CAPÍTULO 12

De camino al hotel, puse a Steve al tanto de lo que había sido mi vida. Fue una versión muy resumida, pero toqué los aspectos más importantes, y le conté lo de la Guerra de las Cicatrices y cómo había empezado.

—El Señor de los Vampanezes —murmuró—. Ya me parecía extraña la forma en que se están organizando.

Le pregunté a Steve por mi familia y mis amigos, pero él no había estado en casa desde los dieciséis años, y no sabía nada de ellos.

Ante el hotel, él se encaramó a mi espalda y yo escalé la pared exterior. Los puntos de mi pierna se tensaron por el esfuerzo, pero aguantaron. Golpeé suavemente la ventana, y enseguida apareció Harkat y nos dejó entrar. Se quedó mirando a Steve con suspicacia, pero no dijo nada hasta que hice las presentaciones.

—Steve Leopard —dijo con aire pensativo—. He oído hablar mucho… de ti.

—Apuesto a que nada bueno —rió Steve, frotándose las manos: no se había quitado los guantes, aunque se había aflojado ligeramente la bufanda. Desprendía un fuerte olor medicinal, cosa que yo sólo había notado ahora que nos encontrábamos en una habitación cálida y normal.

—¿Qué está haciendo él aquí? —me preguntó Harkat, con sus ojos verdes clavados en Steve.

Le hice un rápido informe. Harkat se relajó ligeramente al oír que Steve me había salvado la vida, pero no bajó la guardia.

—¿Crees que ha sido prudente traerlo… aquí?

—Es mi amigo —dije abruptamente—. Me salvó la vida.

—Pero ahora sabe dónde estamos.

—¿Y qué? —le espeté.

—Harkat tiene razón —dijo Steve—. Soy humano. Si caigo en manos de los vampanezes, podrían arrancarme el nombre de este sitio bajo tortura. Deberíais iros a otra parte por la mañana, sin decirme nada.

—No creo que sea necesario —contesté rígidamente, enfadado con Harkat por desconfiar de Steve.

Se produjo un incómodo silencio.

—¡Bueno! —rió Steve, rompiéndolo—. Sé que es una grosería preguntarlo, pero tengo qué hacerlo. ¿Qué diablos eres tú, Harkat Mulds?

La Personita sonrió abiertamente ante lo directo de la pregunta, y se mostró un poco más amable con Steve. Tras pedirle que se sentara, le habló de sí mismo, de cómo había sido un fantasma al que Mr. Tiny había traído nuevamente a la vida. Steve estaba pasmado.

—¡Nunca había oído algo así! —exclamó—. Los pequeños personajes de las túnicas azules me llamaron la atención cuando los vi en el Cirque du Freak. Presentía que había algo extraño en ellos. Pero con todo lo que ocurrió después, se me fueron completamente de la cabeza.

La revelación de Harkat (lo de que había sido un fantasma) inquietó a Steve.

—¿Eso te preocupa? —pregunté.

—Un poco —murmuró—. Nunca creí en la vida después de la muerte. Cuando mataba, pensaba que todo acababa ahí. Saber que la gente tiene alma, que pueden sobrevivir a la muerte e incluso volver… no es la mejor de las noticias.

—¿Temes que vuelvan a por ti los vampanezes que has matado? —dije, sonriendo burlonamente.

—Algo así.

Steve sacudió la cabeza, se tranquilizó y acabó la historia que había empezado a contarme esa noche en su apartamento.

—Vine aquí hace dos meses, tras oír ciertos informes que parecían indicar la presencia de un vampanez. Pensé que el asesino tenía que ser un vampanez loco, pues, normalmente, sólo los locos dejan los cuerpos donde puedan ser hallados. Pero lo que descubrí era mucho más inquietante.

Steve era un investigador con muchos recursos. Se las arregló para examinar a tres de las víctimas, y encontró pequeñas diferencias respecto a la forma en que las habían matado.

—Los vampanezes (incluso los chiflados) tienen unos hábitos alimenticios altamente desarrollados. No hay dos que maten y desangren a su víctima exactamente igual, y ningún vampanez cambia su método. Tenía que haber más de uno actuando.

Y como los vampanezes locos son solitarios por naturaleza, Steve llegó a la conclusión de que los asesinos debían estar cuerdos.

