Mr. Tiny hizo una breve pausa cuando llegó hasta nosotros. El pequeño y rechoncho hombrecillo llevaba un raído traje amarillo (una delgada chaqueta, no un abrigo), unas infantiles botas de agua de color verde y unas recias gafas. El reloj con forma de corazón que llevaba siempre colgaba de una cadenita delante de su chaqueta. Algunos decían que Mr. Tiny era un agente del destino: su nombre era Desmond, y si lo abreviabas y lo colocabas junto a su apellido, el resultado era Mr. Destiny.
—Has crecido, joven Shan —dijo, recorriéndome con los ojos—. Y tú, Harkat… —Sonrió a la Personita, cuyos ojos verdes parecían más abiertos y redondos que nunca—… estás irreconocible. Llevas la capucha baja, trabajas para los vampiros… ¡e incluso hablas!
—Usted ya sabía… que yo podía hablar —murmuró Harkat, regresando a su antigua forma entrecortada de hablar—. Usted siempre… lo supo.
Mr. Tiny asintió y siguió adelante.
—Ya basta de cháchara, chicos. Tengo trabajo que hacer y debo darme prisa. El tiempo es oro. Mañana, un volcán tiene que entrar en erupción en una pequeña isla tropical. Todo el mundo en un radio de diez kilómetros a la redonda se tostará vivo. Quiero estar allí. Será muy divertido.
No estaba bromeando. Por eso todo el mundo le temía: disfrutaba con tragedias que encogerían el corazón de cualquier ser medianamente humano.
Seguimos a Mr. Tiny montaña arriba, con las dos Personitas a la zaga. Harkat se volvía a menudo a mirar a sus «hermanos». Pensé que se estaba comunicando con ellos (las Personitas podían leerse el pensamiento mutuamente), pero no me dijo nada al respecto.
Mr. Tiny entró en la montaña por un túnel distinto al que habíamos utilizado. Era un túnel en el que yo nunca había estado, más alto, ancho y seco que la mayoría. No había curvas ni conectaba con otros túneles por donde salir de él. Subía completamente recto por el lomo de la montaña. Mr. Tiny me descubrió mirando las paredes de aquel túnel desconocido para mí.
—Es uno de mis atajos —dijo—. Tengo atajos por todo el mundo, en lugares que ni te imaginas. Ahorran tiempo.
Mientras avanzábamos, pasamos junto a grupos de harapientos seres humanos de piel pálida que se apiñaban a los lados del túnel y se inclinaban ante Mr. Tiny. Eran los Guardianes de la Sangre, que vivían en el interior de la Montaña de los Vampiros y les donaban su sangre. A cambio, se les permitía extraer los órganos internos y el cerebro de los vampiros cuando estos morían… ¡y que ellos se comían en una ceremonia especial!
Me sentía intranquilo caminando entre las filas de Guardianes (nunca había visto a tantos juntos), pero Mr. Tiny se limitó a sonreírles y saludarles, y no se detuvo a conversar.
En un cuarto de hora estuvimos ante la puerta que daba paso a las Cámaras de la Montaña de los Vampiros. Cuando llamamos, el guardia de servicio empezó a abrir la puerta, pero al ver a Mr. Tiny se detuvo y volvió a cerrarla a medias.
—¿Quién eres tú? —dijo bruscamente, a la defensiva, con la mano serpenteando hacia la espada que pendía de su cinturón.
—Ya sabes quién soy, Perlat Cheil —dijo Mr. Tiny, rozando al asustado guardia al pasar.
—¿Cómo sabes mi…? —comenzó a decir Perlat Cheil, y entonces se detuvo y se quedó mirando fijamente la figura que se alejaba. Empezó a temblar y aparto su mano de la espada—. ¿Es quien yo creo que es? —preguntó cuando pasé yo con Harkat y las Personitas.
—Sí —respondí simplemente.
—¡Por las entrañas de Charna! —jadeó, e hizo el signo del toque de la muerte, tocándose la frente con el dedo medio de la mano derecha y los párpados con el índice y el anular. Era el signo que hacían los vampiros cuando pensaban que la muerte estaba cerca.
Caminamos a través de los túneles, acallando conversaciones y dejando bocas abiertas. Incluso aquellos que nunca habían visto a Mr. Tiny lo reconocieron, y dejaron lo que estaban haciendo para venir detrás de nosotros, siguiéndonos en silencio, como la comitiva de un funeral.
