Mr. Crepsley se mostró tan suspicaz hacia Steve como este había predicho. Incluso después de haberle hablado del ataque y de cómo Steve me salvó la vida, siguió contemplando al humano con mal disimulado desprecio y mantuvo las distancias.
—La sangre no cambia —gruñó—. Cuando probé la sangre de Steve Leonard, sabía a pura maldad. El tiempo no puede haber disuelto eso.
—Yo no soy malo —gruñó Steve en respuesta—. Usted es el cruel, haciendo esas horribles e infundadas acusaciones. ¿Se hace una idea de la baja opinión que acabé teniendo de mí mismo después de haberme rechazado como a un monstruo? ¡Su espantoso desprecio casi me condujo al mal!
—Creo que no habría sido un camino muy largo —dijo Mr. Crepsley tranquilamente.
—Pudiste haberte equivocado, Larten —dijo Vancha.
El Príncipe estaba tumbado en el sofá, con los pies apoyados sobre la televisión, que había arrastrado hacia sí. Su piel no estaba tan roja como la última vez que le vi (Vancha estaba convencido de que podía entrenarse para sobrevivir a la luz solar, y a menudo se paseaba de día durante una hora o así, dejando que el Sol le produjera serias quemaduras, para crear defensas en su cuerpo). Supuse que debió haber pasado los últimos meses a cubierto, en el interior de la Montaña de los Vampiros.
—No me equivoqué —insistió Mr. Crepsley—. Conozco el sabor de la maldad.
—Yo no apostaría por ello —dijo Vancha, rascándose un sobaco. Cayó un bicho y aterrizó en el suelo. Lo alejó con el pie—. La sangre no es tan fácil de adivinar como ciertos vampiros piensan. Yo he encontrado trazas de sangre «maligna» en varias personas durante décadas, y he tenido cuentas con ellas. Tres eran malvadas, así que las maté. Las otras llevaban una vida normal.
—No todos los que nacen malvados cometen maldades —dijo Mr. Crepsley—, pero no estoy dispuesto a correr riesgos. No puedo confiar en él.
—Eso es absurdo —le espeté—. Tiene que juzgar a la gente por lo que hace, y no por lo que usted cree que podría hacer. Steve es mi amigo, y yo respondo por él.
—Yo también —dijo Harkat—. Al principio tenía mis dudas, pero ahora sé que… está de nuestro lado. No sólo salvó a Darren: también le aconsejó… llamar a Debbie y decirle que se fuera. De otro modo, ella estaría muerta.
Mr. Crepsley meneó la cabeza obstinadamente.
—Digo que deberíamos volver a probar su sangre. Vancha puede hacerlo. Así verá que estoy diciendo la verdad.
—Esa no es la cuestión —dijo Vancha—. Si dices que hay trazas de maldad en su sangre, estoy seguro de que es así. Pero la gente puede superar sus defectos naturales. No conozco de nada a este hombre, pero conozco a Darren y a Harkat, y tengo más fe en su juicio que en la calidad de la sangre de Steve.
Mr. Crepsley murmuró algo por lo bajo, pero sabía que estaba en desventaja.
—Muy bien —dijo mecánicamente—. No hablaré más de ello. Pero voy a vigilarte muy de cerca —le advirtió a Steve.
—Mejor a distancia —resolló Steve.
Para aligerar el ambiente, le pregunté a Vancha por qué había estado ausente durante tanto tiempo. Dijo que se había presentado ante Mika Ver Leth y Paris Skyle y contado lo del Lord Vampanez. Habría vuelto inmediatamente, pero vio lo cerca que Paris estaba de la muerte, y decidió acompañar al Príncipe en los últimos meses de su vida.
—Tuvo una buena muerte —dijo Vancha—. Cuando supo que ya no podía seguir desempeñando su papel, se escabulló en secreto. Encontramos su cuerpo pocas noches después, unido al de un oso en un abrazo mortal.
—¡Eso es horrible! —dijo Debbie con voz ahogada, y todos en la habitación sonreímos ante aquella típica reacción humana.
—Hazme caso —le dije—, para un vampiro no hay peor forma de morir que en una cama, pacíficamente. Paris arrastraba más de ochocientos años a sus espaldas. Dudo que dejara este mundo con alguna queja.
—Aún así… —respondió, incómoda.
—Así son las costumbres de los vampiros —dijo Vancha, inclinándose hacia ella para tomarle la mano en un reconfortante apretón—. Ya te lo explicaré una de estas noches —agregó, reteniendo su mano entre las suyas algunos segundos más de lo necesario.
Si Mr. Crepsley iba a vigilar de cerca a Steve, ¡yo iba a vigilar aún más cerca a Vancha! Podía ver que se había encaprichado de Debbie. No creía que ella fuera a sentirse atraída por aquel Príncipe maleducado, apestoso y cubierto de barro…, ¡pero no iba a dejarlo a solas con ella para averiguarlo!
—¿Alguna noticia del Lord Vampanez o de Gannen Harst? —pregunté para distraerlo.
—No —dijo—. Les conté a los Generales que Gannen era mi hermano y les di una descripción detallada de él, pero ninguno lo ha visto recientemente.
