Le pregunté a Mr. Chivers si podía tomarme el día libre. Le dije que aún no me sentía bien para empezar las clases, y que no podía afrontarlas teniendo a Tara en la cabeza. Él estuvo de acuerdo en que sería mejor que volviera a casa.
—Darren —dijo cuando me iba—, ¿te quedarás en casa este fin de semana y tendrás cuidado?
—Sí, señor —mentí, y luego corrí escaleras abajo en busca de Richard.
Smickey Martin y un par de amigos suyos estaban ganduleando en la entrada cuando irrumpí en la planta baja. No me había dicho nada desde nuestro encontronazo en las escaleras (al huir había demostrado su verdadero carácter), pero se puso a gritar burlonamente al verme:
—¡Vaya facha que traes! Lástima… Pensé que los vampiros te habían liquidado, como hicieron con Ta-ta Williams.
Me detuve y fui hacia él con paso firme para encararlo. Se puso en guardia.
—Ten cuidado, Horsty —gruñó—. Si me tocas las narices, te…
Lo agarré por el jersey, lo levanté del suelo y lo sostuve en alto por encima de mi cabeza. Chilló como un niño pequeño y me dio palmadas y patadas, pero no lo solté, sino que lo sacudí bruscamente hasta que se quedó quieto.
—Estoy buscando a Richard Montrose —dije—. ¿Lo has visto?
Smickey me miró con furia y no dijo nada. Le cogí la nariz con el pulgar y el índice izquierdos y se la apreté hasta hacerlo gimotear.
—¿Lo has visto? —le pregunté de nuevo.
—¡Seh! —chilló.
Le solté la nariz.
—¿Cuándo? ¿Dónde?
—Hace unos minutos —farfulló—, yendo al aula de Informática.
Suspiré, aliviado, y bajé gentilmente a Smickey.
—Gracias —dije.
Smickey me dijo por dónde podía meterme mi gratitud. Sonriendo, me despedí del humillado matón agitando la mano sarcásticamente, y luego salí del edificio, alegrándome de que Richard estuviera a salvo… al menos hasta esa noche.
***
En casa de Steve, desperté a los vampiros y humanos durmientes (Harkat ya estaba despierto) y les hablé del último giro de los acontecimientos. Era lo primero que oía Debbie sobre la chica asesinada (no había visto los periódicos), y la noticia la afectó mucho.
—Tara —susurró, con lágrimas en los ojos—. ¿Qué clase de bestia se metería con una niña inocente como Tara?
Les hablé de Richard y les planteé la posibilidad de que pudiera ser el siguiente en la lista de los vampanezes.
—No necesariamente —dijo Mr. Crepsley—. Creo que irán tras otro de tus compañeros de clase (como cuando ejecutaron a los que vivían a cada lado de Debbie), pero podrían ir a por el chico o la chica que se sienten delante o detrás de ti.
—Pero Richard es mi amigo —señalé—. Apenas conozco a los otros.
—No creo que los vampanezes sean conscientes de eso —respondió—. Si lo fueran, habrían ido primero a por Richard.
—Tenemos que vigilarlos a los tres —dijo Vancha—. ¿Sabemos dónde viven?
—Yo puedo averiguarlo —dijo Debbie, enjugándose las lágrimas de sus mejillas. Vancha le arrojó un sucio trozo de tela, que ella aceptó con gratitud—. Los expedientes de los estudiantes son accesibles por conexión remota. Yo conozco la contraseña. Iré a un ciber-café, me introduciré en los expedientes y conseguiré sus direcciones.
—¿Y qué hacemos cuando ataquen…, si es que lo hacen? —preguntó Steve.
—Lo mismo que ellos le hicieron a Tara —gruñó Debbie antes de que ninguno de nosotros pudiera responder.
—¿Crees que eso es inteligente? —respondió Steve—. Sabemos que hay más de uno operando, pero dudo que vengan todos a matar a un niño. ¿No sería más sensato seguir al atacante cuando regresara a…?
—Un momento —le interrumpió Debbie—. ¿Estás diciendo que les dejemos matar a Richard o a cualquiera de los otros?
—Eso nos convendría. Nuestro principal objetivo es…
Debbie le dio una bofetada antes de que dijera nada más.
—¡Animal! —siseó.
Steve se quedó mirándola con indiferencia.
—Soy como tengo que ser —dijo—. No detendremos a los vampanezes siendo civilizados.
—Eres… eres… —A ella no se le ocurrió nada lo bastante horrible para llamarlo.
—En eso, él tiene razón —intercedió Vancha.
Debbie se volvió hacia él, perpleja.
