No podía creer que Debbie estuviera aliada con los vampanezes o con Mr. Tiny, ni que hubiera tomado parte en la trampa que me habían tendido para que fuera a Mahler. Le expliqué a Harkat lo atónita que se había quedado al verme, pero él dijo que podía haberlo fingido.
—Si se tomó tantas molestias para hacerte… ir allí, lo raro sería que no se hubiera mostrado sorprendida —señaló.
Meneé la cabeza con obstinación.
—Ella no haría algo así.
—No la conozco, así que no puedo formarme… una opinión. Pero en realidad, tú tampoco la conoces. Era una niña cuando… la viste por última vez. La gente cambia cuando crece.
—¿Piensas que no debería fiarme de ella?
—No estoy diciendo eso. Tal vez sea sincera. Tal vez no tenga nada que ver con la falsificación de los… formularios, o con que tú estés allí. Podría ser una… enorme coincidencia. Pero tenemos que ser cautelosos. Ve a verla, pero… vigílala. Ten cuidado con lo que dices. Hazle algunas preguntas trampa. Y lleva un arma.
—No podría hacerle daño —dije en voz baja—. Aunque estuviera conspirando contra nosotros, de ningún modo podría matarla.
—Llévala de todas formas —insistió Harkat—. Si está trabajando para los vampanezes, puede que… no sea ella contra quien tengas que usarla.
—¿Crees que los vampanezes puedan estar allí, a la espera?
—Tal vez. No alcanzamos a entender por qué… los vampanezes (si es que son ellos los que están detrás de los formularios falsos) querrían enviarte… al colegio. Si están trabajando con Debbie (o… utilizándola), eso podría explicarlo.
—¿Quieres decir que pretenden que me quede a solas con Debbie para cogerme?
—Puede ser.
Asentí pensativamente. No creía que Debbie trabajara para nuestros enemigos, pero era posible que la estuvieran manipulando para atraparme.
—¿Cómo debemos manejar esto? —pregunté.
Los ojos verdes de Harkat traicionaron su incertidumbre.
—No estoy seguro. Sería una estupidez ir directos a… una trampa. Pero a veces hay que correr riesgos. Quizás esta sea nuestra forma de descubrir… a los que quieren atraparnos.
Me mordí el labio inferior, meditando sobre ello durante un rato, y luego tomé la decisión más razonable: ir a despertar a Mr. Crepsley.
***
Toqué el timbre del 3.ºC y esperé. Momentos después, la voz de Debbie sonó por el interfono.
—¿Darren?
—El único e inimitable.
—Llegas tarde. —Eran las siete y veinte. Se estaba poniendo el Sol.
—Estaba haciendo los deberes. La culpa es de mi profesora de Lengua: es un auténtico dragón.
—Ja-fuoooghs-ja.
Se oyó un zumbido y se abrió la puerta. Hice una pausa antes de entrar, mirando al otro lado de la calle, hacia el bloque de apartamentos de enfrente. Descubrí una sombra al acecho en el tejado: Mr. Crepsley. Harkat estaba detrás del edificio de Debbie. Ambos vendrían corriendo a rescatarme al primer indicio de problemas. Ese era el plan que habíamos trazado. Mr. Crepsley había sugerido una rápida retirada (las cosas se habían complicado demasiado para su gusto), pero cuando yo hice valer mi autoridad, aceptó sacar partido de la situación para intentar cambiar las tornas con nuestros oponentes… si aparecían.
—Si se produce un enfrentamiento —me avisó antes de salir—, puede que no sea posible escoger los objetivos. Tú no estás preparado para levantar la mano contra tu amiga, pero yo sí, si trabaja para el enemigo. Si eso ocurre, no te interpongas en mi camino.
Asentí sombríamente. No estaba seguro de poder quedarme al margen y dejar que le hiciera daño a Debbie, aunque fuera cierto que estuviera conspirando en contra nuestra… pero lo intentaría.
Subí trotando por las escaleras, dolorosamente consciente de los dos cuchillos que llevaba, atados con una correa a mis pantorrillas para que no se vieran. Esperaba no tener que usarlos, pero era bueno saber que estaban ahí por si los necesitaba.
La puerta del 3.ºC estaba abierta, pero llamé antes de entrar.
—Entra —dijo Debbie—. Estoy en la cocina.
