Un día, al atardecer, desperté con una sensación de absoluto bienestar. Mientras miraba fijamente un cielo rojo cada vez más oscuro, traté de entender por qué me sentía tan bien. Entonces lo comprendí: el escozor había desaparecido. Me quedé quieto unos minutos, temeroso de que reapareciera si me movía, pero cuando finalmente me puse en pie, no sentí el más mínimo picor. Con una amplia sonrisa, fui hacia el pequeño estanque junto al que habíamos acampado, para refrescarme la garganta.
Me incliné sobre las frescas y claras aguas del estanque y bebí largamente. Al levantarme, advertí que un rostro desconocido se reflejaba en la superficie del agua: un hombre barbudo de larga cabellera. Estaba justo delante de mí, lo que significaba que debía encontrarse parado a mi espalda… pero no había oído acercarse a nadie.
Me volví rápidamente, mientras mi mano volaba hacia la espada que me había traído de la Montaña de los Vampiros. La había sacado a medias de la vaina cuando me detuve, confuso.
Allí no había nadie.
Miré a mi alrededor buscando al harapiento barbudo, pero no lo vi por ninguna parte. Por allí cerca no había árboles ni rocas tras los que pudiera ocultarse, y ni siquiera un vampiro podía moverse lo bastante rápido para desaparecer tan velozmente.
Me di la vuelta hacia el estanque y volví a mirar el agua. ¡Allí estaba! ¡Tan nítido y tan peludo como antes, mirándome con el ceño fruncido!
Di un grito, y de un salto me aparté del borde del agua. ¿Es que el barbudo estaba en el estanque? Si era así, ¿cómo se las arreglaba para respirar?
Avancé un paso, mirando al peludo a los ojos (parecía un cavernícola) por tercera vez y sonreí. Él sonrió también.
—Hola —dije.
Movió los labios al mismo tiempo que yo, pero sin emitir ningún sonido.
—Me llamo Darren Shan.
De nuevo, sus labios se movieron a la par que los míos. Ya empezaba a irritarme (¿se burlaba de mí?), cuando comprendí… ¡que era yo!
Pude ver mis ojos y la forma de mi boca ahora que miraba de cerca, y la pequeña cicatriz triangular que tenía justo encima del ojo derecho, que se había convertido en una parte más de mí, como mi nariz o mis orejas. Era mi rostro, no cabía duda… ¿pero de dónde había salido todo aquel pelo?
Me palpé la barbilla y descubrí una espesa y tupida barba. Me pasé la mano derecha por la cabeza (que debería haber hallado lisa) y me quedé pasmado al tocar unos largos y espesos mechones de pelo. El pulgar de aquella mano, que sobresalía formando un ángulo, se enredó en unas cuantas hebras, e hice una mueca de dolor al soltarlo de un tirón, arrancándome de paso algunos cabellos.
¡En nombre de Khledon Lurt! ¿Qué me había ocurrido?
Investigué en más sitios. Al desgarrar mi camiseta, descubrí que mi pecho y mi estómago estaban cubiertos de pelo. Bajo mis axilas y por encima de mis hombros se habían formado también unos remolinos enormes de pelo. ¡Tenía pelo por todas partes!
—¡Por las entrañas de Charna! —rugí, y corrí a despertar a mis amigos.
Mr. Crepsley y Harkat estaban recogiendo el campamento cuando irrumpí en medio, jadeando y gritando. El vampiro echó un vistazo a mi peluda figura, sacó velozmente un cuchillo y gritó que me detuviera. Harkat se situó junto a él, con una siniestra expresión en el rostro. Al detenerme para recuperar el aliento, comprendí que no me habían reconocido. Levanté las manos para demostrarles que estaba desarmado, y exclamé con voz ronca:
—¡No… me ataquéis! ¡Soy… yo!
Mr. Crepsley abrió mucho los ojos.
—¡Darren!
—No puede ser él —gruñó Harkat—. Es un impostor.
—¡No! —gemí—. ¡Me desperté, fui a beber agua, y me encontré… me encontré…! —Sacudí ante ellos mis peludos brazos.
Mr. Crepsley avanzó un paso, enfundó el cuchillo y estudió mi rostro con incredulidad. Luego soltó un gruñido.
—La purga —murmuró.
—¿La qué? —exclamé.
—Siéntate, Darren —dijo Mr. Crepsley con seriedad—. Tenemos mucho de que hablar. Harkat… Ve a llenar las cantimploras y enciende otro fuego.
Cuando Mr. Crepsley puso en orden sus ideas, nos explicó a Harkat y a mí lo que había ocurrido.
