CAPÍTULO 14

Había llegado la hora de contarle a Debbie toda la verdad, pero a Steve y Harkat no les gustaba mucho la idea.

—¿Y si se lo dice a la policía? —gritó Steve.

—Es peligroso —advirtió Harkat—. Los humanos son impredecibles en… el mejor de los casos. No puedes saber cómo va a reaccionar, ni lo que…hará.

—No me importa —dije obstinadamente—. Los vampanezes ya no jugarán más con nosotros. Saben que conocemos su existencia. Fueron a matar a Debbie, y como no la encontraron, asesinaron a la gente que vivía en los apartamentos contiguos. Las apuestas han subido. Ahora vamos en serio. Hay que explicarle a Debbie lo grave que es esto.

—¿Y si nos delata a la policía? —preguntó Steve en voz baja.

—Es un riesgo que tendremos que correr —repuse, tomando aire.

—Un riesgo que tú tendrás que correr —dijo Steve mordazmente.

—Pensaba que estábamos juntos en esto —suspiré—. Si me he equivocado, vete. No te detendré.

Steve se removió inquieto en su silla, y los dedos enguantados de su mano derecha recorrieron la cruz sobre la palma descubierta de su mano izquierda. Hacía eso a menudo, del mismo modo en que Mr. Crepsley se acariciaba la cicatriz cuando se ponía pensativo.

—No hace falta ponerse así —dijo Steve hoscamente—. Estaré contigo hasta el final, como prometí. Pero estás tomando una decisión que nos afecta a todos, y no es justo. Deberíamos someterlo a votación.

Meneé la cabeza.

—De votación, nada. No puedo sacrificar a Debbie, como tú no pudiste dejar que Garfito me matara en el callejón. Sé que estoy anteponiendo la seguridad de Debbie a nuestra misión, pero no puedo evitarlo.

—¿Tan fuerte es lo que sientes por ella? —preguntó Steve.

—Sí.

—Entonces, no discutiré más. Dile la verdad.

—Gracias.

Miré a Harkat, buscando su aprobación.

La Personita bajó la mirada.

—Esto no está bien. No puedo detenerte, así que no voy a intentarlo, pero… no lo apruebo. El grupo debería estar siempre antes que… el individuo.

Se subió la máscara (que necesitaba para filtrar el aire, que le resultaba tóxico) para cubrirse la boca, nos volvió la espalda y se sumió en un hosco silencio.

***

Debbie apareció poco antes de las siete. Se había duchado y cambiado de ropa (la policía le había traído algunos objetos personales de su apartamento), pero seguía teniendo un aspecto terrible.

—Hay un agente de policía en el vestíbulo —dijo al entrar—. Me preguntaron si quería un guardia personal y les dije que sí. Cree que he venido aquí a darte clase. Le he dicho tu nombre. Si no te parece bien… ¡te fastidias!

—Yo también me alegro de verte —sonreí, alargando las manos para coger su abrigo. Ella me ignoró y entró en el apartamento, y se detuvo en seco cuando reparó en Steve y Harkat (que estaban algo más allá).

—No dijiste que íbamos a tener compañía —dijo envaradamente.

—Ellos tienen que estar aquí —respondí—. Son parte de lo que tengo que contarte.

—¿Quiénes son? —preguntó.

—Este es Steve Leopard.

Steve hizo una breve reverencia.

—Y ese es Harkat Mulds.

Por un momento creí que Harkat no iba a mirarla. Entonces, se dio la vuelta lentamente.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Debbie con voz ahogada, impresionada por sus grises y antinaturales facciones llenas de cicatrices.

—Supongo que no ves a muchos como… yo en la escuela —sonrió Harkat nerviosamente.

—¿Es… —Debbie se humedeció los labios—… es de aquel centro del que me hablaste? ¿Donde vivíais Evra Von y tú?

—No hay ningún centro. Era mentira.

Me miró fríamente.

—¿En qué más me has mentido?

—En todo, más o menos —sonreí con aire culpable—. Pero las mentiras terminan aquí. Esta noche te contaré la verdad. Cuando acabe, pensarás que estoy loco, o desearás que no te lo hubiera contado nunca, pero tienes que escucharme: tu vida depende de ello.

