CAPÍTULO 2

Regresamos al hotel al final de otra larga e infructuosa noche. Nos habíamos estado quedando en el mismo hotel desde que llegamos a la ciudad. Esa no era nuestra intención (el plan había sido cambiar de lugar cada dos semanas), pero la búsqueda de los vampanezes nos había dejado tan exhaustos que no habíamos sido capaces de hacer acopio de energía para ir a buscar un nuevo alojamiento. Hasta el robusto Harkat Mulds, que no necesitaba dormir mucho, dormitaba durante cuatro o cinco horas al día.

Me sentí mejor después de un baño caliente y encendí la televisión para ver si había alguna noticia sobre los asesinatos. Me enteré de que era jueves, a primeras horas de la mañana (los días se confunden unos con otros cuando has vivido entre vampiros, y rara vez prestaba atención a ello), y que no se había informado de nuevas muertes. Habían pasado casi dos semanas desde el descubrimiento del último cuerpo. Había un ligero soplo de esperanza en el ambiente: mucha gente pensaba que el reinado del terror había llegado a su fin. Yo dudaba de que hubiéramos tenido tanta suerte, pero mantuve los dedos cruzados mientras volvía a apagar la televisión y me dirigía a la acogedora cama del hotel.

***

Algo más tarde, me despertó una brusca sacudida. Una fuerte luz brillaba a través de la delgada tela de las cortinas, e instantáneamente supe que debía ser mediodía o faltar poco para la tarde, y por lo tanto, demasiado pronto para pensar en salir de la cama. Me senté con un gruñido, y me encontré a un Harkat de expresión ansiosa inclinado sobre mí.

—¿Qué pasa? —murmuré, frotándome los ojos legañosos.

—Alguien está llamando a… tu puerta —graznó Harkat.

—Dile que haga el favor de irse —dije… o algo por el estilo.

—Iba a hacerlo, pero… —Se interrumpió.

—¿Quién es? —pregunté, presintiendo problemas.

—No lo sé. Abrí un poquito la puerta de mi habitación… y miré por la rendija. No es nadie del hotel, pero… hay alguien del personal con él. Es un hombre bajito, que lleva un gran… maletín, y está… —Volvió a interrumpirse—. Ven a verlo tú mismo.

Me levanté mientras se oía una nueva serie de golpes secos de nudillos. Atravesé corriendo la habitación de Harkat. Mr. Crepsley estaba durmiendo profundamente en una de las camas gemelas. Pasamos de puntillas a su lado y abrimos la puerta una rendijita. Una de las figuras del pasillo me era familiar (el gerente del hotel del turno diario), pero nunca había visto a la otra. Era un hombre bajito, como había dicho Harkat, y delgado, con un enorme maletín negro. Vestía un traje gris oscuro, zapatos negros y un anticuado bombín. Tenía el ceño fruncido, y levantó los nudillos para volver a llamar mientras cerrábamos la puerta.

—¿Crees que deberíamos responder? —le pregunté a Harkat.

—Sí —dijo—. No parece el tipo de persona que… se vaya aunque le ignoremos.

—¿Quién crees que es?

—No estoy seguro, pero tiene cierto aire… extraoficial. Podría ser un oficial de la policía o… del ejército.

—¿Crees que saben lo de…? —Señalé con la cabeza al vampiro dormido.

—Habrían enviado más de un hombre… si así fuera —respondió Harkat.

Reflexioné sobre ello un momento, y tomé una decisión.

—Iré a ver qué quiere. Pero no le dejaré pasar a menos que no haya otra opción. No quiero gente fisgoneando por aquí mientras Mr. Crepsley está descansando.

—¿Me quedo aquí? —preguntó Harkat.

—Sí, pero mantente cerca de la puerta, y no la cierres. Te llamaré si hay problemas.

Mientras Harkat iba a por su hacha, me puse rápidamente unos pantalones y una camisa, y fui a ver qué quería el hombre del pasillo. Me detuve ante la puerta, sin abrirla, me aclaré la garganta y pregunté inocentemente:

—¿Quién es?

Respondiendo inmediatamente, con una voz semejante al ladrido de un perro pequeño, el hombre del maletín dijo:

—¿Mr. Horston?

