CAPÍTULO SIETE

BARRIO DE ST. PAULI (HAMBURGO)

DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2008.

—Elena Chernoff tiene a Jim —les dijo Malloy—. Quiere hacer un intercambio.

—¿Cuándo? —preguntó Kate.

—¿Crees que dice la verdad?

—Está claro que Ohlendorf sabe mucho sobre ella —respondió Malloy. No estaba seguro de que fuese sincera, pero el intercambio tenía sentido—. Supongo que estará desesperada por recuperarlo.

—¿Cómo sabe que secuestraste a Ohlendorf? —preguntó Ethan.

—Contactos dentro de la policía, un cómplice con un escáner de la policía, quizá haya salido ya en la tele y la radio. ¿Quién sabe? El tema es que lo sabe y quiere recuperarlo. —Miró a Sutter—. ¿Estás en esto con nosotros, Josh?

—No podrías librarte de mí ni con una espátula.

Malloy asintió. Miró a Kate, que miraba a su marido.

—Cuenta con nosotros —respondió Ethan sin vacilar, y eso que ellos no sacaban nada del asunto, tan solo los problemas que les pudiera presentar Helena Chernoff.

—Creo que la mejor forma de llevar esto es hacer el intercambio y largarnos —les dijo Malloy—. El problema es que no puedo hacerlo. Necesito cargarme a esa mujer.

—Tendrá respaldo —respondió Kate.

—Pues nos los cargaremos también.

—Escuchad, esta noche ha perdido gente y está recomponiendo la situación sobre la marcha —intervino Ethan—. Puede que tenga a un par de personas más, quizá tres. No será como enfrentarse a un ejército.

—Siempre que no nos arriesguemos a perder a Jim —dijo Josh, que estaba ansioso por empezar a moverse.

—Dejaré al Chico y a la Chica a kilómetro y medio del intercambio; tú te quedarás conmigo —respondió Malloy—. Cuando hagamos el intercambio, ellos probarán suerte con Chernoff —añadió, señalando a Kate y Ethan con la cabeza.

—Eso significa perder a Jack Farrell —repuso Kate.

—Farrell da igual. Lo importante ahora, después de acabar con Chernoff, es recuperar a Ohlendorf. Creo que él puede decirnos lo que necesitamos.

Encontraron unas gafas de visión nocturna para Josh. Mientras le buscaban un chaleco, Ethan sacó de su arsenal las tres granadas de mano y toda la munición extra que tenían para los Kalashnikov. Recargaron las armas y se las guardaron debajo de los chubasqueros.

Una vez hecho eso, soltaron a Ohlendorf, lo enrollaron en un abrigo y lo esposaron. Seguía llevando una capucha, aunque no era problema, ya que, salvo por las luces ambientales de algunas ventanas, el patio estaba a oscuras. Además, en aquel barrio, un hombre con capucha y esposas casi parecía parte del paisaje.

Malloy, Kate y Ethan cogieron sus intercomunicadores, pero no se los pusieron. En aquel momento tenían que pensar en conservar las baterías.

—¿Todos listos? —preguntó Malloy. Después de que todos comprobaran el equipo y asintieran, señaló a Josh—. Tú te encargas de la distracción y te aseguras de que nadie entre por el almacén.

—¿Y cómo lo hago? ¿Qué digo?

—Enseña la placa y di: «Raus». Si eso no funciona, dispara. Cuando salgamos del aparcamiento, cierra detrás de nosotros, puede que tengamos que volver —le dio la llave—. Kate, tú vas delante, asegúrate de que nadie venga por el callejón mientras estemos metiéndolo en el coche. Ethan, os quiero a Kate y a ti en el asiento de atrás. Mantened a Ohlendorf oculto.

Cuando Josh aseguró las escaleras, Ethan y Kate lo siguieron, y Malloy salió detrás, guiando a Ohlendorf mediante su voz. En el exterior avanzaron rápidamente hacia el coche. Kate ya estaba en el lado opuesto del Toyota, cubriendo el callejón. Ethan abrió la puerta trasera del Toyota para Malloy y Ohlendorf. Sutter, tal como le habían dicho, salió por la parte de atrás del edificio y se puso en la parte delantera del coche esperando a que Malloy saliese para poder cerrar la verja.

Al ver que Ohlendorf vacilaba, Malloy pensó que el abogado no quería meterse en el coche. Obviamente, no tenía ni idea de dónde estaba y quizá creyese que montando una escena podría obtener ayuda. Entonces, Ohlendorf cayó al suelo y Malloy notó que unos proyectiles le impactaban en el chaleco. No se oyó nada; mientras caía, tres proyectiles más dieron a pocos centímetros del primero.

—¡¡Francotirador!! —gritó mientras caía.

Kate estaba en el lado opuesto del Toyota cuando Malloy gritó. Junto a ella estaba la segunda plaza de aparcamiento de Dale Perry, vacía. Más allá había un estrecho callejón que daba a la calle. Oyó que las balas alcanzaban carne y chaleco cuando Malloy cayó con Ohlendorf…, herido o en busca de protección, no lo sabía. Vio que Ethan daba un bote sorprendido y movía el brazo izquierdo, como si acabasen de darle. Después varios proyectiles le dieron en el chaleco y cayó al suelo. Kate se lanzó hacia el edificio, pero estaba expuesta y tres balas la alcanzaron en la espalda. Una cuarta le atravesó el muslo derecho.

