Las Cámaras y túneles de la Montaña de los Vampiros rebullían de excitación: Mika Ver Leth había regresado tras una ausencia de cinco años, ¡y se decía que traía noticias del Lord Vampanez! Yo me encontraba descansando en mi celda cuando escuché el rumor. Sin pérdida de tiempo, me vestí y corrí a la Cámara de los Príncipes en lo alto de la Montaña, para averiguar si la historia era cierta.
Mika estaba hablando con Paris y Mr. Crepsley cuando llegué, rodeados por un pelotón de Generales ansiosos por conocer las noticias. Como de costumbre, vestía completamente de negro, pero sus ojos de halcón parecían más oscuros y severos que nunca. Alzó una mano enguantada como saludo, al verme abrirme paso a empujones. Correspondí a su atención devolviéndole el saludo.
—¿Cómo está el Príncipe cachorro? —preguntó con una breve y tensa sonrisa.
—No me va mal —respondí, buscando en él señales de heridas. Muchos de los que volvían a la Montaña de los Vampiros exhibían cicatrices de guerra. Pero aunque Mika parecía cansado, no presentaba heridas visibles—. ¿Qué hay del Lord Vampanez? —le pregunté directamente—. Según los chismes, ya sabes dónde está.
Mika hizo una mueca.
—¡Ojalá! —Miró a su alrededor y dijo—: ¿Estamos todos? Tengo noticias, pero preferiría comunicarlas ante toda la Cámara.
Todos los presentes se dirigieron a sus asientos. Mika se acomodó en su trono y emitió un suspiro de satisfacción.
—Me alegra estar de vuelta —dijo, dando palmaditas sobre los firmes brazos de la silla—. ¿Seba ha cuidado bien de mi ataúd?
—¡Que los vampanezes se lleven tu ataúd! —exclamó un General, olvidando momentáneamente su lugar—. ¿Qué noticias hay del Lord Vampanez?
Mika se pasó una mano por la cabellera azabache.
—En primer lugar, quiero dejar claro… que no sé dónde está.
Un rugido recorrió la sala.
—Pero he oído rumores sobre él —añadió Mika.
Todo el mundo aguzó el oído.
—Antes de empezar —dijo Mika—, ¿sabíais lo de los últimos reclutas de los vampanezes?
Conmoción general.
—Los vampanezes han estado engrosando sus filas desde el comienzo de la guerra, convirtiendo a más humanos de lo habitual para incrementar su número.
—Eso no es una novedad —murmuró Paris—. Siempre ha habido muchos menos vampanezes que vampiros en el mundo. Era de esperar que se dedicaran a hacer conversiones imprudentes. No es algo que deba preocuparnos. Aún los superamos ampliamente en número.
—Sí —dijo Mika—, pero ahora también utilizan a humanos no convertidos. Los llaman «vampcotas». Al parecer, el nombre se le ocurrió al propio Lord Vampanez. Como él, están aprendiendo las costumbres de los vampanezes y sus reglas en la guerra como humanos, antes de ser convertidos. Planea crear un ejército de ayudantes humanos.
—Podemos enfrentarnos a los humanos —gruñó un General, y hubo gritos de aprobación.
—Normalmente, sí —convino Mika—. Pero debemos tener cuidado con esos vampcotas. Aunque no tengan los poderes de los vampanezes, están aprendiendo a luchar como ellos. Además, como no han sido convertidos, no tienen que acatar las leyes más estrictas de los vampanezes. No se sienten obligados a decir la verdad por honor, no tienen que seguir las antiguas costumbres… ni limitarse a luchar cuerpo a cuerpo.
Murmullos de furia recorrieron la sala.
—¿Los vampanezes están usando pistolas? —preguntó Paris, escandalizado. En cuestión de armas, los vampanezes eran aún más estrictos que los vampiros. Nosotros podíamos utilizar bumeranes y lanzas, pero la mayoría de los vampanezes ni los tocaba.
—Los vampcotas no son vampanezes —gruñó Mika—. No hay razón para que un vampcota no convertido no pueda utilizar una pistola. No creo que sea algo que aprueben todos sus mentores, pero si su Señor lo ordena, lo permitirán.
