CAPÍTULO 3

—Entrometido, engreído, pequeño estúpido… —gruñía furiosamente Mr. Crepsley.

Se paseaba por la habitación del hotel, maldiciendo el nombre de Mr. Blaws. El inspector escolar ya se había ido, y Harkat se había reunido con nosotros. Lo había oído todo a través de la delgada puerta que conectaba las habitaciones, pero no lo tenía más claro que nosotros.

—Esta noche lo buscaré y lo dejaré seco —juró Mr. Crepsley—. ¡Eso le enseñará a no venir a meter las narices!

—Ponerse así no arregla nada —suspiré—. Tenemos que usar la cabeza.

—¿Ponerse, cómo? —replicó Mr. Crepsley—. Nos dio su número de teléfono por si necesitábamos ponernos en contacto con él. ¡Encontraré su dirección y…!

—Es un teléfono móvil —suspiré—. No puede encontrar su dirección con él. Además, ¿qué ganaríamos matándolo? Alguien lo reemplazaría. Nuestros documentos están archivados. Él sólo es el mensajero.

—Podríamos mudarnos —sugirió Harkat—. Buscar un nuevo hotel.

—No —dijo Mr. Crepsley—. Nos ha visto las caras y difundiría nuestras descripciones. Eso haría que las cosas se complicaran más de lo que ya están.

—Lo que yo quiero saber es cómo se enviaron nuestros documentos —dije—. Las firmas no eran las nuestras, pero se parecían muchísimo.

—Ya lo sé —gruñó él—. No se trata de una gran falsificación, pero sí pasable.

—¿Es posible que haya sido… una confusión? —preguntó Harkat—. Quizás el verdadero Vur Horston y su hijo… enviaron los formularios, y os han confundido con ellos.

—No —dije yo—. La dirección de este hotel iba incluida, al igual que los números de nuestras habitaciones. Y… —Le conté lo del matadero.

Mr. Crepsley dejó de pasearse.

—¡Murlough! —siseó—. Es una época de mi vida que pensaba que nunca tendría que volver a revivir.

—No lo entiendo —dijo Harkat—. ¿Cómo puede estar esto relacionado con Murlough? ¿Me estáis diciendo que está vivo y que… os ha tendido una trampa?

—No —dijo Mr. Crepsley—. Murlough está definitivamente muerto. Pero alguien debe saber que lo matamos. Y ese alguien es, casi con toda certeza, el responsable de esas muertes recientes. —Se sentó y se frotó la larga cicatriz que marcaba el lado izquierdo de su rostro—. Es una trampa.

Se produjo un largo y tenso silencio.

—No puede ser —dije al fin—. ¿Cómo han podido los vampanezes descubrir lo de Murlough?

—Desmond Tiny —respondió sombríamente Mr. Crepsley—. Él sabía lo de nuestro encuentro con Murlough, y debe habérselo dicho a los vampanezes. Pero no puedo entender por qué han falsificado el certificado de nacimiento y los formularios escolares. Si sabían tanto sobre nosotros, y dónde estamos, tendrían que haber venido a matarnos de un modo limpio y honorable, como hacen los vampanezes.

—Eso es cierto —señalé—. No se castiga a un asesino enviándole a la escuela. Aunque —añadí, rememorando mis antiguos días escolares— a veces es preferible la muerte a la clase doble de Ciencias los jueves por la tarde…

De nuevo se produjo un largo silencio. Harkat lo rompió al aclararse la garganta.

—Os parecerá una locura —dijo la Personita—, pero ¿y si Mr. Crepsley hubiera… enviado los formularios?

—¿Cómo?

—Podría haberlo hecho… en sueños.

—¿Crees que rellenó dormido un certificado de nacimiento y unos documentos escolares, y luego los envió a una escuela local? —Ni siquiera me molesté en reír.

—Cosas así ya han ocurrido antes —farfulló Harkat—. ¿Recordáis a Pasta O’Malley, del… Cirque du Freak? Leía libros por la noche, cuando estaba dormido. Nunca recordaba haberlos leído, pero si le preguntabas… algo de ellos, podía responder a todas tus preguntas.

—Me había olvidado de Pasta —murmuré, reflexionando sobre la idea de Harkat.

—Yo no puedo haber rellenado esos formularios —mantuvo firmemente Mr. Crepsley.

—Es raro —admitió Harkat—, pero a veces hacemos cosas extrañas… mientras dormimos. Tal vez tú…

—No —lo interrumpió Mr. Crepsley—. No lo entiendes. No puedo haber hecho eso porque… —Desvió la mirada, avergonzado—… no sé leer ni escribir.

Yo y Harkat nos quedamos mirando al vampiro como si tuviera dos cabezas.

—¡Claro que sabe leer y escribir! —exclamé—. ¡Puso su firma cuando nos registramos!

—Escribir el nombre de uno no es ninguna proeza —respondió en voz baja, herido en su dignidad—. Puedo leer los números y reconocer ciertas palabras (y soy capaz de interpretar mapas con bastante precisión), pero leer y escribir de verdad… —Meneó la cabeza.