—Como ya sabéis, los semi-vampiros se convierten en vampiros completos cuando se les inyecta más sangre de vampiro. De lo que nunca hemos hablado (ya que no creí que fuera a ocurrir tan pronto) es de la otra manera en que la sangre puede cambiar.
—En principio, si uno es un semi-vampiro durante un periodo de tiempo extremadamente largo (cuarenta años de promedio), sus células vampíricas acaban atacando a sus células humanas y las transforman, y el resultado es la conversión completa. A eso lo llamamos purga.
—¿Quiere decir que ya me he convertido en un vampiro completo? —pregunté en voz baja, a la vez fascinado y asustado ante la idea. Fascinado porque eso significaba tener fuerza extra, la habilidad de corretear y de comunicarme telepáticamente. Asustado porque también significaba el adiós definitivo a la luz del día y al mundo de los humanos.
—Aún no —dijo Mr. Crepsley—. El pelo es la primera etapa. Vamos a tener que afeitarte, y aunque te volverá a crecer, en un mes, más o menos, dejará de hacerlo. Experimentarás otros cambios durante ese tiempo (crecerás, y tendrás jaquecas y violentos arranques de energía), pero eso también cesará. Al final de estos cambios, puede que tu sangre vampírica haya reemplazado totalmente a la humana, pero también es probable que no, y volverías a la normalidad… en unos meses o en un par de años. Pero en algún momento de los próximos años, tu sangre cambiará por completo. Has entrado en la etapa final del semi-vampirismo. Ya no hay vuelta atrás.
Nos pasamos la mayor parte de la noche hablando de la purga. Mr. Crepsley dijo que era raro que un semi-vampiro sufriera la purga antes de veinte años, pero probablemente guardaba relación con haberme convertido en Príncipe Vampiro: más sangre vampírica había entrado en mis venas durante la ceremonia, y eso podría haber acelerado el proceso.
Recordé a Seba observándome en los túneles de la Montaña de los Vampiros, y se lo conté a Mr. Crepsley.
—Él tenía que saber lo de la purga —dije—. ¿Por qué no me lo advirtió?
—No le correspondía a él —respondió Mr. Crepsley—. Como tu mentor, yo soy el responsable de informarte. Estoy seguro de que él me lo habría dicho, y entonces yo me habría sentado contigo a explicártelo, pero no hubo tiempo. Llegó Mr. Tiny y tuvimos que dejar la Montaña.
—¿Dices que Darren crecerá durante… la purga? —preguntó Harkat—. ¿Cuánto?
—No sabría decirlo —dijo Mr. Crepsley—. Potencialmente, podría pasar a la edad adulta en cuestión de meses… pero es poco probable. Envejecería algunos años, pero no más.
—¿Quiere decir que por fin dejaré atrás la adolescencia? —pregunté.
—Supongo que sí.
Pensé en ello un instante, y luego esbocé una amplia sonrisa.
—¡Genial!
***
Pero la purga no tuvo nada de genial: ¡era una maldición! Tener que afeitarme todo el pelo ya era bastante malo (Mr. Crepsley utilizaba una cuchilla larga y afilada que me raspaba la piel), pero los cambios que experimentaba mi cuerpo eran mucho peores. Los huesos se me alargaron y fusionaron. Me crecieron las uñas y los dientes (tenía que morderme las uñas y rechinar los dientes mientras caminaba por la noche, para mantenerlos a raya) y mis manos y pies se hicieron más grandes. En unas semanas gané cinco centímetros de altura, a costa de sufrir en todo mi cuerpo los dolores del crecimiento.
Tenía los sentidos desorientados. Los sonidos leves se amplificaban: el chasquido de una ramita sonaba como el derrumbamiento de una casa. Los aromas más sosos hacían que me hormigueara la nariz. Mi sentido del gusto desapareció por completo. Todo me sabía a cartón. Empecé a comprender cómo debía de ser la vida para Harkat, y decidí que nunca volvería a burlarme de él por carecer de papilas gustativas.
Hasta la luz más tenue resultaba cegadora para mis ojos ultra-sensibles. La Luna era como un foco implacable en el cielo, y abrir los ojos durante el día era equiparable a clavarles dos alfileres ardientes: un dolor metálico estallaba dentro de mi cabeza.
—¿Esto es lo que la luz del Sol le hace a un vampiro completo? —le pregunté un día a Mr. Crepsley, mientras tiritaba debajo de una gruesa manta, con los ojos fuertemente cerrados ante los dolorosos rayos del Sol.
—Sí —dijo—. Por eso procuramos no exponernos a la luz del día, ni siquiera durante un corto periodo. El dolor de una quemadura solar no es especialmente fuerte (durante los primeros diez o quince minutos), pero el brillo del Sol se hace inmediatamente insoportable.
