Dejamos a los vampcotas tirados en el mismo lugar donde los habíamos matado (Vancha dijo que no merecían un entierro) y partimos al anochecer. Mientras caminábamos, Mr. Crepsley informó al Príncipe de la visita de Mr. Tiny a la Montaña de los Vampiros, y de lo que había predicho. Vancha no dijo mucho mientras Mr. Crepsley hablaba, y se quedó meditando en silencio en sus palabras durante un buen rato después de que hubiera terminado.
—No creo que haya que ser un genio para imaginarse que yo sería el tercer cazador —dijo al fin.
—Lo que más me habría sorprendido es no lo fuerais —convino Mr. Crepsley.
Vancha se había estado hurgando entre los dientes con la punta de una afilada ramita. En ese momento la arrojó a un lado y escupió sobre el polvo del camino. Vancha era un maestro escupiendo. Tenía una saliva espesa, globular y verdosa, y era capaz de darle a una hormiga a veinte pasos.
—No confío en ese perverso entrometido, Tiny —dijo con voz brusca—. Me he tropezado un par de veces con él, y me he propuesto hacer siempre lo contrario de lo que él diga.
Mr. Crepsley asintió.
—Por lo general, estaría de acuerdo con vos. Pero corren tiempos difíciles, Alteza, y…
—¡Larten! —lo interrumpió el Príncipe—. Decidme «Vancha», «March» o «¡Eh, feo!», mientras estemos en los caminos. No quiero que seáis tan ceremoniosos conmigo.
—Muy bien… —Mr. Crepsley sonrió abiertamente— …feo. —Volvió a ponerse serio—. Corren tiempos difíciles, Vancha. Está en juego el futuro de nuestra raza. ¿Cómo vamos a atrevernos a ignorar la profecía de Mr. Tiny? Si en ella hay esperanza, debemos aprovecharla.
Vancha lanzó un largo y triste suspiro.
—Durante cientos de años, Tiny nos ha dejado pensar que estábamos condenados a perder la guerra cuando apareciera el Lord Vampanez. ¿Por qué nos dice ahora, después de todo este tiempo, que aún no hay nada decidido, pero que sólo podremos evitar el desastre si seguimos sus instrucciones? —El Príncipe se rascó el cogote y escupió sobre el arbusto que había a nuestra izquierda—. ¡A mí eso me suena a un montón de mierda!
—Tal vez Evanna pueda arrojar algo de luz sobre este asunto —dijo Mr. Crepsley—. Ella comparte algo de los poderes de Mr. Tiny y puede percibir la trayectoria del futuro. Debería ser capaz de confirmar o descartar sus predicciones.
—Si es así, la creeré —dijo Vancha—. Evanna es muy reservada, pero cuando habla, dice la verdad. Si ella dice que nuestro destino es morir en los caminos, me alegrará haber estado a vuestro lado. Si no… —Se encogió de hombros y dio el asunto por zanjado.
Vancha March era extraño… ¡y eso era quedarse corto! Nunca había conocido a alguien como él. Tenía su propio código.
Como yo ya sabía, no comía carne que hubiera sido cocinada, no bebía nada más que agua fresca, leche y sangre, y se confeccionaba su propia ropa con la piel de los animales que cazaba. Pero aprendí mucho sobre él durante las seis noches que tardamos en llegar hasta donde vivía Lady Evanna.
Él seguía las viejas costumbres de los vampiros. Hace mucho, los vampiros creían que descendíamos de los lobos. Si vivíamos con rectitud y permanecíamos fieles a nuestras creencias, volveríamos a ser lobos tras morir y recorreríamos las llanuras del Paraíso como criaturas espirituales en la noche eterna. Con ese fin, vivían más como lobos que como humanos, evitando la civilización excepto cuando necesitaban beber sangre, haciéndose su propia ropa y siguiendo la ley de la naturaleza.
Vancha no dormía en ataúd: ¡decía que eran demasiado cómodos! Opinaba que un vampiro debía dormir al aire libre, cubriéndose sólo con su capa. Respetaba a los vampiros que usaban ataúdes, pero tenía muy mal concepto de los que dormían en camas. ¡No me atreví a mencionarle mi preferencia por las hamacas!
Tenía un gran interés en los sueños, y a menudo comía setas silvestres que producían vívidos sueños y visiones. Creía que el futuro estaba trazado en nuestros sueños, y que si aprendíamos a descifrarlos, podríamos controlar nuestro destino. Se sentía fascinado por las pesadillas de Harkat, y pasaba largas horas comentándolas con la Personita.
