No. No fue así como ocurrió.
Desearía que lo fuera. Desearía con toda mi alma y mi corazón que lo hubieran rescatado y derrotado a nuestros enemigos. En aquel terrible e imposiblemente prolongado momento de su caída, me imaginé media docena de fantásticas escenas, donde Mika, o Arrow, o Mr. Tall intervenían para desviar el curso del destino, y todos nos marchábamos sonriendo. Pero no fue así. La caballería no llegó en el último momento. No hubo rescate milagroso. Vancha no había ido correteando a la Montaña de los Vampiros. Estábamos solos, como tenía que ser, como el destino quería que fuera.
Mr. Crepsley cayó. Quedó empalado en las estacas. Murió.
Y fue espantoso.
Ni siquiera puedo decir que fue una muerte rápida y misericordiosa, como lo fue para el Señor de los Vampanezes, porque no murió enseguida. Las estacas no lo mataron instantáneamente, y aunque su alma no demoró mucho tiempo su partida, sus gritos mientras estaba allí retorciéndose, sangrando y agonizando, ardiendo y chillando, me acompañarán hasta el día de mi muerte. Y puede que hasta me los lleve conmigo cuando me haya ido.
Debbie lloraba amargamente. Vancha aullaba como un lobo. De los redondos ojos verdes de Harkat manaban lágrimas verdes. Hasta la Inspectora Jefe volvió la espalda a la escena, suspirando tristemente.
Yo no. No podía. Mis ojos permanecieron secos.
Avancé tambaleante hasta el borde del foso y contemplé las estacas con los dos cuerpos, a los que las llamas despojaban velozmente de su carne. Allí me quedé, como montando guardia, sin moverme ni un ápice ni apartar la mirada, sin prestar atención a los vampanezes y vampcotas que, silenciosamente, abandonaban la caverna en fila. Podían habernos ejecutado, pero su líder había muerto, sus sueños se habían esfumado, y ya no les interesaba luchar… ni siquiera para vengarse.
Fui apenas consciente de que Vancha, Debbie, Harkat y Alice Burgess se habían situado junto a mí.
—Deberíamos irnos ya —murmuró Vancha al cabo de un rato.
—No —respondí con voz apagada—. Quiero llevarlo con nosotros, para hacerle un funeral apropiado.
—Pasarán horas antes de que el fuego se extinga —dijo Vancha.
—No tengo prisa. La caza ha terminado. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Vancha suspiró profundamente y asintió.
—Muy bien. Esperaremos.
—Yo no —sollozó Debbie—. No puedo. Es demasiado horrible. No puedo quedarme y…
Rompió a llorar. Quise consolarla, pero no pude. No se me ocurría nada que decirle para hacerla sentirse mejor.
—Yo me ocuparé de ella —dijo Burgess, haciéndose cargo—. Subiremos por el túnel y os esperaremos en la caverna más pequeña.
—Gracias, Alice —dijo Vancha.
Burgess se detuvo antes de irse.
—Aún no estoy segura —dijo— de que seáis realmente vampiros. Y no tengo ni idea de lo que voy a decirle a mi gente acerca de esto. Pero reconozco el mal cuando lo veo, y me gusta pensar que también reconozco el bien. No me interpondré en vuestro camino cuando llegue el momento de marcharos. Y si necesitáis ayuda, sólo tenéis que llamarme.
—Gracias —repitió Vancha, y esta vez compuso una débil y agradecida sonrisa.
Las mujeres se fueron, Debbie llorando, Burgess sosteniéndola. Se abrieron paso entre las filas de vampanezes y vampcotas en retirada, que dejaban pasar sumisamente a la pareja que había contribuido a la caída de su Señor.
Pasaron los minutos. Las llamas se agitaban. Mr. Crepsley y el Señor de los Vampanezes seguían ardiendo.
Entonces, una pareja de extraño aspecto se acercó renqueando a enfrentarnos. Uno no tenía manos, aunque llevaba un par de garfios colgando del cuello. El otro sólo tenía media cara y gemía lastimeramente. Eran R. V. y Morgan James.
—¡Ya os cogeremos, puercos! —gruñó R. V. con fiereza, señalándonos amenazadoramente con el muñón izquierdo—. Gannen dio su palabra de que os dejaría ir, así que ahora no podemos haceros nada, pero ya os atraparemos más tarde y os haremos lamentar haber nacido.
—Será mejor que vengas bien preparado, Garfito —le advirtió Vancha secamente—. ¡Porque tendremos un verdadero mano a mano!
R. V. lanzó un siseo ante aquel chiste y quiso atacar al Príncipe. Morgan lo contuvo, farfullando entre dientes (la mitad de ellos destrozados por la bala de Burgess):
—¡Ámo’oh! ¡O me’ceh a pea!
—¡Ja! —replicó Vancha, con una risita despectiva—. ¡Para ti es fácil decirlo!
