CAPÍTULO 21

—¡ALTO! —chilló R. V. mientras mi acero descendía, y algo en su voz me hizo detenerme y mirar atrás.

Se me encogió el corazón: ¡tenía a Debbie! La sujetaba como lo había hecho Steve, con los garfios dorados del brazo derecho presionando su mandíbula. Un par de garfios habían pinchado ligeramente la piel, y unos finos riachuelos de sangre chorreaban por las hojas doradas.

—¡Tira el cuchillo o la rajo como a un cerdo! —siseó R. V.

Si tiraba el cuchillo, Debbie moriría de todas formas, junto con el resto de nosotros. Sólo podía hacer una cosa: tenía que intentar quedar en tablas. Agarrando a Steve por sus largos cabellos grises, apreté el cuchillo contra su garganta.

—Si ella muere, él muere —gruñí, y vi los ojos de R. V. llenarse de duda.

—No juegues conmigo —advirtió el vampanez de los garfios en las manos—. Suéltalo o la mataré.

—Si ella muere, él muere —repetí.

R. V. soltó una maldición, y luego echó un vistazo por encima del hombro, en busca de ayuda. La batalla se estaba decantando a favor de los vampanezes. Los que habían caído durante los primeros segundos de lucha habían vuelto a ponerse en pie, y ahora rodeaban a Vancha, Mr. Crepsley y Harkat, que peleaban espalda contra espalda, protegiéndose unos a otros, incapaces de avanzar o retroceder. Más allá del follón, Gannen Harst y el Señor de los Vampanezes observaban.

—Olvídate de ellos —dije—. Esto es entre tú y yo. No tiene que ver con nadie más. —Compuse una débil sonrisa—. ¿O es que tienes miedo de enfrentarte a mí tú solo?

R. V. sonrió con desprecio.

—No tengo miedo de nada, tío. Excepto… —Se detuvo.

Imaginando lo que había estado a punto de decir, eché hacia atrás la cabeza y aullé como un lobo. Los ojos de R. V. se ensancharon de terror ante aquel sonido, pero luego recobró la compostura y se mantuvo firme.

—Aullar no salvará a tu apetitosa noviecita —me provocó.

Tuve una extraña sensación de déjà vu: Murlough solía hablar de esa forma sobre Debbie, y por un momento fue como si el espíritu del vampanez muerto estuviera vivo en el interior de R. V. Entonces deseché tan macabros pensamientos y me concentré.

—Dejemos de perder el tiempo —dije—. Tú sueltas a Debbie, yo suelto a Steve, y zanjamos esto de hombre a hombre. El ganador se lo lleva todo.

R. V. esbozó una amplia sonrisa y meneó la cabeza.

—No hay trato. No necesito arriesgar mi cuello. Yo tengo todas las cartas.

Manteniendo a Debbie frente a él, se dirigió hacia la salida del lado opuesto de la estancia, rodeando a los vampanezes.

—¿Qué estás haciendo? —exclamé, intentando cerrarle el paso.

—¡Atrás! —rugió, clavando más profundamente sus garfios en la mandíbula de Debbie, provocándole un jadeo de dolor.

Me detuve, vacilante.

—Deja que se vaya —dije con voz queda, desesperadamente.

—No —respondió—. Me la llevo conmigo. Si intentas detenerme, la mataré.

—Y yo mataré a Steve si lo haces.

Se echó a reír.

—No me importa tanto Steve como a ti tu preciosa Debbita. Sacrificaré a mi amigo si tú estás dispuesto a sacrificar a la tuya. ¿Qué te parece, Shan?

Observé los ojos de Debbie, redondos y aterrorizados, y di un paso atrás, despejando el camino para que pasara R. V.

—Sabia decisión —gruñó, pasando fácilmente, sin volverme la espalda.

—Si le haces daño… —sollocé.

—No se lo haré —dijo él—. Por el momento. Antes quiero ver cómo te retuerces. Pero si matas a Steve o me persigues… —Sus fríos ojos disparejos me dijeron lo que ocurriría.

Riendo, el monstruo de los garfios en las manos se escabulló, pasando junto a los vampanezes, y luego junto a Gannen Harst y su Señor, desvaneciéndose más allá en la lóbrega oscuridad del túnel, llevándose a Debbie con él y dejándome a mí y a los demás a merced de los vampanezes.