Sólo había un túnel que conducía a la Cámara de los Príncipes (yo había descubierto otro hacía seis años, pero lo habían bloqueado), y estaba protegido por los mejores guardias de la montaña. Se suponía que debían detener y registrar a cualquiera que pretendiera entrar en la Cámara, pero cuando Mr. Tiny se acercó, se quedaron mirándolo embobados, bajaron las armas y le dejaron (así como al resto de la comitiva) pasar libremente.
Finalmente, Mr. Tiny se detuvo ante las puertas de la Cámara y echó un vistazo a la abovedada edificación que había construido seis siglos atrás.
—Ha soportado muy bien el paso del tiempo, ¿verdad? —observó, sin dirigirse a nadie en particular. Luego puso una mano sobre las puertas, las abrió y entró. Se suponía que sólo los Príncipes podían abrir las puertas, pero no me sorprendió que Mr. Tiny también tuviera el poder de controlarlas.
Mika y Paris se encontraban en el interior de la Cámara, debatiendo asuntos de guerra con un grupo de Generales. Pese a las jaquecas y los ojos hinchados, todos desviaron bruscamente la atención cuando vieron a Mr. Tiny entrando a zancadas.
—¡Por los dientes de los dioses! —jadeó Paris, palideciendo. Se encogió cuando Mr. Tiny puso el pie en la tarima de los tronos, y luego se enderezó, obligándose a esbozar una tensa sonrisa.
—Desmond —dijo—, me alegro de verte.
—Y yo a ti, Paris —respondió Mr. Tiny.
—¿A qué debemos este inesperado placer? —inquirió Paris con forzada cortesía.
—Os lo diré enseguida —repuso Mr. Tiny, y se dejó caer en uno de los tronos (¡el mío!), cruzó las piernas y se puso cómodo—. Que entre la pandilla —dijo, curvando un dedo hacia Mika—. Tengo algo que decir y deben oírlo todos.
En pocos minutos, casi todos los vampiros de la montaña se habían congregado en la Cámara de los Príncipes, y permanecían nerviosamente junto a las paredes (tan lejos de Mr. Tiny como les era posible), esperando que el misterioso visitante hablara.
Mr. Tiny se miraba las uñas y las frotaba sobre las solapas de su chaqueta. Las Personitas permanecían de pie detrás del trono. Harkat estaba a su izquierda, con aire inseguro. Sentí que vacilaba entre situarse junto a sus hermanos de especie o sus hermanos adoptivos, los vampiros.
—¿Están todos presentes? —preguntó Mr. Tiny. Se puso en pie y avanzó con su andar de pato hasta el borde de la tarima—. Entonces iré al grano. El Señor de los Vampanezes ha sido convertido.
Hizo una pausa, esperando oír jadeos, rugidos y gritos de terror. Pero nos limitamos a mirarlo fijamente, demasiado impresionados para reaccionar.
—Hace seiscientos años —continuó— les dije a vuestros antepasados que el Lord Vampanez conduciría a los vampanezes a una guerra contra vosotros y os exterminarían. Esa era una verdad… pero no la verdad. El futuro puede ser blanco o negro. Sólo hay un «será», pero a menudo nos encontramos con cientos de «podría ser». Lo cual significa que el Lord Vampanez y sus seguidores podrían ser vencidos.
Cada vampiro contenía la respiración y podía sentirse cómo la esperanza tomaba forma en el aire a nuestro alrededor, como una nube.
—El Lord Vampanez por ahora sólo es un semi-vampanez —dijo Mr. Tiny—. Si lo encontráis y lo matáis antes de que se convierta por completo, la victoria será vuestra.
Aquello provocó un enorme rugido, y de repente los vampiros se estaban dando palmadas en la espalda y lanzando vítores. Unos pocos no se unieron a la algarabía. Los que conocíamos personalmente a Mr. Tiny (Paris, Mr. Crepsley y yo) intuimos que no había terminado, y supusimos que debía haber algún inconveniente. Mr. Tiny no era la clase de tipo que sonríe de oreja a oreja al comunicar una buena noticia. Sólo lo hacía cuando sabía que iba a haber sufrimiento y desgracias.
Cuando la oleada de excitación disminuyó, Mr. Tiny levantó la mano derecha. Con la izquierda agarraba su reloj en forma de corazón. El reloj resplandecía con un tono rojo oscuro, y de repente su mano derecha empezó a brillar también. Todas las miradas se fijaron en los cinco dedos carmesí y en la Cámara se produjo un inquietante silencio.
