Evanna nos había preparado una fiesta, pero sólo a base de verduras y frutas: ella era vegetariana, y no permitía que nadie comiera carne en su cueva. Vancha le tomaba el pelo con eso («¿Aún comiendo como las vacas, Señora?»), pero se comió su ración, como Harkat y yo, aunque escogió sólo lo que no había sido cocinado.
—¿Cómo puede comerse eso? —le pregunté, revuelto, mientras se metía en la boca un nabo crudo.
—Todo está en la mente —dijo, guiñándome un ojo y mordiéndolo con ganas—. ¡Yum! ¡Un gusano!
Mr. Crepsley se reunió con nosotros cuando estábamos acabando. Estuvo de un humor sombrío durante el resto de la noche, hablando poco, con la mirada perdida en el vacío.
La cueva era mucho más lujosa que las cavernas de la Montaña de los Vampiros. Evanna había hecho de ella un verdadero hogar, con camas de suaves plumas, cuadros maravillosos en las paredes y enormes lámparas de velas que lo envolvían todo con un resplandor rosáceo. Había divanes para tumbarse, abanicos para refrescarse, fruta exótica y vino. Después de tantos años de vida espartana, esto parecía un palacio.
Mientras nos relajábamos y hacíamos la digestión, Vancha se aclaró la garganta y abordó la razón de nuestra presencia allí.
—Evanna, hemos venido a hablar de…
Ella lo hizo callar con un rápido movimiento de la mano.
—Esta noche, no —insistió—. Los asuntos oficiales pueden esperar hasta mañana. Este es un momento para la amistad y el descanso.
—Muy bien, Señora. Estos son tus dominios, y acataré tus deseos.
Tumbado de espaldas, Vancha eructó ruidosamente y luego buscó un lugar donde escupir. Evanna le arrojó una pequeña olla plateada.
—¡Ah! —dijo él, con una sonrisa radiante—. ¡Una escupidera!
Se inclinó y escupió con fuerza en el interior. Sonó un ligero ‘ping’ y Vancha lanzó un gruñido de satisfacción.
—Estuve limpiando durante días la última vez que me visitó —nos comentó Evanna a Harkat y a mí—. Charcos de saliva por todas partes. Con un poco de suerte, la escupidera lo mantendrá a raya. Si sólo hubiera algo donde pudiera pegar lo que se saca de la nariz…
—¿Tienes quejas de mí? —preguntó Vancha.
—Por supuesto que no, Alteza —respondió ella con sarcasmo—. ¿Qué mujer pondría objeciones a un hombre que invade su hogar y le cubre el suelo de mocos?
—Es que yo no te veo como a una mujer, Evanna —rió él.
—¿Eh? —Había hielo en su tono—. Entonces, ¿cómo me ves?
—Como a una bruja —repuso él, con inocencia, y acto seguido saltó del diván y salió corriendo de la cueva antes de que ella le lanzara un hechizo.
Más tarde, cuando Evanna hubo recuperado su sentido del humor, Vancha regresó a su diván, sacudió un almohadón, se tumbó y empezó a mordisquearse una verruga que tenía en la palma de la mano izquierda.
—Creía que sólo dormías en el suelo —observé.
—Normalmente, sí —admitió—, pero sería una descortesía rechazar la hospitalidad de otros, especialmente cuando tu anfitriona es la Señora de las Tierras Salvajes.
Me senté, sintiendo curiosidad.
—¿Por qué la llaman Señora? ¿Es una princesa?
La risa de Vancha resonó en la cueva.
—¿Lo has oído, Señora? ¡El chico cree que eres una princesa!
—¿Y qué tiene eso de raro? —preguntó ella, acariciándose el mostacho—. ¿No son como yo todas las princesas?
—Debajo del Paraíso, tal vez —respondió Vancha, riendo entre dientes.
Los vampiros creen que las almas de los vampiros buenos, al morir, viajan más allá de las estrellas, hacia el Paraíso. No existe el infierno en la mitología de los vampiros (la mayoría cree que las almas de los vampiros malos se quedan atrapadas en la Tierra), pero ocasionalmente hay quien se refiere a él diciendo «debajo del Paraíso».
—No —dijo Vancha, ya en serio—. Evanna es mucho más importante y majestuosa que cualquier simple princesa.
—Vaya, Vancha —zureó ella—, eso es casi un cumplido.
—Puedo hacer cumplidos cuando quiero —respondió él, y a continuación soltó una sonora ventosidad—. ¡Y pedorretas también!
