CAPÍTULO 9

Al principio, llevábamos ventaja a la turba (los humanos no pueden competir con los vampiros o las Personitas en velocidad), pero entonces a Mr. Crepsley se le hinchó el tobillo y su paso empezó a disminuir sin cesar.

—No… me encuentro bien —jadeó, cuando nos detuvimos en una esquina a descansar—. No puedo… seguir. Debéis iros… sin mí.

—No —dije al instante—. Le llevaremos con nosotros.

—No puedo… mantenerme en pie —gruñó, rechinando los dientes de dolor.

—Entonces, nos quedaremos a luchar —le dije—. Pero seguiremos juntos. Es una orden.

El vampiro forzó una débil sonrisa.

—Cuidado, Darren —dijo—. Podrás ser un Príncipe, pero aún eres mi asistente. Puedo inculcarte sentido común a bofetones si tengo que hacerlo.

—Por eso tengo que seguir a su lado —repliqué con una amplia sonrisa.

—No dejes que se me suba a la cabeza.

Mr. Crepsley suspiró y se inclinó para frotarse el tobillo, donde la piel había adquirido un tono púrpura.

—¡Por aquí! —dijo Harkat, y levantamos la mirada. La Personita había tirado de una escalera de incendios que se alzaba sobre su cabeza—. Les resultará difícil seguirnos… si vamos por los tejados. Debemos subir.

Mr. Crepsley asintió.

—Harkat tiene razón.

—¿La loción bronceadora le protegerá del Sol? —pregunté.

—En gran parte —dijo—. Al ocaso estaré rojo, pero evitará quemaduras serias.

—¡Entonces, vamos!

Subí yo primero por la escalera, seguido de Mr. Crepsley, y por último, Harkat. La turba irrumpió en el callejón cuando Harkat estaba subiendo las piernas, y los que iban delante estuvieron a punto de atraparle. Tuvo que patear con fuerza sus manos para soltarse, y luego se apresuró a subir tras nosotros.

—¡Dejadme disparar! —gritaba el viejecito del rifle—. ¡Fuera de mi camino! ¡Puedo cogerlos!

Pero había demasiada gente en el callejón. Apretujado entre ella, no podía levantar el rifle para apuntar.

Mientras los humanos se peleaban por tomar la escalera, nosotros la subimos. Mr. Crepsley se movía más rápido ahora que tenía una barandilla donde apoyarse. Dio un respingo cuando salimos de las sombras y recibimos de lleno la luz del Sol, pero eso no le hizo ir más despacio.

Me detuve en lo alto de la escalera de incendios y esperé a Mr. Crepsley. Mientras estaba allí parado, sintiéndome más confiado de lo que había estado un par de minutos antes, un helicóptero descendió del cielo y alguien me chilló por un megáfono:

—¡Quieto donde estás o disparamos!

Solté una maldición y urgí a Mr. Crepsley:

—¡Rápido! ¡Tenemos que irnos de aquí ya o…!

No logré seguir. Sobre mi cabeza, un tirador abrió fuego. A mi alrededor, el aire se llenó con el zumbido de las balas, silbando estruendosamente entre las barras de la escalera de incendios. Gritando salvajemente, me tiré por las escaleras, chocando con Mr. Crepsley y Harkat. Si Mr. Crepsley no hubiera estado tan bien agarrado a la barandilla para aligerar la presión sobre el tobillo herido, ¡todos podríamos habernos caído por el costado!

Bajamos rápidamente un par de tramos, donde el tirador no pudiera vernos, y nos apretujamos en un rellano, asustados… deprimidos… atrapados.

—Puede que tengan que ir… a repostar —dijo Harkat, esperanzadamente.

—Claro —bufé—. ¡Dentro de una o dos horas!

—¿A qué distancia están los humanos de abajo? —preguntó Mr. Crepsley.

Asomé la cabeza por un lado y miré hacia abajo.

—Algunos ya están subiendo. Los tendremos encima en un minuto, o menos.

—Aquí contamos con una buena posición para defendernos —consideró el vampiro—. Tendrán que atacarnos en pequeños grupos. Podríamos empujarlos.

