CAPÍTULO 14

Me lancé hacia delante impulsivamente cuando vi desaparecer a Vancha en medio de las llamas, pero me vi obligado a retroceder rápidamente ante las olas de fuego que rodaron hacia mí. Mientras se dispersaban por el suelo de la caverna o se elevaban en el aire por encima de nuestras cabezas, el sonido de las carcajadas de Steve Leopard llenó mis oídos. Protegiéndome los ojos con las manos, eché un vistazo a lo alto de la plataforma y le vi dar saltos, sosteniendo una pesada espada por encima de su cabeza, mientras vitoreaba y vociferaba con perverso regocijo.

—¡Buen viaje, Vancha! —aullaba—. ¡Que le vaya bien, Mr. March! ¡Adiós, Principito! ¡Hasta nunca, vamp…!

—¡No escribas mi esquela aún, Leonard! —rugió una voz desde el interior de la cortina de fuego, y cuando Steve bajó la cabeza, las llamas cedieron ligeramente, revelando a un Vancha March chamuscado, tiznado, pero muy vivo, que colgaba de la cuerda con una mano mientras se golpeaba furiosamente las llamas del pelo y las pieles con la otra.

—¡Vancha! —grité, encantado—. ¡Estás vivo!

—Pues claro que lo estoy —respondió, sonriendo doloridamente mientras extinguía la última llama.

—Eres un viejo tejón duro de pelar, ¿verdad? —observó agriamente Steve, mirando al Príncipe con ojos iracundos.

—Sí, señor —gruñó Vancha, con un destello en los ojos—. Y aún no has visto nada… ¡Espera a que ponga mis manos en tu esmirriado y endemoniado pescuezo!

—¡Me das taaaanto miedo! —bufó Steve.

Y mientras Vancha empezaba a trepar de nuevo, corrió al extremo de la plataforma donde estaba atada la cuerda y le dio unos golpecitos con la espada.

—No lo hagas —rió alegremente—. Un centímetro más y te enviaré derechito al infierno.

Vancha se detuvo y estudió a Steve y el tramo de cuerda que aún le quedaba por recorrer, calculando sus posibilidades. Steve emitió una risita seca.

—Déjalo, March. Hasta un zoquete como tú sabe cuándo ha perdido. No quiero cortar la cuerda (aún), pero si me lo propusiera, no podrías hacer nada para detenerme.

—Ya lo veremos —gruñó Vancha, y seguidamente extrajo una de sus estrellas voladoras, lanzándosela al semi-vampanez.

Steve ni se inmutó cuando el shuriken se clavó inofensivamente bajo la plataforma de acero.

—No es el ángulo adecuado —bostezó con indiferencia—. No puedes alcanzarme desde donde estás, por muy buen lanzador que seas. Ahora, ¿quieres bajar y reunirte con tus amigos en el suelo, o debo ponerme desagradable?

Vancha escupió hacia Steve (el salivazo no logró alcanzar su objetivo), y después pasó los brazos y las piernas alrededor de la cuerda y se deslizó rápidamente por encima de las llamas, alejándose de la plataforma, hacia donde nosotros esperábamos.

—Sabia decisión —dijo Steve mientras Vancha volvía a afianzarse sobre sus pies y examinábamos su espalda y su pelo en busca de rescoldos ardientes.

—Si tuviera un arma —murmuró Burgess—, quitaría del medio a ese gilipollas.

—Ya estás empezando a ver las cosas desde nuestro punto de vista —observó Vancha con ironía.

—Aún no sé qué pensar de vosotros —contestó la Inspectora Jefe—, pero reconozco a un cabrón redomado cuando lo veo.

—Pues bien —anunció Steve en voz alta—, si ya estamos todos listos, que empiece la función.

Introdujo dos dedos entre sus labios y lanzó tres fuertes silbidos. Por encima de nosotros, los paneles del techo se abrieron, y vampanezes y vampcotas descendieron por unas cuerdas. Paneles similares se abrieron en las paredes de la caverna, y más enemigos nuestros los atravesaron y avanzaron. Conté veinte…, treinta…, cuarenta…, y más. La mayoría iban armados con espadas, hachas y garrotes, pero algunos vampcotas portaban rifles, pistolas y ballestas.

