CAPÍTULO 18

Harkat lo vio primero. Eran las ocho y cuarto. Richard y uno de sus hermanos habían salido de casa para ir a una tienda cercana y volvían con las bolsas de la compra llenas. Los vigilamos de cerca durante todo el trayecto. Richard se estaba riendo de algún chiste que había hecho su hermano, cuando Harkat puso una mano en mi hombro y señaló hacia el horizonte. No tardé más de un segundo en descubrir la figura que cruzaba el tejado de un gran centro comercial, siguiendo a los chicos de abajo.

—¿Es Garfito? —preguntó Harkat.

—No lo sé —dije, forzando la vista—. No está lo bastante cerca del borde. No puedo verlo.

Los hermanos se estaban aproximando a la entrada de un callejón que tenían que atravesar para llegar a casa. Ese era el lugar lógico para que el vampanez atacara, así que Harkat y yo corrimos tras los chicos hasta que estuvimos a sólo unos cuantos metros de ellos cuando dejaron la calle principal. Volvimos a esperar mientras ellos empezaban a bajar por el callejón. Harkat sacó su pistola de flechas (a la que había quitado el aro que rodeaba el percutor para acomodarla a su gran dedo) y la cargó. Yo cogí un par de cuchillos arrojadizos (cortesía de Vancha) de mi cinturón, listo para respaldar a Harkat si él fallaba.

Richard y su hermano habían recorrido la mitad del callejón cuando apareció el vampanez. Primero vi sus garfios de oro y plata (¡era Garfito!), y a continuación su cabeza, cubierta por el pasamontañas, como siempre. Nos habría visto si hubiera estado atento, pero sólo tenía ojos para los humanos.

Garfito avanzó por el borde de la pared, y luego siguió furtivamente a los hermanos, sigiloso como un gato. Ofrecía un blanco perfecto, y estuve tentado de decirle a Harkat que disparara a matar. Pero había otros peces en el mar de los vampanezes, y si no utilizábamos a este como cebo, nunca los cogeríamos.

—A la pierna izquierda —susurré—. Por debajo de la rodilla. Eso le hará ir más despacio.

Harkat asintió sin apartar los ojos del vampanez. Pude ver cómo Garfito se preparaba para saltar. Quise preguntarle a Harkat a qué estaba esperando, pero eso lo habría distraído. Entonces, mientras Garfito se agazapaba para saltar, Harkat apretó el gatillo y su flecha partió volando en la oscuridad. Le dio a Garfito exactamente donde yo le había sugerido. El vampanez aulló de dolor y cayó desmañadamente de la pared. Richard y su hermano pegaron un brinco y dejaron caer las bolsas. Se quedaron mirando a la persona que se retorcía en el suelo, dudando entre salir huyendo o ir en su ayuda.

—¡Marchaos de aquí! —rugí, dando un paso adelante, cubriéndome la cara con las manos para que Richard no pudiera identificarme—. ¡Corred ahora, si queréis vivir!

Eso los decidió. Dejaron las bolsas y salieron a toda pastilla. Para ser un par de humanos, era sorprendente lo rápido que podían correr.

Garfito, mientras tanto, había vuelto a ponerse en pie.

—¡Mi pierna! —rugía, tirando de la flecha.

Pero Steve era un astuto diseñador y no pudo quitársela. Garfito volvió a tirar, más fuerte, y se le partió en la mano, quedando la punta incrustada en los músculos de la zona inferior de su pierna.

—¡¡¡Aaayyyyyy!!! —chilló Garfito, lanzándonos el trozo inservible.

—Vamos —le dije a Harkat, deliberadamente más alto de lo necesario—. Lo atraparemos y acabaremos con él.

Garfito se envaró al oír eso, y el lamento murió en sus labios. Dándose cuenta del peligro en que se encontraba, intentó volver a subir de un salto a la pared. Pero la pierna izquierda no estaba bien y no pudo completar el salto. Maldiciendo, se sacó un cuchillo del cinturón y nos lo lanzó. Tuvimos que agacharnos bruscamente para esquivarlo, lo cual le dio a Garfito el tiempo que necesitaba para darse la vuelta y huir… ¡que era exactamente lo que queríamos!

