CAPÍTULO 6

Iván fue reemplazado por un corpulento agente llamado Dave poco después de la partida de Mr. Blaws… Dave se comportaba de forma amistosa (lo primero que hizo cuando llegó fue preguntarme si quería comer o beber algo), pero no me engañó. Yo había visto demasiadas series de televisión y conocía bien la rutina del poli bueno/poli malo.

—Estamos aquí para ayudarte, Darren —me aseguró Dave, abriendo una bolsita de azúcar y vertiéndola en un vaso de plástico lleno de café humeante. Se le derramó un poco de azúcar por un lado, sobre la mesa. Estuve seguro, al noventa por ciento, de que el derramamiento había sido deliberado: Dave quería hacerme pensar que era un atolondrado.

—Quitarme estas esposas y dejarme en libertad sería una gran ayuda —bromeé, observando cautamente a Dave mientras rasgaba otra bolsita de azúcar. Morgan era el que más me preocupaba (Con podría llegar a golpearme un poco si las cosas se ponían feas, pero creía que Morgan era capaz de algo peor), pero había tenido que ser especialmente cuidadoso con Dave, o habría acabado sacándome mis secretos. Había estado despierto durante mucho tiempo. Estaba agotado y aturdido. Propenso a los descuidos.

—Quitarte las esposas y dejarte en libertad —sonrió socarronamente Dave, guiñándome un ojo—. Esa es buena. Naturalmente, ambos sabemos que eso no va a ocurrir, pero hay cosas que puedo hacer. Conseguirte un abogado, por ejemplo. Un baño. Una muda de ropa. Una litera cómoda para pasar la noche. Vas a estar con nosotros durante mucho tiempo, me temo, pero no tiene por qué ser una estancia desagradable.

—¿Qué tengo que hacer para hacerla agradable? —pregunté cautelosamente.

Dave se encogió de hombros y tomó un sorbo de café.

—¡Auch! ¡Demasiado caliente!

Se abanicó los labios con una mano para aliviarlos, y sonrió.

—No mucho —dijo en respuesta a mi pregunta—. Decirnos tu verdadero nombre, de dónde vienes, qué hacías aquí… Esa clase de cosas.

Sacudí sarcásticamente la cabeza: cara nueva, las mismas preguntas de siempre.

Dave vio que no iba a responder, así que cambió de táctica.

—Esta rutina ya está muy pasada, ¿verdad? Intentemos otra cosa. Tu amigo, Harkat Mulds, dice que necesita su máscara para sobrevivir, que morirá si está expuesto al aire durante más de diez o doce horas. ¿Es eso cierto?

Asentí cautamente.

—Sí.

Dave parecía triste.

—Eso es malo —murmuró—. Muy, muy malo.

—¿Qué quiere decir? —pregunté.

—Esto es una prisión, Darren. Tú y tus amigos sois sospechosos de asesinato. Hay reglas…, pautas…, cosas que debemos hacer. Quitarles objetos como cinturones, corbatas y máscaras a los supuestos asesinos cuando ingresan aquí es una de las reglas.

Me envaré en mi silla.

—¿Le han quitado a Harkat su máscara? —espeté.

—Así es —dijo Dave.

—¡Pero morirá sin ella!

Dave estiró los hombros despreocupadamente.

—Sólo tenemos tu palabra al respecto, y no es suficiente. Pero si nos dices lo que es él y por qué le resulta mortal el aire normal…, y nos hablas de tus otros amigos, Crepsley y March…, tal vez podamos hacer algo.

Miré al policía con ojos llenos de odio.

—¿Así que, si no delato a mis amigos, dejarán morir a Harkat? —Sonreí con desprecio.

—Esa es una forma horrible de expresarlo —protestó Dave acaloradamente—. No tenemos intención de dejar morir a ninguno de vosotros. Si tu pequeño e insólito amigo se pusiera peor, le bajaríamos corriendo a la enfermería y le atenderíamos, como hemos hecho con el hombre al que tomasteis como rehén. Pero…

—¿Steve está aquí? —le interrumpí—. ¿Han metido a Steve Leopard en el ala médica?

—Steve Leonard —me corrigió, ignorante del apodo de Steve—. Le trajimos aquí para que se recuperara. Así es más fácil protegerle de los medios.

Esas eran grandes noticias. Pensaba que habíamos perdido a Steve. Si pudiéramos cogerlo cuando escapáramos y llevarlo con nosotros, podríamos utilizarlo para intentar salvar la vida de Debbie.

Estiré mis manos encadenadas por encima de la cabeza y bostecé.

—¿Qué hora es? —pregunté casualmente.

—Lo siento —sonrió Dave—. Eso es información confidencial.

Bajé los brazos.

—¿Recuerda que antes me preguntó si quería algo?

—Ajá —respondió Dave, estrechando los ojos esperanzadamente.

