DIECINUEVE

Malone sacudió la cabeza. «¿Gemelas?». Cerró la puerta.

—Acabo de conocer a su hermana. Me preguntaba por qué me había dejado marchar sin más. ¿Es que no podían hablar conmigo las dos a la vez?

Christl Falk cabeceó.

—No hablamos mucho.

Malone estaba perplejo.

—Y sin embargo es evidente que trabajan juntas.

—No.

Su inglés, a diferencia del de su hermana, no tenía ni rastro de acento alemán.

—Entonces ¿qué está haciendo aquí?

—Mi hermana le ha tendido una trampa hoy, lo ha atraído hacia ella. Yo me preguntaba por qué. Tenía intención de hablar con usted cuando bajara de la montaña, pero ha cambiado de opinión después de lo que ha ocurrido.

—¿Lo ha visto?

Ella asintió con la cabeza.

—Luego lo he seguido hasta aquí.

—¿Dónde demonios se había metido?

—No he tenido nada que ver con lo ocurrido —aclaró ella.

—Salvo que lo sabía de antemano.

—Sólo sabía que estaría usted allí, nada más.

Él decidió ir al grano.

—Usted también quiere saber qué fue de su padre, ¿no es así?

—Sí.

Malone se sentó en la cama y dejó que su mirada vagara hasta el otro extremo de la estancia y hasta el asiento de madera encastrado que había bajo las ventanas, el mismo lugar donde había visto a la mujer del funicular mientras hablaba con Stephanie. El informe sobre el Blazek seguía donde lo había dejado. Se preguntó si su visitante le habría echado una ojeada.

Christl Falk se había acomodado en una silla. Llevaba una camisa vaquera de manga larga y unos pantalones caqui con raya, prendas ambas que resaltaban sus curvas. Esas dos bellas mujeres, casi idénticas en apariencia, a excepción del peinado —el cabello de ella, suelto y liso, le caía por los hombros—, parecían tener una personalidad muy distinta. Si Dorothea Lindauer transmitía orgullo y privilegios, Christl Falk destilaba combatividad.

—¿Le ha hablado Dorothea de nuestro abuelo?

—Me ha hecho un resumen.

—Trabajó para los nazis, dirigió la Ahnenerbe.

—Una noble empresa.

Ella pareció captar su sarcasmo.

—Estoy de acuerdo. No era más que un instituto de investigación que fabricaba pruebas arqueológicas con fines políticos. Himmler creía que los antepasados de Alemania tenían su origen en un lugar remoto, donde habían sido una especie de raza superior. Después, esa supuesta sangre aria emigró a distintas partes del mundo, de manera que creó la Ahnenerbe (una mezcla de aventureros, místicos y eruditos) y se dispuso a encontrar a esos arios mientras erradicaba al resto del mundo.

—¿Qué era su abuelo?

Ella puso cara de desconcierto.

—¿Aventurero, místico o erudito?

—A decir verdad, las tres cosas.

—Pero por lo visto también era político. Dirigió la institución, así que seguramente conocía la verdadera misión de la Ahnenerbe.

—Ahí es donde se equivoca usted. Mi abuelo sólo creía en la noción de una raza aria mítica. Himmler manipuló su obsesión hasta convertirla en una herramienta de limpieza étnica.

—Ese mismo razonamiento se utilizó en los juicios de Nüremberg, después de la guerra, y no tuvo éxito.

—Crea lo que quiera, ello no afecta al motivo por el que he venido.

—Ese que estoy esperando, bastante pacientemente, debo añadir, que me explique. Ella cruzó las piernas.

—El centro de atención de la Ahnenerbe era el estudio de alfabetos y símbolos: buscar antiguos mensajes arios. Pero, a finales de 1935, mi abuelo dio con algo. —Señaló su abrigo, que descansaba sobre la cama, junto a Malone—. En el bolsillo.

Él metió la mano y sacó un libro que estaba dentro de una bolsa de plástico. En tamaño, forma y estado era como el de antes, salvo que en la cubierta no había símbolo alguno.

—¿Sabe quién es Eginardo? —preguntó ella.

—He leído su Vida de Carlomagno.

