CAPÍTULO 7

Había un hueco de medio metro entre las vigas sobre las que me hallaba tumbado y las de encima. No era mucho, y resultaba muy incómodo, pero era mejor de lo que había esperado.

Tendido de bruces, presté atención a cualquier sonido de persecución que pudiera llegar desde la celda de abajo. No se oía nada. Podía oír a la gente chocando entre sí y ladrando órdenes en el pasillo, así que, o la policía no se había dado cuenta de mi huida, o la muchedumbre aterrorizada les bloqueaba el paso.

Cualquiera que fuera la respuesta, el tiempo jugaba a mi favor; un tiempo que no había esperado tener, y del que podría hacer buen uso. Había planeado huir lo más rápido posible, dejando atrás a Mr. Crepsley y a Harkat, pero ahora podía permitirme ir a buscarlos.

¿Pero dónde buscar? Allí arriba, la iluminación era buena (había muchas grietas entre las baldosas de yeso por donde se filtraba la luz procedente de las habitaciones y pasillos de abajo), y podía ver hasta diez o doce metros en cualquier dirección que mirara. Era un edificio grande, y si retenían a mis amigos en otro piso, no tendría la menor oportunidad de encontrarlos. Pero si estuvieran cerca y me daba prisa…

Me escabullí sobre las vigas y llegué hasta el techo de la celda contigua a la mía, me detuve y agucé el oído. Mi agudo sentido auditivo detectaría cualquier sonido por encima del latido del corazón. Esperé unos segundos, pero no oí nada. Seguí adelante.

Las dos celdas siguientes estaban vacías. En la tercera oí que alguien se rascaba. Pensé en llamar a gritos a Mr. Crepsley y Harkat, pero si había policías en la celda, darían la alarma. Sólo podía hacer una cosa. Respiré hondo, me sujeté a las vigas que tenía a cada lado con las manos y los pies, y entonces atravesé el delgado material del techo con la cabeza.

Soplé y parpadeé para quitarme el polvo de los labios y los párpados, y luego me concentré en el escenario de abajo. Estaba listo para dejarme caer del techo si cualquiera de mis amigos estuviera dentro, pero el único ocupante era un viejo barbudo que se quedó mirándome con la boca abierta, parpadeando rápidamente.

—Lo siento —dije, forzando una breve sonrisa—. Me equivoqué de habitación.

Me retiré y seguí avanzando con pasos breves y rápidos, dejando atrás al sobresaltado prisionero.

Otras tres celdas vacías. La siguiente estaba ocupada, pero por dos hombres que hablaban en voz alta, a los que habían atrapado intentando robar en una tienda de la esquina. No me detuve a comprobar quiénes eran: era muy poco probable que la policía encerrara a un supuesto asesino con un par de ladrones.

Otra celda vacía. Pensé que la siguiente también lo estaría, y estuve a punto de pasar de largo cuando mis oídos percibieron el débil crujido de la tela. Hice un alto y escuché atentamente, pero no hubo más sonidos. Arrastrándome hacia atrás, con la piel picándome a causa de las escamas aisladas que se desprendían como nieve de las baldosas del techo, me coloqué, respiré hondo otra vez y volví a atravesar las baldosas con la cabeza.

Un receloso Harkat Mulds saltó de la silla en la que había estado sentado, levantando los brazos en actitud defensiva cuando surgió mi cabeza haciendo caer nubes de polvo. Entonces la Personita vio quién era, se incorporó, se arrancó la máscara (obviamente, Dave había mentido al decir que se la habían quitado) y gritó mi nombre con franca alegría.

—¡Darren!

—Hola, colega —sonreí, utilizando las manos para ensanchar el agujero. Me sacudí el polvo del pelo y las cejas.

—¿Qué estás haciendo… ahí arriba? —preguntó Harkat.

Lancé un gruñido ante la estupidez de la pregunta.

