CAPÍTULO 3

Cuando enfocaron un potente reflector hacia la ventana para deslumbrarnos, todos nos hicimos a un lado, dejando que la persiana volviera a su lugar. Retrocediendo, Vancha soltó el más escandaloso y grosero de sus tacos, mientras los demás nos mirábamos con inquietud, esperando que alguien propusiera algún plan.

—¿Cómo han logrado acercarse sin… que los oyéramos? —preguntó Harkat.

—No estábamos prestando atención a lo que estaba ocurriendo fuera —dije yo.

—Aún así —insistió Harkat—, deberíamos haber… oído las sirenas.

—No utilizaron las sirenas —rió Steve—. Se les advirtió que se acercaran en silencio. Y, antes de que perdáis el tiempo comprobándolo, han cubierto la parte trasera del edificio y el tejado, así como la parte delantera.

Mientras nos quedábamos mirándolo inquisitivamente, añadió:

—Yo no estaba distraído. Yo sí les oí llegar.

Vancha lanzó un furioso bramido y saltó hacia Steve. Mr. Crepsley se interpuso en su camino para intentar razonar con él, pero Vancha lo hizo a un lado sin contemplaciones y arremetió contra Steve, con el asesinato escrito en sus ojos.

En el exterior, una voz amplificada por un megáfono le detuvo.

—¡Los de ahí dentro! —bramó—. ¡Asesinos!

Vancha vaciló, con los puños cerrados, y luego señaló a Steve y gruñó ferozmente:

—¡Más tarde!

Se dio la vuelta, corrió hacia la ventana y apartó la persiana con el codo. La luz del Sol y la del reflector inundaron la habitación. Dejando a la persiana volver a su posición, Vancha rugió:

—¡Apagad la luz!

—¡Ni hablar! —respondió riendo la persona del megáfono.

Vancha se quedó allí parado un momento, y luego hizo un gesto con la cabeza hacia Mr. Crepsley y Harkat.

—Inspeccionad los pasillos arriba y abajo. Averiguad si están dentro del edificio. No os enfrentéis a ellos: si todos los de ahí fuera empiezan a disparar, nos harán pedazos.

Mr. Crepsley y Harkat obedecieron sin hacer preguntas.

—Tráeme aquí a esa penosa imitación de perro —me dijo Vancha, y arrastré a Steve hacia la ventana.

Vancha rodeó el cuello de Steve con un brazo y le gruñó al oído:

—¿Por qué están ellos aquí?

—Creen que sois los asesinos —respondió Steve con una risita—. Los que mataron a todos esos humanos.

—¡Hijo de perra! —rugió Vancha.

—Por favor —replicó Steve engreídamente—. Dejemos lo personal.

Mr. Crepsley y Harkat regresaron.

—Los dos pisos de abajo… están abarrotados —informó Harkat.

—Lo mismo en los dos pisos de arriba —dijo sombríamente Mr. Crepsley.

Vancha maldijo de nuevo, y pensó rápidamente.

—Nos abriremos paso a través del suelo —decidió—. Los humanos estarán en los pasillos. No se esperarán que bajemos directamente a través de los apartamentos.

—Sí que lo harán —discrepó Steve—. Se les ha advertido que ocupen cada una de las habitaciones de abajo, las de arriba y las contiguas.

Vancha miró fijamente a Steve, buscando el más mínimo signo de engaño. Al no hallar ninguno, sus facciones se suavizaron, y un fantasmal atisbo de derrota asomó a sus ojos. Entonces sacudió la cabeza e hizo a un lado la autocompasión.

—Tenemos que hablar con ellos —dijo—. Averiguar dónde estamos parados y quizá ganar algo de tiempo para pensar qué hacemos. ¿Alguien se ofrece voluntario?

Como nadie respondió, gruñó:

—Supongo que eso significa que yo seré el negociador. Pero no me echéis la culpa si todo sale mal.

Subió la persiana, rompió un cristal, se inclinó sobre el hueco y les gritó a los humanos de abajo:

—¿Quiénes sois los de ahí abajo, y qué diablos queréis?

Se produjo una pausa, y luego se oyó la misma voz que nos había hablado antes por el megáfono.

—¿Con quién hablo? —preguntó aquella persona. Ahora que prestaba atención a su voz, me di cuenta de que pertenecía a una mujer.

—¡Eso no es de tu incumbencia! —rugió Vancha.

