CAPÍTULO 2

La «base» se encontraba en el quinto piso de un antiguo y en gran parte abandonado bloque de apartamentos. Ahí era donde Steve había instalado su campamento. Nos habíamos mudado allí cuando entró a formar parte de nuestro equipo. Ocupamos tres apartamentos de la misma planta. Mientras Mr. Crepsley, Harkat y yo metíamos a Steve en el apartamento del medio, Vancha agarró al vampcota por las orejas y lo arrastró al apartamento de la derecha.

—¿Va a torturarle? —le pregunté a Mr. Crepsley, deteniéndome en la puerta.

—Sí —respondió el vampiro con franqueza.

No me gustaba la idea, pero las circunstancias requerían respuestas rápidas y verdaderas. Vancha sólo hacía lo que tenía que hacerse. En la guerra a veces no hay lugar para la compasión o la humanidad.

Entré en nuestro apartamento y corrí hacia la nevera. No funcionaba (el apartamento no tenía electricidad), pero allí guardábamos nuestras bebidas y alimentos.

—¿Alguien tiene hambre o sed? —pregunté.

—Yo tomaré un filete (muy poco hecho) con patatas fritas y una Coca-Cola para acompañar —bromeó Steve.

Se había acomodado en el sofá, y nos sonreía como si fuéramos una gran familia feliz.

Lo ignoré.

—¿Mr. Crepsley? ¿Harkat?

—Agua, por favor —dijo Mr. Crepsley, despojándose de su andrajosa capa roja para poder examinar sus heridas—. Y vendas —añadió.

—¿Estás herido? —preguntó Harkat.

—En realidad, no. Pero los túneles por los que nos arrastramos están repletos de bacterias. Todos deberíamos desinfectarnos las heridas para prevenir infecciones.

Me lavé las manos y luego preparé algo de comer. No tenía hambre, pero sentía que debía comer: mi cuerpo estaba trabajando únicamente con un exceso de adrenalina, y necesitaba alimentarlo. Harkat y Mr. Crepsley también se abalanzaron sobre la comida y pronto estuvimos dando cuenta de las últimas migajas.

No le ofrecimos nada a Steve.

Mientras atendíamos nuestras heridas, me quedé contemplando con una mirada llena de odio a Steve, que me devolvió una amplia y burlona sonrisa.

—¿Cuánto tardaste en prepararlo? —pregunté—. Atraernos aquí, arreglar esos papeles falsos para enviarme a la escuela, conducirnos a los túneles… ¿Cuánto?

—Años —respondió Steve con orgullo—. No fue fácil. No sabes ni la mitad. Esa caverna donde os tendimos la trampa… la construimos de la nada, al igual que los túneles que entran y salen de ella. También construimos otras cavernas. Hay una de la que estoy especialmente orgulloso. Espero tener ocasión de enseñártela alguna vez.

—¿Te tomaste todas estas molestias sólo por nosotros? —preguntó Mr. Crepsley, inquieto.

—Sí —respondió Steve, engreídamente.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿No habría sido más sencillo enfrentaros a nosotros en los viejos túneles ya existentes?

—Más sencillo, sí —admitió Steve—, pero no tan divertido. He desarrollado una pasión por el drama a lo largo de los años. Un poco como Mr. Tiny. Deberíais apreciar eso, habiendo trabajado en un circo durante tanto tiempo.

—Lo que no comprendo —reflexionó Harkat— es qué… estaba haciendo allí el Lord Vampanez, ni por qué los otros vampanezes… te ayudaron en tus locos planes.

—No tan locos como pensáis —replicó Steve—. El Lord Vampanez sabía que vendríais. Mr. Tiny se lo contó todo sobre los cazadores que seguirían sus pasos. También dijo que huir o esconderse no eran una opción: si nuestro Señor no hacía frente a sus perseguidores, la Guerra de las Cicatrices estaría perdida.

—Cuando supo de mi interés por ti (y el de R. V.), nos consultó, y juntos ideamos este plan. Gannen Harst estuvo en contra (es de la vieja escuela y habría preferido una confrontación directa), pero el Lord Vampanez comparte mi afición por el teatro.

—Ese Señor vuestro —dijo Mr. Crepsley—, ¿cómo es?

Steve se echó a reír y meneó un dedo ante el vampiro.

