Las balas golpearon la plataforma, la barandilla, la pared y el techo. Los tres hombres atrapados en la línea de fuego retrocedieron rápidamente, pero no lo suficiente: ¡una de las balas alcanzó al Lord Vampanez en el hombro derecho, arrancándole un arco de sangre y un agudo grito de dolor!
Al oír el grito de su Señor, vampanezes y vampcotas estallaron de rabia. Gritando y aullando como animales salvajes, se abalanzaron en masa hacia la Inspectora Jefe, que aún estaba disparando. Atropellándose unos a otros en su precipitación por llegar primero hasta ella, cayeron sobre Burgess como una ola malévola y revuelta, arrastrando a Harkat y a Debbie por el camino.
Mi primer impulso fue correr hacia Debbie y apartarla del follón, pero Vancha me sujetó antes de que pudiera moverme y señaló la cuerda: ya no la vigilaba nadie.
Supe de inmediato que esa era nuestra prioridad. Debbie tendría que defenderse sola.
—¿Quién irá? —pregunté jadeando mientras corríamos hacia la estaca.
—Yo —dijo Vancha, agarrando la cuerda.
—No —objetó Mr. Crepsley, apoyando una mano en el hombro del Príncipe—. Debo ser yo.
—¡No tenemos tiempo de…! —empezó Vancha.
—Es verdad —le interrumpió Mr. Crepsley—. No tenemos tiempo. Así que déjame pasar y no protestes.
—Larten… —gruñó Vancha.
—Tiene razón —dije yo serenamente—. Tiene que ser él.
Vancha me miró boquiabierto.
—¿Por qué?
—Porque Steve fue mi mejor amigo y Gannen es tu hermano —le expliqué—. Mr. Crepsley es el único que puede concentrarse totalmente en el Lord Vampanez. Tú y yo estaríamos pendientes de Steve o de Gannen, por mucho que intentáramos ignorarles.
Vancha se lo pensó, asintió y soltó la cuerda, dejando pasar a Mr. Crepsley.
—Dales caña, Larten —dijo.
—Lo haré —sonrió Mr. Crepsley. Agarró la cuerda y empezó a cruzar.
—Debemos cubrirle por este lado —dijo Vancha, extrayendo un puñado de shuriken y mirando hacia la plataforma con los ojos entornados.
—Lo sé —repuse, con la vista puesta en los beligerantes vampanezes que tenía ante mí, listo para combatirlos cuando se dieran cuenta de la amenaza que representaba Mr. Crepsley.
Uno de los del trío de la plataforma debió descubrirlo, porque Vancha arrojó repentinamente un par de estrellas voladoras (ahora podía realizar un lanzamiento limpio desde donde estábamos), y escuché una maldición allá arriba, mientras quienquiera que la hubiera proferido retrocedía de un salto, apartándose de la trayectoria de los shuriken.
Se produjo una pausa, y luego, un rugido llenó la caverna, imponiéndose a los gritos y al alboroto de los vampanezes que luchaban.
—¡Siervos de la noche! —bramó Gannen Harst—. ¡Mirad a vuestro Señor! ¡Se acerca el peligro!
Todas las cabezas se volvieron y los ojos se fijaron, primero en la plataforma, y luego en la cuerda y en Mr. Crepsley. Entre nuevos gritos y jadeos, vampanezes y vampcotas se dieron la vuelta y corrieron hacia el punto donde Vancha y yo estábamos parados.
Si no hubieran sido tantos, nos habrían acribillado, pero su número jugó en su contra. Demasiados atacando al mismo tiempo tuvo como resultado confusión y caos. Así que, en lugar de enfrentarnos a una sólida pared de guerreros, pudimos liquidarlos por separado.
Mientras yo balanceaba salvajemente mi espada y Vancha asestaba golpes con sus manos, descubrí a Gannen Harst dirigiéndose cautelosamente hacia el final de la plataforma, donde estaba atada la cuerda, con una afilada daga en la mano. No había que ser un genio para adivinar sus intenciones. Lancé un rugido de advertencia a Vancha, pero este no tenía espacio para darse la vuelta y realizar un lanzamiento. Le grité a Mr. Crepsley que se diera prisa, pero aún se encontraba a bastante distancia de la salvación, y no podía ir más rápido de lo que ya iba.
Cuando Harst llegó hasta la cuerda y se disponía a cortarla, alguien disparó contra él. Se tiró al suelo y rodó fuera del alcance de las balas, mientras el aire se ponía al rojo a su alrededor.
Elevándome sobre la punta de los pies, descubrí a una magullada, vapuleada, pero aún viva Alice Burgess, en pie y rifle en mano, recargándolo a toda prisa con las balas que le había quitado a Morgan James. Justo delante de ella se alzaban Harkat Mulds y Debbie Hemlock; Harkat blandía su hacha, y Debbie balanceaba torpemente una espada corta, ambos protegiendo a la Inspectora Jefe del puñado de vampanezes y vampcotas que no habían ido a ocuparse de la cuerda.
Sentí ganas de lanzar un hurra al verles, y lo habría hecho si un vampanez no hubiera chocado con mi espalda, haciéndome caer al suelo. Mientras me apartaba rodando de la maraña de pies pisoteadores, el vampanez saltó sobre mí. Me inmovilizó contra el suelo, rodeó mi cuello con sus dedos y apretó. La emprendí a golpes con él, pero logró imponerse sobre mí: ¡estaba acabado!