***

Ahora que Debbie se encontraba más allá de la salvación, tenía claras mis opciones. Podía intentar ayudar a mis amigos, que estaban atrapados en medio de los vampanezes, o ir a por el Lord Vampanez. No perdí el tiempo decidiéndome. No podía rescatar a mis amigos (había demasiados vampanezes y vampcotas), y aunque pudiera, no lo habría hecho: el Lord Vampanez era lo primero. Lo había olvidado momentáneamente cuando Steve cogió a Debbie, pero ahora mi convicción se reafirmó. Al otro lado, Steve seguía inconsciente. No había tiempo de acabar con él: lo haría más tarde, si era posible. Rodeé furtivamente a los vampanezes, desenvainando mi espada, con la intención de atrapar a Gannen Harst y a la figura que protegía.

Harst me descubrió, se llevó los dedos a la boca y silbó con fuerza. Los cuatro vampanezes de la retaguardia lo miraron, y luego siguieron la dirección de su dedo, que señalaba hacia mí. Se alejaron del jaleo, y, cerrándome el paso, avanzaron.

Podría haber tratado de abrirme camino a través e ellos, por desesperado que fuera, pero entonces vi a Gannen Harst ordenar a otros dos vampanezes que abandonaran la lucha. Les confió al Lord Vampanez y salieron por el túnel por el que había huido R. V. Gannen Harst cerró la enorme puerta tras ellos e hizo girar la gran válvula circular del centro. Sin la combinación, sería imposible atravesar una puerta tan gruesa como aquella.

Gannen Harst se acercó a los cuatro vampanezes que venían hacia mí. Chasqueó la lengua y los vampanezes se detuvieron. Harst me miró a los ojos, e hizo el signo del toque de la muerte presionando el dedo corazón en medio de la frente, el índice y el anular sobre los ojos, y el pulgar y el meñique extendidos hacia fuera.

—Hasta en la muerte, saldrás triunfante —dijo.

Eché un rápido vistazo a mi alrededor, calibrando la situación. A mi derecha, proseguía la batalla. Mr. Crepsley, Vancha y Harkat presentaban cortes en muchos sitios y sangraban profusamente, aunque ninguno había recibido heridas fatales. Seguían en pie, armas en mano (excepto Vancha, cuyas armas eran sus manos), manteniendo a raya al círculo de vampanezes y vampcotas.

No lo entendía. Dada la superioridad numérica de nuestros enemigos, ya deberían haber arrollado y despachado al trío. Cuanto más duraba la batalla, más daño nos infligían: al menos seis vampcotas y tres vampanezes habían muerto, y unos cuantos más presentaban heridas graves. Aún así, peleaban con cautela, calculando cuidadosamente sus golpes, casi como si no quisieran matarnos.

Llegué a una súbita conclusión y supe lo que tenía que hacer. Me enfrenté a Gannen Harst y grité desafiante:

—¡Saldré triunfante en la vida!

Entonces saqué un cuchillo y se lo arrojé a los vampanezes, lanzándolo deliberadamente alto. Mientras los cinco vampanezes que estaban ante mí esquivaban el cuchillo, me di la vuelta balanceando mi espada hacia los vampanezes y los vampcotas estrechamente amontonados en torno a Mr. Crepsley, Vancha y Harkat. Ahora que el Señor de los Vampanezes estaba fuera de mi alcance, era libre de ayudar a mis amigos o perecer con ellos. Momentos antes, seguramente habríamos perecido, pero la balanza se había inclinado ligeramente a nuestro favor. La cuadrilla se había reducido a media docena de miembros: dos se habían marchado con su Señor, y cuatro más permanecían junto a Gannen Harst. Los vampanezes y vampcotas restantes se habían diseminado para cubrir los lugares abandonados por sus camaradas desaparecidos.

Mi espada alcanzó al vampanez de mi derecha y estuvo a punto de degollar a un vampcota a mi izquierda. El vampanez y el vampcota se hicieron a un lado al mismo tiempo, instintivamente, en direcciones opuestas, creando un hueco.

—¡Hacia mí! —le grité al trío atrapado en medio del tumulto.

Antes de que el hueco volviera a llenarse, Harkat irrumpió en él, cortando el aire con su hacha. Retrocedieron más vampanezes y vampcotas, y Mr. Crepsley y Vancha corrieron tras Harkat, desplegándose en torno a él, de manera que pudieran hacer frente al enemigo en fila, en lugar de tener que luchar espalda contra espalda.

Nos retiramos rápidamente hacia el túnel que conducía fuera de la caverna.

—¡Rápido! ¡Bloquead la salida! —gritó uno de los cuatro vampanezes que estaban con Gannen Harst, avanzando para cerrarnos el paso.

—Quieto —respondió en voz baja Gannen Harst, y el vampanez se detuvo. Se volvió a mirar a Harst, confundido, pero este se limitó a mover la cabeza sombríamente.