—No —respondí, dejando escapar un pequeño suspiro de alivio—. Se ha equivocado de habitación.

—¿Eh? —El hombre del pasillo parecía sorprendido—. ¿No es esta la habitación de Mr. Vur Horston?

—No, es… —Hice un gesto de contrariedad. ¡Había olvidado los nombres falsos con los que nos habíamos registrado! Mr. Crepsley había firmado como Vur Horston, y yo había dicho que era su hijo (y Harkat había entrado a hurtadillas cuando nadie miraba)—. Quiero decir —empecé de nuevo— que esta es mi habitación, no la de mi padre. Yo soy Darren Horston, su hijo.

—Ah. —Pude percibir su sonrisa al otro lado de la puerta—. Excelente. Tú eres la razón por la que estoy aquí. ¿Está tu padre contigo?

—Está… —Vacilé—. ¿Por qué quiere saberlo? ¿Quién es usted?

—Si abres la puerta y me dejas pasar, te lo explicaré.

—Primero me gustaría saber quién es usted —dije—. Corren tiempos peligrosos. Me han dicho que no le abra la puerta a los extraños.

—Ah. Excelente —repitió el hombrecillo—. No puedo esperar que le abras la puerta a un visitante inesperado, claro. Discúlpame. Soy Mr. Blaws.

—¿Blores?

—Blaws —repitió, y lo deletreó pacientemente.

—¿Qué quiere, Mr. Blaws? —pregunté.

—Soy un inspector escolar —respondió—. He venido a averiguar por qué no estás en el colegio.

Se me abrió la boca mil kilómetros.

—¿Puedo pasar, Darren? —preguntó Mr. Blaws. Como no respondí, volvió a golpear la puerta y exclamó:

—¡¿Darren?!

—Hum… Un minuto, por favor —murmuré, y me di la vuelta, apoyando débilmente la espalda contra la puerta, preguntándome frenéticamente qué debía hacer.

Si le negaba la entrada al inspector, regresaría con ayuda, así que al final le abrí la puerta y lo dejé pasar. El gerente del hotel se marchó en cuanto vio que todo iba bien, y me dejó solo con el serio Mr. Blaws. El hombrecillo puso el maletín en el suelo, se quitó el bombín y lo sostuvo con la mano izquierda, tras la espalda, mientras me estrechaba la mano con la derecha. Me observó detenidamente. Mi mentón estaba cubierto por una ligera pelusa, llevaba el pelo largo y desaliñado, y en mi rostro aún se apreciaban pequeñas cicatrices y señales de quemaduras de mis Ritos de Iniciación de siete años atrás.

—Pareces bastante mayor —comentó Mr. Blaws, tomando asiento sin que se lo ofrecieran—. Muy mayor para tener quince años. Puede que sea por el pelo. Podrías cortártelo y afeitarte.

—Supongo… —No sabía por qué pensaba él que yo tenía quince años, y estaba demasiado desconcertado para corregirlo.

—¡Bien! —exclamó, dejando el bombín a un lado y el enorme maletín en su regazo—. Tu padre… Mr. Horston… ¿Está aquí?

—Hum… sí. Está… durmiendo. —Me costaba enlazar las palabras.

—Ah, claro. Olvidaba que hacía turnos de noche. Quizá debería volver a una hora más… —Su voz disminuyó gradualmente mientras abría el maletín, lo hojeaba, extraía una hoja de papel y la estudiaba como si fuera un documento histórico—. Ah —dijo—. No es posible cambiar la fecha… Tengo una agenda apretada. Tendrás que despertarle.

—Hum… De acuerdo. Iré a… ver si está… —Corrí hacia la habitación donde dormía el vampiro y lo sacudí ansiosamente. Harkat estaba detrás, sin decir nada: lo había oído todo, y estaba tan confundido como yo.

Mr. Crepsley abrió un ojo, vio que aún era de día y lo volvió a cerrar.

—¿Es que se está quemando el hotel? —rezongó.

—No.

—Entonces lárgate y…

—Hay un hombre en mi habitación. Un inspector escolar. Sabe nuestros nombres (al menos los nombres con los que nos registramos), y cree que tengo quince años. Quiere saber por qué no estoy en el colegio.

