Un grito me arrancó de mi sueño.
Desperté bruscamente y caí de la hamaca sobre el duro y frío suelo de mi celda rocosa. Mi mano se lanzó automáticamente a por la espada corta que llevaba conmigo a todas horas. Cuando se disiparon las brumas del sueño, me di cuenta de que sólo era Harkat, que estaba teniendo una pesadilla.
Harkat Mulds era una Personita, una criatura de baja estatura que vestía una túnica azul y trabajaba para Mr. Tiny. Una vez fue un ser humano, aunque no recordaba quién era, ni cuándo ni dónde había vivido. Cuando murió, su alma permaneció atrapada en la Tierra, hasta que Mr. Tiny le trajo de nuevo a la vida en un cuerpo nuevo y atrofiado.
—Harkat —farfullé, sacudiéndole rudamente—. Despierta. Estás soñando otra vez.
Harkat no tenía párpados, pero el brillo de sus grandes ojos verdes se enturbiaba cuando dormía. Ahora resplandecían mientras profería sonoros gemidos, y rodó fuera de su hamaca, igual que yo un momento antes.
—¡Dragones! —gritó, con la voz atenuada por la mascarilla que llevaba siempre, pues moriría sin ella, al no poder respirar aire normal durante más de diez o doce horas—. ¡Dragones!
—No —suspiré—. Estabas soñando.
Harkat me miró fijamente con sus anormales ojos verdes, luego se relajó y se bajó la mascarilla de un tirón, mostrando el ancho, gris e irregular tajo de una boca.
—Perdona, Darren. ¿Te he… despertado?
—No —mentí—. Ya estaba levantado.
Volví a subir a mi hamaca y me senté, mirando fijamente a Harkat. Era una criatura innegablemente fea. Bajito y rechoncho, con la piel gris y cadavérica, sin orejas ni nariz visibles… Tenía las orejas ocultas bajo la piel de su cuero cabelludo, pero carecía de sentido del olfato y del gusto. Sin pelo, con unos ojos redondos y verdes, unos dientecillos puntiagudos y la lengua de un gris oscuro. Tenía la cara llena de costurones, como el monstruo de Frankenstein.
Claro que yo tampoco era un modelo. ¡Pocos vampiros lo eran! Cicatrices y marcas de quemaduras cubrían mi rostro, mi cuerpo y mis miembros, muchas de ellas recibidas durante mis Ritos de Iniciación (que había superado en mi segundo intento, dos años atrás). Además, estaba tan calvo como un bebé, como resultado de mi primera tanda de pruebas, en las que sufrí graves quemaduras.
Harkat era uno de mis más íntimos amigos. Me había salvado la vida dos veces, cuando fui atacado por un oso salvaje en el trayecto hacia la Montaña de los Vampiros, y luego cuando luché contra unos fieros jabalíes durante mis primeros y fallidos Ritos de Iniciación. Me preocupaba verle tan alterado por las pesadillas que habían estado acosándole en los últimos años.
—¿Esta pesadilla era como las otras? —pregunté.
—Sí —asintió—. Vagaba por un vasto páramo. El cielo era rojo. Estaba buscando algo, pero… no sé el qué. Había fosos llenos de estacas. Un dragón me atacó. Luché con él, pero… apareció otro. Y luego otro. Y luego… —Suspiró desoladamente.
La manera de hablar de Harkat había mejorado considerablemente desde la primera vez que empezó a hablar. Al principio, por cada dos o tres palabras que decía, tenía que detenerse para tomar aliento, pero había aprendido a controlar su forma de respirar, y ahora sólo se atascaba en las frases largas.
—¿Estaban los hombres de las sombras? —pregunté. A veces él soñaba con figuras sombrías que le perseguían y atormentaban.
—Esta vez no —dijo—, pero creo que habrían aparecido si tú… no me hubieras despertado.
Harkat estaba sudando (su sudor era de un pálido color verde) y le temblaban ligeramente los hombros. Sufría mucho en sus sueños, y permanecía despierto todo el tiempo que podía, y de cada setenta y dos horas dormía sólo cuatro o cinco.
—¿Quieres comer o beber algo? —pregunté.
—No —dijo—. No tengo hambre.
Se levantó y estiró sus fornidos brazos. Sólo llevaba un trapo alrededor de la cintura, así que se podía ver la lisa superficie de su estómago y su pecho. Harkat no tenía tetillas ni ombligo.
—Me alegro de verte —dijo, poniéndose sus ropas azules, que nunca había perdido la costumbre de llevar—. Hace siglos que no… nos reunimos.
