despidió por aquella noche y se fue con Mr. Tall a hablar de asuntos extraños, portentosos y arcanos (¡además de charlar sobre ranas y trucos mágicos!).

Nos retiramos con la llegada del amanecer. Les dimos las buenas noches a aquellos que aún estaban despiertos, y luego Evra nos condujo a nuestras tiendas. Mr. Tall había mantenido el ataúd de Mr. Crepsley preparado para él, y el vampiro se metió dentro con una expresión de absoluta satisfacción: los vampiros adoraban sus ataúdes de una forma que un ser humano jamás podría comprender.

Harkat y yo colgamos un par de hamacas y dormimos en una tienda próxima a la de Evra y Merla. Evanna se quedó en una caravana contigua a la de Mr. Tall. Y Vancha… Bueno, cuando lo encontramos aquella tarde, juró y perjuró que se había quedado con Truska y se jactó del éxito que tenía entre las damas. Pero a juzgar por la cantidad de hojas y hierba que tenía pegadas al pelo y a sus pieles, pensé que lo más probable era que hubiera pasado el día debajo de algún matorral.