Esta vez fue R. V. quien tuvo que contener a Morgan James mientras este se esforzaba por alcanzar a Vancha. Maldiciendo y peleando entre sí, se dieron la vuelta y se unieron a las filas de sus anonadados colegas, alejándose sin rumbo fijo en busca de algún lugar donde lamerse las heridas y tramar su mezquina venganza.
De nuevo estábamos solos ante el foso. Ahora la caverna estaba más silenciosa. Ya habían salido casi todos los vampanezes y vampcotas. Sólo quedaban algunos rezagados. Entre ellos estaban Gannen Harst y un exultante Steve Leopard, que no pudo resistir la tentación de acercarse caminando tranquilamente para soltar una última y burlona carcajada.
—¿Qué se está cociendo al fuego, chicos? —preguntó, extendiendo las manos hacia las llamas como si quisiera calentarlas.
—Vete —dije con voz neutra—, o te mataré.
El rostro de Steve se ensombreció y me miró con furia.
—Es culpa tuya —protestó—. Si no me hubieras traicionado…
Desenvainé mi espada, con la intención de cortarlo en dos.
Vancha la apartó de un manotazo antes de que llegara a herirlo.
—No —dijo, interponiéndose entre nosotros—. Si lo matas, los otros volverán y nos matarán. Déjalo así. Ya lo cogeremos más tarde.
—Sabias palabras, hermano —dijo Gannen Harst, acercándose a Vancha. Su rostro estaba demacrado—. Ya ha habido bastantes muertes. Nosotros…
—¡Piérdete! —espetó Vancha.
La expresión de Harst se oscureció.
—No me hables de esa…
—No volveré a advertírtelo —gruñó Vancha.
El ex protector del Lord Vampanez se erizó de furia, pero luego levantó las manos apaciguadoramente y se alejó de su hermano.
Steve no le siguió.
—Quiero decírselo —dijo el semi-vampanez, con los ojos clavados en mí.
—¡No! —siseó Gannen Harst—. ¡No debes! ¡Ahora no! ¡Tú…!
—Quiero decírselo —repitió Steve, con mayor contundencia.
Harst maldijo por lo bajo, nos miró a los dos alternativamente, y luego asintió con tirantez.
—Muy bien. Pero aparte, donde nadie más pueda oírlo.
—¿Qué estáis tramando ahora? —preguntó Vancha con suspicacia.
—Ya lo sabrás —respondió Steve con una risita excitada, cogiéndome del codo.
Me zafé de él.
—¡Mantente lejos de mí, monstruo! —escupí.
—Vamos, vamos —dijo él—. No te precipites. Tengo una noticia que me muero por contarte.
—No quiero oírla.
—Oh, pero lo harás —insistió—. Te estarías dando patadas de aquí a la luna si no vienes y me escuchas.
Quise decirle lo que podía hacer con sus noticias, pero algo en su perversa mirada me detuvo. Vacilé un instante, y luego me alejé con paso firme de los otros para que no nos oyeran. Steve me siguió con Gannen Harst pegado a sus talones.
—Si le hacéis daño… —les advirtió Vancha.
—No lo haremos —prometió Harst, y luego se detuvo, ocultándonos con su cuerpo de la vista de los demás.
—¿Y bien? —pregunté, mientras Steve se plantaba ante mí sonriendo afectadamente.
—Hemos recorrido un largo camino, ¿verdad, Darren? —remarcó—. Desde las aulas de la escuela y nuestro hogar a esta Caverna de la Retribución. Desde la humanidad al vampirismo y al vampanizmo. Desde el día a la noche.
—Dime algo que no sepa —gruñí.
—Solía pensar que pudo haber sido diferente —dijo suavemente, con ojos distantes—. Pero ahora creo que siempre estuvo destinado a ser así. Tu destino era traicionarme y aliarte con los vampiros, convertirte en un Príncipe Vampiro y dirigir la caza del Lord Vampanez. De igual modo, mi destino era encontrar mi propia senda en la noche y…
Se interrumpió, y una expresión taimada cruzó por su rostro.
—Sujétale —gruñó, y Gannen Harst me agarró por los brazos, impidiendo que me moviera de allí—. ¿Preparado para darle las buenas noches?
—Sí —dijo Harst—. Pero deprisa, antes de que intervengan los otros.
—Tus deseos son órdenes —sonrió Steve, y entonces, acercando sus labios a mi oído, susurró algo terrible… Algo espantoso… Algo que volvió mi mundo del revés y que me perseguiría en mis sueños y en mis despertares desde aquel mismo instante.
Mientras se apartaba tras haberme atormentado con su devastador secreto, abrí la boca para gritarle a Vancha la noticia. Antes de llegar a emitir una sola sílaba, Gannen Harst exhaló su aliento sobre mí, el gas noqueante que poseían vampiros y vampanezes. Mientras el humo llenaba mis pulmones, el mundo se desvaneció a mi alrededor, y luego caí, inconsciente, en el atormentado sueño de los condenados.
Lo último que oí antes de perder el conocimiento fue a Steve, riendo histéricamente: el sonido cacareante de un demonio victorioso.