Cerré la puerta, pero sin echar el cerrojo. Escudriñé rápidamente el apartamento. Muy ordenado. Varias estanterías repletas de libros. Un reproductor de CDs y un mueble con un montón de ellos. Una televisión portátil. Un póster de la portada de El Señor de los Anillos en una pared, y una foto de Debbie con sus padres en otra.
Debbie salió de la cocina. Llevaba un largo delantal rojo y tenía harina en el pelo.
—Me aburrí de esperarte —dijo—, así que me puse a hacer bollos. ¿Te gustan con pasas o sin pasas?
—Sin pasas —respondí, y sonreí mientras volvía a meterse en la cocina. ¡Los asesinos y sus secuaces no vienen a recibirte con harina en el pelo! Cualquier duda que tuviera sobre Debbie se desvaneció rápidamente, y supe que no tenía nada que temer de ella. Pero no bajé la guardia: Debbie no suponía una amenaza, pero podría haber vampanezes en la habitación de al lado o merodeando por la escalera de incendios.
—¿Cómo te fue en tu primer día de clases? —preguntó Debbie, mientras yo deambulaba por la sala de estar.
—Fue extraño. No había estado en la escuela desde… Bueno, desde hace mucho tiempo. Han cambiado muchas cosas. Cuando estaba… —Me detuve. La portada de un libro había atraído mi atención: Los tres mosqueteros—. ¿Donna aún te hace leer eso?
Debbie asomó la cabeza por la entrada y miró el libro.
—Ah —rió—. Lo estaba leyendo cuando nos conocimos, ¿verdad?
—Sí. Lo odiabas.
—¿De veras? Es curioso… Ahora me encanta. Es uno de mis favoritos. Siempre se lo recomiendo a mis alumnos.
Meneé la cabeza con gesto irónico, dejando el libro a un lado y yendo a ver la cocina. Era pequeña, pero profesionalmente organizada. Había un delicioso olor a pasta fresca.
—Donna te enseñó bien —comenté. La madre de Debbie había sido cocinera.
—No dejó que me fuera de casa hasta que aprendí a manejarme en la cocina —sonrió Debbie—. Graduarme en la universidad fue más fácil que pasar sus pruebas.
—¿Fuiste a la universidad? —pregunté.
—Si no hubiera ido, no sería profesora.
Metió una bandeja de bollos crudos en un horno pequeño, apagó la luz y me indicó con un gesto que volviera a la sala de estar. Mientras me dejaba caer en una de sus mullidas butacas, fue hacia el mueble de los CDs y buscó algo que poner.
—¿Alguna preferencia?
—La verdad es que no.
—No tengo mucho pop ni rock. ¿Jazz o clásica?
—Me da lo mismo.
Escogió un CD, lo sacó de su carcasa, lo introdujo en el reproductor y lo puso en marcha. Se quedó parada ante el reproductor un par de minutos mientras una música fluida y animada llenaba el aire.
—¿Te gusta? —preguntó.
—No está mal. ¿Qué es?
—El Titán. ¿Sabes de quién es?
—¿De Mahler? —aventuré.
—Exacto. Escogí este para que te familiarizaras con él. A Mr. Chivers le disgusta que sus estudiantes no reconozcan a Mahler.
Debbie tomó asiento en la silla contigua a la mía y estudió mi rostro en silencio. Me sentí incómodo, pero no aparté la cara.
—Bien —suspiró—. ¿Quieres contarme qué ocurrió?
Había acordado con Mr. Crepsley y Harkat lo que le contaría, así que empecé a relatarle sin demora la historia que habíamos urdido. Le dije que padecía una enfermedad del crecimiento, que me hacía envejecer más lentamente que la gente normal. Le recordé al niño-serpiente, Evra Von, a quien ella había conocido, y le expliqué que los dos éramos pacientes de una clínica especial.
—¿No erais hermanos? —preguntó.
—No. Y el hombre con el que estábamos no era nuestro padre. Era un enfermero del hospital. Por eso nunca te lo presenté. Era divertido que pensaras que yo era una persona normal, y no quería que él me lo estropeara.
—Entonces, ¿qué edad tienes? —inquirió.
—No soy mucho mayor que tú —respondí—. La enfermedad no se manifestó hasta que cumplí los doce años. Hasta ese momento, no era muy distinto de los otros niños.
Reflexionó sobre aquello a su manera, meticulosa y meditabunda.
—Si eso es verdad —dijo—, ¿qué es lo que estás haciendo ahora en el colegio? ¿Y por qué escogiste el mío?