Retrocedimos hasta el borde del foso mientras los vampanezes y los vampcotas nos rodeaban, para que no pudieran atacarnos por la espalda. Miramos fijamente las filas de soldados de rostros sombríos, contándolos en silencio, mientras nuestras esperanzas se desvanecían al reparar en su abrumadora mayoría.

Vancha se aclaró la garganta.

—Calculo que nos tocan diez o doce a cada uno —comentó—. ¿Alguien ha elegido ya a sus favoritos, o nos los repartimos al azar?

—Puedes quedarte con todos los que quieras —dije yo al descubrir un rostro familiar entre la multitud agolpada a mi izquierda—, pero déjame a mí a ese tipo de ahí.

La Inspectora Jefe Burgess emitió un grito ahogado al ver a quién estaba señalando.

—¿Morgan James?

—Buenas noches, doña —la saludó burlonamente el policía/vampcota de ojos agudos. Se había quitado el uniforme. Ahora llevaba la camisa marrón y los pantalones negros de los vampcotas, y unos círculos rojos de sangre embadurnados alrededor de los ojos.

—¿Morgan es uno de ellos? —preguntó la Inspectora Jefe, escandalizada.

—Sí —dije yo—. Él me ayudó a escapar. Sabía que Steve mataría a sus compañeros… y se lo permitió.

Su rostro se ensombreció.

—Shan —gruñó—, si lo quieres, tendrás que luchar conmigo. ¡Ese bastardo es mío!

Me volví hacia ella para discutírselo, pero vi el brillo feroz de sus ojos y accedí con un cabeceo.

Los vampanezes y los vampcotas se detuvieron a unos tres metros de nosotros, balanceando sus armas, con los ojos alerta, esperando la orden de atacar. Sobre la plataforma, Steve gruñó alegremente y dio unas palmadas. Por el rabillo del ojo vi aparecer a alguien en la boca del túnel que se abría a nuestra espalda. Al echar un vistazo por encima del hombro, reparé en que eran dos las personas que habían aparecido, y que estaban cruzando el tablón hacia la plataforma. Las dos me resultaban familiares: ¡Gannen Harst y el Señor de los Vampanezes!

—¡Mirad! —siseé a mis compañeros.

Vancha profirió un sonoro gemido al ver a la pareja, se volvió rápidamente extrayendo tres shuriken, apuntó y lanzó. La distancia no era un problema, pero el ángulo (como cuando colgaba de la cuerda y había apuntado a Steve) no era favorable, y las estrellas golpearon y rebotaron en la parte inferior de la plataforma.

—Saludos, hermano —dijo Gannen Harst, inclinando la cabeza hacia Vancha.

—¡Tenemos que conseguir llegar hasta ahí! —exclamó Vancha, buscando un camino por el que abrirse paso.

—Si puedes guiarnos, te seguiré con gusto —dijo Mr. Crepsley.

—La cuerda… —empezó Vancha, pero se interrumpió al ver a un grupo de vampanezes alzarse entre nosotros y la estaca donde la cuerda estaba amarrada. Hasta el salvaje y siempre optimista Príncipe comprendió que no podría abrirse paso entre tantos enemigos. Si hubiéramos contado con el elemento sorpresa, podríamos habernos lanzado a través de ellos, pero, después de nuestro último encuentro, estaban preparados para hacer frente a un ataque insensato y fulgurante.

—Aunque pudiéramos llegar hasta la… cuerda —dijo Harkat—, los de la plataforma podrían cortarla antes… de que lográramos pasar.

—Entonces, ¿qué hacemos? —gruñó Vancha, frustrado.

—¿Morir? —sugirió Mr. Crepsley.

Vancha dio un respingo.

—No temo a la muerte —dijo—, pero no pienso correr a sus brazos. Aún no estamos acabados. No estaríamos aquí parados hablando si así fuera; hasta ahora, sólo nos han hecho correr. Cubridme.

Dicho esto, dio medio vuelta y se dirigió al trío de la plataforma, que ahora estaban parados hombro con hombro, junto al tablón.

—¡Gannen! —gritó Vancha—. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tus hombres no nos han atacado aún?

—Ya sabes por qué —respondió Harst—. Temen mataros en el calor de la batalla. Según Desmond Tiny, se supone que sólo nuestro Señor puede matar a los cazadores.

—¿Eso significa que no se defenderían si les atacáramos? —preguntó Vancha.

Steve soltó una carcajada perruna.