Mientras nos disponíamos a ir tras el vampanez, Harkat telefoneó a los otros y les contó lo que estaba ocurriendo. Su trabajo era mantenerlos informados de lo que sucedía; yo tenía que concentrarme en Garfito y asegurarme de que no lo perdiéramos.

Había desaparecido de mi vista cuando llegué al final del callejón, y durante un terrible momento pensé que había escapado. Pero entonces vi gotas de sangre sobre el pavimento y las seguí hasta la entrada de otro callejón, donde lo descubrí escalando una pared baja. Lo dejé subir, y después trepar al tejado de una casa vecina, antes de ir tras él. Servía mucho mejor a mis propósitos tenerle por encima de las calles mientras durara la cacería, iluminado por el resplandor de las farolas y fuera del camino de la policía y los soldados.

Garfito me estaba esperando en el tejado. Había arrancado unas tejas flojas y me las lanzaba, aullando como un perro rabioso. Esquivé una, pero tuve que usar las manos para protegerme de las demás. Se hicieron pedazos contra mis nudillos, pero sin causar verdadero daño. El vampanez de los garfios en las manos avanzó, gruñendo amenazadoramente. Me quedé momentáneamente confundido cuando advertí que uno de sus ojos ya no tenía aquel brillo rojo (ahora era de un corriente color azul o verde), pero no tuve tiempo de pensar en ello. Saqué mis cuchillos y me preparé para hacer frente al reto del asesino. No quería matarlo antes de que tuviera ocasión de conducirnos hasta sus compañeros, pero si tenía que hacerlo, lo haría.

Antes de que él me pusiera a prueba, aparecieron Vancha y Steve. Steve le disparó una flecha al vampanez (fallando a propósito) y Vancha saltó sobre la pared. Garfito aulló de nuevo, hizo volar otras cuantas tejas hacia nosotros y luego subió por el tejado y bajó por el otro lado.

—¿Estás bien? —preguntó Vancha, deteniéndose junto a mí.

—Sí. Le dimos en la pierna. Está sangrando.

—Ya lo he notado.

Había un pequeño charco de sangre cerca. Sumergí un dedo en él y lo olfateé. Olía a sangre de vampanez, pero aún así le pedí a Vancha que lo comprobara.

—Es de vampanez —dijo, probándola—. ¿Por qué no habría de serlo?

Le expliqué lo de los ojos de Garfito.

—Qué raro —gruñó, pero no dijo más.

Me ayudó a ponerme en pie, subió con sigilo a lo alto del tejado, se aseguró de que Garfito no estaba allí tumbado esperándonos, y luego me indicó que lo siguiera. ¡La cacería prosiguió!

***

Mientras Vancha y yo perseguíamos al vampanez a través de los tejados, Harkat y Steve nos seguían desde el suelo, disminuyendo la velocidad sólo para decidir qué camino tomar para rodear los controles y las patrullas policiales. Tras unos cinco minutos de cacería, Mr. Crepsley y Debbie se encontraron con nosotros. Debbie se unió a los de abajo y el vampiro se fue por los tejados.

Podríamos haber acorralado a Garfito (que lo tenía crudo, ralentizado por su pierna herida, el dolor y la pérdida de sangre), pero le permitimos seguir llevándonos la delantera. No había modo de que pudiera librarse de nosotros allí. Si hubiéramos querido matarlo, habría sido muy simple atraparlo. Pero no queríamos matarlo… ¡aún!

—No debemos dejar que sospeche —dijo Vancha, tras varios minutos en silencio—. Si nos quedamos detrás demasiado tiempo, imaginará que tramamos algo. Es hora de hacerle bajar a tierra.

