TREINTA Y SEIS

Aquisgrán

17:00 horas

Malone disfrutaba de la comida. Él y Christl habían vuelto a la Marktplatz, cuya forma era triangular, y habían encontrado un restaurante que daba al Rathaus de la ciudad. Antes habían entrado en la tienda de regalos de la capilla y comprado media docena de guías. El paseo los había llevado por un laberinto de callejuelas adoquinadas flanqueadas por casas burguesas que creaban un ambiente medieval, aunque lo más probable es que la mayoría sólo tuvieran unos cincuenta años de antigüedad, dado que sobre Aquisgrán habían llovido las bombas durante la década de 1940. El frío de la tarde no era un obstáculo para las compras: la gente abarrotaba las modernas tiendas anticipando las Navidades.

Cara Chupada, que todavía los seguía, había entrado en otro café, situado en diagonal con respecto a donde se hallaban él y Christl. Malone había pedido una mesa junto a la ventana y le habían dado una cerca de ésta, desde donde podía ver el exterior.

Se preguntó quién sería su perseguidor. Que sólo fuera uno significaba que se las veía o bien con aficionados o bien con gente que no tenía bastante dinero para contratar a más personas. Tal vez Cara Chupada se creyese tan bueno que pensara que nadie lo descubriría. Había conocido a muchos agentes con un ego similar.

Ya había hojeado tres de las guías. Como le había dicho Christl, Carlomagno consideraba la capilla su «nueva Jerusalén». Siglos después, Barbarroja confirmó esa afirmación al donar el candelabro de cobre dorado. Antes, Malone se había fijado en una inscripción en latín en las tiras del candelabro, y en uno de los libros figuraba la traducción. La primera línea rezaba: «Aquí apareces en la imagen, oh, Jerusalén, celestial Sión, tabernáculo de paz para nosotros y esperanza de bendito reposo».

Según una cita del historiador del siglo IX Notker, Carlomagno ordenó construir la capilla «de conformidad con una idea propia», su longitud, anchura y altura guardaban una relación simbólica. Las obras comenzaron en torno a los años 790-800, y la construcción fue consagrada el 6 de enero de 805 por el papa León III, en presencia del emperador.

Malone cogió otro de los libros.

—Supongo que habrá estudiado a fondo la historia de la época de Carlomagno.

Christl sostenía en la mano una copa de vino.

—Es lo mío. El carolingio es un período de transición para la civilización occidental. Antes Europa era una casa de locos donde imperaban las razas en conflicto, la ignorancia supina y el máximo caos político. Carlomagno creó el primer gobierno centralizado al norte de los Alpes.

—Pero todo cuanto consiguió se vino abajo con su muerte. Su imperio se desmoronó, su hijo y sus nietos se lo cargaron todo.

—Sin embargo, aquello en lo que creía echó raíces. Pensaba que el objetivo principal de un gobierno debía ser el bienestar de sus gentes. Para él los campesinos eran seres humanos que había que tener en cuenta. No gobernaba para alcanzar la gloria, sino por el bien común. Dijo muchas veces que su misión no era ensanchar su imperio, sino conservarlo.

—Pero conquistó nuevos territorios.

—Lo mínimo. Territorios de aquí y de allá con fines específicos. Era un revolucionario en casi todos los sentidos. En su época, los soberanos reunían hombres musculosos, arqueros, guerreros, pero él se rodeaba de eruditos y maestros.

—No obstante, todo ello desapareció, y Europa estuvo anestesiada otros cuatrocientos años antes de que se produjera un verdadero cambio.

Ella asintió.

—Ése parece ser el destino de la mayoría de los grandes gobernantes. Los herederos de Carlomagno no fueron tan sabios. El emperador se casó en numerosas ocasiones y engendró montones de hijos, nadie sabe cuántos. Su primogénito, el jorobado Pipino, nunca tuvo ocasión de reinar.

La mención de la deformidad le recordó a Malone la espalda contrahecha de Henrik Thorvaldsen. Se preguntó qué estaría haciendo su amigo danés. Seguro que Thorvaldsen conocía a Isabel Oberhauser o había oído hablar de ella. Algo de información a ese respecto no le vendría mal, pero si lo llamaba, Thorvaldsen se preguntaría por qué seguía en Alemania. Dado que ni él sabía la respuesta a esa pregunta, no tenía sentido suscitarla.

—Después Pipino fue desheredado —añadió ella—, cuando Carlomagno engendró hijos sanos y sin deformaciones de posteriores esposas. Y Pipino se convirtió en enemigo acérrimo de su padre, si bien murió antes que él. Al final, el único hijo que sobrevivió fue Luis, un hombre afable, profundamente religioso y culto, si bien rehuía la batalla y era incoherente. Fue obligado a abdicar en favor de sus tres hijos, que en 841 ya habían desgajado el imperio. Éste no volvería a reunirse hasta el siglo X, bajo el reinado de Otón I.

—¿También recibió ayuda? ¿Los santos?

—No se sabe. El único relato directo de su implicación en la cultura europea lo constituyen los contactos que mantuvieron con Carlomagno, y éstos sólo los recoge el diario que yo tengo, el que Eginardo dejó en su tumba.

—Y ¿cómo es que todo esto se ha mantenido en secreto?

—Mi abuelo se lo contó sólo a mi padre, pero, teniendo en cuenta sus desvaríos, no era fácil saber qué era real y qué no. Luego mi padre hizo partícipes a los americanos, pero ni mi padre ni ellos fueron capaces de leer el libro de la tumba de Carlomagno, el que tiene Dorothea, que supuestamente es la versión completa. Así que el secreto ha perdurado.