—¿Cómo es posible que no sepa leer ni escribir? —pregunté con ignorancia.

—Las cosas eran diferentes cuando yo era joven. El mundo era más sencillo. No era necesario ser un maestro de la palabra escrita. Yo era el quinto hijo de una familia pobre y empecé a trabajar a la edad de ocho años.

—Pero… pero… —Lo señalé con el dedo—: ¡Usted me dijo que le encantaban las obras teatrales y los poemas de Shakespeare!

—Y me encantan —dijo—. Evanna me ha leído todas sus obras durante décadas. Y a Wordsworth, Keats, Joyce… y muchos otros. A menudo traté de aprender a leer por mi cuenta, pero nunca llegué muy lejos.

—Esto es… Yo no… ¿Por qué no me lo dijo? —exclamé—. ¡Hace quince años que estamos juntos, y esta es la primera vez que lo menciona!

Se encogió de hombros.

—Asumí que lo sabías. Muchos vampiros son analfabetos. Por eso se ha escrito tan poco de nuestra historia y nuestras leyes… La mayoría de nosotros sería incapaz de leerlas.

Meneando la cabeza con exasperación, dejé a un lado la revelación del vampiro y me concentré en el problema más inmediato.

—Usted no rellenó los formularios: eso ha quedado claro. Entonces, ¿quién lo hizo y qué vamos a hacer al respecto?

Mr. Crepsley no tenía una respuesta para eso, pero Harkat hizo una sugerencia.

—Pudo haber sido Mr. Tiny —dijo—. Le encanta revolver las cosas. Quizás esta sea su idea… de una broma.

Reflexionamos sobre aquello.

—Esto me huele a él —admití—. No alcanzo a comprender por qué quiere que vuelva a la escuela, pero esta es la clase de bromas que imagino que le gusta gastar.

—Mr. Tiny parece ser el sospechoso más lógico —dijo Mr. Crepsley—. Los vampanezes no destacan por su sentido del humor. Ni elaboran tramas tan complejas. Al igual que los vampiros, son simples y directos.

—Supongamos que es él quien está detrás de todo esto —medité—. Aún nos queda el problema de decidir qué vamos a hacer. ¿Debería acudir a clase el lunes por la mañana? ¿O ignoramos la advertencia de Mr. Blaws y seguimos como hasta ahora?

—Preferiría que no fueras —dijo Mr. Crepsley—. La unión hace la fuerza. En este momento estamos bien preparados para defendernos en caso de ataque. Contigo en el colegio, no podríamos ayudarte si tuvieras problemas, ni podrías ayudarnos tú a nosotros si nuestros enemigos irrumpieran aquí.

—Pero si no voy —subrayé—, tendremos a los inspectores escolares (y cosas peores) pisándonos los talones.

—La otra opción es irnos —dijo Harkat—. Hacer las maletas y marcharnos.

—Habría que tenerlo en cuenta —admitió Mr. Crepsley—. No me gusta la idea de abandonar a esta gente a su suerte, pero si esto es una trampa ideada para separarnos, tal vez los asesinos se detengan si nos vamos.

—O podrían matar más —dije—, para inducirnos a volver.

Lo meditamos un poco más, sopesando nuestras opciones.

—Yo quiero quedarme —dijo Harkat finalmente—. Puede que nuestra vida peligre, pero quizás… esto signifique que estamos destinados a estar aquí. Tal vez sea en esta ciudad donde estamos destinados a… enfrentarnos de nuevo con el Lord Vampanez.

—Estoy de acuerdo con Harkat —dijo Mr. Crepsley—, pero este asunto tiene que decidirlo Darren. Como Príncipe, debe tomar esta decisión.

—Muchas gracias —repuse con sarcasmo.

Mr. Crepsley sonrió.

—Es tu decisión, y no sólo porque seas Príncipe, sino porque esto te atañe especialmente a ti: serás tú el que tenga que mezclarse con niños y profesores humanos, y el más vulnerable a un ataque. Sea una trampa de los vampanezes o un capricho de Mr. Tiny, no vas a tener una vida fácil si nos quedamos.

Tenía razón. Volver al colegio sería una pesadilla. No tenía ni idea de qué materias estudiaban los chicos de quince años. Las clases serían difíciles. Los deberes me volverían loco. Y tener que responder ante los profesores, después de seis años de haber regido a los vampiros como Príncipe… podría ser muy incómodo.

Pero a una parte de mí le atraía la idea. Volver a sentarme en un aula, aprender, hacer amigos, alardear de mis habilidades especiales en Educación Física, y tal vez hasta salir con algunas chicas…

—Al diablo con ello —dije, con una amplia sonrisa—. Si es una trampa, descubramos su juego. Si es una broma, demostremos que tenemos sentido del humor.

—¡Ese es el espíritu! —tronó Mr. Crepsley.

—Además —añadí, con una risita débil—, he soportado dos veces los Ritos de Iniciación, un viaje horroroso por una corriente subterránea, y me he enfrentado a asesinos, a un oso y a unos jabalíes salvajes. Comparado con eso, ¿qué peligro puede haber en un colegio?