Otra pausa. Y luego:

—¡Sabemos vuestros nombres! ¡Larten Crepsley, Vancha March, Darren Shan y Harkat Mulds! ¡Sólo quiero saber a cuál de vosotros me estoy dirigiendo!

Vancha se quedó boquiabierto.

Steve se tronchaba de risa.

—Diles quién eres —susurró Harkat—. Saben demasiado. Será mejor actuar como si estuviéramos… cooperando.

Vancha asintió y gritó a través del agujero abierto en la ventana:

—¡Vancha March!

Mientras tanto, yo miré furtivamente a través de un hueco en un lado de la persiana, buscando puntos débiles en las defensas de abajo. No encontré ninguno, pero logré entrever a la mujer que nos hablaba: alta y corpulenta, con el cabello corto y blanco.

—¡Escucha, March! —gritó la mujer mientras yo me apartaba de la ventana—. ¡Soy la Inspectora Jefe Alice Burgess! ¡Estoy a cargo de este espectáculo de freaks!

Una irónica elección de palabras, aunque ninguno de nosotros lo comentó.

—¡Si queréis negociar, negociaréis conmigo! ¡Y os lo aviso! ¡No he venido aquí a jugar! ¡Tengo a más de doscientos hombres y mujeres aquí fuera y en el interior del edificio, muriéndose de ganas de meteros un montón de balas en vuestra negra imitación de corazón! ¡Al primer indicio de jaleo, ordenaré que abran fuego! ¿Entendido?

Vancha enseñó los dientes y gruñó:

—Entendido.

Luego lo repitió en voz más alta, para que ella pudiera oírlo.

—¡Entendido!

—¡Bien! —respondió la Inspectora Jefe Burgess—. Antes que nada, ¿están vuestros rehenes vivos e indemnes?

—¿Rehenes? —contestó Vancha.

—¡Steve Leonard y Mark Ryter! ¡Sabemos que los tenéis, así que no te hagas el inocente!

—Mark Ryter debía de ser el vampcota —comenté.

—¡Eres taaaaan observador! —rió Steve, y entonces, empujando a un lado a Vancha, levantó la cara y la acercó a la ventana—. ¡Soy Steve Leonard! —chilló, fingiendo terror—. ¡Aún no me han matado, pero se han cargado a Mark! ¡Y lo torturaron primero! ¡Fue horrible! ¡Ellos…!

Se detuvo como si le hubiéramos cortado en mitad de la frase, y dio un paso atrás, realizando una autoindulgente reverencia.

—¡Hijos de…! —maldijo la oficial por el megáfono, pero recuperó la compostura y se dirigió a nosotros con serena sequedad—: ¡De acuerdo! ¡Así es como funciona esto! ¡Liberad al rehén que queda! ¡Cuando esté a salvo con nosotros, bajaréis después de él, de uno en uno! ¡Cualquier intento de sacar un arma o hacer un movimiento inesperado, y sois historia!

—¡Vamos a hablarlo! —gritó Vancha.

—¡De hablarlo, nada! —espetó Burgess.

—¡No vamos a liberarlo! —rugió Vancha—. ¡No sabéis lo que es, ni lo que ha hecho! ¡Déjame…!

Un rifle disparó y una lluvia de balas impactó en el exterior del edificio. Nos tiramos al suelo, maldiciendo y aullando, aunque no había motivo de alarma: los tiradores estaban apuntando deliberadamente alto.

Cuando cesaron los aullidos de las balas, la Inspectora Jefe volvió a dirigirse a nosotros:

—¡Esto fue un aviso! ¡El último! ¡La próxima vez tiraremos a matar! ¡Nada de pactos, ni de intercambios, ni de charlas! ¡Habéis aterrorizado a esta ciudad durante más de un año, pero esto termina aquí! ¡Estáis acabados! ¡Dos minutos! —dijo—. ¡Luego, entraremos a buscaros!

Se produjo un embarazoso silencio.

—No hay nada que hacer —murmuró Harkat tras unos largos segundos—. Estamos acabados.

—Tal vez —suspiró Vancha. Entonces, su mirada cayó sobre Steve, y esbozó una amplia sonrisa—. Pero no moriremos solos.

Vancha juntó los dedos de la mano derecha y los extendió formando una hoja de carne y hueso. Levantó la mano sobre su cabeza como un cuchillo y avanzó.

Steve cerró los ojos y esperó la muerte con una sonrisa en el rostro.