No estaba seguro de por qué Harst había impedido que sus hombres bloquearan nuestra vía de escape, pero no me detuve a pensar en ello. Mientras retrocedíamos hacia la salida, golpeando a los vampanezes y los vampcotas que venían tras nosotros empujándonos, pasamos junto a Steve. Estaba recobrando el sentido y se encontraba medio sentado. Al pasar junto a él me detuve, lo agarré por el pelo y tiré de él, poniéndolo en pie. Lanzó un grito y forcejeó, pero apoyé el filo de mi espada en su garganta y se quedó quieto.

—¡Tú te vienes con nosotros! —siseé en su oído—. Si nosotros morimos, tú también.

Le habría matado allí mismo, si no hubiera recordado lo que R. V. había dicho: que mataría a Debbie si yo mataba a Steve.

Cuando llegamos a la boca del túnel, un vampcota balanceó un corto trozo de cadena hacia Vancha. El vampiro la agarró, tiró del vampcota, lo agarró por la cabeza y la hizo girar bruscamente a la derecha con la intención de romperle el cuello y matarlo.

—¡Ya es suficiente! —bramó Gannen Harst, y los vampanezes y vampcotas que se nos echaban encima dejaron instantáneamente de pelear y retrocedieron dos pasos.

Vancha aflojó su presa, pero no liberó al vampcota, y miró airadamente a su alrededor con suspicacia.

—¿Y ahora, qué? —murmuró.

—No lo sé —dijo Mr. Crepsley, enjugándose el sudor y la sangre del ceño—. Pero pelean de una forma muy extraña. Nada de lo que hagan me sorprendería ya.

Gannen Harst se abrió paso a empujones entre los vampanezes hasta detenerse ante su hermano. No había parecido entre ambos (Vancha era corpulento, rudo y tosco, mientras que Gannen era esbelto, elegante y comedido), pero tenían una forma muy similar de quedarse parados con la cabeza ladeada.

—Vancha —saludó Gannen al hermano del que se había distanciado.

—Gannen —respondió Vancha, sin soltar al vampcota y vigilando a los demás vampanezes como un halcón, por si hacían algún movimiento repentino.

Gannen nos miró a Mr. Crepsley, a Harkat y a mí.

—Volvemos a encontrarnos —dijo—, como estaba escrito. La última vez, me derrotasteis. Ahora han cambiado las tornas.

Hizo una pausa y echó un vistazo en torno a la estancia, hacia los silenciosos vampanezes y vampcotas, y después a sus camaradas muertos o moribundos. Luego, al túnel que había a nuestra espalda.

—Podríamos mataros aquí, en este túnel, pero os llevaríais con vosotros a muchos de los nuestros —suspiró—. Estoy cansado de innecesarios derramamientos de sangre. ¿Hacemos un trato?

—¿Qué clase de trato? —gruñó Vancha, intentando ocultar su turbación.

—Para nosotros sería más sencillo mataros en los túneles más grandes que están más allá de este. Podríamos liquidaros uno por uno, sin prisas, y posiblemente, sin perder más hombres.

—¿Quieres que te hagamos el trabajo más fácil? —rió Vancha.

—Déjame acabar —continuó Gannen—. Tal como están las cosas, no tenéis ninguna posibilidad de volver a la superficie con vida. Si os atacamos ahora, sufriremos muchas bajas, pero los cuatro moriréis sin duda alguna. Si, por otra parte, os diéramos una ventaja…

Guardó silencio, y luego prosiguió:

—Quince minutos, Vancha. Soltad a los rehenes (podréis ir más rápido sin ellos) y huid. Durante quince minutos nadie os perseguirá. Tenéis mi palabra.

—Es un truco —gruñó Vancha—. No nos dejaríais ir así como así.

—No te miento —respondió Gannen con rigidez—. Las probabilidades siguen estando a nuestro favor. Conocemos estos túneles mejor que vosotros, y probablemente os cogeríamos antes de que alcanzarais la libertad. Pero de esta forma tendréis una posibilidad… y yo no quiero tener que enterrar a más amigos míos.

Vancha intercambió una mirada furtiva con Mr. Crespley.

—Y Debbie, ¿qué? —exclamé, antes de que ninguno de los vampiros pudiera responder—. ¡Yo quiero llevarla también!

Gannen Harst meneó la cabeza.

—Yo dirijo a los que están en esta estancia —dijo—, pero no al de los garfios. Ella es suya ahora.

—Eso no me vale —resoplé—. Si Debbie no viene, yo tampoco. Me quedaré aquí y mataré a tantos de vosotros como pueda.

—Darren… —comenzó a protestar Vancha.