Las únicas armas que empleaba eran sus shuriken (las estrellas arrojadizas), que tallaba él mismo a partir de diversos metales y piedras. Pensaba que el combate cuerpo a cuerpo debía ser exactamente eso: luchar con las manos desnudas. No tenía tiempo para espadas, lanzas ni hachas, y se negaba a tocarlas.
—¿Pero cómo lucharías contra alguien que tiene una espada? —le pregunté una tarde, mientras nos disponíamos a recoger el campamento—. ¿Saldrías huyendo?
—¡Yo no huyo de nada! —replicó airadamente—. Vamos… Te lo voy a demostrar.
Se frotó las manos, se colocó frente a mí y me instó a desenvainar la espada. Al verme vacilar, me dio una palmada en el hombro y se mofó de mí.
—¿Es que tienes miedo?
—Claro que no —respondí bruscamente—. Es sólo que no quiero hacerte daño.
Se echó a reír a carcajadas.
—No hay nada que temer, ¿verdad, Larten?
—Yo no estaría tan seguro —objetó Mr. Crepsley—. Darren sólo es un semi-vampiro, pero es astuto. Podría ponerte a prueba, Vancha.
—Bien —dijo el Príncipe—. Me encanta enfrentarme a un digno oponente.
Miré a Mr. Crepsley con expresión suplicante.
—No quiero aprovecharme de un hombre desarmado.
—¿Desarmado? —exclamó Vancha—. ¡Tengo dos brazos! —Los agitó ante mí.
—Adelante —dijo Mr. Crepsley—. Vancha sabe lo que hace.
Desenvainando la espada, me encaré con Vancha y realicé una débil acometida. Él no se movió. Se limitó a mirar mientras yo mantenía a distancia la punta de la espada.
—Patético —suspiró.
—Esto es estúpido —le dije—. Yo no soy…
Antes de poder decir algo más, se lanzó hacia delante, me agarró por la garganta y me hizo un pequeño y doloroso corte en el cuello con las uñas.
—¡Auch! —grité, apartándome de él a trompicones.
—La próxima vez, te cortaré la nariz —dijo amablemente.
—¡De eso nada! —rugí, haciendo oscilar mi espada hacia él, esta vez de la forma adecuada.
Vancha esquivó sin esfuerzo la trayectoria de la hoja.
—Bien —dijo con una amplia sonrisa—. Esto me gusta más.
Me rodeó, con sus ojos clavados en los míos, flexionando lentamente los dedos. Mantuve baja la punta de mi espada hasta que se detuvo, y entonces le lancé una estocada. Esperaba que se apartara, pero en vez de eso alzó la mano derecha y desvió la hoja con la palma, como si fuera un bastón plano. Mientras yo pugnaba por volver a la posición inicial, él intervino sujetándome la mano por encima de la muñeca y retorciéndomela bruscamente, lo que me obligó a soltar la espalda… y me encontré desarmado.
—¿Lo ves? —sonrió, retrocediendo y levantando las manos en señal de que el combate había acabado—. Si hubiera sido en serio, estarías jodido.
Vancha era un malhablado, y esa era una de sus groserías más suaves.
—¡Pues vaya proeza! —dije contrariado, frotándome la muñeca lastimada—. Has derrotado a un semi-vampiro. Pero no podrías ganarle a un vampiro completo ni a un vampanez.
—Claro que puedo —insistió—. Las armas son las herramientas del temor, y sólo las usan los que tienen miedo. El que aprende a luchar con sus propias manos siempre tiene ventaja sobre los que confían en espadas y cuchillos. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque ellos esperan ganar —sonrió abiertamente—. Las armas son falsas (no forman parte de la naturaleza) e infunden una falsa confianza. Cuando yo lucho, tengo bien presente que puedo morir. Incluso ahora, cuando entrenaba contigo, asumí que podía morir y me resigné a ello. Morir es lo peor que puede ocurrirte en este mundo, Darren…, pero si lo asumes, esa idea no tendrá poder sobre ti.
Recogió mi espada, me la tendió y se quedó mirándome, esperando ver mi reacción. Tuve la sensación de que él quería que la tirara… y yo estuve tentado de hacerlo para ganarme su respeto. Pero me habría sentido desnudo sin ella, así que la devolví a su funda y bajé los ojos, ligeramente avergonzado.
Vancha me cogió por la nuca, oprimiendo suavemente.