—Pero eso no tenía sentido —suspiró—. Un vampanez cuerdo nunca dejaría los cuerpos donde se los pudiera encontrar. Sólo se me ocurre que le estén tendiendo una trampa a alguien, aunque no tengo ni idea de a quién.

Miré interrogativamente a Harkat. Vaciló, y luego asintió.

—Cuéntaselo —dijo, y le hablé a Steve de los formularios falsificados que habían enviado a Mahler.

—¿Van a por ti? —preguntó Steve con incredulidad.

—Es posible —dije—. O a por Mr. Crepsley. Pero no estamos completamente seguros. Alguien más podría estar detrás de todo esto, alguien que quiere enfrentarnos a los vampanezes.

Steve pensó en ello, en silencio.

—Aún no nos has dicho cómo es que estabas… allí para salvar a Darren esta noche —dijo Harkat, sacando a Steve de su ensimismamiento.

Steve se encogió de hombros.

—Por suerte. Había puesto la ciudad patas arriba, buscando vampanezes. Los asesinos no estaban en ninguno de sus escondites habituales: fábricas o edificios abandonados, criptas, teatros viejos… Hace ocho noches, descubrí a un hombre alto con garfios en lugar de manos saliendo de un túnel subterráneo.

—Era el tipo que me atacó —le expliqué a Harkat—. Tenía tres garfios en cada brazo. En una mano eran de oro, y en la otra, de plata.

—Lo he estado siguiendo desde esa noche —continuó Steve—. Para un humano no es fácil seguirle el rastro a un vampanez (ya que sus sentidos son mucho más agudos), pero he adquirido mucha experiencia. A veces lo perdía, pero siempre volvía a encontrarlo saliendo de los túneles al anochecer.

—¿Sale del mismo sitio cada noche? —pregunté.

—Claro que no —resopló Steve—. Ni siquiera un vampanez loco haría eso.

—Entonces, ¿cómo lo encontraste?

—Por las conexiones en las tapas de las alcantarillas —sonrió orgullosamente Steve—. Los vampanezes no utilizan la misma salida noche tras noche, pero tienden a moverse en un área estrictamente definida cuando instalan sus bases. Conecté cada tapa de alcantarilla en un radio de doscientos metros… y luego lo extendí a medio kilómetro. Cada vez que se abre una, se enciende una luz en un equipo que tengo, y así, seguir a los vampanezes es cosa fácil.

»O al menos, lo era. —Hizo una pausa con aire abatido—. Después de esta noche, probablemente se irá a otro sitio. No sabe cuánto sé de él, pero se esperará lo peor. No creo que vuelva a utilizar esos túneles».

—¿Sabías que era a Darren a quien salvabas? —preguntó Harkat.

Steve asintió seriamente.

—De lo contrario, no habría acudido en su rescate.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Podría haber cogido a Garfito hace tiempo —dijo Steve—, pero sabía que no actuaba solo. Quería encontrar a sus compañeros. Había estado explorando los túneles durante el día, con la esperanza de seguir su rastro hasta su base. Al intervenir esta noche, he estropeado esa oportunidad. No lo habría hecho por nadie más que por ti.

—Si hubiera atacado a un ser humano corriente, ¿habrías permitido que lo matara? —pregunté con voz ahogada.

—Sí. —Los ojos de Steve se endurecieron—. Si sacrificar a una persona significa salvar a otras muchas, lo haría. Si no hubiera alcanzado a verte la cara cuando te fuiste de la casa de esa señorita amiga tuya, habría dejado que Garfito te matara.

Aquella era una perspectiva cruel, pero era una perspectiva que yo podía comprender. Los vampiros sabían que las necesidades del grupo debían anteponerse a las individuales. Me sorprendía que Steve fuera capaz de pensar de ese modo (la mayoría de los humanos no pueden), pero supuse que tenías que aprender a ser despiadado si te dedicabas a cazar y matar a criaturas despiadadas.

—Y eso es lo principal —dijo Steve, envolviéndose mejor en su abrigo oscuro mientras reprimía un escalofrío—. Hay bastantes cosas que no he mencionado, pero os he contado los puntos más importantes.

—¿Tienes frío? —preguntó Harkat, notando los escalofríos de Steve—. Puedo encender la calefacción.