Mr. Crepsley saltó de la cama como si lo hubieran mordido.

—¿Cómo es posible? —exclamó. Se precipitó hacia la puerta, se detuvo y luego retrocedió lentamente—. ¿Cómo se identificó?

—Sólo me dijo su nombre: Mr. Blaws.

—Podría ser una tapadera.

—No lo creo. El gerente del hotel estaba con él. No le habría dejado subir si no fuera honrado. Además, parece un inspector escolar.

—Las apariencias engañan —señaló Mr. Crepsley.

—En este caso, no —dije—. Será mejor que se vista y vaya a verlo.

El vampiro vaciló, y luego asintió con brusquedad. Le dejé preparándose, y fui a cerrar las cortinas de mi habitación. Mr. Blaws me miró extrañado.

—Es que mi padre tiene los ojos muy sensibles —dije—. Por eso prefiere trabajar de noche.

—Ah —dijo Mr. Blaws—. Excelente.

No dijimos nada más durante los minutos siguientes, mientras esperábamos a que mi «padre» hiciera su entrada. Me sentía muy incómodo, sentado en silencio con aquel extraño, pero este actuaba como si estuviera en su casa. Cuando finalmente entró Mr. Crepsley, Mr. Blaws se levantó y le estrechó la mano, sin soltar el maletín.

—Mr. Horston —dijo, con una abierta sonrisa—. Mucho gusto, señor.

—Igualmente —respondió Mr. Crepsley sonriendo brevemente, y se sentó lo más lejos posible de las cortinas, bien envuelto en su bata roja.

—¡Bien! —exclamó Mr. Blaws tras un breve silencio—. ¿Qué le ocurre a nuestro joven recluta?

—¿Ocurrirle? —parpadeó Mr. Crepsley—. No le ocurre nada.

—Entonces, ¿por qué no está en el colegio, como todos los otros chicos?

—Darren no va al colegio —dijo Mr. Crepsley, como si le hablara a un idiota—. ¿Por qué habría de ir?

Aquello desconcertó a Mr. Blaws.

—Pues para aprender, Mr. Horston, igual que cualquier otro quinceañero.

—Darren no… —Mr. Crepsley se detuvo—. ¿Cómo sabe su edad? —preguntó cautelosamente.

—Por su certificado de nacimiento, naturalmente —rió Mr. Blaws.

Mr. Crepsley me miró fugazmente, buscando una respuesta, pero yo estaba tan perdido como él, y sólo pude encogerme de hombros con impotencia.

—¿Y cómo lo consiguió? —preguntó el vampiro.

Mr. Blaws nos miró extrañado.

—Usted lo presentó con el resto de los formularios necesarios cuando lo inscribió en Mahler —dijo.

—¿Mahler? —repitió Mr. Crepsley.

—El colegio al que decidió enviar a Darren.

Mr. Crepsley se arrellanó en su silla, cavilando en ello. Luego pidió ver el certificado de nacimiento y los otros «formularios necesarios». Mr. Blaws volvió a rebuscar en su maletín y sacó una carpeta.

—Aquí los tiene —dijo—. El certificado de nacimiento, los documentos de su anterior colegio, los certificados médicos, la inscripción que usted rellenó… Todo presentado y en regla.

Mr. Crepsley abrió la carpeta, examinó unas cuantas hojas, estudió las firmas al pie de uno de los formularios, y luego me pasó la carpeta a mí.

—Revisa esos papeles —dijo—. Comprueba si la información es… correcta.

No era correcta, por supuesto (yo no tenía quince años, ni había acudido recientemente a la escuela, ni había ido al médico desde que me uní a las filas de los no-muertos), pero sí completamente detallada. Los documentos construían un retrato completo de un chico de quince años llamado Darren Horston, que se había mudado a esa ciudad durante el verano, con su padre, un hombre que trabajaba en el turno de noche en un matadero local, y…

Me quedé sin respiración: ¡se refería al matadero donde nos habíamos encontrado por primera vez con Murlough, el vampanez loco, trece años antes!