—No dejes que esto te afecte —dijo—. Eres joven. Tienes mucho tiempo para aprender. —Entornó los ojos al pensar en Mr. Tiny y el Señor de los Vampanezes, y añadió sombríamente—: Eso espero.
***
Le pedí a Vancha que me enseñara a luchar con las manos desnudas. Me había adiestrado en el combate sin armas en la Montaña de los Vampiros, pero había sido contra oponentes igualmente desarmados. Aparte de unas cuantas lecciones sobre lo que tenía que hacer si perdía mi arma durante el combate, nunca me habían enseñado cómo enfrentarme a un adversario completamente armado sólo con mis manos. Vancha dijo que se tardaba años en llegar a dominar la técnica, y podía prepararme para un montón de cortes y cardenales mientras la aprendía. Deseché tales temores: me encantaba la idea de ser capaz de derrotar a un vampanez armado con las manos desnudas.
No podía empezar mi entrenamiento en los caminos, pero Vancha me habló de unas cuantas técnicas básicas de bloqueo mientras descansábamos durante el día, y prometió darme una lección práctica cuando llegáramos a la casa de Lady Evanna.
El Príncipe no me habló de la bruja más de lo que lo había hecho Mr. Crepsley, aunque sí me dijo que era al mismo tiempo la más bella y la más fea de las mujeres… ¡lo cual no tenía el menor sentido!
Yo pensaba que Vancha sería el más ferviente enemigo de los vampanezes (los vampiros que más despreciaban a los vampanezes solían ser aquellos más fieles a las viejas costumbres), pero para mi sorpresa, él no tenía nada contra ellos.
—Los vampanezes son nobles y leales —dijo un par de noches antes de que llegáramos a la casa de Evanna—. No estoy de acuerdo con sus hábitos alimenticios (no necesitamos matar cuando bebemos), pero por lo demás, los admiro.
—Vancha propuso a Kurda Smahlt como Príncipe —indicó Mr. Crepsley.
—Yo admiraba a Kurda —dijo Vancha—. Era conocido por su cerebro, pero también tenía agallas. Era un vampiro notable.
—¿Tú no…? —Mi pregunta acabó en un carraspeo.
—Di lo que estás pensando —me instó Vancha.
—¿No te sientes mal por haberlo nominado después de lo que hizo, conduciendo a los vampanezes contra nosotros?
—No —dijo Vancha con franqueza—. No apruebo sus actos, y si hubiera estado en el Consejo, ni siquiera habría hablado en su defensa. Pero él siguió el dictado de su corazón. Lo que hizo fue por el bien del clan. Aunque actuara equivocadamente, no creo que Kurda haya sido realmente un traidor. Actuó mal, pero sus motivos eran nobles.
—Estoy de acuerdo —dijo Harkat, uniéndose a la conversación—. Creo que Kurda fue tratado injustamente. Fue justo que le condenaran a muerte cuando le capturaron, pero… no que dijeran que era un villano, y negarse a mencionar su nombre… en la Cámara de los Príncipes.
No respondí a eso. Yo le había tenido un inmenso aprecio a Kurda, y sabía que había hecho cuanto pudo para salvar a los vampiros de la amenaza del Lord Vampanez. Pero había matado a uno de mis amigos (Gavner Purl) y provocado la muerte de muchos otros, incluida Arra Sails, la vampiresa que una vez fue la pareja de Mr. Crepsley.
Conocí la identidad del verdadero enemigo de Vancha un día antes de llegar al final de la primera etapa de nuestro viaje. Yo estaba durmiendo, pero me picaba la cara (un efecto secundario de la purga) y me desperté antes del mediodía. Me senté, rascándome el mentón, y descubrí a Vancha en los límites del campamento, con la ropa arrojada a un lado (salvo una tira de piel de oso atada a la cintura), frotando saliva sobre su piel.
—¿Vancha? —dije en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?
—Voy a dar un paseo —dijo, y siguió frotando saliva sobre sus hombros y sus brazos.
Miré hacia el cielo. Era un día soleado y apenas había nubes que bloquearan los rayos del Sol.
—Vancha, estamos en pleno día —dije.
—¿De veras? —respondió con sarcasmo—. Jamás me hubiera dado cuenta.
—La luz del Sol quema a los vampiros —dije, preguntándome si se habría dado un golpe en la cabeza y olvidado lo que era.
—No inmediatamente —contestó, y entonces me miró duramente—. ¿Te has preguntado por qué el Sol quema a los vampiros?