—Vaya, vaya, Larten. Honestamente, no esperarás que te lo describa, ¿verdad? Ha tenido mucho cuidado de no mostrar su rostro, ni siquiera a sus más allegados.

—Podríamos sacártelo bajo tortura —gruñí.

—Lo dudo —sonrió burlonamente Steve—. Soy un semi-vampanez. Puedo soportar cualquier cosa que me hagáis. Me dejaría matar antes que traicionar al clan.

Se despojó de la pesada chaqueta que había llevado desde que nos encontramos. Un fuerte olor a productos químicos se desprendió de él.

—Ya no tiembla —dijo súbitamente Harkat.

Steve nos había dicho que tenía tendencia a pillar resfriados, por lo que debía llevar mucha ropa y untarse lociones para protegerse.

—Claro que no —respondió—. Todo eso era parte de la función.

—Tienes la astucia de un demonio —gruñó Mr. Crepsley—. Al alegar que eras propenso a los resfriados, podías llevar guantes para ocultar las cicatrices en las puntas de tus dedos, y bañarte en lociones de olor empalagoso para enmascarar tu hedor a vampanez.

—El olor fue la parte difícil —rió Steve—. Sabía que vuestras sensitivas narices olfatearían mi sangre, así que tenía que despistarlas. —Hizo un mohín—. Pero no ha sido fácil. Mi sentido del olfato también está altamente desarrollado, así que los vapores han hecho estragos en mis fosas nasales. Las jaquecas son espantosas.

—Me rompes el corazón —gruñí sarcásticamente, y Steve rió encantado. Se lo estaba pasando en grande, aunque fuera nuestro prisionero. Sus ojos estaban iluminados por un maligno regocijo—. No sonreirías así si R. V. se negara a intercambiar a Debbie por ti —le dije.

—Muy cierto —admitió—. Pero sólo vivo para veros sufrir a ti y al Espeluznante Crepsley. Moriría feliz sabiendo el tormento que tendrías que soportar si R. V. descuartiza a tu querida novia profesora.

Meneé la cabeza, perplejo.

—¿Cómo es que te has vuelto tan retorcido? —pregunté—. Éramos amigos, casi como hermanos. Entonces no eras malo. ¿Qué te ocurrió?

El rostro de Steve se ensombreció.

—Fui traicionado —dijo en voz baja.

—Eso no es cierto —respondí—. Te salvé la vida. Renuncié a todo para que pudieras vivir. Yo no quería convertirme en un semi-vampiro. Yo…

—¡Cállate! —me espetó Steve—. Tortúrame si lo deseas, pero no me insultes con mentiras. Sé que te confabulaste con el Espeluznante Crepsley para fastidiarme. Yo podría haber sido un vampiro, poderoso, longevo, majestuoso. Pero tú me dejaste como un humano, para tener que arrastrarme a través de una vida penosamente corta, débil y temeroso como todos los demás. Bien, ¿pues sabes qué? ¡Fui más astuto que tú! ¡Busqué a los del otro bando y me gané mis legítimos poderes y privilegios de todos modos!

—Para lo que te van a servir —resopló Mr. Crepsley.

—¿Qué quieres decir? —exclamó Steve.

—Has desperdiciado tu vida con el odio y la venganza —dijo Mr. Crepsley—. ¿Qué hay de bueno en una vida sin alegría ni un propósito creativo? Habrías estado mejor viviendo cinco años como humano que quinientos como un monstruo.

—¡Yo no soy un monstruo! —gruñó fieramente Steve—. ¡Soy…!

Se detuvo y gruñó algo para sí mismo.

—Ya basta de tonterías —declaró en voz alta—. Me estáis aburriendo. Si no tenéis nada más inteligente que decir, mantened la boca cerrada.

—¡Perro insolente! —rugió Mr. Crepsley, y el dorso de su mano cruzó la mejilla de Steve, haciéndole sangrar.

Steve miró despectivamente al vampiro, se limpió la sangre con los dedos, y se los llevó a los labios.

—Una noche no muy lejana, será tu sangre la que yo pruebe —susurró, y seguidamente se sumergió en el silencio.