Vancha se nos adelantó hasta que estuvo a una distancia adecuada para arrojarle sus shuriken al vampanez. Sacó una estrella arrojadiza de los cinturones que se cruzaban sobre su pecho, apuntó cuidadosamente y la envió rozando una chimenea, justo por encima de la cabeza de Garfito.

Girándose, el vampanez nos gritó algo ininteligible y agitó furiosamente un garfio dorado. Vancha lo hizo callar con otro shuriken, que pasó aún más cerca de su objetivo que el primero. Dejándose caer sobre el estómago, Garfito se deslizó por el borde del tejado, donde se sujetó al canalón con los garfios, deteniendo su caída. Colgó en el vacío un momento, examinando el área de abajo. Luego soltó los garfios del canalón y se dejó caer. Era una caída de cuatro pisos, pero eso no era nada para un vampanez.

—Allá vamos —murmuró Mr. Crepsley, dirigiéndose a una escalera de incendios cercana—. Llama a los otros y adviérteles… que no los queremos corriendo tras él por las calles.

Así lo hice mientras bajaba trotando los peldaños de la escalera de incendios. Se encontraban a una manzana y media detrás de nosotros. Les dije que mantuvieran las posiciones hasta nuevo aviso. Mientras Mr. Crepsley y yo seguíamos al vampanez por el suelo, Vancha lo vigilaba desde los tejados para asegurarse de que no pudiera volver a subir, reduciendo sus opciones, de modo que tuviera que escoger entre las calles y los túneles.

Después de tres minutos de carrera delirante, escogió los túneles.

Encontramos tirada la tapa de una alcantarilla y un rastro de sangre que descendía hacia la oscuridad.

—Es por aquí —suspiré nerviosamente mientras nos deteníamos para esperar a Vancha.

Le di al botón de rellamada del móvil y llamé a los demás. Cuando llegaron, volvimos a formar las parejas habituales y bajamos a los túneles. Cada uno de nosotros sabía lo que tenía que hacer, y no intercambiamos palabras.

Vancha y Steve encabezaban la persecución. El resto iba detrás, cubriendo los túneles adyacentes, para que Garfito no pudiera volver por el mismo camino. No era fácil seguir a Garfito allí abajo. El agua de los túneles había diluido la mayor parte de su sangre, y la oscuridad hacía difícil ver mucho más allá de nuestras narices. Pero nos habíamos acostumbrado a esos espacios estrechos y oscuros, y nos movíamos con rapidez y eficiencia, manteniéndonos cerca y reparando en las más mínimas señales identificatorias.

Garfito nos condujo por los túneles a una profundidad mayor de la que habíamos estado nunca. Ni siquiera Murlough, el vampanez loco, se había adentrado tan profundamente en las entrañas de la ciudad. ¿Se dirigía Garfito hacia sus compañeros en busca de ayuda, o simplemente intentaba perdernos?

—Debemos de estar cerca de los límites de la ciudad —comentó Harkat mientras descansábamos un momento—. Los túneles deberían terminarse pronto, o si no…

—¿Qué? —pregunté, al ver que no seguía.

—Podrían abrirse al exterior —dijo—. Quizá esté buscando un camino… hacia la libertad. Si llega a campo abierto y… tiene vía libre, puede irse correteando a algún sitio seguro.

—¿Sus heridas no le impedirían hacer eso? —pregunté.

—Quizás. Pero si está lo bastante desesperado… quizá no.

Reanudamos la cacería y alcanzamos a Vancha y a Steve. Harkat le contó a Vancha lo que creía que estaba planeando Garfito. Vancha respondió que ya había pensado en ello, y que estaba cercando poco a poco al vampanez fugitivo: si Garfito se asomaba a la superficie, Vancha lo interceptaría y acabaría con él.

Pero, para sorpresa nuestra, en vez de dirigirse hacia arriba, el vampanez nos conducía cada vez más abajo. Yo no tenía ni idea de que aquellos túneles fueran tan profundos, y no podía imaginar por qué lo eran tanto: el diseño era moderno, y no mostraban signos de haber sido utilizados. Mientras reflexionaba sobre ello, Vancha se quedó parado y estuve a punto de chocar con él.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Se ha detenido —susurró Vancha—. Hay una estancia o una cueva más adelante, y ha hecho un alto.