—Bueno, es que la tiene —rezongó Vancha, bajando los ojos—. No me gusta la idea de dejar que maten a otro niño, pero si sirve para salvar a los demás…
—No —dijo Debbie—. Sin sacrificios. No lo permitiré.
—Yo tampoco —dije yo.
—¿Tenéis alguna sugerencia alternativa? —preguntó Steve.
—Herirlo —respondió Mr. Crepsley cuando los demás nos quedamos callados—. Vigilamos las casas, esperamos al vampanez y le disparamos una flecha antes de que ataque. Pero no lo mataremos: apuntaremos a las piernas o a los brazos. Entonces lo seguimos, y si tenemos suerte, nos conducirá hasta sus compañeros.
—No me gusta —murmuró Vancha—. Ni tú, ni yo, ni Darren, podemos utilizar esas armas (va en contra de las costumbres de los vampiros), lo que significa que tendríamos que confiar en la puntería de Steve, Harkat o Debbie.
—Yo no fallaré —prometió Steve.
—Yo tampoco —dijo Debbie.
—Ni yo —agregó Harkat.
—Puede que no —admitió Vancha—, pero si hay dos o más de ellos, no tendréis tiempo para apuntar al segundo. Las pistolas de flechas son de un solo tiro.
—Es un riesgo que tendremos que correr —dijo Mr. Crepsley—. Ahora, Debbie, deberías ir a uno de esos infierno-cafés y encontrar las direcciones lo más pronto posible, y luego te vas a la cama a dormir. Tendremos que estar listos para entrar en acción cuando llegue la noche.
***
Mr. Crepsley y Debbie vigilaron la casa de Derek Barry, el chico que se sentaba delante de mí en Lengua. Vancha y Steve se responsabilizaron de Gretchen Kelton (Gretch la Miserable*, como la llamaba Smickey Martin), que se sentaba detrás. Harkat y yo nos encargamos de la familia Montrose.
La noche del viernes era oscura, fría y húmeda. Richard vivía en una casa grande con sus padres y varios hermanos y hermanas. Había montones de ventanas superiores por las que los vampanezes podían entrar. No podíamos cubrirlas todas. Pero los vampanezes casi nunca matan a la gente en sus hogares (como en el mito de que los vampiros no pueden cruzar un umbral sin ser invitados primero), y aunque a los vecinos de Debbie los habían asesinado en sus apartamentos, todos los demás habían sido atacados en el exterior.
No ocurrió nada esa noche. Richard se quedó dentro todo el tiempo. Alcanzaba a verlo a él y a su familia a través de las cortinas de vez en cuando, y envidiaba sus sencillas vidas: ninguno de los Montrose tendría nunca que vigilar una casa para prevenir el ataque de unos desalmados monstruos de la noche.
Cuando toda la familia estuvo en la cama, con las luces apagadas, Harkat y yo subimos al tejado del edificio, donde permanecimos el resto de la noche, ocultos entre las sombras, montando guardia. Nos marchamos al salir el Sol y nos encontramos con los demás al volver a los apartamentos. Ellos también habían tenido una noche tranquila. Nadie había visto ningún vampanez.
—El ejército ha vuelto —comentó Vancha, refiriéndose a los soldados que habían regresado para vigilar las calles, por el asesinato de Tara Williams—. Tendremos que procurar no cruzarnos en su camino: podrían confundirnos con los asesinos y abrir fuego.
Después de que Debbie se fuera a la cama, los demás discutimos nuestros planes para después del fin de semana. Aunque Mr. Crepsley, Vancha y yo habíamos acordado marcharnos el lunes si no atrapábamos a los vampanezes, yo opinaba que debíamos reconsiderarlo: las cosas habían cambiado con el asesinato de Tara y la amenaza que pendía sobre Richard.
A los vampiros, eso les traía sin cuidado.
—Una promesa es una promesa —insistió Vancha—. Establecimos una fecha límite, y debemos ceñirnos a ella. Si demoramos nuestra partida una vez, seguiremos demorándola.
—Vancha tiene razón —convino Mr. Crepsley—. Hayamos visto o no a nuestros oponentes, nos iremos el lunes. No es agradable, pero nuestra búsqueda tiene prioridad. Debemos hacer lo mejor para el clan.
Yo tenía que seguir con ellos. La indecisión es la fuente del caos, como solía decir Paris Skyle. No era el momento de arriesgarme a tener desavenencias con mis dos aliados más próximos.
Tal como salieron las cosas, no tendría que haberme preocupado, porque más tarde, aquel sábado, con densas nubes cubriendo una Luna casi llena, los vampanezes atacaron por fin… ¡y se desató el Infierno!