Exasperados y agotados, Mr. Crepsley, Harkat y yo también nos quedamos callados. Acabamos de limpiar nuestras heridas, y luego nos tumbamos y descansamos. Si hubiéramos estado solos, nos habríamos adormilado…, pero ninguno de nosotros se atrevió a cerrar los ojos con una bestia destructiva como Steve Leopard en la habitación.

***

Más de una hora después de haberse llevado aparte a su vampcota cautivo, Vancha regresó. Tenía el rostro sombrío, y aunque se había lavado las manos antes de entrar, no había podido quitarse todos los restos de sangre. Alguna era suya, de las heridas recibidas en los túneles, pero la mayor parte procedía del vampcota.

Vancha encontró una botella de cerveza tibia en la nevera fuera de servicio, quitó la tapa de un tirón y tragó ansiosamente. Normalmente, nunca bebía otra cosa que agua fresca, leche y sangre…, pero estos difícilmente podían considerarse tiempos normales.

Se secó la boca con el dorso de la mano al acabar, y luego se quedó mirando las débiles manchas rojas sobre su piel.

—Era un hombre valiente —dijo en voz baja—. Resistió más tiempo del que yo habría creído posible. Tuve que hacerle cosas terribles para hacerle hablar. Yo…

Se estremeció y abrió otra botella. Había lágrimas de amargura en sus ojos mientras bebía.

—¿Está muerto? —pregunté con voz temblorosa.

Vancha suspiró y desvió la mirada.

—Estamos en guerra. No podemos permitirnos perdonar la vida a nuestros enemigos. Además, para cuando acabé, habría sido una crueldad dejarle vivo. Al final, matarlo fue lo más piadoso.

—Alabemos a los dioses de los vampiros por los pequeños actos de misericordia —rió Steve, pero se acobardó cuando Vancha se giró, cogió un shuriken y lo mandó volando hacia él. La afilada estrella arrojadiza se hundió en la tela del sofá, a menos de un centímetro por debajo de la oreja derecha de Steve.

—No fallaré con el próximo —juró Vancha, y por fin la sonrisa se borró del rostro de Steve, al comprender que el Príncipe iba en serio.

Mr. Crepsley se levantó y apoyó una mano tranquilizadora sobre el hombro de Vancha, conduciéndole hacia una silla.

—¿Valió la pena el interrogatorio? —preguntó—. ¿Reveló el vampcota algo nuevo?

Vancha no respondió inmediatamente. Aún miraba ferozmente a Steve. Luego asimiló la pregunta y se secó los grandes ojos con el extremo de una de sus pieles.

—Tenía mucho que decir —gruñó Vancha.

Entonces se sumergió en el silencio y se quedó mirando la botella de cerveza que tenía en las manos, como si no supiera qué hacía aquello allí.

—¡El vampcota! —dijo en voz alta tras un minuto de silencio, levantando bruscamente la cabeza y centrando la mirada—. Sí. Para empezar, averigüé por qué Gannen no nos mató y por qué los otros luchaban con tanta cautela.

Se inclinó hacia delante y le arrojó la botella de cerveza vacía a Steve, que se hizo a un lado, y luego volvió a mirar arrogantemente al Príncipe.

—Sólo el Lord Vampanez puede matarnos —dijo Vancha suavemente.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Está atado a las reglas de Mr. Tiny, al igual que nosotros —explicó Vancha—. Como nosotros no podemos pedir ayuda a los demás para buscarle y combatirle, él tampoco puede pedirles a sus subordinados que nos maten. Mr. Tiny le dijo que tenía que matarnos él mismo para asegurarse la victoria. Puede convocar a todos los vampanezes que quiera para luchar con nosotros, pero si alguno nos golpea demasiado fuerte y nos inflige una herida mortal, estarán destinados a perder la guerra.

Esas eran unas noticias sensacionales y las comentamos con entusiasmo. Hasta ahora, pensábamos que no teníamos ninguna posibilidad contra los acólitos del Lord Vampanez… Simplemente, eran demasiados para abrirnos paso a través de ellos. Pero si no les estaba permitido matarnos…

—No nos exaltemos —advirtió Harkat—. Aunque no puedan matarnos, pueden… acorralarnos y reducirnos. Si nos capturan y nos entregan a… su Señor, él no tendría más que… clavarnos una estaca en el corazón.

—¿Cómo te van a matar a ti? —le pregunté a Harkat—. No eres uno de los tres cazadores.

—Tal vez no sepan eso —dijo Harkat.