Sufrí intensas jaquecas durante la purga, como resultado del descontrol de mis sentidos. A veces pensaba que me iba a explotar la cabeza, y sollozaba inútilmente a causa del dolor.
Mr. Crepsley me ayudó a combatir los efectos del mareo. Enrollaba delgadas tiras de tela sobre mis ojos (aunque seguía viendo muy bien), rellenaba con bolas de pasto mis oídos y me hacía mantener en alto los orificios nasales. Esto era incómodo, y me sentía ridículo (y los aullidos de risa de Harkat no ayudaban), pero las jaquecas disminuyeron.
Otro efecto secundario eran las intensas oleadas de energía. Me sentía como si funcionara con baterías. Tenía que correr delante de Mr. Crepsley y Harkat durante la noche, y luego volver sobre mis pasos a su encuentro, sólo para conseguir agotarme. Hacía ejercicio como un loco cada vez que nos deteníamos (flexiones y abdominales) y generalmente me despertaba mucho antes que Mr. Crepsley, incapaz de dormir más de un par de horas seguidas. Trepaba por los árboles y los riscos, y cruzaba a nado ríos y lagos, todo en un esfuerzo por desgastar mi antinatural reserva de energía. ¡Habría luchado hasta con un elefante, de haber encontrado uno!
***
Finalmente, después de seis semanas, la agitación cesó. Dejé de crecer. Ya no tuve que afeitarme más (aunque el pelo permaneció en mi cabeza: ¡ya no estaba calvo!). Me quité los trozos de tela y las bolas de pasto, y recobré el sentido del gusto, aunque no por completo al principio.
Era siete centímetros más alto de lo que había sido cuando se inició la purga, y perceptiblemente más corpulento. La piel de mi rostro se había curtido, dándome una apariencia un poco más adulta: ahora parecía un chico de quince o dieciséis años.
Y lo más importante: aún era un semi-vampiro. La purga no había eliminado las células humanas de mi sangre. Lo negativo de esto era que tendría que volver a sufrir las molestias de la purga más adelante. Lo positivo era que, mientras tanto, podría seguir disfrutando de la luz del Sol, antes de tener que despedirme de ella para siempre para cambiarla por la noche.
Aunque estaba ansioso por convertirme en un vampiro completo, echaría de menos el mundo diurno. Una vez que mi sangre cambiara, ya no habría marcha atrás. Lo aceptaba, pero mentiría si dijera que no estaba nervioso. De este modo, disponía de unos meses (tal vez un año o dos) para prepararme para el cambio.
Mi ropa y mis zapatos se me habían quedado cortos, así que tuve que proveerme en un pequeño puesto fronterizo (volvíamos a dejar atrás la civilización). En una tienda de excedentes del ejército, escogí un equipo similar al antiguo, añadiendo a mis camisetas azules otro par de color púrpura, y un par de pantalones verde oscuro. Mientras estaba pagando la ropa, entró un hombre alto y delgado. Llevaba una camiseta marrón, pantalones negros y una gorra de béisbol.
—Necesito suministros —le gruñó al hombre que despachaba tras el mostrador, lanzándole una lista.
—Necesitarás una licencia de armas —dijo el comerciante, repasando el trozo de papel.
—Ya tengo una.
El hombre estaba rebuscando en el bolsillo de su camisa cuando reparó en mis manos y se envaró. Yo sujetaba mi ropa nueva contra el pecho, y las cicatrices de las yemas de mis dedos (por donde Mr. Crepsley me había sangrado) estaban a la vista.
El hombre se relajó al instante y se apartó… pero yo estaba seguro de que había reconocido las cicatrices y que sabía lo que yo era. Salí deprisa de la tienda, encontré a Mr. Crepsley y Harkat en las afueras del pueblo y les conté lo que había pasado.
—¿Estaba nervioso? —preguntó Mr. Crepsley—. ¿Te siguió cuando te fuiste?
—No. Sólo se puso tenso al ver las marcas, y luego actuó como si no hubiera visto nada. Pero sabía lo que significan las marcas. De eso estoy seguro.
Mr. Crepsley se acarició pensativamente la cicatriz.
—No es frecuente encontrar humanos que conozcan el significado de las marcas de los vampiros, pero hay algunos. Con toda probabilidad, será una persona corriente que simplemente haya oído historias de los vampiros y las yemas de sus dedos.
—Pero podría ser un cazavampiros —dije en voz baja.
—Los cazavampiros son raros… pero reales. —Mr. Crepsley pensó en ello, y finalmente decidió—: Procederemos como lo habíamos planeado, pero mantendremos los ojos abiertos, y tú o Harkat haréis guardia durante el día. Si nos atacan, estaremos preparados. —Esbozó una sonrisa tirante y tocó el mango de su cuchillo—. Y esperando.