—¡Turismo! —espeté, y bajé una mano—. Vamos… No tenemos mucho tiempo, y debemos encontrar a Mr. Crepsley.

Estaba seguro de que Harkat quería hacerme mil preguntas (y yo también, como por qué se encontraba solo, y por qué no estaba esposado), pero comprendió lo peligrosa que era nuestra situación, se agarró a la mano que le tendía, y dejó que lo izara sin decir nada.

Le costó más que a mí apretujarse entre las vigas (ya que su cuerpo era mucho más orondo que el mío), pero finalmente se encontró tumbado junto a mí, y avanzamos arrastrándonos, lado a lado, sin discutir nuestra situación.

Las ocho o nueve celdas siguientes estaban vacías u ocupadas por humanos. Mi inquietud crecía a medida que pasaba el tiempo. Pese a lo que había ocurrido con Steve Leopard, no tardarían en darse cuenta de mi huida, y cuando eso ocurriera, tendría lugar una feroz persecución. Me estaba preguntando si sería más prudente abandonar mientras estuviéramos a tiempo, cuando alguien habló desde algún sitio de la celda de abajo, justo delante de mí.

—Estoy dispuesto a declarar —dijo la voz, y a la segunda sílaba ya sabía quién había hablado: ¡Mr. Crepsley!

Alcé una mano para indicarle a Harkat que se detuviera, pero él también lo había oído, y ya había hecho un alto (o más bien, una agachada).

—Ya era hora —dijo un policía—. A ver si funciona la grabadora…

—Olvide su infernal artilugio de grabación —resopló Mr. Crepsley—. No pienso dirigirme a una máquina inanimada. Ni gastar saliva con bufones. No hablaré ni con usted ni con su compañero, el que está a mi izquierda. Ni con ese cretino de la puerta con el rifle…

Tuve que contener una risita nerviosa. ¡Viejo zorro astuto! Debió oírnos mientras nos arrastrábamos por allá arriba, y nos estaba haciendo saber exactamente la situación en la celda en esos momentos, cuántos policías había presentes y dónde estaban.

—Más vale que te controles —espetó el policía—. No me hace falta mucho para…

—A usted no le hace falta nada de nada —lo interrumpió Mr. Crepsley—. Usted es un imbécil. El agente que estuvo aquí antes, por el contrario (Matt) me pareció un hombre sensible. Tráiganlo y confesaré. Si no, mis labios permanecerán sellados.

El agente soltó una maldición y luego se levantó a regañadientes y empezó a andar hacia la puerta.

—No le quitéis el ojo de encima —les advirtió a los otros dos—. Al más mínimo movimiento, ¡dadle duro! Recordad quién es y lo que es. No corráis riesgos.

—De paso, averigua por qué hay tanto jaleo ahí fuera —dijo otro de los agentes mientras su colega se marchaba—. Por la forma en que corre la gente, debe tratarse de alguna emergencia.

—Lo haré —dijo el agente, llamando a la puerta para que abrieran y le dejaran salir.

Le indiqué a Harkat que fuera hacia la izquierda, donde debía estar el guardia de la puerta. Avanzó deslizándose silenciosamente, y se detuvo al determinar la posición del policía. Me puse a escuchar al agente más próximo a Mr. Crepsley, captando su pesada respiración, retrocedí cerca de un metro, y levanté la mano izquierda, con el pulgar y los dos primeros dedos extendidos. Conté hasta dos y bajé el dedo medio. Tras otro par de segundos, incliné el dedo índice. Finalmente, dirigiéndole a Harkat un rápido cabeceo, bajé el pulgar.

A la señal, Harkat se soltó de las vigas y cayó a través del techo de baldosas de yeso, haciéndolas añicos en el proceso. Yo lo seguí casi al instante, con las piernas por delante, aullando como un lobo para provocar mayor efecto.