—Cuando el Lord Vampanez fue descubierto hace siete años —dijo Mr. Tiny, con la faz iluminada por el brillo de sus dedos—, estudié los hilos que conectan el presente al futuro, y vi que habría cinco oportunidades de cambiar el curso del destino. Una de ellas ya ha pasado.
En su pulgar, el resplandor rojizo se atenuó, y lo dobló contra la palma de la mano.
—Esa oportunidad era Kurda Smahlt —dijo. Kurda era el vampiro que había conducido a los vampanezes contra nosotros, en un intento por tomar el control sobre la Piedra de Sangre—. Si Kurda hubiera tenido éxito, la mayoría de los vampiros habrían pasado a formar parte de los vampanezes y la Guerra de las Cicatrices (como la denomináis) se habría evitado.
—Pero le matasteis, acabando así con la que, probablemente, ha sido vuestra mejor oportunidad de sobrevivir. —Meneó la cabeza y chasqueó la lengua—. Eso fue una estupidez.
—Kurda Smahlt era un traidor —gruñó Mika—. La traición no puede traer nada bueno. Yo habría preferido morir con honor que deberle la vida a un chaquetero.
—Más tonterías —rió Mr. Tiny, mientras agitaba un resplandeciente meñique—. Esta representa vuestra última oportunidad, si todas las demás fallan. Aún tardará algún tiempo en presentarse (si es que se presenta), así que la ignoraremos.
Bajó el brillante meñique, dejando sólo los tres dedos del centro.
—Lo cual nos lleva a la razón por la que he venido. Si os dejara solos, esas oportunidades os pasarían desapercibidas. Si seguís como hasta ahora, se os escaparán todas, y antes de que os deis cuenta… —Hizo un suave sonido explosivo—. En los próximos doce meses —dijo en voz baja pero clara—, habrá tres encuentros entre ciertos vampiros y el Lord Vampanez…, asumiendo que sigáis mis consejos. Tres veces estará a vuestra merced. Si aprovecháis una de estas oportunidades y lo matáis, habréis ganado la guerra. Si fracasáis, sólo habrá un final, y os lo jugaréis todo en un enfrentamiento del que dependerá el destino de cada vampiro viviente. —Hizo una pausa burlona—. Sinceramente, espero que todo se vaya al traste… ¡Adoro los grandes finales dramáticos!
Volvió la espalda a la Cámara y una de las Personitas le tendió un frasco, del que bebió un buen trago. Mientras lo hacía, furiosos susurros y conversaciones se extendieron entre los vampiros congregados, y cuando volvió a encarar a la multitud, Paris Skyle estaba esperando.
—Muy generoso de tu parte venir a informarnos, Desmond —dijo—. Te doy las gracias en nombre de todos.
—De nada —respondió Mr. Tiny. Sus dedos ya no resplandecían, había soltado el reloj y ahora tenía las manos sobre el regazo.
—Si no es abusar de tu generosidad, ¿podrías decirnos qué vampiros están destinados a encontrar al Lord Vampanez? —preguntó Paris.
—Claro —dijo Mr. Tiny con engreimiento—. Pero dejad que os aclare una cosa: esos encuentros sólo ocurrirán si los vampiros deciden dar caza al Lord Vampanez. Los tres que yo nombre no están obligados a aceptar el reto de perseguirle, ni a hacerse responsables del futuro del clan. Pero si no lo hacen, estaréis condenados, porque sólo en estos tres reside el poder de cambiar el destino.
Miró lentamente a su alrededor, escudriñando los ojos de cada vampiro presente en la Cámara en busca de algún signo de debilidad o temor. Ninguno de nosotros desvió la mirada ni se arredró ante tan seria responsabilidad.
—Muy bien —gruñó—. Uno de los cazadores está ausente, así que no diré su nombre. Si los otros dos se dirigen a la cueva de Lady Evanna, probablemente lo encontrarán por el camino. Si no, perderá su oportunidad de tomar parte activa en el futuro, y todo dependerá de ese par.
—¿Y son…? —preguntó Paris, en tensión.
Mr. Tiny me miró y, con un horrible retortijón de estómago, imaginé lo que venía a continuación.
—Los cazadores deberán ser Larten Crepsley y su asistente Darren Shan —dijo simplemente Mr. Tiny, y mientras todos los ojos en la Cámara se volvían a mirarnos, sentí como si unos vasos invisibles se estremecieran en algún sitio, y supe que mis años de tranquila seguridad en el interior de la Montaña de los Vampiros habían llegado a su fin.