—Sigue soñando, viejo estúpido…

—¡Ya basta! —gritó Gannen Harst, haciendo callar al semi-vampanez—. ¡No interrumpas cuando estoy hablando con mi hermano!

Steve miró con rabia al protector del Lord Vampanez, pero acabó por bajar la cabeza y contener su lengua.

—Claro que se defenderían —dijo Harst, dirigiéndose nuevamente a Vancha—, pero esperamos evitar una situación así. Aparte de que correríamos el riesgo de mataros, ya hemos perdido a demasiados hombres buenos y no deseamos sacrificar a ninguno más. Tal vez sea posible llegar a un acuerdo.

—Te escucho —dijo Vancha.

Gannen Harst miró brevemente a Steve. Este ahuecó las manos en torno a la boca y gritó hacia el techo.

—¡Bájala, R. V.!

Hubo una pausa, y a continuación, un panel se abrió violentamente en el techo, y alguien descendió a través del hueco colgando de una cuerda: ¡Debbie!

Mi corazón se desbocó al verla, y elevé los brazos, como si pudiera alcanzarla a través de la gran distancia que nos separaba y cogerla. No parecía haber sufrido a manos (garfios) del chiflado de R. V., aunque tenía un corte en la frente, la ropa desgarrada y un aspecto increíblemente cansado. Tenía las manos atadas a la espalda, pero las piernas libres, y lanzó una patada hacia Steve y los otros cuando estuvo a la altura de la plataforma. Ellos se limitaron a reír, y R. V. la bajó un metro más, para que no pudiera alcanzarles.

—¡Debbie! —grité desesperadamente.

—¡Darren! —chilló—. ¡Sal de aquí! ¡No confíes en ellos! ¡Dejan que Steve y R. V. hagan lo que les plazca! ¡Siempre siguen sus órdenes! ¡Huye rápido antes de que…!

—Si no te callas —gruñó ferozmente Steve—, te haré callar yo.

Extendió su espada y tocó con la parte plana la delgada cuerda que la ataba por la cintura…, que era todo lo que había entre Debbie y una caída mortal al interior del foso.

Debbie se dio cuenta del peligro en el que se encontraba y se mordió la lengua.

—Bueno —dijo Gannen Harst cuando volvió a haber silencio—. Ahora…, nuestra oferta. Sólo nos interesáis los cazadores. Debbie Hemlock, Alice Burgess y la Personita no nos importan. Os superamos en número, Vancha. Nuestra victoria está asegurada. No podéis ganar, sólo herirnos, y tal vez provocarnos para morir a manos de alguien que no sea nuestro Señor.

—Para mí es más que suficiente —resolló Vancha.

—Tal vez —asintió Harst—. Y estoy seguro de que Larten Crepsley y Darren Shan sienten lo mismo. Pero ¿y los demás? ¿Entregarán sus vidas tan alegremente por el clan de los vampiros?

—¡Yo lo haré! —tronó Harkat.

Gannen Harst sonrió.

—Esperaba que lo hicieras, grisáceo. Pero no tienes que hacerlo. Ni las mujeres tampoco. Si Vancha, Larten y Darren deponen sus armas y se entregan, liberaremos al resto. Podréis marcharos conservando la vida.

—¡Ni hablar! —gritó Vancha de inmediato—. No me entregaría para que me matarais ni en el mejor de los casos… ¡y de ninguna manera voy a hacerlo ahora, cuando hay tanto en juego!

—Yo tampoco aceptaré semejante trato —dijo Mr. Crepsley.

—¿Y qué hay de Darren Shan? —preguntó Harst—. ¿Aceptará nuestro trato, o condenará a sus amigos a morir con el resto de vosotros?

Todas las miradas se clavaron en mí. Alcé los ojos hacia Debbie, que colgaba de la cuerda, asustada, ensangrentada, desolada. En mi mano estaba liberarla. Aceptar el trato de los vampanezes, hacer frente a una muerte rápida en lugar de otra tal vez lenta y dolorosa, y salvar la vida de la mujer que amaba. Habría sido inhumano por mi parte rechazar un trato así…

… pero yo no era humano. Era un semi-vampiro. Más aún: un Príncipe Vampiro. Y los Príncipes no hacían tratos, cuando el destino de su gente estaba en juego.

—No —dije tristemente—. Lucharemos y moriremos. Todos para uno y uno para todos.

