CAPÍTULO 17

Era increíble. Era maravilloso. Era casi imposible de admitir.

Mientras el espíritu de los vampanezes se extinguía como las columnas de humo que se alzaban del cuerpo ardiente de su Señor, el mío se elevaba, y sentía como si mi pecho estallara de alivio y alegría. En nuestra hora más oscura, a pesar de las probabilidades, contra todas las expectativas, nos habíamos impuesto sobre nuestros enemigos y puesto fin a sus destructivos designios a golpe de espada. Ni en mis sueños más locos podría haber imaginado nada más maravilloso.

Alcé los ojos cuando Mr. Crepsley se acercó al borde de la plataforma. El vampiro estaba sangrando, sudando y exhausto, pero en sus ojos brillaba una luz que podría haber iluminado la caverna entera. Me descubrió entre los temblorosos vampanezes, sonrió, levantó la mano en un saludo, y abrió la boca para decir algo.

Fue entonces cuando Steve Leopard, con un grito salvaje, se abalanzó decididamente sobre la espalda del vampiro.

Mr. Crepsley se precipitó hacia delante agitando frenéticamente los brazos, y se aferró a la barandilla. Durante una fracción de segundo pareció que lograría afianzarse y echarse hacia atrás, pero entonces la gravedad tiró de él con rapidez mareante por encima de la barandilla, sacándole de la zona segura… ¡y arrojándole al foso tras el Señor de los Vampanezes!