—¿Podrían dejarme caminar durante unos minutos? Tengo calambres en las piernas.

Dave pareció decepcionado. Había esperado una petición más compleja.

—No puedes salir de esta habitación —dijo.

—No le estoy pidiendo eso. Un par de minutos paseando de un lado a otro me bastarían.

Dave miró a Con y a Morgan para ver qué opinaban.

—Déjalo —dijo Con—, mientras se quede al otro lado de la mesa.

Morgan no dijo nada, tan sólo asintió una vez para demostrar su aprobación.

Empujé hacia atrás la silla, me levanté, me aparté de la mesa, me aflojé las cadenas que unían mis tobillos con un ruido disonante, y luego anduve de una pared a otra, estirando las piernas, liberando la tensión de mis músculos, preparando un plan de escape.

Al cabo de un rato, me detuve ante una de las paredes y apoyé la frente contra ella. Empecé a patear ligeramente la parte baja de la pared con el pie izquierdo, como si me sintiera nervioso y claustrofóbico. En realidad, la estaba probando. Quería saber lo gruesa que era esa pared y si podría pasar a través de ella.

El resultado de la prueba fue desalentador. Por el tacto de la pared y el apagado eco de mis patadas, deduje que estaba hecha de sólido hormigón, con un grosor de dos o tres ladrillos. Podría acabar atravesándola, pero me llevaría mucho trabajo y (lo más importante) tiempo. El guardia de la puerta tendría sobrada oportunidad de levantar su arma y disparar.

Me aparté de la pared y empecé a andar de nuevo, con los ojos yendo velozmente de la puerta a la pared frontal de la celda. La puerta parecía bastante sólida (acero), pero tal vez la pared en donde estaba no fuera tan gruesa como las demás. Quizá podría atravesarla más rápido que las de los lados o la de atrás. Esperar hasta que se hiciera definitivamente de noche, confiar en que la policía me dejara solo en la celda, y entonces abrirme paso a golpes y…

No. Aunque la policía me dejara solo, las cámaras de video instaladas en los rincones por encima de la puerta, no. Alguien estaría observando todo el tiempo. La alarma sonaría en cuanto atacara la pared, y el pasillo exterior se llenaría de policías en cuestión de segundos.

Tendría que ser por el techo. Desde donde estaba parado, no tenía ni idea de si estaba reforzado o era normal, ni si podría abrirme camino a golpes o no. Pero era la única vía de escape lógica. Si me dejaran solo, podría inutilizar las cámaras, ir por las vigas y, con suerte, despistar a mis perseguidores por el camino. No tendría tiempo de ir a buscar a Harkat y a Mr. Crepsley, así que tendría que confiar en que lograran escapar por sí mismos.

No era un plan muy elaborado: aún no se me había ocurrido lo que haría para conseguir que los policías se marcharan. No creía que fueran a retirarse durante la noche para permitirme dormir como un angelito… pero al menos era un comienzo. El resto ya iría encajando por el camino.

¡Eso esperaba!

Anduve durante unos minutos más, luego Dave me pidió que volviera a sentarme, y volvimos a empezar con las preguntas. Esta vez iban más deprisa que antes, con mayor urgencia. Me dio la impresión de que su paciencia estaba llegando a su fin. La violencia no tardaría en llegar.

***

La policía incrementó la presión. No hubo más ofertas de comida y bebida, y la sonrisa de Dave era una débil sombra de la que lucía en un principio. El enorme agente se había aflojado el nudo de la corbata y sudaba profusamente mientras me bombardeaba con una pregunta tras otra. Había renunciado a preguntarme mi nombre y mi procedencia. Ahora quería saber a cuánta gente había matado, dónde estaban los cuerpos, y si era sólo un cómplice o un miembro activo de la banda de asesinos.

En respuesta a sus preguntas, yo me limitaba a decir:

—No he matado a nadie. No soy su enemigo. Han detenido a las personas equivocadas.

Con no era tan cortés como Dave. Había empezado a aporrear la mesa con los puños y a inclinarse amenazadoramente hacia delante cada vez que se dirigía a mí. Pensé que sería sólo cuestión de minutos que empezara a agredirme con sus puños, y me preparé para los golpes que parecían inevitables.

Morgan no había cambiado. Se sentaba callado e inmóvil, mirándome implacablemente, parpadeando cada cuatro segundos.

—¿Hay otros? —gruñó Dave—. ¿Sólo sois vosotros cuatro, o hay en la banda más asesinos que no conocemos?

—No somos asesinos —suspiré, frotándome los ojos, intentando permanecer alerta.

—¿Los matasteis primero y luego les bebisteis la sangre, o al revés? —me presionó Dave.

Meneé la cabeza y no respondí.

—¿De verdad os creéis vampiros, o se trata de una tapadera, o de algún juego enfermizo que os hace disfrutar?