Pero la suerte de los vampiros estaba de mi lado. Antes de que sus dedos llegaran a cerrarse, aplastándome la garganta, uno de sus propios compañeros, al que Vancha acababa de dar un puñetazo, cayó hacia atrás chocando con el vampanez que estaba sobre mí, derribándolo. Mientras este lanzaba un grito de frustración, me puse en pie de un salto, agarré un mazo que alguien había dejado caer durante la lucha, y se lo estampé en la cara. El vampanez cayó, chillando, y yo me reincorporé a la batalla en su punto álgido.
Vi a un vampcota alzar su hacha sobre la cuerda atada a la estaca. Con un rugido, le lancé el mazo, pero demasiado tarde: el filo del hacha se abrió paso limpiamente a través de las hebras de la cuerda, cortándola por completo.
Mis ojos volaron hacia donde colgaba Mr. Crepsley, y se me encogieron las tripas al verlo balancearse bajo la plataforma, entre las rojas llamas del foso, que aún ardía intensamente.
La cuerda pareció tardar un siglo en completar la longitud de su arco y oscilar nuevamente hacia mí. Cuando lo hizo, el vampiro ya no se hallaba a la vista, y el corazón me dio un vuelco. Entonces mis ojos se deslizaron hacia abajo y descubrí que aún se sujetaba a la cuerda, que sólo había resbalado unos metros. Mientras las llamas lamían las plantas de sus pies, empezó a trepar de nuevo, y en un par de segundos estuvo fuera del alcance del fuego, reanudando su ascenso hacia la plataforma.
Un vampcota espabilado se apartó del tumulto, levantó una ballesta y le disparó a Mr. Crepsley. Falló. Antes de que pudiera disparar otra vez, encontré una lanza y la envié volando vertiginosamente hacia él. Le alcancé en la parte superior del brazo derecho, y cayó de rodillas, gimiendo.
Eché un vistazo hacia donde estaba Burgess, disparando de nuevo, cubriendo a Mr. Crepsley mientras trepaba. Debbie estaba forcejeando con un vampcota dos veces más grande que ella. Lo estrechaba entre sus brazos para que no pudiera usar su espada y le había clavado un cuchillo en la espalda. Le arañaba la cara con las uñas, y utilizaba la rodilla izquierda de un modo muy travieso. ¡Nada mal para una profesora de Lengua!
Harkat, mientras tanto, troceaba vampanezes y vampcotas. La Personita era un luchador experimentado y letal, mucho más fuerte y veloz de lo que parecía. Muchos vampanezes cargaron contra él, esperando aplastarlo de un golpe; ninguno sobrevivió para escribir sus memorias.
Entonces, mientras Harkat despachaba a otro vampcota con un balanceo casi casual de su hacha, se oyó un grito animal, y un furioso R. V. se incorporó a la refriega. Se había visto atrapado en medio de una multitud de vampanezes, incapaz de unirse a la lucha. Ahora que por fin estaba libre, se fijó en Harkat y cargó contra él, los garfios centelleando y rechinando los dientes. Lágrimas de rabia fluían a chorros de sus ojos dispares.
—¡Te mato! —rugía—. ¡Te mato! ¡Te mato! ¡Te mato!
Bajó los garfios de la mano izquierda hacia la cabeza de Harkat, pero la Personita se hizo a un lado y los apartó con la hoja plana del hacha. R. V. balanceó el otro conjunto de garfios hacia el estómago de Harkat. Este bajó la mano libre justo a tiempo, y atrapó los garfios de R. V. por encima del codo, deteniendo las puntas a menos de un centímetro de su diafragma. Mientras R. V. gritaba y escupía a Harkat, la Personita agarró tranquilamente las correas que ataban los garfios al brazo de R. V., las arrancó y arrojó lejos aquella mano artificial.
R. V. chilló como si le hubieran apuñalado, y le lanzó un golpe a Harkat con el muñón que era el extremo del codo. Harkat hizo caso omiso, tan sólo se estiró, agarró la otra mano engarfiada de R. V. y la arrancó también.
—¡¡¡NO!!! —chilló R. V., lanzándose hacia sus garfios—. ¡Mis manos! ¡Mis manos!
R. V. recuperó los garfios, pero no podía volver a atárselos sin ayuda. Les gritó a sus camaradas que le ayudaran, pero estos tenían sus propios problemas. Aún estaba gritando cuando Alice Burgess bajó el rifle y se quedó mirando la plataforma. Al darme la vuelta para ver qué miraba, vi a Mr. Crepsley pasando por encima de la barandilla, y también yo me relajé.
Todos los ojos se fueron desviando gradualmente hacia la plataforma, y la batalla cesó. Cuando la gente vio a Mr. Crepsley parado sobre la plataforma, dejó de luchar y miró con atención la escena, sintiendo, como yo, que nuestra trifulca ya no era relevante: la única confrontación importante era la que iba a tener lugar por encima de nuestras cabezas.
Cuando todo el mundo se hubo quedado quieto, un extraño silencio se abatió sobre nosotros, y se prolongó durante un minuto, o tal vez más. Mr. Crepsley permanecía en pie al final de la plataforma, impasible, con sus tres oponentes alzándose ante a él como centinelas.
Finalmente, cuando los pelillos de mi nuca empezaban a bajar (los había tenido de punta desde el comienzo de la batalla), el Señor de los Vampanezes fue hacia la barandilla, se bajó la capucha, miró a los que nos hallábamos en el suelo, y habló.