—Claro —bufé de nuevo—, pero ¿qué ganaremos con eso? Dentro de unos minutos llegarán la policía y los soldados. No tardarán mucho en subir al edificio de enfrente y liquidarnos con los rifles.

—Jodidos por arriba y jodidos por abajo —dijo Harkat, enjugándose unas gotas de sudor verde de su redonda y calva cabeza—. Eso nos deja… —Señaló la ventana que teníamos detrás, y que llevaba al interior del edificio.

—Otra trampa —rechacé—. La policía sólo tendría que rodear el edificio, hacer entrar grupos armados que nos sacarían fuera… y estaríamos acabados.

—Cierto —coincidió pensativamente Mr. Crepsley—. Pero ¿y si tuvieran que luchar para entrar? ¿Y si ya no estuviéramos aquí cuando llegaran?

Nos quedamos mirando inquisitivamente a Mr. Crepsley.

—Seguidme —dijo, abriendo la ventana y deslizándose en el interior—. ¡Tengo un plan!

Dando la espalda a los humanos que se acercaban por abajo y al helicóptero que planeaba por arriba, Harkat y yo nos zambullimos a través de la ventana, entrando en el vestíbulo, donde se alzaba Mr. Crepsley sacudiéndose tranquilamente los restos de roña de su camisa, como si estuviera esperando el autobús un pacífico domingo por la mañana.

—¿Listos? —preguntó cuando estuvimos de pie junto a él.

—¿Listos para qué? —repliqué, exasperado.

—Listos para soltar al zorro en el gallinero —rió.

Avanzó a zancadas hasta la puerta más próxima, se detuvo un instante, y luego la aporreó con la palma de la mano.

—¡Vampiros! —aulló—. ¡Vampiros en el edificio! ¡Todo el mundo fuera!

Se alejó un paso, se volvió hacia nosotros y empezó a contar.

—Uno. Dos. Tres. Cua…

La puerta se abrió de golpe y una mujer, vestida con un breve camisón y sin zapatos, salió corriendo al pasillo, chillando y agitando las manos por encima de la cabeza.

—¡Rápido! —gritó Mr. Crepsley, cogiéndola por un brazo y señalándole las escaleras—. ¡Hay que ir a la planta baja! ¡Tenemos que salir! ¡Nos matarán si nos quedamos! ¡Los vampiros están aquí!

—¡¡¡Aaaaaaaaah!!! —chilló ella, corriendo con asombrosa velocidad hacia las escaleras.

—¿Lo veis? —sonrió radiantemente Mr. Crepsley.

—Lo veo —respondí con una sonrisa afectada.

—Y yo —dijo Harkat.

—Pues entonces, manos a la obra —dijo Mr. Crepsley, dando un salto hacia la puerta siguiente y aporreándola mientras rugía—: ¡Vampiros! ¡Vampiros! ¡Cuidado con los muertos vivientes!

Harkat y yo corrimos delante de él, imitando sus golpes y sus gritos, y en unos segundos el pasillo estuvo atestado de humanos aterrorizados que corrían en todas direcciones, derribándose unos a otros, y que bajaban casi volando por las escaleras en pos de la salvación.

Al llegar al final del pasillo, eché un vistazo por encima de la barandilla de las escaleras y vi a los que la bajaban precipitadamente chocando con los miembros de la turba, que habían irrumpido en el edificio en un intento de seguirnos por el interior. Los que huían no podían salir, y los que nos perseguían no podían entrar.

¡Qué maquiavélico!

—Deprisa —dijo Harkat, dándome una palmada en la espalda—. Están entrando por la… escalera de incendios.

Miré hacia atrás y vi al primero de nuestros perseguidores asomar la cabeza por la ventana. Me volví hacia la izquierda y subí corriendo al siguiente zaguán con Harkat y Mr. Crepsley, extendiendo la falsa alarma, vaciando los apartamentos de sus habitantes humanos y atascando el pasillo a nuestra espalda.

Mientras la vanguardia de la turba chocaba con los aterrorizados vecinos, nos fuimos por otro pasillo, huimos hacia la escalera de incendios del lado opuesto del edificio, salimos con sigilo y cruzamos de un salto hacia el bloque de apartamentos colindante. Nos lanzamos al interior, extendiendo el mismo aviso, aporreando puertas, gritando que venían los vampiros y causando estragos.