Los policías no supieron qué hacer ante nuestra repentina aparición. El guardia de la puerta intentó levantar el rifle, pero el pesado cuerpo de Harkat cayó sobre sus brazos y le hizo soltarlo. Mi agente, mientras tanto, se limitaba a mirarme con la boca abierta, sin hacer ningún movimiento para protegerse.

Mientras Harkat se ponía de pie, dándole puñetazos al guardia, eché el puño hacia atrás para dejarle estampados los cinco nudillos en la cara al agente. Mr. Crepsley me detuvo.

—Por favor —dijo cortésmente, levantándose y dándole unos golpecitos en el hombro al oficial—. Déjame a mí.

El agente se volvió como hipnotizado. Mr. Crepsley abrió la boca y exhaló sobre él el gas especial noqueador de los vampiros. Una simple bocanada y los ojos del agente rodaron en sus cuencas. Lo cogí mientras caía y lo deposité suavemente en el suelo.

—No os esperaba tan pronto —dijo coloquialmente Mr. Crepsley, hurgando en la cerradura de la esposa que aprisionaba su mano izquierda con los dedos de la derecha.

—No queríamos hacerle esperar —respondí con tirantez, ansioso por salir de allí, pero sin querer parecer menos compuesto que mi viejo amigo y mentor, que aparentaba estar completamente tranquilo.

—No deberíais haber corrido tanto por mí —dijo Mr. Crepsley, mientras sus esposas se abrían con un chasquido. Se inclinó para manipular las cadenas que rodeaban sus tobillos—. Estaba absolutamente tranquilo. Son esposas antiguas. Me libraba de ellas antes de que los agentes que me vigilaban hubieran nacido. Nunca fue cuestión de si conseguiría escapar, sino de cuándo.

—A veces, puede ser un… irritante sabelotodo —comentó Harkat con sequedad. Había dejado fuera de combate al guardia y se arrastraba sobre la mesa para regresar a la seguridad del techo.

—Podemos dejarle atrás y volver a buscarle más tarde —le sugerí al vampiro mientras él sacaba una pierna de las esposas.

—No —respondió—. Me iré ahora que estáis aquí. —Dio un respingo al avanzar un paso—. Pero la verdad es que no me habría importado pasar unas cuantas horas más aquí. Mi tobillo ha mejorado considerablemente, pero no al cien por cien todavía. Le habría venido bien un poco más de reposo.

—¿Podrá andar? —pregunté.

Asintió.

—No ganaré una carrera, pero tampoco seré un estorbo. Me preocupa más el Sol… Tendré que soportarlo durante unas dos horas y media.

—Ya nos preocuparemos por eso en su momento —espeté—. Ahora, ¿está listo para seguir, o quiere quedarse aquí papando moscas hasta que vuelva la policía?

—¿Nervioso? —preguntó Mr. Crepsley, con un destello en los ojos.

—Sí —contesté.

—Pues no lo estés —me dijo—. Lo peor que los humanos nos pueden hacer es matarnos. —Se subió a la mesa e hizo una pausa—. Para cuando acabe esta noche, la muerte podría ser una bendición.

Con aquel deprimente comentario, subió detrás de Harkat, internándose en el sombrío mundo intermedio de las vigas. Esperé hasta ver desaparecer sus piernas, y luego subí de un salto tras él. Nos separamos para no entorpecernos mutuamente el camino, y entonces Mr. Crepsley preguntó qué dirección debíamos tomar.

—A la derecha —respondí—. Lleva a la parte trasera del edificio, creo.

—Muy bien —dijo Mr. Crepsley, contorsionándose delante de nosotros—. Arrastraos lentamente —susurró por encima del hombro—, y procurad no clavaros ninguna astilla.

Harkat y yo compartimos la misma mirada afligida (la frase «tan pancho» podría haberse inventado pensando en Mr. Crepsley), y luego nos apresuramos tras el vampiro antes de que se alejara demasiado y nos dejara atrás.