Mientras se me pasaba la impresión inicial, un odio helado y oscuro creció en el fondo de mi estómago. Olvidé a los vampanezes y a los vampcotas y centré toda mi atención en Steve. Mi mejor amigo. El chico cuya vida había salvado. El hombre al que había recibido con los brazos abiertos. Había respondido por él. Confiaba en él. Le había incluido en nuestros planes.
Y todo el tiempo había estado conspirando en contra nuestra.
Habría ido a por él en aquel mismo momento para hacerlo pedazos, si no fuera porque estaba utilizando a Debbie como escudo. Pese a mi rapidez, no sería capaz de impedir que le hundiera el cuchillo en la garganta. Si le atacaba, Debbie moriría.
—Sabía que no podíamos confiar en él —dijo Mr. Crepsley, que parecía sólo un poco menos iracundo de lo que yo me sentía—. La sangre no cambia. Debería haberlo matado hace años.
—Hay que saber perder —rió Steve, apretando aún más a Debbie contra él.
—Todo fue un complot, ¿verdad? —comentó Vancha—. El ataque del de los garfios y que tú rescataras a Darren estaba preparado.
—Por supuesto —dijo Steve, sonriendo burlonamente—. Todo el tiempo supe dónde estaban. Yo los atraje, enviando a R. V. a esta ciudad para sembrar el pánico entre los humanos, sabiendo que eso haría volver al Espeluznante Crepsley.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó Mr. Crepsley, atónito.
—Investigando —dijo Steve—. Averigüé todo lo que pude sobre usted. Le convertí en la profesión de mi vida. No fue fácil, pero seguí su pista hasta el final. Encontré su certificado de nacimiento. Le relacioné con esté lugar. Trabajé con mis buenos amigos, los vampanezes, en el transcurso de mis viajes. Ellos no me rechazaron como hizo usted. Por ellos me enteré de que uno de sus camaradas (el pobre y trastornado Murlough) había desaparecido aquí hacía algunos años. Con lo que yo sabía sobre usted y sus movimientos, no fue difícil atar cabos.
—¿Qué pasó con Murlough? —preguntó Steve—. ¿Lo mató, o simplemente lo ahuyentó?
Mr. Crepsley no contestó. Ni yo.
—Da igual —dijo Steve—. No tiene importancia. Pero me figuré que si volvió una vez para ayudar a esta gente, volvería a hacerlo.
—Muy inteligente —gruñó amenazadoramente Mr. Crepsley. Sus dedos se movían nerviosamente a los costados como las patas de una araña, y supe que se moría de ganas de cerrarlos en torno a la garganta de Steve.
—Lo que no comprendo —comentó Vancha— es lo que están haciendo aquí todos estos. —Movió la cabeza hacia Bargen y los otros vampanezes y vampcotas—. Seguro que no están aquí para ayudarte en tu loca búsqueda de venganza.
—Claro que no —dijo Steve—. Yo sólo soy un humilde semi-vampanez. No soy quién para mandar sobre mis superiores. Les conté lo de Murlough, lo cual les interesó, pero están aquí por otras razones, siguiendo instrucciones de alguien más.
—¿Quién? —preguntó Vancha.
—Tendría que decíroslo. Y no estamos aquí para hablar: ¡estamos aquí para matar!
Detrás de nosotros, los vampanezes y los vampcotas avanzaron. Vancha, Mr. Crepsley y Harkat se dieron la vuelta para hacerles frente. Yo no. No podía apartar los ojos de Steve y Debbie. Ella sollozaba, pero se mantenía firme, mirando implorantemente en mi dirección.
—¿Por qué? —pregunté con voz ronca.
—¿Por qué, qué? —replicó Steve.
—¿Por qué nos odias? No te hicimos ningún daño.
—¡Él dijo que yo era malo! —aulló Steve, moviendo la cabeza hacia Mr. Crepsley, que no se volvió para discutir con él—. ¡Y tú lo elegiste a él antes que a mí! ¡Me echaste encima aquella araña y trataste de matarme!
—¡No! ¡Yo te salvé! ¡Renuncié a todo para que tú pudieras vivir!
—¡Zarandajas! —bufó—. ¡Yo sé lo que ocurrió realmente! Conspiraste con él contra mí, para poder ocupar mi legítimo lugar entre los vampiros. ¡Me tenías envidia!
—No, Steve —gemí—. Esto es una locura. Tú no sabes lo que…
—¡Ahórratelo! —me interrumpió Steve—. No me interesa. Además, ahí viene el invitado de honor: un hombre al que estoy seguro que todos os morís por conocer.
No quería apartar la vista de Steve, pero tenía que ver de quién estaba hablando. Miré por encima de mi hombro y vi dos vagas formas detrás de la masa de vampanezes y vampcotas. Vancha, Mr. Crepsley y Harkat ignoraron las chanzas de Steve y a la pareja del fondo, y en vez de eso se concentraron en los enemigos que se hallaban directamente frente a ellos, desviando las primeras estocadas tanteadoras. Entonces los vampanezes se apartaron ligeramente y tuve una clara visión de los dos que se hallaban detrás de ellos.