—Qué asqueroso —dijo Evanna con desprecio, aunque esforzándose por ocultar una sonrisa.
—Darren estuvo preguntando por ti en el camino —le dijo Vancha a Evanna—. No le contamos nada de tu pasado. ¿Te importaría ponerlo al corriente?
Evanna meneó la cabeza.
—Ya te lo he dicho, Vancha. No estoy de humor para contar historias. Pero sé breve —añadió, cuando lo vio abrir la boca para empezar.
—Lo seré —prometió él.
—Y no seas grosero.
—¡Lady Evanna! —exclamó con voz ahogada—. ¿Cuándo lo he sido? —Con una gran sonrisa, se pasó una mano por los verdes cabellos, reflexionó un instante, y luego comenzó, con una voz suave que yo nunca le había oído—. Prestad atención, niños —dijo, y entonces, enarcando una ceja, continuó con su voz de siempre—: Esa es la forma de empezar una historia. Los seres humanos empiezan diciendo «Érase una vez», pero ¿qué sabrán los humanos…?
—Vancha —lo interrumpió Evanna—. Te dije que fueras breve.
Vancha hizo una mueca, y volvió a empezar con aquella voz suave.
—Prestad atención, niños… Nosotros, criaturas de la noche, no fuimos hechos para concebir descendencia. Nuestras mujeres no pueden dar a luz, y nuestros hombres no pueden engendrar hijos. Así ha sido desde que el primer vampiro caminó bajo la luz de la Luna, y así creímos que sería siempre.
»Pero hace setecientos años, vivió un vampiro llamado Corza Jarn. Era corriente en todos los aspectos, abriéndose camino en el mundo, hasta que se enamoró y unió a una vampiresa llamada Sarfa Grail. Fueron felices, cazando y luchando lado a lado, y cuando el primer periodo de su emparejamiento terminó, estuvieron de acuerdo en volver a unirse».
Así funcionaban los «matrimonios» entre vampiros. Un vampiro no acepta permanecer junto a otro de por vida, sino sólo por periodos de diez, quince o veinte años. Una vez pasado ese tiempo, pueden decidir seguir juntos una o dos décadas más, o irse cada uno por su lado.
—A la mitad de su segundo periodo —continuó Vancha—, el desasosiego se adueñó de Corza. Deseaba tener un bebé con Sarfa, criar a su propio hijo. Se negaba a aceptar sus entonces naturales limitaciones, y fue en busca de un remedio para la esterilidad de los vampiros. Durante décadas buscó en vano, con la leal Sarfa a su lado. Pasaron cien años. Doscientos. Sarfa murió durante la búsqueda, pero eso no detuvo a Corza: le hizo buscar aún con más ahínco una solución. Finalmente, cuatrocientos años después, su búsqueda le condujo hasta ese entrometido del reloj: Desmond Tiny.
»Ahora bien —dijo Vancha ásperamente—, no se sabe cuánto poder ejerce Mr. Tiny sobre los vampiros. Algunos dicen que fue él quien nos creó, otros que una vez fue uno de nosotros, y otros que simplemente es un observador interesado. Corza Jarn no sabía más que los demás sobre la verdadera naturaleza de Mr. Tiny, pero creyó que el mago podría ayudarle, y lo siguió alrededor del mundo, rogándole que pusiera fin a la maldición de la esterilidad del clan de los vampiros.
»Durante dos siglos, Mr. Tiny se burló de Corza Jarn e ignoró sus súplicas. Le dijo al vampiro (ya viejo y débil, al borde de la muerte) que dejara de preocuparse. Le dijo que los niños no eran para los vampiros. Corza no quiso aceptarlo. Siguió dándole la lata a Mr. Tiny, suplicándole que les diera una esperanza a los vampiros. Le ofreció su alma a cambio de una solución, pero Mr. Tiny se burló, y dijo que si quisiera el alma de Corza, sólo tenía que tomarla».
—Nunca había oído esa parte de la historia —lo interrumpió Evanna.
Vancha se encogió de hombros.
—Las leyendas son flexibles. Creo que es bueno recordarle a la gente la naturaleza cruel de Mr. Tiny, y eso es lo que hago cada vez que tengo la oportunidad.
»Al final —retomó la historia—, por sus propias razones, Mr. Tiny cedió. Dijo que podría crear una mujer capaz de concebir hijos de un vampiro, pero añadió un inconveniente: la mujer y su hijo harían al clan más poderoso de lo que nunca había sido… ¡o lo destruirían por completo!
