El túnel descendió en línea recta unos quinientos o seiscientos metros, antes de abrirse a una enorme caverna excavada por el hombre, de paredes lisas y techo extremadamente alto. Tres pesadas lámparas de plata colgaban del techo, cada una adornada con docenas de gruesas velas rojas encendidas.
Al entrar en la caverna, vi que tenía forma ovalada, ancha en el centro, estrechándose hacia los extremos. Había una plataforma situada junto a la pared que había frente a nosotros, suspendida sobre unos robustos pilares de acero, de quince metros de altura. Nos acercamos, con las armas bien sujetas, desplegándonos para formar una línea ordenada, con Vancha ligeramente adelantado, moviendo rápidamente los ojos de izquierda a derecha y hacia arriba, en busca de vampanezes.
—Quietos —dijo Vancha al aproximarnos a la plataforma.
Nos detuvimos instantáneamente. Pensé que había visto un vampanez, pero tenía la mirada clavada en el suelo, perplejo, pero no alarmado.
—Echad un vistazo a esto —murmuró, indicándonos que nos acercáramos.
Al llegar junto a él, sentí que se me congelaban las entrañas. Estábamos parados al borde de un foso (ovalado como la caverna), que habían llenado de estacas con puntas de acero de dos o tres metros de largo. Me recordó al foso de la Cámara de la Muerte, en la Montaña de los Vampiros, sólo que este era mucho más grande.
—¿Una trampa para que caigamos… dentro? —preguntó Harkat.
—Lo dudo —dijo Vancha—. Los vampanezes lo habrían cubierto si querían que pasáramos por encima.
Miró hacia arriba. La plataforma estaba construida directamente sobre el foso, con los pilares que la sustentaban alzándose de entre las estacas. Ahora que estábamos cerca, pudimos ver un tablón largo que conectaba la parte posterior derecha de la plataforma a un agujero en la pared que había detrás. También había una gruesa cuerda que iba desde la parte anterior izquierda hasta nuestro lado del foso, donde estaba atada a una gran estaca que le servía de sujeción.
—Parece que sólo se puede seguir adelante por este camino —observé, sin gustarme ni una pizca aquel tinglado.
—Podríamos rodear el foso y trepar por la pared —sugirió Mr. Crepsley.
Vancha meneó la cabeza.
—Mirad otra vez —dijo.
Miré la pared con más atención, como Mr. Crepsley. Él reparó antes que yo en lo que estábamos viendo, y masculló una grosería entre dientes.
—¿Qué hay? —preguntó Harkat, cuyos redondos ojos verdes no eran tan agudos como los nuestros.
—Marcas de agujeros diminutos en la pared —dije yo—. Ideales para disparar dardos o balas a través de ellos.
—Acabarían con nosotros en cuestión de segundos si intentáramos trepar —dijo Vancha.
—Esto es absurdo —murmuró la Inspectora Jefe Burgess. Nos volvimos hacia ella—. ¿Por qué iban a tender una trampa aquí y no en el túnel? —preguntó—. Las paredes del túnel podrían haber estado acribilladas de agujeros como estos. No podíamos dar la vuelta ni correr hacia ningún sitio. Éramos como los patos del tiro al blanco. ¿Por qué esperar hasta ahora?
—Porque no es una trampa —le explicó Vancha—. Es un aviso. No quieren que vayamos por ese camino. Quieren que utilicemos la plataforma.
La jefa de policía frunció el ceño.
—Pensaba que querían mataros.
—Y así es —dijo Vancha—, pero primero quieren jugar con nosotros.
—Absurdo —murmuró de nuevo, sujetando con fuerza el cuchillo junto al pecho y volviéndose lentamente para inspeccionar la caverna entera, como si esperara que unos demonios saltaran de las paredes y el suelo.
—¿Oléis eso? —preguntó Mr. Crepsley, arrugando la nariz.
—Petróleo —asentí—. Proviene del foso.
