CAPÍTULO 1

Fue otra noche larga y agotadora en la Cámara de los Príncipes. Un General Vampiro llamado Staffen Irve nos presentaba su informe a mí y a Paris Skyle. Paris era el más viejo de los vampiros vivientes, con más de ochocientos años a sus espaldas. Tenía el cabello blanco, largo y suelto, una larga barba gris, y había perdido la oreja derecha en una pelea hacía ya muchas décadas.

Staffen Irve había prestado un servicio activo en el exterior durante tres años, y nos estaba poniendo rápidamente al día sobre sus experiencias en la Guerra de las Cicatrices, como se la había acabado conociendo (en referencia a las cicatrices de las yemas de nuestros dedos, marca común de vampiros y vampanezes). Fue una guerra extraña. No había grandes batallas y ninguno de los dos bandos utilizaba armas arrojadizas: los vampiros y los vampanezes luchaban únicamente con armas que pudieran empuñar, como espadas, garrotes y lanzas. La guerra era una serie de escaramuzas aisladas, con grupos de tres o cuatro vampiros compitiendo contra un número similar de vampanezes, peleando hasta la muerte.

—Éramos cuatro’ntra tres —decía Staffen Irve, relatándonos uno de los encuentros más recientes—. Pero mis muchachos eran unos pipiolos, y los vampanezes, duros de pelar. Maté a uno d’ellos, pero los otros huyeron, dejándome dos chicos muertos y al tercero con un brazo inútil.

—¿Alguno de los vampanezes dijo algo sobre su Señor? —preguntó Paris.

—No, Alteza. Los que capturé vivos sólo se reían de mis preguntas, incluso bajo tortura.

En los seis años que llevábamos buscando a su Señor, no habíamos hallado ningún indicio de él. Sabíamos que no había sido convertido (varios vampanezes nos habían dicho que estaba aprendiendo sus costumbres antes de convertirse en uno de ellos), y la opinión general era que si queríamos tener alguna posibilidad de frustrar las predicciones de Mr. Tiny, debíamos encontrar y matar a su Señor antes de que asumiera un control completo sobre el clan.

Un grupo de Generales estaba aguardando para hablar con Paris. Se adelantaron cuando Staffen Irve se marchó, pero les indiqué que esperaran. Cogí una jarra de sangre tibia y se la pasé al Príncipe de una sola oreja. Sonrió y bebió con deleite, y luego se enjugó las manchas rojas alrededor de su boca con el dorso de una mano temblorosa: la responsabilidad de estar al frente del consejo de guerra le estaba pasando factura al anciano Príncipe.

—¿Lo dejamos por hoy? —pregunté, preocupado por la salud de Paris.

Él meneó la cabeza.

—La noche es joven —murmuró.

—Pero tú no —dijo una voz familiar detrás de mí.

Mr. Crepsley. El vampiro de la capa roja pasaba la mayor parte de su tiempo a mi lado, aconsejándome y dándome ánimos. Se encontraba en una posición peculiar. Como vampiro corriente, no ostentaba ningún rango reconocible y podía recibir órdenes hasta del General más modesto. Pero como mi guardián, ejercía de forma no oficial los poderes de un Príncipe (ya que, prácticamente, yo seguía sus consejos todo el tiempo). La realidad era que Mr. Crepsley era el segundo al mando sólo para Paris Skyle, aunque nadie lo reconocía abiertamente. El protocolo de los vampiros, ¡figúrate!

—Deberías descansar —le dijo Mr. Crepsley a Paris, poniendo una mano sobre el hombro del Príncipe—. Esta guerra durará mucho tiempo. No debes fatigarte demasiado pronto. Más adelante te necesitaremos.

—¡Tonterías! —rió Paris—. Darren y tú sois el futuro. Yo pertenezco al pasado, Larten. No viviré para ver el final de esta guerra si se hace tan larga como tememos. Si no me empleo a fondo ahora, nunca lo haré.

Mr. Crepsley empezó a protestar, pero Paris le hizo callar doblando un dedo.

—Un viejo búho detesta que le digan lo joven y viril que es. Estoy en las últimas, y quien diga lo contrario es un imbécil, un mentiroso, o ambas cosas.

Mr. Crepsley inclinó la cabeza sumisamente.

—Muy bien. No discutiré contigo.

—Eso esperaba. —Paris sorbió por la nariz y cambió cansinamente de postura en su trono—. Pero ha sido una noche agotadora. Hablaré con esos Generales, y luego me iré a dormir a mi ataúd. ¿Darren podrá arreglárselas sin mí?

—Darren se las arreglará —dijo Mr. Crepsley confiadamente, y se situó ligeramente a mi espalda mientras se acercaban los Generales, dispuesto a aconsejarme en lo que fuera necesario.

Paris no se fue a su ataúd antes del amanecer. Los Generales tenían muchos asuntos que tratar (como estudiar los informes de los movimientos de los vampanezes, intentando determinar con precisión el posible escondite de su Señor) y ya era casi mediodía cuando el anciano Príncipe logró escabullirse.

Me concedí un corto respiro, comí un poco, y luego escuché a tres de los instructores de la Montaña, que estaban entrenando a la última tanda de Generales. Después tuve que enviar fuera a dos nuevos Generales para que entraran en combate por primera vez. Concluí rápidamente la breve ceremonia (en la que debía untarles la frente con sangre de vampiro y murmurar una antigua oración guerrera sobre ellos), y tras desearles buena suerte, los envié a matar vampanezes… o a morir.

Luego fue el momento de que los vampiros acudieran a mí con una amplia lista de problemas y peticiones. Como Príncipe, se esperaba que me ocupara de todo tipo de temas. Sólo era un joven e inexperto semi-vampiro, convertido en Príncipe más por accidente que por méritos, pero los miembros del clan depositaban por completo su confianza en sus Príncipes, y me concedían el mismo grado de respeto que a Paris o a cualquiera de los otros.

Cuando el último vampiro se marchó, conseguí dormir tres horas en la hamaca que había colgado en el fondo de la Cámara. Cuando desperté, comí carne de jabalí salada y poco hecha, acompañada de agua y seguida de una pequeña jarra de sangre. Luego volví a mi trono para ocuparme de más planes, intrigas e informes.