—Déjenme en paz —susurré, bajando los ojos—. Se equivocan en todo. Nosotros no somos sus enemigos.

—¿A cuántos habéis matado? —rugió Dave—. ¿Dónde están…?

Se detuvo. Fuera, la gente había invadido el pasillo durante los últimos segundos, y ahora estaba abarrotado de policías y personal, todos gritando furiosamente.

—¿Qué diablos está pasando? —espetó Dave.

—¿Quieren que vaya a comprobarlo? —preguntó William McKay (el guardia del rifle).

—No —respondió Con—. Iré yo. Tú sigue vigilando al chico.

Con fue hacia la puerta, la aporreó y pidió que la abrieran. Como no hubo una respuesta inmediata, volvió a llamar, en voz más alta, y esta vez le abrieron. Al salir, el sombrío agente agarró a una mujer que pasaba a toda prisa y le sacó rápidamente algunas respuestas.

Con tuvo que inclinarse sobre la mujer para oír lo que decía. Cuando lo entendió, la soltó y volvió a entrar a toda prisa en mi celda, con los ojos desorbitados.

—¡Es una fuga! —gritó.

—¿Cuál de ellos? —chilló Dave, levantándose de un salto—. ¿Crepsley? ¿Mulds?

—¡Ninguno de los dos! —jadeó Con—. ¡Es el rehén…, Steve Leonard!

—¿Leonard? —repitió Dave, dubitativamente—. Pero él no es un prisionero. ¿Por qué iba a querer escapar…?

—¡No lo sé! —gritó Con—. ¡Aparentemente, recobró la consciencia hace unos minutos, analizó la situación, y luego mató a un guardia y a dos enfermeras!

El color abandonó el rostro de Dave, y William McKay estuvo a punto de dejar caer el rifle.

—Un guardia y dos… —murmuró Dave.

—Y eso no es todo —dijo Con—. Ha matado o herido a otros tres en la huida. Creen que aún está en el edificio.

El rostro de Dave se endureció. Empezó a andar hacia la puerta, y entonces se acordó de mí, se detuvo y me miró por encima del hombro.

—No soy un asesino —dije en voz baja, mirándole directamente a los ojos—. No soy el que están buscando. Yo estoy de su lado.

Esta vez, pensé que me creía a medias.

—¿Y yo qué hago? —preguntó William McKay mientras los dos agentes salían—. ¿Voy o me quedo?

—Ven con nosotros —espetó Con.

—¿Y qué pasa con el chico?

—Yo me encargaré de él —dijo Morgan suavemente. Sus ojos no se habían apartado de mi rostro, ni siquiera cuando Con le estaba contando a Dave lo de Steve. El guardia salió a toda prisa en pos de los otros, cerrando de un portazo la puerta tras de sí.

Al fin me quedé solo… con Morgan.

El agente, con sus ojos diminutos y vigilantes, se sentaba mirándome fijamente. Cuatro segundos: un parpadeo. Ocho segundos: un parpadeo. Doce segundos: un parpadeo.

Se inclinó hacia delante, apagó la grabadora, y luego se levantó y se desperezó.

—Pensé que nunca nos libraríamos de ellos —dijo.

Se paseó hasta la puerta, echó un vistazo por la pequeña ventana situada en lo alto y habló suavemente, con el rostro oculto a las cámaras que se hallaban sobre su cabeza.

—Tendrás que ir por el techo, pero ya habías pensado en ello, ¿verdad?

—¿Perdón? —dije, sobresaltado.

—Vi cómo examinabas la habitación mientras hacías «ejercicio» —sonrió—. Las paredes son demasiado gruesas. No tienes tiempo para abrirte paso a través de ellas.

No dije nada, pero me quedé mirando duramente al agente del cabello castaño, preguntándome de qué iba.

—Voy a atacarte dentro de un minuto —dijo Morgan—. Montaré un numerito ante las cámaras, simulando que pierdo los estribos y te cojo por el cuello. Golpéame en la cabeza con los puños, fuerte, y quedaré fuera de combate. Después será cosa tuya. No tengo la llave de las esposas, así que tendrás que sacártelas tú. Si no puedes…, te fastidias. Ni siquiera puedo garantizarte que dispongas de mucho tiempo, pero con el pánico que reina en los pasillos, deberías tener de sobra.

—¿Por qué está haciendo esto? —pregunté, aturdido ante el inesperado giro de los acontecimientos.

—Ya lo verás —dijo Morgan, volviéndose para enfrentarse a mí, y avanzando de una manera que, ante la cámara, debía parecer violenta y amenazadora—. Estaré a tu merced cuando caiga al suelo —dijo, agitando furiosamente los brazos—. Si decidieras matarme, sería incapaz de detenerte. Pero, por lo que he oído, no eres de los que matan a un oponente indefenso.