Nos abrimos paso hacia la parte trasera del edificio, saltamos hacia el tercer bloque de apartamentos y provocamos que un nuevo grupo de humanos saliera corriendo para salvar la vida. Pero cuando llegamos al final en este, nos detuvimos y echamos un vistazo abajo, hacia el callejón, y hacia el cielo, por encima de nuestras cabezas. No había rastro de la turba, y el helicóptero planeaba en el cielo dos edificios más atrás. Podíamos oír las sirenas de la policía acercándose.

—Ahora es el momento de perdernos —dijo Mr. Crepsley—. El caos de ahí detrás durará unos minutos, como mucho. Tenemos que aprovechar el tiempo.

—¿Por dónde vamos? —pregunté, examinando los edificios circundantes.

Los ojos de Mr. Crepsley volaron de un edificio a otro, posándose en una estructura de escasa envergadura a nuestra derecha.

—Por ahí —señaló—. Parece desierto. Intentémoslo, y recemos para que la suerte de los vampiros nos acompañe.

No había escalera de incendios donde estábamos, así que bajamos deprisa las escaleras de la parte trasera del edificio, y nos internamos en el callejón. Pegados a las paredes, nos acercamos sigilosamente al edificio en el que habíamos puesto el ojo, rompimos una ventana para entrar (no sonó ninguna alarma), y nos encontramos en el interior de una vieja fábrica abandonada.

Subimos vacilantemente un par de pisos, y corrimos lo más rápido que pudimos hacia la parte de atrás. Allí descubrimos el cascarón de un decrépito bloque de apartamentos que esperaba la demolición. Nos abrimos paso por la planta baja, emergiendo por el otro lado a un laberinto de callejones estrechos, oscuros y poco frecuentados. Nos detuvimos, aguzando el oído en busca de algún ruido de persecución. No oímos nada.

Intercambiamos una sonrisa breve y temblorosa, y luego Harkat y yo rodeamos con un brazo a Mr. Crepsley. Levantó el dolorido tobillo derecho y avanzamos con él cojeando entre nosotros a un ritmo más lento que el de antes, disfrutando de aquel momento de respiro, pero suficientemente escarmentados para saber que aún no habíamos escapado de la sartén. Ni mucho menos.

Huimos a través de los callejones. Pasamos junto a algunas personas, pero ninguna nos prestó atención; unas densas nubes iban oscureciendo la tarde, sumergiendo los ya sombríos callejones en lóbregas charcas de sombras. Podíamos ver claramente gracias a nuestra aventajada vista, pero para los humanos no éramos más que figuras vagamente definidas entre la penumbra. Ni la turba ni la policía nos seguían. Aún podíamos oír el jaleo que armaban, pero no había salido de los límites de los tres bloques de apartamentos que habíamos sumido en el terror. Por ahora, teníamos vía libre.

Nos detuvimos en la parte trasera de un supermercado para recuperar el aliento. Ahora, la pierna derecha de Mr. Crepsley estaba morada hasta la rodilla, y debía de estar sintiendo un inmenso dolor.

—Necesitamos hielo —dije—. Podría colarme en el supermercado y…

—¡No! —ladró el vampiro—. Ya has provocado una turba con tus payasadas en las tiendas. Podemos hacerlo con más discreción, sin necesidad de provocar otra.

—Sólo intentaba ayudar —refunfuñé.

—Ya lo sé —suspiró—, pero los riesgos imprudentes sólo empeoran las cosas. Mi lesión no es tan seria como parece. Unas cuantas horas de reposo y estaré como nuevo.

—¿Qué os parecen estos cubos? —preguntó Harkat, golpeteando con los dedos sobre un par de grandes cubos negros de basura—. Podríamos meternos dentro y esperar a… que anochezca.

—No —dije yo—. La gente usa esos cubos todo el tiempo. Nos descubrirían.

—Entonces, ¿dónde? —inquirió Harkat.

—No lo sé —espeté—. Puede que encontremos algún piso vacío o un edificio abandonado. Podríamos escondernos en el de Debbie si estuviéramos lo bastante cerca, pero estamos demasiado lejos de…

Me detuve, posando los ojos en el nombre de una calle que había enfrente del supermercado.