—Eginardo era oriundo de la parte oriental del reino franco, la zona claramente alemana. Estudió en Fulda, que era uno de los centros del saber más impresionantes de Franconia, y alrededor de 791 fue aceptado en la corte de Carlomagno. El emperador era único en su época: constructor, político, propagandista religioso, reformador, mecenas de las artes y las ciencias. Le gustaba rodearse de eruditos, y Eginardo se convirtió en su consejero de más confianza. Cuando Carlomagno murió, en 814, su hijo Luis el Piadoso nombró a Eginardo su secretario personal, pero dieciséis años después, cuando comenzaron las disputas entre Luis y sus hijos, Eginardo se alejó de la corte. Murió en 840 y fue enterrado en Seligenstadt.

—Es usted un dechado de información.

—Me licencié en historia medieval.

—Eso no explica qué demonios está haciendo aquí.

—La Ahnenerbe buscó a esos arios en muchos lugares. Se abrieron tumbas por toda Alemania. —Señaló el libro—. En la de Eginardo mi abuelo encontró el libro que tiene usted.

—Pensaba que era de la tumba de Carlomagno.

Ella sonrió.

—Veo que Dorothea le ha enseñado su libro. Ése sí era de la tumba de Carlomagno; éste es distinto.

Malone no pudo resistir la tentación: sacó el antiguo volumen de la bolsa y lo abrió con cuidado. Las páginas estaban repletas de latín, además de ejemplos de la extraña escritura y manifestaciones artísticas y símbolos raros que ya había visto.

—En la década de 1930, mi abuelo encontró ese libro junto con el testamento de Eginardo. En la época de Carlomagno, las personas con medios dejaban testamentos escritos. En el de Eginardo, mi abuelo descubrió un misterio.

—Y ¿cómo sabe que no es más fantasía? Su hermana no ha hablado demasiado bien de su abuelo.

—Ésa es otra de las razones por las que ella y yo nos odiamos.

—Y ¿por qué le tiene usted tanto cariño a su abuelo?

—Porque también halló pruebas.

Dorothea besó suavemente a Wilkerson en la boca. Se percató de que todavía temblaba. Se hallaban en medio de las ruinas de la casa, viendo cómo ardía el coche.

—Ahora estamos juntos en esto —dijo ella.

Él era perfectamente consciente. De eso y de algo más: adiós al almirantazgo. Ella le había dicho que Ramsey era una víbora, pero se había negado a creerla. Ahora la cosa cambiaba.

—Una vida de lujos y privilegios puede ser un buen sustituto —apuntó ella.

—Tienes marido.

—Sólo nominalmente. —Vio que él necesitaba que le infundiera ánimos. Como la mayoría de los hombres—. Te has desenvuelto bien en la casa.

Él se limpió el sudor de la frente.

—Incluso me he cargado a uno. Le he disparado en el pecho.

—Lo que demuestra que sabes manejar la situación cuando es necesario. Los he visto acercarse a la cabaña cuando venía hacia aquí. He aparcado en el bosque y me he acercado con cuidado mientras lanzaban el primer ataque. Esperaba que pudieras rechazarlos hasta que diera con una de las escopetas.

El valle, que se extendía a lo largo de kilómetros en todas las direcciones, era propiedad de su familia. No había vecinos cerca.

—Y los cigarrillos que me diste han funcionado —añadió ella—. Tenías razón en lo de esa mujer. Era un problema que había que eliminar.

Los cumplidos estaban surtiendo efecto: Wilkerson se estaba calmando.

—Me alegro de que encontraras el arma —dijo.

El calor que desprendía el fuego del coche caldeaba el aire helador. Ella todavía tenía la escopeta, cargada y lista, pero dudaba que fueran a recibir más visitas esa noche.

—Necesitamos las cajas que he traído —comentó Wilkerson—. Estaban en un armario de la cocina.

—Las he visto.

Qué interesante resultaba cómo el peligro estimulaba el deseo. Ese hombre, un capitán de la Marina bien parecido, medianamente inteligente y con pocas agallas, le resultaba atractivo. ¿Por qué eran tan deseables los hombres débiles? Su marido era una nulidad que le permitía hacer lo que le venía en gana, y casi todos sus amantes eran parecidos.

Apoyó la escopeta contra un árbol.

Y volvió a besar a Wilkerson.

—¿Qué clase de pruebas? —preguntó Malone.

—Parece cansado —afirmó Christl.

—Lo estoy, y hambriento.

—Pues vayamos a comer algo.