—¡Mire esto! —jadeé, tendiéndole el impreso a Mr. Crepsley, pero él hizo un gesto de rechazo con la mano.

—¿Es correcto? —preguntó.

—Por supuesto que es correcto —respondió Mr. Blaws—. Usted mismo llenó los formularios. —Sus ojos se estrecharon—. ¿O no?

—Claro que sí —me apresuré a decir antes de que Mr. Crepsley pudiera responder—. Siento haberle confundido. Ha sido una semana dura. Hum… Problemas familiares.

—Ah. ¿Por eso no has aparecido por Mahler?

—Sí. —Me obligué a esbozar una temblorosa sonrisa—. Deberíamos haber llamado para informarles. Lo siento. No se me ocurrió.

—No pasa nada —dijo Mr. Blaws, recuperando los papeles—. Me alegro de que sólo sea eso. Temíamos que te hubiera ocurrido algo malo.

—No —dije, lanzándole a Mr. Crepsley una mirada que decía «sígame la corriente»—. No me ha ocurrido nada malo.

—Excelente. Entonces, ¿irás el lunes?

—¿El lunes?

—No creo que sirva de algo que vengas mañana, puesto que es fin de semana. Ven temprano el lunes por la mañana, así te daremos el horario y te enseñaremos el lugar. Pregunta por…

—Discúlpeme —lo interrumpió Mr. Crepsley—, pero Darren no irá a su colegio, ni el lunes ni ningún otro día.

—¿Eh? —Mr. Blaws frunció el ceño y cerró con cuidado el maletín—. ¿Lo ha inscrito en otro colegio?

—No. Darren no necesita ir al colegio. Lo educo yo.

—¿De veras? En los formularios no hay mención de que sea usted un profesor cualificado.

—Yo no soy un…

—Y, por supuesto —prosiguió Blaws—, ambos sabemos que sólo un profesor cualificado puede educar a un niño en su hogar. —Sonrió como un tiburón—. ¿Verdad?

Mr. Crepsley no supo qué decir. No estaba familiarizado con el sistema educativo moderno. Cuando él era un niño, los padres podían hacer lo que quisieran con sus hijos. Decidí encargarme yo del asunto.

—¿Señor Blaws?

—¿Sí, Darren?

—¿Qué ocurriría si no fuera a Mahler?

Inspiró con presunción.

—Si te inscribes en un colegio diferente y me entregas los papeles, no pasará nada.

—¿Y suponiendo que no me inscriba en otro colegio?

Mr. Blaws se echó a reír.

—Todos los niños tienen que ir al colegio. Cuando hayas cumplido los dieciséis, podrás hacer lo que quieras con tu tiempo, pero durante los próximos… —Volvió a abrir el maletín y revisó sus documentos—… siete meses, debes ir al colegio.

—¿Y si decido no ir?

—Enviaremos a un asistente social para que vea cuál es el problema.

—Y si le pedimos que rompa los formularios de mi inscripción y se olvide de mí… Si le decimos que se los enviamos por error… ¿qué pasaría?

Los dedos de Mr. Blaws tamborilearon sobre su bombín. No estaba acostumbrado a que le hicieran preguntas tan raras y no sabía qué hacer con nosotros.

—No podemos ir por ahí rompiendo formularios oficiales, Darren —respondió con una risita nerviosa.

—¿Y si se los enviamos por error y queremos echarnos atrás?

Meneó la cabeza firmemente.

—No sabíamos que existías antes de ponerte en contacto con nosotros, pero ahora que lo sabemos, somos responsables de ti. Tendríamos que reclamarte si pensáramos que no estás recibiendo una educación apropiada.

—¿Quiere decir que nos enviaría a los asistentes sociales?

—Primero a los asistentes sociales —confirmó, y nos miró con un destello en los ojos—. Y, naturalmente, si se lo pones difícil, la próxima vez tendríamos que enviar a la policía, y quién sabe cómo acabaría esto.

Asimilé la información, asentí torvamente y me encaré con Mr. Crepsley.

—Ya sabe lo que eso significa, ¿verdad? —Se quedó mirándome, confundido—. ¡Tendrá que empezar a prepararme la fiambrera!