Baker’s Lane —murmuré, frotándome el puente de la nariz—. Conozco este lugar. Ya hemos estado aquí antes, cuando buscábamos a los vampanezes asesinos, antes de descubrir lo de R. V. y Steve.

—Recorrimos casi todos los lugares buscando a los asesinos —comentó Mr. Crepsley.

—Sí, pero recuerdo este sitio porque… porque…

Fruncí el ceño, y entonces me acordé y chasqueé los dedos.

—¡Porque Richard vive cerca!

—¿Richard? —inquirió Mr. Crepsley, arrugando el entrecejo—. ¿Tu amigo del colegio?

—Sí —respondí, excitado—. Su casa está sólo a tres o cuatro minutos de aquí.

—¿Crees que nos daría refugio? —preguntó Harkat.

—Tal vez, si se lo explico todo.

Los otros me miraron dubitativamente.

—¿Alguien tiene una idea mejor? —les reté—. Richard es un amigo. Confío en él. Lo peor que puede hacer es echarnos.

Mr. Crepsley reflexionó un momento, y asintió.

—Muy bien. Le pediremos ayuda. Como tú dices, no tenemos nada que perder.

Dejamos el supermercado y nos dirigimos a casa de Richard, y esta vez mis pasos eran mucho más alegres. Estaba seguro de que Richard nos ayudaría. Después de todo, ¿no le había salvado en las escaleras de Mahler?

Llegamos a la casa de Richard en sólo cuatro minutos. Sin pérdida de tiempo, trepamos al tejado y nos ocultamos a la sombra de una gran chimenea. Había visto luz en la habitación de Richard desde el suelo, así que en cuanto me aseguré de que Harkat y Mr. Crepsley estaban bien instalados, repté por el borde del tejado y me dispuse a bajar…

—Espera —susurró Mr. Crepsley, deslizándose junto a mí—. Iré contigo.

—No —susurré a mi vez—. Si le ve a usted, podría asustarse. Déjeme ir solo.

—Muy bien —dijo él—, pero esperaré junto a la ventana, por si encuentras algún problema.

No sabía qué clase de problema podía encontrar, pero en los ojos de Mr. Crepsley había una expresión obstinada, así que me limité a asentir y me balanceé agarrado al tejado, busqué un apoyo con la punta de los pies, clavé las uñas en la pared de piedra, y luego bajé hasta la habitación de Richard como una araña.

Las cortinas estaban corridas, pero no del todo, así que pude mirar directamente al interior del dormitorio de mi amigo. Richard estaba tumbado en la cama, con un paquete de palomitas de maíz y un vaso de zumo de naranja apoyados sobre el pecho, viendo una reposición de La familia Adams en una televisión portátil.

Richard se reía de las payasadas de los monstruos televisivos, y no pude reprimir una sonrisa ante lo extravagantemente apropiado que resultaba que estuviera viendo aquello, cuando tres auténticos monstruos de la noche acababan de llegar. El destino tiene un extraño sentido del humor.

Pensé en golpear el cristal de la ventana, pero eso podría sobresaltarle. Estudié el sencillo pasador en forma de gancho a través de los cristales, y luego se lo señalé a Mr. Crepsley (que había escalado pared abajo hasta situarse junto a mí) y alcé una ceja en muda interrogación: «¿Puede abrirlo?».

El vampiro frotó entre sí el pulgar, el índice y el dedo medio de la mano derecha muy, pero que muy deprisa. Cuando hubo producido una fuerte carga de energía estática, bajó la mano, apuntó los dedos hacia el pasador, e hizo un suave movimiento ascendente.

No ocurrió nada.

El vampiro frunció el ceño, se inclinó hacia delante para verlo mejor, y soltó un bufido.

—¡Es de plástico!

Volví el rostro para ocultar una sonrisa.

—No importa —dijo Mr. Crepsley, e hizo un pequeño agujero en el cristal con la uña del dedo índice. La acción produjo sólo un levísimo chirrido, inaudible para Richard con el ruido de la televisión. Mr. Crepsley empujó el cristal hacia dentro, levantó el pasador con el dedo, lo destrabó y con un ademán me indicó que adelante.