—Lo sé —rezongué—. Todo este asunto de la guerra está acabando conmigo, pero no puedo dejar que Paris se haga cargo de todo él solo. Me necesita.
—¿Cómo está el Señor Skyle? —preguntó Harkat.
—Sobrellevándolo. Pero es duro. Hay tantas decisiones que tomar, tantas tropas que organizar, tantos vampiros que enviar a la muerte…
Guardamos silencio un instante, pensando en la Guerra de las Cicatrices y en los vampiros (incluyendo a algunos grandes amigos nuestros) que habían perecido en ella.
—¿Y tú cómo has estado? —le pregunté a Harkat, desechando aquellos lúgubres pensamientos.
—Ocupado —respondió—. Seba me hace trabajar cada vez más duro todo el tiempo.
Después de unos meses de pulular por la Montaña de los Vampiros, Harkat había acabado trabajando para el intendente (Seba Nile), que estaba a cargo del abastecimiento y mantenimiento de los almacenes de comida, ropa y armas de la Montaña. Harkat empezó llevando cajas y sacos de un sitio a otro, pero aprendió rápidamente lo referente a las provisiones y a administrarlas según las necesidades de los vampiros, y ahora era el principal asistente de Seba.
—¿Tienes que volver pronto a la Cámara de los Príncipes? —preguntó Harkat—. A Seba le gustaría verte. Quiere enseñarte… algunas arañas.
La montaña era el hogar de miles de arácnidos, a los que se conocía como arañas de Ba’Halen.
—Tengo que volver —respondí, apenado—, pero procuraré venir enseguida.
—Hazlo —dijo Harkat con seriedad—. Se te ve agotado. Paris no es el único… que necesita descansar.
Harkat tuvo que irse poco después a hacer los preparativos para la llegada de un grupo de Generales. Me tumbé en mi hamaca, con la mirada fija en el oscuro techo rocoso, incapaz de seguir durmiendo. Esa era la celda que Harkat y yo habíamos compartido desde que llegamos a la Montaña de los Vampiros. Me gustaba esa diminuta covacha (era lo más cercano a un dormitorio que había tenido), pero rara vez estaba en ella. La mayoría de las noches las pasaba en la Cámara de los Príncipes, y las pocas horas libres que tenía durante el día las dedicaba normalmente a comer o a hacer ejercicio.
Me pasé una mano por la calva mientras descansaba y volví a pensar en mis Ritos de Iniciación. La segunda vez los superé sin problemas. No tenía que hacerlo (como Príncipe, no estaba obligado a ello), pero no me habría sentido bien si no lo hubiera hecho. Al superar los Ritos, me había demostrado a mí mismo que era digno de ser un vampiro.
Aparte de las cicatrices y las quemaduras, no había cambiado mucho en los últimos seis años. Como semi-vampiro, por cada cinco años sólo envejecía uno. Era un poco más alto que cuando dejé el Cirque du Freak con Mr. Crepsley, y mis facciones se habían hecho un poco más definidas y maduras. Pero no era un vampiro completo y no experimentaría grandes cambios hasta que lo fuera. Como vampiro completo sería mucho más fuerte. También sería capaz de curar cortes con mi propia saliva, de exhalar un gas que dejaba inconsciente a la gente y comunicarme telepáticamente con otros vampiros. Y además podría corretear, que era la máxima velocidad que un vampiro podía alcanzar. Su lado negativo es que sería vulnerable a la luz del Sol y no podría moverme durante el día.
Pero ya me preocuparía por eso más adelante. Mr. Crepsley no me había dicho cuándo me convertiría del todo, pero yo suponía que eso no ocurriría hasta que fuera adulto, dentro de unos diez o quince años, ya que mi cuerpo aún era el de un adolescente. Así que tenía mucho tiempo para disfrutar (o soportar) mi prolongada infancia.
Permanecí tendido y relajado media hora más, y luego me levanté y me vestí. Decidí ponerme ropa de color azul claro: unos pantalones y una túnica, y por encima una larga y majestuosa toga. Al ponerme la túnica, se me enganchó en la manga el pulgar derecho, como me ocurría tan a menudo: me lo había roto seis años atrás, y aún sobresalía en un ángulo incómodo.
Con cuidado de no rasgar la tela con mis uñas extra-duras (capaces de agujerear la roca blanda), liberé el pulgar y acabé de vestirme. Me puse un par de zapatos ligeros y me pasé la mano por la cabeza para asegurarme de que no me habían picado las garrapatas. Habían aparecido en la montaña recientemente, convirtiéndose en una molestia para todos. Luego emprendí el camino de regreso a la Cámara de los Príncipes para afrontar otra larga noche de discusiones y tácticas.