Steve murmuró algo entre dientes.

—¿Qué dices? —exclamó Vancha, empujándole bruscamente con un pie.

—¡Digo que no lo sabíamos antes, pero lo sabemos ahora! —se mofó Steve—. O al menos —añadió hoscamente— lo sé yo.

—¿No sabías quiénes eran lo tres cazadores? —preguntó Mr. Crepsley.

Steve meneó la cabeza.

—Sabíamos que erais tres de vosotros, y Mr. Tiny nos dijo que uno sería un niño, así que dimos por sentado que Darren era uno. Pero al presentarse cinco (vosotros tres, Harkat y Debbie), no estábamos seguros de quiénes serían los otros. Supusimos que los cazadores serían vampiros, pero no quisimos correr riesgos innecesarios.

—¿Por eso fingiste ser nuestro aliado? —pregunté—. ¿Querías acercarte a nosotros para descubrir quiénes eran los cazadores?

—Eso era parte del plan —asintió Steve—, aunque lo que principalmente quería era jugar con vosotros. Fue divertido, estar tan cerca que habría podido mataros cuando quisiera, aplazando el golpe de gracia hasta que fuera el momento adecuado.

—Este es tonto —bufó Vancha—. El que no mata a su enemigo a la primera oportunidad, es que está pidiendo problemas.

—Steve Leonard es muchas cosas —dijo Mr. Crepsley—, pero tonto, no.

Se acarició la larga cicatriz que recorría el lado izquierdo de su rostro, profundamente pensativo.

—Ideaste este plan con toda minuciosidad, ¿verdad? —le preguntó a Steve.

—Tenlo por seguro —sonrió él, burlonamente.

—¿Tuviste en cuenta cada posible contratiempo?

—Tantos como pude imaginar.

Mr. Crepsley hizo una pausa, acariciándose la cicatriz, y sus ojos se estrecharon.

—Entonces, habrás pensado en lo que ocurriría si escapábamos.

La sonrisa de Steve se ensanchó, pero no dijo nada.

—¿Cuál era el plan B? —preguntó Mr. Crepsley con voz tensa.

—¿El plan B? —repitió inocentemente Steve.

—¡No juegues conmigo! —siseó Mr. Crepsley—. Tuviste que haber discutido planes alternativos con R. V. y Gannen Harst. Una vez que nos hubierais revelado vuestra localización, no podíais permitiros sentaros a esperar. El tiempo es precioso ahora que sabemos dónde está escondido vuestro Señor y que los que están con él no pueden quitarnos la vida.

Mr. Crepsley dejó de hablar y se puso bruscamente en pie. Vancha lo hizo sólo un segundo después de él. Sus ojos se encontraron y exclamaron a un tiempo:

—¡Una trampa!

—Ya decía yo que iba demasiado tranquilo por los túneles —gruñó Vancha, corriendo hacia la puerta del apartamento, abriéndola e inspeccionando el pasillo—. Desierto.

—Miraré por la ventana —dijo Mr. Crepsley, yendo hacia allí.

—No te molestes —dijo Vancha—. Los vampanezes no atacarían al descubierto durante el día.

—No —admitió Mr. Crepsley—, pero los vampcotas sí.

Alcanzó la ventana y subió la pesada persiana que bloqueaba los dañinos rayos del Sol. Se quedó sin aliento.

—¡Por las entrañas de Charna! —jadeó.

Vancha, Harkat y yo corrimos a ver qué era lo que le había inquietado (Vancha agarró a Steve por el camino). Lo que vimos provocó que todos lanzáramos una maldición, excepto Steve, que se echó a reír como un loco.

En el exterior, la calle estaba llena de coches patrulla, furgonetas militares, policías y soldados. Se alineaban frente al edificio y se desplegaban por los flancos. Muchos llevaban rifles. En el edificio de enfrente vislumbramos figuras en las ventanas, también armadas. Mientras observábamos, un helicóptero descendió zumbando sobre nuestras cabezas y se quedó suspendido en el aire un par de pisos por encima de nosotros. En el helicóptero iba un soldado con un rifle tan grande que podría haber sido utilizado para cazar elefantes.

Pero el tirador no estaba interesado en los elefantes. Apuntaba al mismo objetivo que los del edificio y el suelo: ¡nosotros!