Estaba harto de que las mujeres jugaran al tira y afloja con él, y de no ser por lo de su padre la habría mandado a paseo, como había hecho con su hermana. Pero lo cierto es que quería saber más.

—Muy bien, pero invita usted.

Salieron del hotel y se dirigieron bajo la nieve a un café que había a unas manzanas, en una de las zonas peatonales de Garmisch. Una vez dentro él pidió cerdo asado con patatas fritas, y Christl Falk, sopa con pan.

—¿Ha oído hablar alguna vez de la Deutsche Antarktische Expedition? —preguntó ella.

La Expedición Antártica Alemana.

—Partió de Hamburgo en diciembre de 1938 —contó Christl Falk—. El objetivo público fue asegurarse un lugar en la Antártida para instalar una estación ballenera como parte de un plan para aumentar la producción de grasa de Alemania. ¿Se lo imagina? Y lo mejor es que la gente se lo tragó.

—Sí, me lo imagino, sí. Por aquel entonces el aceite de ballena era la principal materia prima para elaborar margarina y jabón, y Alemania compraba grandes cantidades de grasa de ballena a Noruega. Al estar a punto de entrar en guerra y depender de fuentes foráneas para algo tan importante, ello podría haber supuesto un problema.

—Veo que está usted informado.

—He leído acerca de los nazis en la Antártida. El Schwabenland, un carguero capaz de catapultar aviones, fue con, ¿cuántas?, ¿sesenta personas? No hacía mucho, Noruega había reclamado un pedazo de la Antártida al que llamaron Tierra de la Reina Maud, pero los nazis cartografiaron la misma zona y cambiaron el nombre por el de Nueva Suabia. Sacaron un montón de fotos y dejaron caer desde el aire banderas alemanas con alambre de acero por todas partes. Menudo espectáculo debió de ser, pequeñas esvásticas en la nieve.

—Mi abuelo formó parte de esa expedición de 1938. Aunque se cartografió una quinta parte de la Antártida, el verdadero propósito era comprobar si era cierto lo que Eginardo había escrito en el libro que acabo de enseñarle.

A Malone le vinieron a la memoria las piedras de la abadía.

—Y se trajo piedras que tenían los mismos símbolos que las del libro.

—¿Ha estado en la abadía?

—Por cortesía de su hermana. Pero ¿por qué tengo la sensación de que usted ya lo sabía? —Como la mujer no contestó, él quiso saber—: Así que, ¿cuál es el veredicto? ¿Qué fue lo que encontró su abuelo?

—Ése es el problema: no lo sabemos. Al término de la guerra, los aliados confiscaron o destruyeron la documentación relativa a la Ahnenerbe. Mi abuelo fue censurado por Hitler en un mitin del partido que se celebró en 1939. Hitler no estaba de acuerdo con algunos de sus puntos de vista, sobre todo con sus ideas feministas, según las cuales aquella antigua sociedad aria podría haber estado dirigida por sacerdotisas y mujeres videntes.

—Algo que tenía muy poco que ver con las máquinas de hacer hijos que, según Hitler, eran las mujeres.

Ella asintió.

—Así que hicieron callar a Hermann Oberhauser y sus ideas fueron vetadas. Se le prohibió publicar y dar conferencias. Diez años después, la cabeza empezó a fallarle, y pasó los últimos años de vida senil.

—Me sorprende que Hitler no lo matara sin contemplaciones.

—Hitler necesitaba nuestras fábricas, la refinería y los periódicos. Mantener a mi abuelo con vida era una forma de ejercer control legalmente sobre ellos. Y, por desgracia, lo único que él quería hacer era agradar a Adolf Hitler, así que los puso a su disposición de buena gana. —Sacó el libro del bolsillo del abrigo y le quitó la bolsa de plástico—. Este texto suscita muchas preguntas, preguntas que no he sido capaz de responder. Esperaba que usted pudiera ayudarme a resolver el enigma.

—¿La búsqueda de Carlomagno?

—Veo que usted y Dorothea mantuvieron una larga charla. Ja. Die Karl der GroBe Verfolgung. —Le entregó el libro. El latín de Malone era pasable, así que podía descifrar más o menos las palabras, si bien ella se percató de la dificultad que ello le suponía—. ¿Me permite? —le preguntó.

Malone titubeó.

—Tal vez le resulte interesante. En mi caso fue así.