—¿Nos espera para hacer un último alarde? —aventuré.

—Quizás —respondió Vancha, inquieto—. Ha perdido mucha sangre y el ritmo de la persecución debe estar minando sus energías. Pero ¿por qué detenerse ahora? ¿Por qué aquí? —Meneó la cabeza—. Esto no me gusta.

Cuando Mr. Crepsley y Debbie llegaron, Steve desató su pistola de flechas y prendió su antorcha.

—¡Cuidado! —siseé—. ¡Verá la luz!

Steve se encogió de hombros.

—¿Y qué? Ya sabe que estamos aquí. Podemos actuar tanto a la luz como en la oscuridad.

Aquello era razonable, así que todos encendimos las antorchas que habíamos traído, manteniendo las luces tenues para no crear demasiadas sombras que pudieran distraernos.

—¿Vamos a por él —preguntó Steve—, o nos quedamos aquí, esperando que ataque?

—Vamos —respondió Mr. Crepsley tras una brevísima pausa.

—Sí —dijo Vancha—. Adentro.

Observé a Debbie. Estaba temblando y parecía a punto de desmayarse.

—Puedes esperar aquí, si quieres —le dije.

—No —contestó—. Voy a ir. —Se detuvo, temblando—. Por Tara.

—Steve y Debbie se mantendrán en la retaguardia —dijo Vancha, desenganchando unos cuantos shuriken—. Larten y yo, delante. Darren y Harkat, en el medio.

Todos asentimos obedientemente.

—Si está sólo, yo me ocuparé de él —prosiguió Vancha—. Una pelea justa, uno contra uno. Si tiene compañía… —Sonrió forzadamente y sin humor—… que cada uno cuide de sí mismo.

Tras una última comprobación para asegurarse de que estábamos listos, avanzó, con Mr. Crepsley a su derecha, Harkat y yo detrás, y Steve y Debbie cerrando la marcha.

Nos encontramos en una estancia grande y abovedada, moderna, como los túneles. Un puñado de velas sobresalía de las paredes, arrojando una luz lóbrega y trémula. Había otro camino en la estancia que se extendía directamente ante nosotros, pero estaba sellado por una pesada y redonda puerta de metal, como las utilizadas en las cámaras de seguridad de los bancos. Garfito se había acuclillado a pocos metros de la puerta. Las rodillas le cubrían el rostro, y sus manos estaban ocupadas intentando arrancar la punta de la flecha de su pierna.

Nos desplegamos, Vancha al frente, y los demás detrás de él, formando un semicírculo protector.

—El juego ha terminado —dijo Vancha, conteniéndose, examinando las sombras en busca de algún signo que indicara la presencia de otros vampanezes.

—¿Tú crees? —gruñó Garfito, y elevó hacia nosotros un ojo rojo y otro verdiazul—. Yo creo que sólo acaba de empezar.

El vampanez entrechocó sus garfios. Una vez. Dos. Tres.

Y alguien cayó del techo.

El alguien aterrizó junto a Garfito. Se incorporó y se encaró con nosotros. Su rostro era púrpura, y sus ojos, rojo sangre: un vampanez. Cayó otro más. Y otro. Y otro. Sentí nauseas mientras veía caer vampanezes. También había vampcotas humanos entre ellos, vestidos con camisas marrones y pantalones negros, con las cabezas afeitadas, una V tatuada por encima de cada oreja y círculos rojos pintados alrededor de los ojos. Llevaban rifles, pistolas y ballestas.

Conté nueve vampanezes y catorce vampcotas, sin incluir a Garfito. Habíamos caído en una trampa, y mientras veía a mi alrededor a todos aquellos guerreros armados de rostros ceñudos, supe que necesitaríamos toda la suerte de los vampiros para salir de aquella con vida.