—¿Es larga la historia? —preguntó.

—Una de las más largas que hayas oído jamás —respondió Steve con una carcajada.

—Entonces, será mejor que tome asiento —dijo ella. Escogió una silla, se quitó el abrigo, lo puso sobre su regazo y asintió abruptamente para indicarme que podía comenzar.

Empecé por el Cirque du Freak y Madam Octa, y seguí a partir de ahí. Le narré rápidamente mis años como asistente de Mr. Crepsley y mi época en la Montaña de los Vampiros. Le hablé de Harkat y del Señor de los Vampanezes. Luego le expliqué para qué habíamos venido aquí, lo de los formularios falsificados que se habían enviado a Mahler, cómo me había encontrado con Steve y qué papel jugaba él en esto. Terminé con los sucesos del fin de semana.

Cuando acabé, se produjo un largo silencio.

—Es una locura —dijo Debbie finalmente—. No puedes estar hablando en serio.

—Lo está —dijo Steve, riendo entre dientes.

—Vampiros… fantasmas… vampanezes… Es absurdo.

—Es la verdad —dije suavemente—. Puedo demostrarlo.

Levanté los dedos para enseñarle las cicatrices en las yemas.

—Las cicatrices no demuestran nada —sonrió con desdén.

Fui hacia la ventana.

—Ve hasta la puerta y mírame —dije.

Debbie no respondió. Pude ver la duda en sus ojos.

—Vamos —dije—. No te haré daño.

Sujetando el abrigo delante de ella, fue hacia la puerta y se quedó de pie frente a mí.

—Mantén los ojos abiertos —dije—. Ni siquiera pestañees, si puedes evitarlo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó.

—Ya lo verás… o, más bien, no.

Mientras ella me miraba atentamente, tensé los músculos de las piernas y seguidamente eché a correr, deteniéndome justo delante de ella. Me había movido tan rápido como pude, más rápido de lo que el ojo humano podía percibir. A Debbie debió parecerle que, simplemente, había desaparecido y reaparecido ante ella. Sus ojos se abrieron como platos y se apretó contra la puerta. Dándome la vuelta, me lancé hacia el punto de partida, nuevamente más rápido de lo que ella podía captar, y me detuve junto a la ventana.

—¡Tachán! —exclamó Steve, aplaudiendo secamente.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Debbie con voz temblorosa—. Tú… estabas allí… y luego estabas aquí…y luego…

—Puedo desplazarme a velocidades tremendamente altas. También soy muy fuerte: puedo atravesar con el puño cualquiera de estas paredes sin despellejarme los nudillos. Puedo saltar más alto y más lejos que ningún humano. Contengo la respiración durante largo tiempo y puedo vivir durante siglos. —Me encogí de hombros—. Soy un semi-vampiro.

—¡Pero eso es imposible! ¡Los vampiros no…! —Debbie avanzó unos cuantos pasos hacia mí, y luego se detuvo. Se debatía entre el deseo de no creerme y el convencimiento, en su fuero interno, de que le estaba diciendo la verdad.

—No puedo pasarme toda la noche demostrándotelo —dije—, ni tú pretendiendo que existe alguna otra explicación lógica. La verdad es la verdad, Debbie. Aceptarla o no… es cosa tuya.

—Yo no… no puedo…

Estudió mis ojos durante un largo e inquisitivo momento. Luego asintió y se dejó caer otra vez en la silla.

—Te creo —gimió—. Ayer no lo hubiera hecho, pero vi las fotos de los Andrews y Mr. Hugon después de haber sido asesinados. No creo que ningún ser humano pudiera haber hecho eso.

—¿Entiendes ahora por qué tenía que decírtelo? —inquirí—. No sabemos por qué los vampanezes nos atrajeron aquí, ni por qué han estado jugando con nosotros, pero seguramente planean matarnos. El ataque a tus vecinos fue sólo el principio de la carnicería. No se detendrán ahí. Tú serás la siguiente si te encuentran.

—Pero ¿por qué? —preguntó débilmente—. Si es a ti y a ese Mr. Crepsley a quienes quieren, ¿por qué vienen a por mí?