Gannen Harst asintió comprensivamente.

—Ya me lo esperaba, pero siempre se ha de empezar con la oferta menos atractiva. Muy bien… Dejad que os haga otra propuesta. Es un planteamiento igual de básico que el primero. Tirad las armas, rendíos, y dejaremos ir a las humanas. Sólo que esta vez, Darren Shan tendrá un cara a cara con nuestro Señor y con Steve Leonard.

La cara de Vancha se arrugó suspicazmente.

—¿De qué estás hablando?

—Si tú y Larten os entregáis sin luchar —dijo Harst—, permitiremos que Darren se enfrente en duelo a nuestro Señor y a Steve Leonard. Serán dos contra uno, pero dispondrá de armas. Si Darren gana, os dejaremos libres a los tres, junto a los demás. Si pierde, os ejecutaremos a ti y a Larten, pero las humanas y Harkat Mulds podrán irse.

—Pensadlo —nos apremió—. Es un trato bueno y honesto, más de lo que razonablemente podríais haber esperado.

Vancha se volvió de espaldas a la plataforma, preocupado, y miró a Mr. Crepsley en busca de consejo. El vampiro, por una vez, no supo qué decir, y se limitó a menear la cabeza en silencio.

—¿Qué opinas tú? —me preguntó Vancha.

—Que tiene que ser una encerrona —murmuré—. ¿Por qué arriesgar la vida de su Señor si no tienen necesidad de hacerlo?

—Gannen no mentiría —dijo Vancha. Su rostro se endureció—. Pero podría no estar diciéndonos toda la verdad. ¡Gannen! —rugió—. ¿Qué garantías nos das de que sería una pelea justa? ¿Cómo sabemos que R. V. y los otros no van a intervenir?

—Os doy mi palabra —respondió serenamente Gannen Harst—. Sólo los dos que se encuentran conmigo en la plataforma lucharán con Darren Shan. Nadie más intervendrá. Mataré a cualquiera que pretenda inclinar la balanza hacia uno u otro lado.

—Con eso me basta —dijo Vancha—. Le creo. Pero ¿es esta la forma en que queremos hacerlo? Nunca hemos visto luchar a su Señor, así que no sabemos de lo que es capaz… Pero sabemos que Leonard es un oponente astuto y peligroso. Los dos juntos… —Hizo una mueca.

—Si aceptamos el trato de Gannen —dijo Mr. Crepsley—, y enviamos a Darren a enfrentarse a ellos, nos lo jugaremos todo a una sola mano. Si Darren gana, estupendo. Pero si pierde…

Mr. Crepsley y Vancha clavaron en mí una larga e intensa mirada.

—¿Y bien, Darren? —preguntó Mr. Crepsley—. Es una carga enorme para que la lleves tú solo. ¿Estás preparado para afrontar una responsabilidad tan grande?

—No lo sé —suspiré—. Sigo pensando que es una encerrona. Si las probabilidades fueran del cincuenta por ciento, aceptaría sin dudar. Pero no creo que lo sean. Creo… —Me interrumpí—. Bueno, no importa. Si esta es nuestra mejor oportunidad, tenemos que aprovecharla. Si los dos confiáis en mí, aceptaré el reto… y la responsabilidad, si fracaso.

—Habla como un verdadero vampiro —comentó Vancha con afecto.

—Es un verdadero vampiro —replicó Mr. Crepsley, y sentí que el orgullo florecía abrasadoramente en mi interior.

—¡Muy bien! —gritó Vancha—. ¡Aceptamos! Pero primero tenéis que dejar libres a las humanas y a Harkat. Después, Darren luchará con vuestro Señor y con Steve. Y sólo entonces, si la pelea es justa y él pierde, Larten y yo depondremos nuestras armas.

—Ese no es el trato —respondió Harst con tirantez—. Debéis dejar las armas a un lado y rendiros antes…

—No —le interrumpió Vancha—. Lo haremos de esta forma o de ninguna. Tienes mi palabra de que dejaremos que tu gente venga a prendernos si Darren pierde…, asumiendo que pierda justamente. Si mi palabra no te basta, vamos a tener un problema.

Gannen Harst vaciló, y luego asintió bruscamente.

—Tu palabra me basta —dijo, y luego ordenó a R. V. que izara a Debbie y la llevara abajo.