—Bueno, no, no exactamente…
—No hay una razón lógica —dijo Vancha—. Según las historias que cuentan los humanos, es porque somos malvados, y los seres malvados no pueden mirar el Sol. Pero eso es un disparate. No somos malvados, y aunque lo fuéramos, seguiríamos siendo capaces de movernos durante el día.
—Como los lobos —continuó—. Supuestamente descendemos de ellos, pero ellos pueden soportar la luz del Sol. Incluso auténticas criaturas nocturnas, como los murciélagos y los búhos, pueden sobrevivir de día. La luz del Sol puede confundirles, pero no los mata. Entonces, ¿por qué mata a los vampiros?
Meneé la cabeza, confundido.
—No lo sé. ¿Por qué?
Vancha soltó una carcajada.
—¡Maldito si lo sé! Nadie lo sabe. Hay quien afirma que nos maldijo una bruja o un hechicero, pero lo dudo: el mundo está lleno de siervos de las artes oscuras, pero ninguno con el poder de lanzar una maldición tan letal. Tengo el presentimiento de que fue Desmond Tiny.
—¿Qué tiene que ver Mr. Tiny con esto? —pregunté.
—Según las antiguas leyendas (olvidadas por la mayoría), Tiny creó a los primeros vampiros. Se dice que hizo experimentos con lobos, mezclando su sangre con la de los humanos, y el resultado fue… —Se dio unos golpecitos en el pecho.
—Eso es ridículo —resoplé.
—Tal vez. Pero si esas leyendas son ciertas, nuestra intolerancia al Sol también es obra de Mr. Tiny. Se dice que tenía miedo de que nos volviéramos demasiado poderosos y nos apoderásemos del mundo, así que contaminó nuestra sangre y nos hizo esclavos de la noche. —Dejó de restregarse saliva y se quedó mirando hacia lo alto, con los ojos entornados bajo los desorientadores rayos del Sol—. No hay nada tan terrible como la esclavitud —dijo en voz baja—. Si las historias son ciertas y somos esclavos de la noche por intervención de Mr. Tiny, sólo hay un modo de recuperar nuestra libertad: ¡luchar! ¡Hay que agarrar al enemigo, mirarlo a la cara y escupirle en un ojo!
—¿Te refieres a luchar con Mr. Tiny?
—No directamente. Es demasiado escurridizo para dejarse atrapar.
—Entonces, ¿a quién?
—Debemos luchar con su lacayo —dijo. Y al notar mi confusión, precisó—: El Sol.
—¿El Sol? —Me eché a reír, pero me detuve al ver lo serio que estaba—. ¿Cómo se puede luchar contra el Sol?
—Simple —dijo Vancha—. Te enfrentas a él, aguantas sus golpes y vuelves a por más. Durante años, me he estado sometiendo a los rayos del Sol. Cada pocas semanas, paseo de día alrededor de una hora, dejando que el Sol me queme, curtiendo mi piel y mis ojos, absorbiéndolo, viendo cuánto tiempo puedo sobrevivir.
—¡Estás loco! —reí—. ¿De veras crees que puedes llegar a ser más fuerte que el Sol?
—No veo por qué no —dijo—. Un adversario es un adversario. Si se le puede encerrar, se le puede vencer.
—¿Y has hecho algún progreso? —pregunté.
—La verdad es que no —suspiró—. Estoy igual que al principio. La luz me deja medio ciego. Tardo casi un día entero en volver a ver con normalidad y que se me pase la jaqueca. Los rayos producen enrojecimiento en diez o quince minutos, y poco después empiezas a sentir el dolor. Un par de veces conseguí soportarlo casi ochenta minutos, pero acabé con graves quemaduras, y tuve que guardar reposo absoluto durante cinco o seis noches para recuperarme.
—¿Cuándo comenzaste esta guerra tuya?
—Veamos… —meditó—. Tenía unos doscientos años cuando empecé… —La mayoría de los vampiros no están seguros de su edad exacta: cuando has vivido tanto como ellos, los cumpleaños dejan de importarte tanto—… y ahora tengo más de trescientos, así que supongo que fue hace más de un siglo.
—¡Un siglo! —jadeé—. ¿Alguna vez has oído la frase «darse cabezazos contra una pared de ladrillos»?
—Por supuesto —dijo, con una sonrisita de suficiencia—. Pero olvidas, Darren, que los vampiros podemos romper paredes con la cabeza.
Dicho esto, me guiñó un ojo y caminó hacia la luz del Sol, silbando ruidosamente, para enzarzarse en su loca batalla contra una enorme bola de gas ardiente suspendida en el cielo a millones y millones de kilómetros de aquí.