—No sabía que tú trabajabas en Mahler —repuse—. Fue una decisión inesperada. Volví a la escuela porque… Es difícil de explicar. No recibí una educación apropiada mientras crecía. Era rebelde y pasaba mucho tiempo pescando o jugando al fútbol en vez de estudiar. Últimamente me sentía como si me hubiera perdido algo. Hace unas semanas, conocí a un hombre que falsificaba papeles: pasaportes, certificados de nacimiento, y cosas así. Le pedí que me hiciera un DNI falso, para poder fingir que tenía quince años.
—Pero ¿por qué? —preguntó Debbie—. ¿Por qué no fuiste a una escuela nocturna para adultos?
—Porque, aparentemente, no soy un adulto. —Compuse una expresión afligida—. No sabes lo triste que es crecer tan despacio, tener que dar explicaciones a los extraños, saber lo que dicen de mí. No me relaciono mucho. Vivo solo y encerrado en casa la mayor parte del tiempo. Sentí que esta era una oportunidad para aparentar que era normal. Pensé que podría integrarme entre la gente a la que más me parecía: los quinceañeros. Esperaba que, si me vestía y hablaba como ellos, e iba al colegio con ellos, tal vez me aceptarían y no me sentiría tan solo. —Bajé los ojos y añadí lastimeramente—: Supongo que aquí termina la farsa.
Se produjo un silencio significativo. Luego, Debbie dijo:
—¿Por qué habría de ser así?
—Porque tú lo sabes. Se lo dirás a Mr. Chivers y tendré que irme.
Debbie se acercó más y tomó mi mano entre las suyas.
—Creo que estás loco —dijo—. Prácticamente toda la gente que conozco no ve el momento de dejar la escuela, y aquí estás tú, desesperado por volver. Pero te admiro por eso. Pienso que es genial que quieras aprender. Creo que eres muy valiente, y no voy a decir nada.
—¿De veras?
—Creo que acabarán por descubrirte (es imposible ocultar algo así por mucho tiempo), pero yo no voy a chivarme.
—Gracias, Debbie. Yo… —Me aclaré la garganta y miré nuestras manos unidas—. Me gustaría darte un beso (de agradecimiento), pero no sé si querrás…
Debbie frunció el ceño, y supe lo que estaba pensando (¿estaba bien que una profesora se dejara besar por uno de sus alumnos?). Luego dejó escapar una risita y dijo:
—De acuerdo… pero sólo en la mejilla.
Levanté la cabeza, me incliné y rocé su mejilla con mis labios. Me habría gustado besarla como es debido, pero sabía que no podía. Aunque tuviéramos aproximadamente la misma edad, a sus ojos yo aún era un adolescente. Existía entre nosotros una línea que yo no podía traspasar… por más que el adulto que había en mi interior anhelara cruzarla.
***
Hablamos durante horas. Me enteré de todo lo que le había acontecido a Debbie, cómo había ido a la universidad después del colegio, estudiando Lengua y Sociología, graduándose y convirtiéndose en profesora. Tras algunos trabajos a tiempo parcial en otros sitios, había solicitado un puesto permanente aquí; sus días escolares habían transcurrido en esta ciudad, y sentía que era lo más parecido a un hogar que podía encontrar. Y así fue a parar a Mahler. Había estado dos años allí y le encantaba. Había habido hombres en su vida (¡incluso había llegado a estar prometida!), pero en estos momentos no tenía pareja. Y añadió (con toda deliberación) que tampoco buscaba una.
Me preguntó por aquella noche de hacía trece años, y qué les había ocurrido a ella y a sus padres. Le mentí, echándole la culpa al vino.
—Os quedasteis dormidos a la mesa. Llamé al enfermero que nos cuidaba a Evra y a mí. Llegó, os examinó, dijo que no os pasaba nada y que os encontraríais bien cuando despertarais. Os llevamos a la cama a los tres y me marché. Nunca se me han dado bien las despedidas.
Le conté a Debbie que estaba viviendo solo. Si se lo preguntaba a Mr. Blaws, descubriría que era mentira, pero no creí que los profesores corrientes alternaran mucho con los inspectores.
—Va a ser muy raro tenerte en mi clase —murmuró. Nos habíamos sentado en el sofá—. Tendremos que andarnos con cuidado. Si alguien sospecha que hay algo entre nosotros, tendremos que decir la verdad. Si no, me juego mi carrera.