»Corza se quedó preocupado por las palabras de Mr. Tiny, pero había estado buscando tanto y durante tanto tiempo, que no se dejó disuadir por la amenaza. Aceptó las condiciones de Mr. Tiny, y lo dejó tomar parte de su sangre. Tiny mezcló la sangre de Corza con la de una loba preñada y formuló sobre ella un extraño encantamiento. La loba parió cuatro cachorros. Dos, con forma corriente, nacieron muertos pero los otros dos sobrevivieron… ¡y tenían apariencia humana! ¡Eran un niño y una niña!».
Vancha hizo una pausa y miró a Evanna. Harkat y yo la miramos también, con los ojos como platos. La bruja hizo un mohín, se levantó e hizo una reverencia.
—Sí —dijo—. Yo era esa peluda cachorrita.
—Los niños crecieron deprisa —siguió Vancha—. En un año se hicieron adultos, y abandonaron a su madre y a Corza para ir en busca de su destino en las tierras salvajes. El chico se marchó primero, sin decir nada, y nadie sabe qué fue de él.
»Antes de irse, la chica le dio a Corza un mensaje para el clan. Él debía contarles lo que había pasado, y decirles que ella se tomaría muy en serio su deber. También debía decirles que no estaba preparada para la maternidad, y que ningún vampiro debía ir a buscarla como pareja. Dijo que había muchas cosas que debía tomar en consideración, y que pasarían siglos (quizá más) antes de que pudiera hacer su elección.
»Y eso fue lo último que ningún vampiro supo de ella durante cuatrocientos años».
Se detuvo por un momento, con aire pensativo, y luego cogió una banana y empezó a comérsela, con piel y todo.
—Fin —farfulló.
—¿Fin? —exclamé—. ¡No puede acabar así! ¿Qué ocurrió luego? ¿Qué hizo ella durante esos cuatrocientos años? ¿Escogió un compañero cuando volvió?
—No escogió ningún compañero —dijo Vancha—. Aún no. En cuanto a lo que estuvo haciendo… —sonrió—, quizá deberíais preguntarle a ella.
Harkat y yo nos volvimos hacia Evanna.
—¿Y bien? —preguntamos al unísono.
Evanna frunció los labios.
—Estuve eligiendo un nombre —dijo.
Me eché a reír.
—¡No puede haberse pasado cuatrocientos años eligiendo un nombre!
—Eso no fue todo lo que hice —admitió—, pero dediqué mucho tiempo a esa elección. Los nombres son esenciales para las criaturas del destino. Yo debo desempeñar un papel en el futuro, no sólo para el clan de los vampiros, sino para cada criatura de este mundo. El nombre que eligiera guardaría relación con ese papel. Al final, me decidí por Evanna. —Hizo una pausa—. Creo que fue una buena elección.
Levantándose, Evanna croó algo a sus ranas, que salieron por la entrada de la cueva.
—Debo irme —dijo—. Ya hemos hablado suficiente del pasado. Estaré ausente la mayor parte del día. Cuando vuelva, hablaremos de vuestra búsqueda y de la parte que tengo en ella.
Se fue detrás de las ranas, y momentos después había desaparecido entre los ya maduros rayos del amanecer.
Harkat y yo nos quedamos mirando fijamente la entrada. Entonces Harkat le preguntó a Vancha si aquella leyenda que nos había contado era cierta.
—Tan cierta como pueda serlo cualquier leyenda —respondió Vancha alegremente.
—¿Qué significa eso? —preguntó Harkat.
—Las leyendas cambian según se van contando —dijo Vancha—. Setecientos años es mucho tiempo, incluso para los baremos de los vampiros. ¿Realmente Corza Jarn recorrió el mundo en pos de Mr. Tiny? ¿Aceptó ayudarle ese agente del Caos? ¿Pudieron haber nacido de una loba Evanna y el niño? —Se rascó un sobaco, se olisqueó los dedos y suspiró—. Sólo hay tres personas en el mundo que conocen la verdad: Desmond Tiny, el chico (si es que aún vive) y Lady Evanna.
—¿Y le has preguntado a Evanna si es cierto? —inquirió Harkat.
Vancha meneó la cabeza.
—Siempre he preferido una buena y emocionante leyenda a unos hechos antiguos y aburridos.
Dicho eso, el Príncipe se dio la vuelta y se quedó dormido, dejándonos a Harkat y a mí comentando aquella historia en voz baja y maravillada.