—¡Vancha! —exclamé.
—¿Qué? —me espetó.
—Al fondo… Es… —Me humedecí los labios. El más alto de la pareja me había descubierto y me miraba fijamente con una expresión neutral e inquisitiva.
El otro iba vestido con una túnica verde oscura, su rostro cubierto por una capucha.
—¿Quién? —gritó Vancha, apartando la espada de un vampcota con las manos desnudas.
—Es tu hermano, Gannen Harst —dije con voz queda, y Vancha dejó de luchar. También lo hicieron Mr. Crepsley y Harkat. Y también, desconcertados, los vampanezes.
Vancha se alzó en toda su estatura para mirar por encima de las cabezas de los que tenía frente a él. Los ojos de Gannen Harst se apartaron de los míos para clavarse en los de Vancha. Los hermanos se miraron fijamente el uno al otro. Entonces, la mirada de Vancha se desvió hacia la persona de la túnica y la capucha: ¡el Señor de los Vampanezes!
—¡¿Él?! ¡¿Aquí?! —exclamó con voz ahogada.
—Deduzco que ya os habíais visto antes —comentó Steve con sorna.
Vancha ignoró al semi-vampanez.
—¡Aquí! —exclamó de nuevo, con los ojos clavados en el líder de los vampanezes, el hombre al que habíamos jurado matar. Y entonces hizo lo último que los vampanezes habrían esperado: con un rugido cargado de pura adrenalina, ¡se lanzó a la carga!
Era un disparate, un vampiro desarmado arremetiendo contra veintiocho oponentes armados y preparados, pero ese disparate jugó a su favor. Antes de que vampanezes y vampcotas tuvieran tiempo de asimilar la chifladura de la embestida de Vancha, él había arrollado a nueve o diez de ellos, lanzándolos al suelo o al camino de los demás, y antes de que supieran lo que estaba ocurriendo, ya estaba casi encima de Gannen Harst y el Lord Vampanez.
Aprovechando el momento, Mr. Crepsley reaccionó más rápido que nadie y se lanzó detrás de Vancha. Se zambulló entre vampanezes y vampcotas, con los cuchillos al descubierto en sus brazos extendidos como un par de espolones en los extremos de las alas de un murciélago, y tres de nuestros adversarios cayeron con la garganta o el pecho abiertos.
Mientras Harkat balanceaba su hacha detrás de los vampiros y la enterraba en el cráneo de un vampcota, los últimos de la línea de los vampanezes cerraron filas en torno a Vancha, bloqueándole el camino hacia su Señor. El Príncipe los azotó con sus manos como si fueran espadas, pero ahora ellos sabían lo que hacían, y aunque mató a uno, los demás avanzaron en tropel y le obligaron a detenerse.
Yo debería haber ido tras mis compañeros (matar al Lord Vampanez era más importante que cualquier otra cosa), pero mis sentidos gritaban un solo nombre, y era un nombre que me hacía reaccionar impulsivamente:
—¡Debbie!
Le di la espalda a la batalla, y, rogando que aquel repentino estallido hubiera distraído a Steve, le arrojé un cuchillo. No pretendía alcanzarle (no podía arriesgarme a darle a Debbie), sólo hacer que se agachara.
Funcionó. Sobresaltado por la velocidad de mi movimiento, Steve ocultó bruscamente la cabeza detrás de la de Debbie para protegerse. Su brazo izquierdo se aflojó alrededor de su garganta, y su mano derecha (la que sostenía el cuchillo) descendió durante una fracción de segundo. Mientras corría hacia ellos a toda velocidad, supe que aquel momentáneo giro de la fortuna no sería suficiente: él aún tendría tiempo de recuperarse y matar a Debbie antes de que yo le alcanzara. Pero entonces Debbie, actuando como una guerrera adiestrada, hundió bruscamente el codo izquierdo en las costillas de Steve y se liberó de su presa, arrojándose al suelo.
Antes de que Steve pudiera lanzarse tras ella, yo ya estaba encima de él. Lo agarré por la cintura y lo empujé contra la pared. Chocó con violencia y soltó un grito. Me separé de él y estrellé el puño derecho en su cara. La fuerza del golpe lo abatió, y también estuvo a punto de romperme a mí un par de huesecillos de los dedos, pero no me importó. Caí sobre él, lo agarré por las orejas, tiré hacia arriba de su cabeza y luego la estrellé contra el duro suelo de hormigón. Soltó un gruñido y en sus ojos se apagó la luz. Estaba aturdido e indefenso: ¡a mi merced!
Mi mano fue hacia la empuñadura de mi espada. Entonces vi el propio cuchillo de Steve caído muy cerca de su cabeza, y decidí que sería más apropiado matarlo con él. Lo recogí, lo puse sobre su oscuro y monstruoso corazón y lo empujé a través del tejido de su camisa para asegurarme de que no estaba protegido por una coraza o algún otro tipo de armadura. Entonces levanté el cuchillo por encima de mi cabeza y lo bajé lentamente, decidido a clavarlo en mi objetivo y poner fin a la vida del hombre al que una vez consideré mi más querido amigo.