—Pero ya nos ocuparemos otra noche de los vampcotas —prosiguió Mika—. Sólo los he mencionado porque gracias a ellos averigüé lo de su Señor. Un vampanez moriría gritando antes que traicionar a su clan, pero los vampcotas no son tan duros. Capturé a uno hace unos meses y le saqué algunos detalles interesantes. Lo más destacable fue que el Lord Vampanez carece de base. Viaja por el mundo con un pequeño grupo de guardianes, visitando sus diversas unidades de combate para mantener alta su moral.
Los Generales recibieron la noticia con gran excitación: si el Lord Vampanez iba a pie y con escasa protección, sería más vulnerable a un ataque.
—¿Y ese vampcota sabía dónde está el Lord Vampanez? —preguntó Mr. Crepsley.
—No —dijo Mika—. Lo había visto, pero hacía más de un año. Sólo uno de sus acompañantes conoce su itinerario.
—¿Qué más te dijo? —inquirió Paris.
—Que su Señor aún no ha sido convertido. Y que a pesar de sus esfuerzos, la moral está baja. Los vampanezes han sufrido grandes pérdidas, y muchos no creen que puedan ganar esta guerra. Se ha hablado de un tratado de paz…, e incluso de una rendición sin condiciones.
La Cámara estalló en vítores. Algunos Generales estaban tan eufóricos por las palabras de Mika, que un grupo de ellos corrió hacia él, lo levantó y lo sacó a hombros de la sala. Se les podía oír cantando y gritando mientras iban en busca de las cajas de cerveza y vino almacenadas abajo. Los demás, más moderados, miraron a Paris en busca de guía.
—Vamos —sonrió el anciano Príncipe—. Sería una descortesía dejar que Mika y sus sobreexcitados compañeros beban solos.
Los restantes Generales aplaudieron sus palabras y salieron a toda prisa, quedándonos sólo algunos camareros, Mr. Crepsley, Paris y yo.
—Esto es estúpido —rezongó Mr. Crepsley—. Si los vampanezes están considerando realmente rendirse, deberíamos presionarlos, no perder el tiempo…
—Larten —le interrumpió Paris—, sigue a los demás, busca el barril de cerveza más grande que encuentres y emborráchate hasta perder el sentido.
Mr. Crepsley se quedó mirando al Príncipe con la boca abierta.
—¡Paris! —boqueó.
—Has estado aquí encerrado demasiado tiempo —dijo Paris—. Ve, relájate, y no vuelvas sin una buena resaca.
—Pero… —empezó Mr. Crepsley.
—Es una orden, Larten —gruñó Paris.
Mr. Crepsley dio la impresión de haberse tragado una anguila viva, pero no sería él quien desobedeciera la orden de un superior, así que juntó los talones, murmuró «A la orden, Señor», y salió rumbo a los almacenes, enfurruñado.
—Nunca he visto a Mr. Crepsley con resaca —reí—. ¿Qué pinta tiene?
—La de un… ¿Cómo dicen los humanos? ¿Un gorila con dolor de cabeza? —Paris se llevó el puño a la boca y tosió (tosía mucho últimamente), y luego sonrió—. Pero le hará bien. A veces, Larten se toma la vida demasiado en serio.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿No quieres ir?
Paris hizo una mueca de amargura.
—Una jarra de cerveza acabaría conmigo. Aprovecharé esta pausa para tumbarme en mi ataúd, en el fondo de la Cámara, y dormir todo el día.
—¿Estás seguro? Puedo quedarme si quieres.
—No. Ve y diviértete. Estaré bien.
—De acuerdo.
Me levanté de mi trono y fui hacia la puerta.
—Darren —me llamó Paris—. El alcohol en exceso es tan malo para los jóvenes como para los viejos. Si eres sabio, beberás con moderación.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste acerca de la sabiduría hace unos años, Paris? —repliqué.
—¿Qué?
—Dijiste que el único modo de adquirirla es a través de la experiencia.
Dedicándole un guiño, salí apresuradamente de la Cámara, y pronto estuve compartiendo un barril de cerveza con un vampiro pelirrojo y gruñón. Mr. Crepsley se fue animando gradualmente a medida que transcurría la noche, y estaba cantando escandalosamente cuando, a la mañana siguiente se dirigió, tambaleante, a su ataúd.