—No discutas —intervino Mr. Crepsley—. Conozco a Darren. Gastarías saliva. No se irá sin ella. Y si él no se va, yo tampoco.

Vancha soltó una maldición, y miró a su hermano a los ojos.

—Ya lo ves. Si ellos no se van, yo tampoco.

Harkat se aclaró la garganta.

—Estos idiotas no hablan… por mí. Yo me voy.

Luego sonrió para demostrar que bromeaba.

Gannen escupió entre sus pies, disgustado. Entre mis brazos, Steve se agitó y rezongó. Gannen lo observó por un instante, y luego volvió a mirar a su hermano.

—Entonces, hagamos esto —dijo—. R. V. y Steve Leonard son amigos íntimos. Leonard diseñó los garfios de R. V. y nos persuadió para convertirle. No creo que R. V. mate a la mujer si eso implica la muerte de Leonard, a pesar de sus amenazas. Cuando os vayáis, podéis llevaros a Leonard con vosotros. Si escapáis, quizá podáis utilizarle para intercambiar su vida por la de la mujer más tarde.

Volvió hacia mí los ojos, en señal de advertencia:

—Es lo mejor que puedo ofreceros… y más de lo que tenéis derecho a esperar.

Pensé en ello, comprendiendo que era la única esperanza real que tenía Debbie, y asentí imperceptiblemente.

—¿Eso es un sí? —preguntó Gannen.

—Sí —respondí con voz ronca.

—¡Pues entonces, vamos! —exclamó—. Desde el momento en que empecéis a andar, comenzará a contar el reloj. Dentro de quince minutos, iremos nosotros… y si os cogemos, moriréis.

A una señal de Gannen, vampanezes y vampcotas retrocedieron y se reagruparon en torno a él. Gannen permaneció en pie frente a todos ellos, con los brazos cruzados bajo el pecho, esperando a que nos fuéramos.

Fui hacia mis tres amigos arrastrando los pies, empujando a Steve delante de mí. Vancha aún sujetaba al vampcota capturado, y lo agarraba del mismo modo que yo a Steve.

—¿Habla en serio? —le pregunté en un susurro.

—Eso parece —respondió, aunque me dio la impresión de que a él también le costaba creerlo.

—¿Por qué está haciendo esto? —preguntó Mr. Crepsley—. Sabe que nuestra misión es matar al Señor de los Vampanezes. Al ofrecernos esta oportunidad, nos deja libres para, quizá, recuperarnos y atacar de nuevo.

—Es una locura —admitió Vancha—, pero también lo sería mirarle el diente al caballo regalado. Salgamos antes de que cambie de idea. Ya lo discutiremos más tarde… si sobrevivimos.

Vancha retrocedió, manteniendo al vampcota frente a él, como un escudo. Yo lo seguí, rodeando con un brazo a Steve, que ahora estaba completamente consciente, pero demasiado aturdido para intentar escapar. Mr. Crepsley y Harkat venían detrás de nosotros. Vampanezes y vampcotas nos vieron partir. Muchos ojos rojos o bordeados de rojo rebosaban de aversión y disgusto… pero ninguno nos persiguió.

Retrocedimos de espaldas por el túnel durante un rato, hasta estar seguros de que no iban a seguirnos. Luego nos detuvimos e intercambiamos miradas de incertidumbre. Abrí la boca para decir algo, pero Vancha me hizo callar.

—No perdamos tiempo.

Se dio la vuelta, puso a su vampcota delante de él y empezó a trotar. Harkat salió tras él, encogiéndose de hombros con impotencia al pasar junto a mí. Mr. Crepsley me indicó que, a continuación, siguiera yo con Steve. Empujando a Steve al frente, lo pinché en la espalda con la punta de mi espada, instándolo rudamente a avanzar a paso ligero.

Ascendimos lentamente a través de los largos y oscuros túneles, cazadores y prisioneros, golpeados, ensangrentados, magullados y aturdidos. Pensé en el Lord Vampanez, en el chiflado R. V. y en su desdichada prisionera, Debbie. Se me desgarraban las entrañas por tener que dejarla atrás, pero no tenía elección. Más tarde, si sobrevivía, volvería a por ella. Ahora sólo debía pensar en salvar mi propia vida. Con gran esfuerzo, expulsé de mi cabeza todo pensamiento sobre Debbie y me concentré en la senda que se extendía ante mí. En el fondo de mi mente, un reloj se puso en marcha espontáneamente, y a cada paso podía oír las manecillas contando los segundos, acortando nuestro periodo de gracia, acercándonos implacablemente al momento en que Gannen Harst enviaría a vampanezes y vampcotas tras nosotros… liberando a los sabuesos del Infierno.