—Tal vez debamos retroceder —sugirió Vancha, y nos apartamos rápidamente, sin que hubiera que repetírnoslo.
Examinamos la cuerda amarrada a la estaca. Estaba prietamente entretejida, tensa, profesionalmente atada. Vancha la probó trepando por ella unos cuantos metros, mientras los demás permanecíamos con las armas dispuestas, cubriéndole.
El Príncipe tenía una expresión pensativa al volver.
—Es fuerte —dijo—. Creo que nos soportaría a todos a la vez. Pero no correremos riesgos. Cruzaremos de uno en uno, en el mismo orden en que atravesamos el túnel.
—¿Y que hay de la plataforma? —preguntó Harkat—. Podría estar preparada para… derrumbarse cuando estemos encima.
Vancha asintió.
—Cuando yo esté arriba, correré hacia la apertura a la que lleva el tablón. No subas hasta que me veas a salvo. Cuando lo hagas, vete derecho hacia el túnel. Lo mismo va para los demás. Si echan abajo la plataforma mientras la estamos cruzando, sólo moriría uno de nosotros.
—Genial —bufó la Inspectora Jefe—. Así que tengo una posibilidad entre cinco de cruzar con vida.
—Es una buena posibilidad —dijo Vancha—. Mucho mejor que las que tendremos cuando aparezcan los vampanezes.
Vancha se aseguró de que sus shuriken estuvieran bien sujetos, se agarró de la cuerda, subió unos metros y luego se puso de espaldas, de manera que quedó colgando al revés. Comenzó a cruzar, una mano tras la otra, un pie detrás del otro. La cuerda se torcía en un ángulo abrupto, pero el Príncipe era fuerte y no desfalleció.
Estaba casi a medio camino, colgando sobre el foso de mortíferas estacas, cuando una figura apareció en la boca del túnel. Burgess la vio primero.
—¡Eh! —gritó, levantando una mano para señalarla—. ¡Ahí arriba hay alguien!
Nuestros ojos (y los de Vancha) se volvieron bruscamente hacia la entrada del túnel. La luz era escasa, y era imposible decir si la figura era grande o pequeña, masculina o femenina. Entonces avanzó un paso sobre el tablón, y el misterio quedó resuelto.
—¡Steve! —siseé, con los ojos llenos de odio.
—¿Qué tal, chicos? —tronó el semi-vampanez, cruzando el tablón a zancadas, sin el más mínimo temor a caer y quedar empalado en las estacas de abajo—. ¿Algún problema por el camino? Hace siglos que os espero. Pensé que os habíais perdido. Ya estaba preparando un grupo de búsqueda para traeros.
Steve llegó a la plataforma y caminó hacia la barandilla alta hasta la cintura que la recorría de un lado a otro. Se inclinó para observar a Vancha y le sonrió radiantemente, como si diera la bienvenida a un viejo amigo.
—Volvemos a encontrarnos, Mr. March —lo saludó con una risita, agitando sarcásticamente una mano.
Vancha gruñó como un animal y comenzó a trepar más deprisa que antes. Steve lo contempló, divertido, y luego se metió una mano en el bolsillo, sacó una cerilla y la sostuvo en alto ante nuestros ojos, para que la viéramos. Nos guiñó uno ojo, se agachó y frotó la cerilla contra el suelo de la plataforma. La protegió con una mano ahuecada junto a su rostro durante un momento, mientras se avivaba la llama, y luego la arrojó despreocupadamente por la barandilla… al interior del foso empapado de petróleo.
Hubo un rugido explosivo que estuvo a punto de reventarme los tímpanos. Las llamas se dispararon fuera del foso como enormes y violentos dedos. Se ondularon sobre los bordes de la plataforma, pero sin amenazar a Steve, que reía a carcajadas a través de la rojiamarilla pared de fuego. Las llamas chamuscaron el techo y la pared del fondo… y consumieron completamente la cuerda y a Vancha, tragándose al Príncipe en un flameante parpadeo.