—Tal vez sea un problema del que no tengamos que preocuparnos por mucho tiempo —dije.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que no estoy hecho para estudiar. Voy retrasado en todas las asignaturas. En algunas (Matemáticas y Ciencias) estoy totalmente perdido. Creo que tendré que dejar los estudios.
—Eso es absurdo —gruñó— y no voy a tolerarlo. —Metió uno de los bollos (de color marrón castaño, untados con mantequilla y mermelada) en mi boca y me hizo masticarlo—. Si no terminas lo que empiezas, te arrepentirás.
—Peho no pueho haceglo —farfullé, con la boca llena de bollo.
—Claro que puedes —insistió—. No será fácil. Tendrás que estudiar mucho, tal vez recibir algunas clases particulares… —Se detuvo, y su rostro se iluminó—. ¡Eso es!
—¿Qué? —pregunté.
—Yo puedo darte clases.
—¿Qué tipo de clases?
Me dio un puñetazo en un brazo.
—¡Clases de la escuela, tonto! Puedes venir una o dos horas cada día, después del colegio. Te ayudaré con tus deberes y te pondré al día con las cosas que te hayas saltado.
—¿No te importa? —pregunté.
—Claro que no —sonrió—. Será un placer.
***
Fue una velada agradable, pero se tuvo que acabar. Me había olvidado de la posible amenaza de los vampanezes, pero cuando Debbie se excusó para ir al lavabo, me puse a pensar en ellos, preguntándome si Mr. Crepsley o Harkat habrían visto alguno; no quería venir a recibir clases de Debbie sin con ello la involucraba en nuestros peligrosos asuntos.
Si esperaba a que volviera, podría olvidarme otra vez de la amenaza, así que le escribí una breve nota («Tengo que irme. Ha sido maravilloso volver a verte. Te veré mañana en la escuela. ¡Espero que no te importe que no haya hecho mis deberes!»), la dejé en el plato vacío que había contenido los bollos y me escabullí lo más silenciosamente posible.
Troté escaleras abajo, tarareando alegremente, salí, me detuve ante la puerta principal, y di tres largos silbidos, mi señal para hacerle saber a Mr. Crepsley que ya me iba. Luego di la vuelta al edificio y encontré a Harkat escondido tras un par de grandes cubos negros de basura.
—¿Algún problema? —pregunté.
—Ninguno —respondió—. Por aquí no se ha acercado nadie.
Mr. Crepsley llegó y se agachó tras los cubos, con nosotros. Parecía más solemne de lo habitual.
—¿Localizó a algún vampanez? —le pregunté.
—No.
—¿Y a Mr. Tiny?
—No.
—Entonces, las cosas marchan bien —sonreí.
—¿Y qué hay de Debbie? —preguntó Harkat—. ¿Es de fiar?
—Oh, sí.
Les hice un rápido resumen de mi conversación con Debbie. Mr. Crepsley no dijo nada, sólo gruñir mientras le informaba. Parecía muy taciturno y distante.
—… así que hemos quedado en encontrarnos cada tarde después de clase —concluí—. Aún no hemos establecido un horario. Primero quería comentarlo con los dos, por si queréis vigilarnos de cerca cuando nos veamos. No creo que haya ninguna necesidad (estoy seguro de que Debbie no forma parte de un complot), pero si queréis, podemos programar las clases para cuando sea completamente de noche.
Mr. Crepsley suspiró sin mucho entusiasmo.
—No creo que eso sea necesario. He inspeccionado el área a fondo. No hay evidencias de la presencia de los vampanezes. Sería preferible que fueras durante el día, aunque no esencial.
—¿Eso significa que está conforme?
—Sí. —De nuevo sonó inusualmente abatido.
—¿Qué pasa? —pregunté—. No seguirá sospechando de Debbie, ¿verdad?
—No tiene nada que ver con ella. Yo… —Nos miró tristemente—. Tengo malas noticias.
—¿Eh? —Yo y Harkat intercambiamos una mirada dubitativa.
—Mika Ver Leth me transmitió un breve mensaje telepático mientras estabas dentro.
—¿Es sobre el Señor de los Vampanezes? —pregunté con inquietud.
—No. Es sobre nuestro amigo, tu compañero, el Príncipe Paris Skyle. Él… —Mr. Crepsley volvió a suspirar, y luego dijo con voz apagada—: Paris ha muerto.