—¡No! —aulló R. V.—. ¡Steve dijo que podía matarla! ¡Dijo que podía cortarla en pedacitos diminutos y…!

—¡Pues ahora te digo lo contrario! —rugió Steve—. ¡No discutas conmigo! Habrá otras noches y otros humanos…, montones de ellos…, pero sólo hay un Darren Shan.

Oímos rezongar a R. V., pero tiró de la cuerda y Debbie ascendió en medio de breves y bruscas sacudidas.

Mientras esperábamos a que nos devolvieran a Debbie, me preparé para luchar con la pareja de la plataforma, secándome el sudor de las manos, comprobando mis armas, librando mi mente de todo pensamiento, excepto los concernientes a la batalla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Vancha.

—Bien.

—Recuerda —dijo—, lo único que importa es el resultado. Pelea sucio si tienes que hacerlo. Patadas y escupitajos, arañazos y pellizcos, golpes en los bajos…

—Lo haré —le aseguré con una gran sonrisa. Y bajando la voz, le pregunté—: ¿De verdad pensáis rendiros si pierdo?

—Di mi palabra, ¿no? —respondió Vancha, y, guiñándome un ojo, susurró en voz aún más baja que la mía—: Prometí que tiraríamos nuestras armas y les dejaríamos venir a prendernos. Y así lo haremos. ¡Pero no dije nada sobre dejar que nos atrapen ni volver a coger las armas!

Los vampanezes abrieron filas ante nosotros cuando R. V. pasó entre ellos arrastrando tras de sí a Debbie por el pelo.

—¡Para! —grité furioso—. ¡Le estás haciendo daño!

R. V. enseñó los dientes y soltó una carcajada. Seguía llevando una lentilla roja, y no había reemplazado la que había perdido la noche anterior. Su enmarañada barba estaba salpicada de fragmentos de musgo, ramitas, mugre y sangre. Habría sido fácil sentir pena por él (pues había sido un hombre decente antes de perder las manos entre las mandíbulas del hombre-lobo del Cirque du Freak), pero no tenía tiempo para sentir simpatía. Me recordé a mí mismo que era el enemigo y borré de mi mente todo indicio de piedad.

R. V. tiró a Debbie al suelo frente a mí. Ella dejó escapar un grito de dolor, y luego se incorporó sobre las rodillas y se arrojó a mis brazos. La estreché con fuerza mientras sollozaba e intentaba hablar.

—Shhh —dije—. Tranquila. Ya estás a salvo. No digas nada.

—Yo… debo hacerlo —sollozó—. Tengo mucho que… decir. Te… te amo, Darren.

—Claro que sí —sonreí, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.

—Qué escena tan conmovedora —se burló Steve—. Que alguien me pase un pañuelo.

Le ignoré y sostuve el rostro de Debbie ante mí. La besé rápidamente, y sonreí.

—Estás horrible —dije.

—¡Qué encantador! —replicó riendo a medias, y luego se quedó mirándome con expresión suplicante—. No quiero irme —graznó—. No hasta después del combate.

—No —dije enseguida—. Tienes que irte. No quiero que te quedes a verlo.

—¿Por si te matan? —preguntó.

Asentí, y apretó los labios casi hasta hacerlos desaparecer.

—Yo también quiero quedarme —dijo Harkat, acercándose a nosotros, con los ojos verdes llenos de determinación.

—Estás en tu derecho —admití—. No voy a impedírtelo. Pero preferiría que te fueras. Si valoras nuestra amistad, cogerás a Debbie y a la Inspectora Jefe, las llevarás a la superficie y te asegurarás de que escapen sanas y salvas. No confío en estos monstruos; podrían montar en cólera y matarnos a todos si gano.

—Entonces, debería quedarme a luchar… a tu lado —dijo Harkat.

—No —respondí suavemente—. Esta vez no. Por favor, por mí y por Debbie, prométeme que te irás.

Harkat no estaba conforme, pero asintió a regañadientes.

—Pues vámonos ya —espetó alguien detrás de nosotros—. Déjales salir si van a irse.

Alcé la mirada y vi al traicionero agente de policía llamado Morgan James avanzando a zancadas hacia nosotros. Portaba un rifle ligero, cuya culata hundió en las costillas de su Inspectora Jefe.

—¡Aparta esa mierda de mí! —espetó ella, volviéndose furiosamente hacia él.