—¿Por qué iba a querer matarlo, si me está ayudando a escapar? —pregunté, desconcertado.

Morgan esbozó una amplia y desagradable sonrisa.

—Ya lo verás —volvió a decir, y entonces se lanzó hacia mí por encima de la mesa.

Yo estaba tan sorprendido por lo que estaba ocurriendo, que, cuando rodeó mi garganta con sus manos, no hice nada, aparte de devolverle una mirada indecisa. Entonces apretó con fuerza, y el instinto de conservación se impuso al fin. Echando bruscamente hacia atrás la cabeza, levanté mis manos esposadas y le empujé. Él me golpeó las manos y vino otra vez hacia mí. Me levanté tambaleándome y empujé su cabeza hacia abajo, sujetándola entre mis rodillas, levanté los brazos juntando las manos y las descargué sobre su nuca.

Con un gruñido, Morgan se deslizó de la mesa, cayó al suelo y allí se quedó, inmóvil. Me preocupaba haberle hecho daño de verdad. Rodeé la mesa a toda prisa, y me agaché para tomarle el pulso. Al inclinarme, me encontré lo suficientemente cerca de su cabeza para ver su cuero cabelludo a través una rala capa de pelo. Lo que vi hizo que un ramalazo helado recorriera mi espinazo. Bajo el pelo, tatuada sobre la piel, había una V grande y tosca: ¡la marca de los vampcotas!

—E-e-e-es… —tartamudeé.

—Sí —dijo Morgan suavemente. Había aterrizado con el brazo izquierdo sobre la cara, con lo que su boca y sus ojos quedaban ocultos al objetivo de la cámara—. Y orgulloso se servir a los legítimos gobernantes de la noche.

Me alejé tambaleante del policía vampcota, más desconcertado que nunca. Había pensado que los vampcotas ejercían su servidumbre junto a sus amos. Nunca se me ocurrió que algunos pudieran estar trabajando encubiertos como humanos corrientes.

Morgan abrió el ojo izquierdo y me echó un vistazo sin moverse.

—Será mejor que te muevas —siseó—, antes de que llegue la caballería.

Recordando dónde estaba y lo que había en juego, me incorporé intentando no dejarme distraer por la impresión de haber encontrado un vampcota entre la policía. Quería saltar sobre la mesa y escapar por el techo, pero primero tenía que ocuparme de las cámaras. Me incliné, recogí la grabadora, crucé rápidamente la habitación y utilicé la base de la grabadora para destrozar las videocámaras, inutilizándolas.

—Muy bien —susurró Morgan mientras volvía sobre mis pasos—. Muy inteligente. Y ahora, vuela, murcielaguillo. Vuela como si te persiguiera el diablo.

Me detuve junto al vampcota, mirándolo con rabia, eché hacia atrás el pie derecho tanto como me lo permitió la cadena y le di una fuerte patada en un lado de la cabeza. Lanzó un gruñido, se dio la vuelta y se quedó quieto. No sabía si estaba realmente inconsciente o si eso formaba parte de su actuación, y no me quedé a averiguarlo.

Brinqué sobre la mesa y junté las manos, hice una pausa, y luego separé bruscamente las muñecas con toda la fuerza que pude, usando todo mi poder vampírico. Estuve a punto de dislocarme los antebrazos, y lancé un rugido de dolor, pero funcionó: la cadena que unía mis esposas se partió por la mitad, liberando mis manos.

Me incliné entre ambos extremos de la cadena que aprisionaba mis tobillos, la agarré por el medio y tiré rápido hacia arriba. Demasiado rápido: ¡caí de espaldas de la mesa y acabé despatarrado en el suelo!

Gimiendo, me di la vuelta, me incorporé y agarré otra vez la cadena, apoyé la espalda contra una pared y le di un segundo tirón. Esta vez tuve éxito y se partió en dos. Enrollé las dos mitades de la cadena en torno a mis tobillos, para evitar que se engancharan en los rincones, y luego hice lo mismo con las cadenas que colgaban de mis muñecas.

Ya estaba listo. Volví a brincar sobre la mesa, me agaché, inspiré profundamente y entonces salté, con los dedos de ambas manos extendidos y rectos.

El techo, afortunadamente, estaba hecho de baldosas de yeso corrientes, y mis dedos las atravesaron sin apenas resistencia. Las aparté a manotazos mientras seguía en el aire, hasta que mis antebrazos conectaron con las vigas del otro lado. Extendiendo los dedos, me agarré de los travesaños de madera cuando la gravedad me arrastró hacia el suelo, y me sujeté firmemente, frenando mi caída.

Me quedé allí colgado un momento, hasta que dejé de balancearme, y luego saqué las piernas y el cuerpo fuera de la celda, elevándome hacia la oscuridad y la libertad que prometía.