—Espera —dijo suavemente Mr. Crepsley, deteniéndole—. Hay una forma de salir.

Vancha se detuvo.

—¿Cómo? —inquirió suspicazmente.

—Por la ventana —dijo Mr. Crepsley—. Saltemos. No se esperarán eso.

Vancha consideró el plan.

—La caída no es problema —reflexionó—. No para nosotros, en todo caso. ¿Y para ti, Harkat?

—¿Cinco pisos? —sonrió Harkat—. Podría hacerlo… dormido.

—Pero ¿qué hacemos una vez que estemos abajo? —preguntó Vancha—. El lugar está lleno de policías y soldados.

—Corretearemos —dijo Mr. Crepsley—. Yo llevaré a Darren. Tú llevarás a Harkat. No será fácil (podrían dispararnos antes de que podamos alcanzar la velocidad del correteo), pero se puede hacer. Con suerte.

—Es una locura —gruñó Vancha, y luego nos guiñó un ojo—. ¡Me gusta!

Señaló a Steve.

—Pero le mataremos antes de irnos.

—¡Un minuto! —gritó Alice Burgess a través del megáfono.

Steve no se había movido. Aún tenía los ojos cerrados. Y aún sonreía.

Yo no quería que Vancha matara a Steve. Aunque nos hubiera traicionado, una vez fue mi amigo, y la idea de que lo asesinaran a sangre fría me perturbaba. Además, había que pensar en Debbie: si matábamos a Steve, seguro que R. V. mataría a Debbie en represalia. Era una insensatez preocuparse por ella, teniendo en cuenta el problema en el que estábamos metidos, pero no podía evitarlo.

Estaba a punto de pedirle a Vancha que le perdonara la vida a Steve (aunque no creía que fuera a escucharme), cuando Mr. Crepsley se me adelantó.

—No podemos matarlo —dijo con disgusto.

—¿Otra vez con eso? —parpadeó Vancha.

—No se acabará el mundo porque nos capturen —dijo Mr. Crepsley.

—¡Treinta segundos! —chilló Burgess con voz tensa.

Mr. Crepsley ignoró la interrupción.

—Si nos capturan vivos, puede que tengamos ocasión de escapar más tarde. Pero si matamos a Steve Leonard, no creo que nos perdonen la vida. Esos humanos están dispuestos a masacrarnos en cuanto caiga un alfiler.

Vancha meneó dubitativamente la cabeza.

—No me gusta. Preferiría matarlo y correr el riesgo.

—Yo también —reconoció Mr. Crepsley—. Pero debemos tener en cuenta al Lord Vampanez. Hemos de anteponer la cacería a nuestros deseos personales. Perdonarle la vida a Steve Leonard es…

—¡Diez segundos! —bramó Burgess.

Vancha miró furiosamente a Steve unos segundos más, indeciso, y luego soltó un taco, giró la mano y le dio un porrazo en la nuca con la palma plana. Steve se desplomó en el suelo. Pensé que Vancha lo había matado, pero el Príncipe sólo lo había dejado inconsciente.

—Eso le mantendrá callado durante un rato —gruñó Vancha, revisando sus cinturones de shuriken y ajustándose bien sus pieles—. Si más tarde tenemos oportunidad, lo atraparemos y acabaremos con él.

—¡Se acabó el tiempo! —nos advirtió Alice Burgess—. ¡Salid inmediatamente o abrimos fuego!

—¿Listos? —preguntó Vancha.

—Listo —respondió Mr. Crepsley, sacando sus cuchillos.

—Listo —respondió Harkat, probando el filo de su hacha con un grueso dedo gris.

—Listo —respondí yo, desenvainando mi espada y sosteniéndola sobre mi pecho.

—Harkat saltará conmigo —dijo Vancha—. Larten y Darren… Vosotros seréis los siguientes. Dadnos uno o dos segundos para rodar fuera de vuestro camino.

—Suerte, Vancha —dijo Mr. Crepsley.

—Suerte —repuso Vancha, y luego, con una amplia y salvaje sonrisa, le dio una palmada en la espalda a Harkat y saltó por la ventana, haciendo añicos la persiana y los cristales, con Harkat a poca distancia de él.

Mr. Crepsley y yo esperamos los segundos convenidos, y entonces saltamos detrás de nuestros amigos a través de los aristados restos de la ventana, y nos precipitamos velozmente al suelo como un par de murciélagos sin alas, al interior de la infernal caldera que nos esperaba abajo.