—Tranquila, jefa —respondió él arrastrando las palabras, sonriendo como un chacal, mientras levantaba el rifle—. No me gustaría nada tener que pegarte un tiro.

—Cuando volvamos, serás historia —gruñó ella con fiereza.

—Yo no voy a volver —dijo él, sonriendo afectadamente—. Os conduciré hasta la caverna que hay al final del túnel, cerraré bien para asegurarme de que no podáis causar disturbios, y volveré con los demás cuando los luchadores hayan terminado.

—No escaparás tan fácilmente —bufó Burgess—. Te perseguiré y te haré pagar por esto, aunque tenga que recorrer medio mundo.

—Seguro que lo harás —rió Morgan, y volvió a darle en las costillas, esta vez más fuerte.

La Inspectora Jefe escupió a su ex agente, lo apartó de un empujón y se agachó junto a Vancha para atarse los cordones. Mientras lo hacía, le preguntó en un susurro:

—El tipo de la capa y la capucha… es el que tenéis que matar, ¿verdad?

Vancha asintió mudamente, sin revelar nada en su expresión.

—No me gusta la idea de enviar al chico a luchar con ellos —dijo Burgess—. Si puedo haceros un poco de espacio y cubriros disparando, ¿crees que tú o Crepsley podríais subir hasta allí?

—Quizás —dijo Vancha, sin apenas mover los labios.

—Entonces, veré lo que puedo hacer.

Burgess terminó de atarse los cordones, se incorporó y le guiñó un ojo.

—Vamos —dijo en voz alta a Harkat y a Debbie—. Aquí el aire apesta. Cuanto antes salgamos, mejor.

La Inspectora Jefe empezó a andar, empujando rudamente a Morgan y adelantándose a él con una premeditada zancada. Las filas de vampanezes que se hallaban ante ella se apartaron para dejarle paso. Ahora sólo quedaban unos pocos entre nosotros y la estaca a la que estaba atada la cuerda.

Harkat y Debbie se volvieron a mirarme afligidamente. Debbie abrió la boca para decir algo, pero las palabras no acudieron. Llorando, sacudió la cabeza y me volvió la espalda, con los hombros estremecidos por el llanto. Harkat la rodeó con los brazos y la alejó de allí, siguiendo a la Inspectora Jefe.

Burgess casi había llegado a la boca del túnel que conducía fuera de la caverna cuando se detuvo y echó un vistazo por encima del hombro. Morgan se hallaba cerca de ella, acunando su rifle. Harkat y Debbie iban varios metros detrás, avanzando lentamente.

—¡Deprisa! —espetó Burgess a la pareja rezagada—. ¡Esto no es la comitiva de un funeral!

Morgan sonrió y se volvió a mirar automáticamente a Harkat y a Debbie. Al hacerlo, la Inspectora Jefe entró en acción. Se lanzó hacia él, agarró el rifle y le hundió la culata en la sensible carne del estómago, con dureza y rapidez, haciéndolo doblarse sobre sí mismo. Morgan chilló de dolor y sorpresa, y sujetó el rifle mientras ella intentaba arrebatárselo. Estuvo a punto de lograr que ella lo soltara, pero no fue suficiente, y la pareja rodó por el suelo, luchando por el arma. Detrás de ellos, vampanezes y vampcotas corrieron a interceptarlos.

Antes de que las tropas la alcanzaran, Burgess consiguió poner un dedo en el gatillo y lo apretó. Podía haber estado apuntando a cualquier parte (pues no tuvo tiempo de elegir el blanco), pero por suerte, apuntaba a la mandíbula del vampcota con el que forcejeaba: ¡Morgan James!

Hubo un fogonazo y el rugido de un disparo. Luego, Morgan se apartó de la Inspectora Jefe con un chillido de agonía y el lado izquierdo de la cara convertido en un amasijo sanguinolento.

Cuando Morgan se levantaba, apretando entre las manos los restos de su cara, Burgess le atizó en la parte posterior del cráneo con la culata del rifle, dejándolo inconsciente. Luego, mientras vampanezes y vampcotas pululaban hacia ella, apoyó una rodilla sobre la espalda de su ex agente, levantó el rifle, apuntó cuidadosamente y disparó una lluvia de balas contra la plataforma: contra Steve, Gannen Harst… ¡y el Señor de los Vampanezes!