—No serviría de mucho —dijo Steve—. Cogí algún tipo de germen cuando Mr. Crepsley me probó hace muchos años. Pillo resfriados simplemente por ver a alguien gotearle la nariz. —Tiró de la bufanda alrededor de su garganta, y luego agitó sus dedos enguantados—. Por eso me abrigo tanto. Si no, acabaría postrado en la cama días y días, tosiendo y farfullando.

—¿Por eso apestas? —pregunté.

Steve se echó a reír.

—Sí. Es una mezcla especial de hierbas. Me la froto por encima cada mañana, antes de vestirme. Hace maravillas. El único inconveniente es el tufillo. Tengo que procurar no ponerme a favor del viento cuando sigo a los vampanezes; una vaharada de esto y se me echarían encima.

Conversamos un poco más sobre el pasado (Steve quería saber cómo había sido mi vida en el Cirque du Freak, y yo, dónde había estado y qué hacía cuando no iba de caza), y luego volvimos a hablar del presente y de lo que íbamos a hacer respecto a los vampanezes.

—Si Garfito estuviera actuando solo —dijo Steve—, mi ataque lo habría ahuyentado. Los vampanezes no corren riesgos cuando están solos. Si piensan que han sido descubiertos, huyen. Pero como es parte de una banda, dudo que lo haga.

—Estoy de acuerdo —dije yo—. Se han tomado demasiadas molestias preparando esta trampa para salir corriendo ante el primer contratiempo.

—¿Crees que los vampanezes sabrán que fuiste… tú quien salvó a Darren? —preguntó Harkat.

—No veo cómo —respondió Steve—. No saben nada de mí. Probablemente pensarán que fuiste tú o Mr. Crepsley. Tuve cuidado de no descubrirme ante Garfito.

—Entonces, aún podemos llevarles la delantera —dijo Harkat—. No hemos salido a cazarlos desde… que Mr. Crepsley se fue. Habría sido demasiado peligroso que hubiéramos ido sólo… los dos.

—Pero si voy yo con vosotros —dijo Steve, leyéndole el pensamiento a Harkat—, sería diferente. Tengo experiencia cazando vampanezes. Sé dónde buscarlos y cómo seguir su rastro.

—Y con nosotros ayudándote —añadí yo—, podrías trabajar más rápido de lo habitual y cubrir más terreno.

Nos miramos en silencio unos a otros.

—Corres un gran riesgo al mezclarte… con nosotros —le advirtió Harkat—. Quienquiera que nos haya tendido esta trampa lo sabe todo… de nosotros. Podrías revelarles tu existencia al… ayudarnos.

—También sería arriesgado para vosotros —rebatió Steve—. Aquí arriba estáis a salvo. Bajo tierra, estaréis en su terreno, y si bajamos, les estaremos invitando a atacar. Recordad que, aunque los vampanezes normalmente duerman durante el día, no necesitan hacerlo cuando se encuentran resguardados del Sol. Podrían estar despiertos y esperando.

Nos lo pensamos un poco más. Luego, alargué la mano derecha y la mantuve extendida ante mí, con la palma hacia abajo.

—Yo estoy dispuesto, si lo estás tú —dije.

Steve puso inmediatamente la mano izquierda (la de la cicatriz en la palma) sobre la mía y dijo:

—No tengo nada que perder. Estoy contigo.

Harkat tardó más en reaccionar.

—Desearía que Mr. Crepsley estuviera aquí —masculló.

—Yo también —dije—. Pero no está. Y cuanto más lo esperemos, más tiempo tendrán los vampanezes de planear un ataque. Si Steve tiene razón, y se asustan y cambian de base, les llevará un tiempo establecerse. Serán vulnerables. Esta podría ser la oportunidad perfecta para atacar.

Harkat suspiró tristemente.

—También podría ser la oportunidad perfecta para… ir directos a una trampa. Pero —añadió, colocando una gran mano gris sobre las nuestras— la recompensa justifica el riesgo. Si podemos encontrarlos y matarlos, salvaremos… muchas vidas. Estoy contigo.

Sonriendo a Harkat, propuse un voto.

—¿Hasta la muerte? —sugerí.

—Hasta la muerte —aceptó Steve.

—Hasta la muerte —asintió Harkat, y luego añadió mordazmente—: ¡Aunque no la nuestra, espero!