—¿Y qué ha ocurrido por aquí? —preguntó Mr. Crepsley—. ¿Han asesinado a alguien, aparte de a los vecinos de la señorita Hemlock?
—Por favor —sonrió ella—, llámame Debbie.
—Si él no lo hace, te aseguro que yo sí —dijo Vancha con una amplia sonrisa, y volvió a inclinarse hacia ella para darle palmaditas en la mano. Tuve ganas de decirle algo grosero, pero me contuve. Vancha me vio resoplar y me guiñó un ojo sugestivamente.
Le contamos a Mr. Crepsley y a Vancha lo tranquilas que habían estado las cosas antes de que Garfito me atacara en el callejón.
—No me suena nada bien lo de ese Garfito —refunfuñó Vancha—. Nunca había oído hablar de un vampanez con garfios en las manos. Por tradición, un vampanez preferiría quedarse con una pierna o un brazo de menos antes que reemplazarlos por un miembro artificial. Es extraño.
—Lo que es extraño es que no haya vuelto a atacar —dijo Mr. Crepsley—. Si ese vampanez está compinchazo con los que enviaron los datos de Darren a Mahler, conoce la dirección de este hotel…, así que ¿por qué no le atacó aquí?
—¿Crees que podría haber dos bandas de vampanezes actuando? —preguntó Vancha.
—Es posible. O puede que los vampanezes sean los responsables de los asesinatos, mientras que fue otro (tal vez Desmond Tiny) quien envió a Darren al colegio. Mr. Tiny también podría haber dispuesto que el vampanez de los garfios en las manos se cruzara en el camino de Darren.
—¿Pero cómo reconoció Garfito a Darren? —preguntó Harkat.
—Puede que por el olor de la sangre de Darren —dijo Mr. Crepsley.
—Esto no me gusta —rezongó Vancha—. Demasiados «y si» y «peros». Demasiado retorcido. Yo digo que nos marchemos y dejemos que los humanos se cuiden solos.
—Me inclino a darte la razón —dijo Mr. Crepsley—. Me duele decirlo, pero quizás una retirada sirva mejor a nuestros propósitos.
—¡Entonces retiraos e iros al diablo! —exclamó Debbie, y todos nos quedamos mirándola mientras se levantaba y se enfrentaba a Mr. Crepsley y a Vancha, con los puños apretados y los ojos llameantes—. ¿Qué clase de monstruos sois? —gruñó fieramente—. ¡Habláis de las personas como si fueran seres inferiores sin ninguna importancia!
—¿Debo recordarle, madam —replicó envaradamente Mr. Crepsley—, que vinimos aquí para luchar con los vampanezes y protegerla a usted y a su especie?
—¿Debería estar agradecida? —Sonrió con despreció—. Hicisteis lo que cualquiera con un mínimo de humanidad habría hecho. Y antes de que me salgas con eso de que «Nosotros no somos humanos», ¡no hay que ser un ser humano para ser humano!
—Tiene mal genio la moza, ¿eh? —me comentó Vancha en un aparte—. No me costaría nada enamorarme de una mujer así.
—Enamórate de otra —respondí rápidamente.
Debbie no prestó atención a nuestro breve dialogo. Sus ojos estaban clavados en Mr. Crepsley, que le devolvía fríamente la mirada.
—¿Nos estás pidiendo que nos quedemos y sacrifiquemos nuestras vidas? —dijo serenamente.
—No os estoy pidiendo nada —replicó ella—. Pero si os vais y continúan los asesinatos, ¿podréis vivir con ello? ¿Podréis hacer oídos sordos ante los gritos de los que morirán?
Mr. Crepsley sostuvo la mirada de Debbie durante algunos instantes más, y entonces apartó los ojos y murmuró suavemente:
—No.
Debbie se sentó, satisfecha.
—Pero no podemos perseguir sombras indefinidamente —dijo Mr. Crepsley—. Darren, Vancha y yo tenemos una misión, y ya la hemos aplazado durante demasiado tiempo. Debemos ir pensando en retomarla.
Se encaró con Vancha.
—Sugiero que nos quedemos una semana más, hasta que concluya el próximo fin de semana. Haremos todo lo que podamos para encontrar a los vampanezes, pero si continúan evitándonos, tendremos que admitir nuestra derrota y retirarnos.
Vancha asintió lentamente.
—Preferiría que nos marcháramos ahora, pero es razonable. ¿Darren?
—Una semana —acepté, y al reparar en la mirada de Debbie, me encogí de hombros—. Es lo más que podemos hacer —susurré.
—Yo sí puedo hacer más —dijo Harkat—. No estoy ligado a la misión como… vosotros tres. Me quedaré después de la fecha límite si este asunto… no se ha resuelto para entonces.
—Yo también —dijo Steve—. Me quedaré hasta el fin.
—Gracias —dijo Debbie suavemente—. Gracias a todos.
Y luego, ofreciéndome una débil sonrisa, dijo:
—¿Todos para uno y uno para todos?
Le devolví la sonrisa.
—Todos para uno y uno para todos —convine, y, seguidamente, todos los que estaban en la habitación lo repitieron, espontáneamente, uno por uno… ¡aunque Mr. Crepsley miró a Steve y gruñó irónicamente cuando le llegó el turno de pronunciar el juramento!