Respiré hondo para tranquilizarme, abrí la ventana y entré en la habitación con la mayor naturalidad posible.

—Hola, Richard —dije.

Richard volvió bruscamente la cabeza. Cuando vio quién era, se le abrió la boca y empezó a temblar.

—No pasa nada —dije, dando un paso hacia su cama y levantando las manos en un gesto de amistad—. No voy a hacerte daño. Estoy en un lío, Richard, y necesito tu ayuda. Sé que tengo mucha cara al pedírtelo, pero ¿podrías acogernos a mí y a un par de amigos durante unas horas? Nos esconderemos en el armario o debajo de la cama. No seremos ninguna molestia, palabra.

—Va-va-va… —tartamudeó Richard, con los ojos desorbitados por el terror.

—¿Richard? —pregunté, preocupado—. ¿Estás bien?

—¡Va-va-vampiro! —graznó él, señalándome con un dedo tembloroso.

—Ah —dije—. Lo has oído. Sí, soy un semi-vampiro, pero no es lo que tú piensas. No soy malo, ni soy un asesino. Déjame llamar a mis amigos, nos pondremos cómodos y te contaré todo lo que…

—¡Vampiro! —gritó Richard, esta vez en voz alta, y se volvió hacia la puerta de la habitación, aullando a todo pulmón—: ¡Mamá! ¡Papá! ¡Vampiros! ¡Vampiros! ¡Vampiros! ¡Vam…!

Sus gritos fueron cortados en seco por Mr. Crepsley, que se balanceó hacia el interior de la habitación, pasó como una flecha junto a mí, cogió al chico por la garganta, y le echó bruscamente el aliento en el rostro. El gas se introdujo por la nariz y la boca de Richard. Forcejeó un segundo, aterrado. Luego, sus facciones se relajaron, cerró los ojos y se desplomó de espaldas sobre la cama.

—¡Vigila la puerta! —siseó Mr. Crepsley, rodando sobre la cama y agachándose en el suelo en actitud defensiva.

Obedecí inmediatamente, a pesar de que la reacción de Richard me había revuelto el estómago. Abrí la puerta una rendija y esperé a oír los ruidos producidos por la familia de Richard al venir corriendo a investigar el motivo de sus gritos. No vinieron. La televisión más grande de la sala de estar estaba encendida y el ruido debía de haber enmascarado los gritos de Richard.

—Todo bien —dije, cerrando la puerta—. Estamos a salvo.

—Pues menuda amistad —espetó Mr. Crepsley, sacudiéndose unos fragmentos de palomitas de la ropa.

—El miedo no le dejó ni razonar —dije con pesar, mirando fijamente a Richard—. Éramos amigos… Me conocía… Le salvé la vida… y a pesar de todo, pensó que había venido a matarle…

—Cree que eres un monstruo sediento de sangre —dijo Mr. Crepsley—. Los humanos no entienden a los vampiros. Su reacción era previsible. Tendríamos que habérnoslo imaginado y dejado en paz, si hubiéramos pensado con claridad.

Mr. Crepsley se dio la vuelta lentamente y examinó la habitación.

—Este sería un buen sitio para esconderse —dijo—. La familia del chico probablemente no lo molestará cuando vean que está dormido. Hay bastante espacio en el armario. Creo que cabríamos los tres.

—No —dije firmemente—. No me aprovecharé de él. Si me hubiera ofrecido su ayuda…, estupendo. Pero no lo hizo. Tenía miedo de mí. No estaría bien que nos quedáramos.

La expresión de Mr. Crepsley reflejaba su opinión al respecto, pero respetó mis deseos y salió por la ventana sin objetar nada. Me disponía a ir tras él, cuando vi que, durante el breve forcejeo, las palomitas se habían desparramado sobre las sábanas, y el vaso de zumo de naranja se había volcado. Me detuve para devolver las palomitas al paquete, encontré una caja de pañuelos de papel, saqué unos cuantos y los utilicé para absorber la mayor parte del zumo de naranja. Me aseguré de que Richard estaba bien, apagué la televisión, me despedí de mi amigo en silencio y me marché sin hacer ruido, huyendo una vez más de los confundidos humanos que deseaban matarme.