—No lo sé. No tiene sentido. Eso es lo que lo hace tan espantoso.

—¿Qué vais a hacer para detenerlos? —preguntó.

—Seguir su rastro durante el día. Esperamos encontrarlos. Si lo hacemos, lucharemos. Y con suerte, ganaremos.

—Deberías contárselo a la policía —insistió—. Y al ejército. Ellos pueden…

—No —dije firmemente—. Los vampanezes son asunto nuestro. Seremos nosotros los que nos enfrentemos a ellos.

—¿Cómo puedes decir eso cuando están matando seres humanos? —Ahora estaba furiosa—. La policía se ha vuelto loca buscando a los asesinos porque no saben nada de ellos. Si les hubieras dicho lo que debían buscar, podrían haber acabado con esas criaturas hace meses.

—Esto no funciona así —dije—. No puede ser.

—¡Sí puede ser! —exclamó—. ¡Y va a ser! Voy a contárselo al agente del vestíbulo. Veremos qué…

—¿Y cómo vas a convencerlo? —la interrumpió Steve.

—Yo… —Se detuvo en seco.

—No te creería —la presionó Steve—. Pensaría que estás loca. Llamaría a un médico y te llevarían a… —Esbozó una amplia sonrisa—… curarte.

—Podría llevar a Darren conmigo —dijo ella, no muy convencida—. Él…

—… sonreiría encantadoramente y le preguntaría al amable policía por qué su profesora actúa de una forma tan extraña —rió Steve.

—Te equivocas —dijo Debbie temblorosamente—. Puedo convencer a la gente.

—Entonces, adelante —respondió Steve, sonriendo burlonamente—. Ya sabes dónde está la puerta. Te deseo la mejor de las suertes. Envíanos una postal contándonos cómo te ha ido.

—No me gustas —gruñó Debbie—. Eres un fanfarrón arrogante.

—No tengo por qué gustarte —replicó Steve—. Esto no es un concurso de popularidad. Es un asunto de vida o muerte. Yo he estudiado a los vampanezes y matado a seis. Darren y Harkat han luchado contra ellos y también los han matado. Sabemos qué tenemos que hacer para detenerlos. ¿Crees sinceramente que tienes algún derecho a venir aquí a decirnos cómo ocuparnos de nuestros asuntos? ¡Ni siquiera habías oído hablar de los vampanezes hasta hace unas horas!

Debbie abrió la boca para replicar, y luego la cerró.

—Tienes razón —admitió hoscamente—. Habéis arriesgado vuestras vidas por los demás, y sabéis de esto más que yo. No debería sermonearos. Supongo que es la profesora que hay en mí. —Se las arregló para esbozar una sonrisa muy débil.

—Entonces, ¿confiarás en nosotros y dejarás que nos ocupemos de esto? —pregunté—. ¿Buscarás un nuevo apartamento y te irás de la ciudad durante unas semanas, hasta que todo esto termine?

—Confío en vosotros —dijo—, pero si piensas que voy a huir, te estás engañando. Me quedaré a luchar.

—¿De qué estás hablando? —Fruncí el ceño.

—Os ayudaré a encontrar y a matar a los vampanezes.

Me quedé mirándola, atónito ante la simplicidad con la que lo decía, como si fuéramos en busca de un cachorro perdido.

—¡Debbie! —exclamé con voz ahogada—. ¿Es que no has escuchado nada? Se trata de criaturas que pueden moverse a extremada velocidad y haberte quitado ya del medio a mediados de la próxima semana con sólo chasquear un dedo. ¿Qué esperas conseguir tú, un ser humano corriente?

—Puedo explorar los túneles con vosotros —dijo—, proporcionaros un par extra de piernas, ojos y oídos. Conmigo, podemos dividirnos en parejas y cubrir el doble de terreno.

—Tú no podrías seguirnos el paso —protesté—. Nos movemos demasiado rápido.

—¿A través de unos túneles oscuros, con la amenaza de los vampanezes siempre presente? —sonrió—. Lo dudo.

—De acuerdo —admití—, es probable que puedas seguir nuestro ritmo, pero no mantenerlo. Caminaremos durante todo el día, hora tras hora, sin pausa. Te cansarías y te quedarías atrás.