En vista de lo que le estaba contando, Malone preguntó:

—Entonces ¿cómo pudo encontrar algo su abuelo en la Antártida?

—No lo sé. Lo único que sé es que fue así. Ya vio usted las piedras.

—Y ¿quién las tiene ahora?

—Dorothea, estoy segura. Está claro que no quería que las tuviera yo.

—¿Y se cargó las piezas? ¿La colección de su abuelo?

—A mi hermana siempre le han traído sin cuidado las creencias de mi abuelo. Y es capaz de todo.

Él captó más frialdad en su tono y decidió no seguir presionando. Prefirió echar un vistazo a una de las guías y estudiar un boceto de la capilla, los patios que la rodeaban y los edificios contiguos.

El complejo de la capilla tenía una forma casi fálica, circular en un extremo y con una prolongación terminada en una punta redondeada en el otro. Conectaba con lo que en su día era el refectorio, en la actualidad el tesoro, mediante una puerta interior. Sólo figuraba una puerta exterior —la entrada principal, por la que ellos habían accedido antes—, llamada la Puerta del Lobo.

—¿En qué piensa? —quiso saber ella.

La pregunta le hizo centrarse de nuevo en Christl.

—Ese libro suyo, el de la tumba de Eginardo. ¿Tiene una traducción completa del latín?

Ella asintió.

—En el ordenador, en Reichshoffen, pero no sirve de mucho. Habla de los santos y de algunas de sus charlas con Carlomagno. Se supone que la información importante está en el libro de Dorothea, lo que Eginardo llamaba la «visión completa».

—Pero por lo visto su abuelo supo de esa visión.

—Eso parece, aunque no lo sabemos a ciencia cierta.

—Entonces, ¿qué pasará cuando termine esta búsqueda? No tenemos el libro de Dorothea.

—Ahí es donde mi madre espera que trabajemos juntas. Cada una de nosotras tiene una parte y está obligada a colaborar con la otra.

—Pero las dos están intentando hacerse con todas las piezas a la desesperada para no necesitar a la otra.

¿Cómo había podido acabar metido en semejante lío?

—Para mí, la búsqueda de Carlomagno es la única forma de averiguar algo; Dorothea opina que la solución podría estar en la Ahnenerbe y lo que quiera que persiguiese. Sin embargo, yo no lo creo así.

Malone sintió curiosidad.

—Está muy al tanto de lo que ella piensa.

—Mi futuro está en juego. ¿Por qué no iba a saber todo cuanto pudiera?

Aquella mujer elegante nunca dudaba cuando se trataba de dar con un sustantivo, siempre buscaba el tiempo verbal correcto y siempre decía la frase adecuada. Aunque era guapa, lista e interesante, había algo en Christl Falk que no terminaba de encajar. Lo mismo le había pasado cuando conoció a Cassiopeia Vitt, en Francia, el año anterior.

Atracción mezclada con cautela.

Sin embargo, esa parte negativa no parecía echarlo para atrás nunca.

¿Por qué se sentía atraído por mujeres fuertes con profundas contradicciones? Pam, su exesposa, había sido difícil, y todas las mujeres a las que había conocido desde que se divorció habían sido de armas tomar, incluida Cassiopeia. Y ahora esa heredera alemana, una combinación de belleza, cerebro y fanfarronería.

Miró por la ventana el ayuntamiento, de estilo neogótico, con una torre a cada lado, en una de las cuales había un reloj que marcaba las cinco y media.

A ella no se le escapó su interés en el edificio.

—Hay una anécdota. La capilla se encuentra detrás del ayuntamiento, y Carlomagno los hizo unir mediante un patio que formaba parte del recinto de su palacio. En el siglo XIV, cuando Aquisgrán erigió el ayuntamiento, cambiaron la entrada de la cara norte, que daba al patio, a la sur, hacia este lugar, como reflejo de una nueva independencia civil. La gente se había vuelto engreída y, simbólicamente, le dio la espalda a la iglesia. —Señaló por la ventana la fuente de la Marktplatz—. La estatua representa a Carlomagno. Como puede ver, no mira a la iglesia. Una reafirmación del siglo XVII.

1. Octógono

2. Coro

3. Antecapilla

4. Capilla de San Matías

5. Capilla de Santa Ana

6. Capilla húngara

7. Capilla de Todos los Santos

8. Capilla de San Miguel

9. Capilla de San Carlos y San Huberto

10. Capilla de San Juan Bautista

11. Capilla de Todos los Santos

12. Tesoro (pequeña boca de dragón)

13. Claustro

14. Cementerio

Malone aprovechó la invitación para escudriñar el restaurante donde se había refugiado Cara Chupada, una construcción con entramado de madera que le recordó a un pub inglés.

Escuchó el murmullo de voces, que se mezclaba con el entrechocar de platos y cubiertos de alrededor, y se dio cuenta de que ya no se oponía, ni abierta ni calladamente, que ya no buscaba explicaciones a su presencia allí. En lugar de ello, acariciaba una idea. El peso frío del arma con la que se había hecho el día anterior en el bolsillo del chaquetón se le antojaba tranquilizador, pero sólo le quedaban cinco balas.

—Podemos con esto —aseguró ella.

Malone la miró.

—¿Podemos?

—Es importante que lo hagamos.

Los ojos de Christl se iluminaron.