EPÍLOGO

KUFSTEIN (AUSTRIA)

15 DE JUNIO DE 2008.

—¿Estás completamente seguro de que no es auténtica? —preguntó Kate. Ethan y ella estaban en la terraza de una cafetería, en el pueblo de Kufstein, en Austria. Tenían la lanza de Antioquía de Otto Rahn encima de la mesa, entre ellos, como si fuese un feo pisapapeles. Ethan ya había enviado el relicario al conservador de una institución privada de Texas. A pesar de las detalladas reservas de Ethan sobre su procedencia, el doctor North recibió el objeto con emoción y le pidió a Ethan que escribiese una monografía para que la institución de North la publicase. Él había respondido que sería un placer hacerlo y ya había iniciado el trabajo. El destino de la reliquia en sí, sin embargo, estaba todavía por decidir. Así que Kate y él habían ido a Kufstein.

—¿Ni siquiera crees que exista la muy remota posibilidad de que te equivoques?

—Los cruzados necesitaban un milagro en Antioquía —le dijo Ethan—, y Raimundo de St. Gilles se lo dio.

—Pero ese fue el milagro. Salvó al ejército al decir que esto era la lanza sagrada. Eso lo convierte en una pieza con historia, en algo que a la gente le gustaría ver.

Ethan no sabía si Kate se creía de verdad su argumentación o si solo quería hacer de abogado del diablo para que después él no se arrepintiese.

—La fe en Dios salvó al ejército. Esto no fue más que un atrezo para la representación.

—¿Cómo sabes que es una falsificación? Dijiste que lo encontraron enterrado bajo el suelo de una de las iglesias.

—Los sacerdotes hicieron que los obreros levantasen el suelo —respondió Ethan sonriendo—. Después se pasaron casi todo el día excavando debajo. Una vez quedó claro que no había nada que encontrar, ordenaron a los hombres salir de la iglesia. Fue entonces cuando Pedro aseguró haber visto algo y saltó al agujero para comprobarlo. Unos segundos más tarde sacó un trozo de hierro del barro. Raimundo estaba allí mismo para recibirlo, besar el objeto y dar gracias a Dios por la milagrosa señal que les enviaba.

—¿Pedro lo llevaba en el bolsillo?

—La estafa era evidente, incluso para tiempos medievales —respondió Ethan, encogiéndose de hombros—. Por supuesto, cualquiera lo bastante inteligente para comprender lo sucedido también era lo bastante inteligente para darse cuenta de que aquel milagro era la única oportunidad que tenía el ejército de salir vivo de Antioquía.

Kate cogió el trozo de hierro oxidado de la mesa y lo puso al sol, para mirarlo con más detenimiento.

—Lo que no tiene sentido es por qué Pedro Bartolomé se sometió a la prueba del fuego… sabiendo que esto no era más que un trozo de hierro.

—La prueba del fuego tuvo lugar casi un año después del sitio de Antioquía. Para entonces, Pedro dirigía todas las decisiones militares del ejército. Los barones lo adulaban o le ofrecían regalos y sobornos. Los sacerdotes le pedían consejo (por mucho que odiaran hacerlo), y los soldados lo consideraban el hombre santo de la expedición. Resultaba embriagador para un plebeyo, pero sabía que, si se negaba a la prueba, lo perdería todo.

—Y, si aceptaba, moriría quemado.

—Creía que la lanza sagrada lo protegería.

—No tenía la lanza sagrada —repuso Kate, dejando caer el objeto en la mesa—. Tenía esta cosa.

—Para Pedro, se había convertido en lo que él decía que era.

—Creo que el hecho de que aceptara caminar sobre fuego prueba que encontró algo en el barro. Es lo único que tiene sentido.

—Entonces tienes que aceptar que tuvo una visión de San Andrés, que le dijo dónde estaba enterrada. Por supuesto, eso significaría que es la lanza que atravesó el costado de Cristo. —Kate guardó silencio, ya que no estaba preparada para ir tan lejos—. El pensamiento mágico era una forma de vida en la edad oscura. Todavía quedaban unos trescientos o cuatrocientos años para el pensamiento racional. Dado el nivel general de inocencia y superstición de la cultura, a Raimundo no le habría costado mucho convencer a Pedro de que la lanza (no su plan) lo había convertido en un gran hombre dentro del ejército. Una vez Pedro lo hubiese creído, le resultaría bastante fácil imaginar que la lanza lo protegería del fuego.

—El primer paso sobre las brasas tuvo que hacerle ver la verdad —respondió Kate esbozando una sonrisa irónica.

—Entró en un trance extático antes de tocar los carbones. Es probable que no sintiera demasiado hasta llegar prácticamente al final, pero, al parecer, cuando iba a salir del pozo los sacerdotes le hicieron volver por donde había venido. Eso fue lo que lo mató.

—¿Querían que muriese?

—La lanza no era el problema. El problema era que las visiones de Pedro entraban en conflicto con las tácticas militares más apropiadas, y nadie tenía autoridad para cerrarle la boca. Así que le pusieron el cebo de la prueba del fuego para deshacerse de él.

—¿Crees que de verdad creía que la lanza lo protegería?

—Solo sé que todavía la sujetaba cuando lo sacaron del pozo, y que siguió sujetándola durante los trece días que tardó en morir.

—¿Por qué convencería Raimundo a Pedro para que se matase? ¿O es que él también se engañaba a sí mismo?

—Tener una reliquia de la Pasión convirtió a Raimundo en el primero entre los suyos. No había ningún otro líder de la cruzada que pudiera alardear de algo semejante. Y no era solo por prestigio, sino que, mientras todos creyeran que era auténtica, tenía un tremendo valor material. Si la desacreditaban, valdría menos.

—¿Me estás diciendo que Raimundo sacrificó a Pedro por dinero?

—Algunas cosas no cambian nunca.

—Pero, después de la muerte de Pedro, la lanza tendría que haber quedado desacreditada.

—Después de eliminar a Pedro, los sacerdotes no dudaron en declarar que la lanza era genuina. Recuperaron su autoridad. Y, además, todavía tenían que conquistar Jerusalén, y la muchedumbre creía en la leyenda de que el ejército que portara la lanza sagrada nunca sería derrotado.

—¿Qué trajo a Otto Rahn hasta aquí? —preguntó Kate—. Tenía amigos en Francia y en Suiza, ¿por qué no fue allí?

—Lo único que se sabe es que un excursionista encontró su cadáver en la base del Wilder Káiser la mañana del 16 de marzo de 1939. En cuanto las SS austríacas se dieron cuenta de lo que tenían entre manos, llamaron a las tropas de las SS alemanas que tenían sus cuarteles generales en Berchstesgaden. Fueron aquella misma mañana y se llevaron el cuerpo.

—¿Y entonces desapareció la lanza?

—La gente supo del accidente de escalada del prominente erudito del grial del Reich, pero los de las SS recibieron una buena lección de lo que le pasaría a cualquiera que traicionase a Himmler.

—¿Crees que Rahn era un buen hombre, como supone su hija?

—No lo sé, Kate. Supongo que mucha gente buena acabó mezclándose con las SS. No creo que ninguno de ellos decidiera conscientemente convertirse en un monstruo. Desde su punto de vista, pertenecían a algo noble y puro. Al final, los que quedaron vivos no se diferenciarían mucho de Pedro Bartolomé: se aferrarían desesperadamente a la mentira, incluso mientras ardían.