—Steve lo aguanta —observó.

—Steve se ha entrenado para perseguirlos. Y además —añadí—, Steve no tiene que presentarse en el colegio cada día.

—Ni yo tampoco —respondió—. Estoy de baja por asuntos personales. No me esperan de regreso hasta principios de la próxima semana, como mínimo.

—Debbie… tú… Eso es… —balbuceé, y me volví hacia Steve en busca de ayuda—. Dile que se lo quite de la cabeza —supliqué.

—La verdad es que yo creo que es una buena idea —dijo él.

—¡¿Qué?! —rugí.

—No nos vendría mal otro par de piernas ahí abajo. Si tiene agallas para ello, yo digo que le demos un voto de confianza.

—¿Y si encontramos vampanezes? —le reté—. ¿Tú ves a Debbie haciéndole frente a Garfito o a sus amigos?

—De hecho, sí —sonrió—. Por lo que he visto, tiene un temple de acero.

—Gracias —dijo Debbie.

—No hay de qué —rió él, y luego se puso serio—. Puedo equiparla con una pistola de flechas. En una escaramuza, nos vendría bien un cuerpo más. Al menos les daría a los vampanezes otro objetivo del que preocuparse.

—Yo estoy en contra —gruñí—. Harkat… Díselo.

Los ojos verdes de la Personita tenían una expresión pensativa.

—¿Decirles qué, Darren?

—¡Que eso es una locura! ¡Un disparate! ¡Una estupidez!

—¿Lo es? —inquirió tranquilamente—. Si Debbie fuera cualquier otra persona, ¿rechazarías tan… rápido su propuesta? Las probabilidades están en contra nuestra. Necesitamos aliados si queremos triunfar.

—Pero… —empecé.

—Tú la has metido en esto —me interrumpió Harkat—. Te dije que no lo hicieras y no me hiciste caso. No puedes controlar a la gente una vez que te has… involucrado con ella. Ella conoce el peligro y… lo acepta. ¿Qué razones tienes para rechazar su ofrecimiento… más que el afecto que le tienes y… no querer que sufra ningún daño?

Visto así, no había nada que yo pudiera objetar.

—Muy bien —suspiré—. Esto no me gusta, pero si lo queréis así, supongo que tendré que aceptarlo.

—Qué galante es, ¿verdad? —comentó Steve.

—Desde luego, sabe cómo hacer que una chica se sienta a gusto —repuso Debbie con una sonrisa forzada, y luego dejó caer el abrigo y se inclinó hacia delante—. Ahora —dijo— dejemos de perder el tiempo y vayamos al grano. Quiero saberlo todo sobre esos monstruos. ¿Qué pinta tienen? Describidme su olor. ¿Qué clase de rastro dejan? ¿Dónde…?

—¡Cállate! —le espeté, cortándola en seco.

Se quedó mirándome, ofendida.

—¿Qué he…?

—Cállate —dije, esta vez con más calma, poniendo un dedo sobre mis labios. Avancé hacia la puerta y apreté una oreja contra ella.

—¿Problemas? —preguntó Harkat, situándose a mi lado.

—Oí unos pasos suaves en el pasillo hace un minuto… pero no se abrió ninguna puerta.

Nos retiramos, comunicándonos con los ojos. Harkat fue a buscar su hacha y luego, a mirar por la ventana.

—¿Qué está pasando? —preguntó Debbie. Pude oír los rápidos y violentos latidos de su corazón.

—Puede que nada… o puede que un ataque.

—¿Vampanezes? —preguntó Steve sombríamente.

—No lo sé. Puede que sólo sea una asistenta curiosa. Pero ahí fuera hay alguien. Puede que nos hayan estado escuchando, o puede que no. Más vale no correr riesgos.

Steve desenfundó su pistola de flechas y deslizó una flecha en ella.

—¿Ves a alguien ahí fuera? —le pregunté a Harkat.

—No. Creo que tendremos vía libre si tuviéramos que… huir por ahí.

Desenvainé mi espada y probé la hoja mientras consideraba nuestro próximo movimiento. Irnos ahora sería lo más seguro (especialmente para Debbie), pero una vez que se empieza a correr, es difícil detenerse.

—¿Preparado para pelear? —le pregunté a Steve.

Dejó escapar un suspiro entrecortado.

—Nunca he peleado contra un vampanez en pie —dijo—. Siempre les he atacado de día, mientras están durmiendo. No sé si te serviré de mucho.

—¿Harkat? —pregunté.

—Creo que tú y yo deberíamos ir a ver… qué está pasando —dijo—. Steve y Debbie pueden esperar junto a la ventana. Si oyen ruidos de lucha… deberían irse.

—¿Cómo? —pregunté—. No hay escalera de incendios y no pueden trepar por las paredes.

—No hay problema —repuso Steve.

Rebuscó bajo su chaqueta, y desenrolló una delgada cuerda que llevaba alrededor de la cintura.

—Siempre vengo preparado —dijo con un guiño.

—¿Eso os sostendrá a los dos? —preguntó Harkat.

Steve asintió y ató un extremo de la cuerda al radiador. Fue hacia la ventana, la abrió y lanzó hacia abajo el otro extremo.

—Por aquí —le dijo a Debbie, y ella fue hacia él sin objeciones.

La hizo subir al alféizar de la ventana y salir de espaldas, sujetándose a la cuerda, de modo que estuviera lista para descender con rapidez.

—Vosotros dos haced lo que debáis —dijo Steve, cubriendo la puerta con su pistola de flechas—. Nosotros saldremos si las cosas se ponen feas.

Miré a Harkat, y luego fui de puntillas hacia la puerta y agarré el picaporte.

—Iré yo primero —dije—, y bajaré despacio. Tú ve justo detrás de mí. Si ves a alguien que te parezca sospechoso… arráncale la cabellera. Ya nos preocuparemos luego de pedir sus credenciales.

Abrí la puerta y me planté en el vestíbulo, sin molestarme en contar. Harkat salió detrás de mí, con la pistola de flechas en alto. Nadie a mi izquierda. Me volví hacia la derecha; tampoco nadie por allí. Me detuve, con el oído atento.

Transcurrieron unos instantes, largos y tensos. No nos movimos. El silencio nos roía los nervios, pero lo ignoramos y nos concentramos: cuando te enfrentas a los vampanezes, un segundo de distracción es lo único que necesitan.

Entonces alguien carraspeó sobre mi cabeza.

Me dejé caer al suelo, girando sobre la espalda y alzando mi espada, mientras Harkat levantaba su pistola de flechas.

La figura que se aferraba al techo se dejó caer antes de que Harkat pudiera disparar, y lo lanzó de un golpe al otro lado del pasillo, para luego arrebatarme de una patada la espada de las manos. Luché por alcanzarla, y entonces me detuve al escuchar una risita familiar.

—Juego, set y partido para mí, me parece.

Al volverme, me encontré con la visión de un hombre fornido vestido con pieles de animales de color púrpura, descalzo y con el pelo teñido de verde. Era mi compañero… ¡el Príncipe Vancha March!

—¡Vancha! —jadeé, mientras él me agarraba por el pescuezo y me ayudaba a ponerme en pie. Harkat se había levantado por sí solo y se frotaba la nuca, donde Vancha le había golpeado.

—Darren —dijo Vancha—, Harkat… —Meneó un dedo ante nosotros—. Deberíais comprobar siempre qué hay en las sombras cuando estéis buscando algún peligro. Si hubiera querido haceros daño, ahora estaríais muertos.

—¿Cuándo has vuelto? —grité, excitado—. ¿Por qué nos acechabas? ¿Dónde está Mr. Crepsley?

—Larten está en el tejado. Hemos vuelto hace unos quince minutos. Oímos voces desconocidas en la habitación, y por eso nos movimos con cautela. ¿Quién está ahí con vosotros?

—Pasa y te los presentaré —dije, sonriendo ampliamente, y luego le hice entrar en la habitación.

Les dije a Steve y a Debbie que estábamos a salvo, y me dirigí a la ventana para llamar a un precavido, azotado por el viento y más que bienvenido Mr. Crepsley.