Con el Kalashnikov atrapado bajo la chaqueta, su única alternativa era sacar la calibre 45. Oyó pisadas en el callejón y se dio cuenta de que se disponían a rematarlos. Al primero le dio en el pecho y oyó el ruido en el chaleco antibalas. El hombre dio un respingo y se giró. El segundo estaba apuntando cuando ella rodó por el suelo y disparó tres veces más, bajo el fuego de la escopeta.

El último recibió un tiro en la cabeza. Kate dejó de rodar y quedó debajo del primer atacante, que estaba bajando el arma para dispararle. Antes de poder apretar el gatillo, Kate le vació la pistola en la entrepierna.

Ethan vio que un hombre corría hacia él desde el centro del patio. Con su AKS74 todavía guardado bajo el chubasquero y la muñeca izquierda entumecida por el dolor, sacó la Colt que llevaba en la pistolera.

Oyó cómo la calibre 45 con silenciador de Kate disparaba, pero el hombre siguió acercándose; después oyó una escopeta disparar cerca de ella. Ethan rodó cuando el tirador que se acercaba a su posición disparó la escopeta. Notó las postas en las piernas y oyó cómo su arma y la del otro arrancaban ecos en la plaza. Disparó una vez, pero a ciegas. Disparó una segunda vez y acertó en el chaleco del tirador, pero no lo derribó, y el tirador metió un cargador nuevo en la escopeta y estaba a punto de disparar cuando Ethan le apuntó a la cabeza y disparó por tercera vez. La escopeta saltó hacia arriba y no causó daños. El hombre cayó al suelo.

Chernoff acertó a Ohlendorf y a Malloy con dos ráfagas rápidas de su M4 con silenciador, dibujando un delicado ocho. Cuando los dos hombres cayeron, bajó la mira para apuntar a Brand y volvió a disparar, moviendo el cañón del arma hacia su esposa. Vació el cargador sobre el agente del FBI, metió otro nuevo y cambió el selector a disparo único.

Todos estaban en el suelo: heridos, a cubierto o muertos. Chernoff había advertido a los suyos que fuesen primero a por Kate Brand y su marido, así que se acercaron cuando ella estaba acabando el primer cargador. Ethan Brand derribó al hombre que tenía delante con tres disparos. Chernoff estaba levantando el arma para dar el tiro de gracia cuando se dio cuenta de que el segundo equipo también había sido abatido. Apuntó a Kate, pero, en aquel momento, los trocitos de mampostería se le clavaron en la cara; mientras intentaba procesarlo, una segunda bala le pasó rozando, para después dar contra una rejilla de ventilación que tenía justo detrás. Ethan Brand la había encontrado.

Se retiró antes de que acertase y se movió por el tejado, avanzando con cautela. Oyó a Kate Brand gritar:

—Voy a por ella, ¡cubridme!

Chernoff apuntó a Kate justo cuando Ethan abría fuego sobre su nueva posición. Oyó un proyectil pasar junto a ella, y la segunda bala le dio en el chaleco e hizo que rodara por el suelo para ponerse a cubierto.

Malloy se sentó, rodeado por el sonido de las escopetas. Todavía estaba intentando sacar el Kalashnikov cuando Kate soltó el primer cargador vacío, recargó la calibre 45 y empezó a correr por el aparcamiento. Mientras lo hacía, les pedía que la cubriesen.

Al observarla moverse, Malloy se dio cuenta de que le habían dado. La mujer se puso a cubierto en el centro del aparcamiento y después siguió moviéndose mientras Ethan descargaba su calibre 45 sobre el tejado. Malloy utilizó aquella distracción para echarle un vistazo a Ohlendorf; el abogado estaba muerto. Se acercó a rastras a la parte delantera del coche y encontró a Josh Sutter en el suelo, respirando con dificultad y, obviamente, aterrado.

—Me han dado —dijo el agente.

Kate pasó por encima del maletero y el techo de un coche deportivo, saltó hacia un adorno gótico a unos cuatro metros del suelo y se agarró a un saliente de la piedra con las dos manos, dándose contra la pared de yeso con las botas. Sobre el adorno, el edificio tenía bloques hasta llegar al tejado. El único problema era que la herida le ardía. El dolor empezaba a quitarle las fuerzas. Metió los dedos en el borde del primer bloque y se impulsó hacia el siguiente, poniendo los pies en el adorno.

Se obligó a olvidar las náuseas a base de pura rabia. Subió y metió los dedos en una unión de argamasa entre dos grandes piedras. Después subió la pierna buena hasta tener el dedo gordo metido en otra unión y se dirigió al bloque siguiente. Se impulsaba con rapidez, porque Chernoff no iba a quedarse por allí, esperando a que la poli la cogiera, y Kate no quería darle la oportunidad de volver a intentar matarlos. Justo bajo el tejado, se agarró a la canaleta. Aquel tipo de cosas eran famosas por su fragilidad, podía romperse o combarse sin previo aviso, pero no tenía elección. Debía confiar o huir. Tiró con fuerza de ella, para probar, y parecía sólida. Los alemanes eran buenos reparándolo todo, incluso en el barrio rojo de la ciudad. Al menos, eso se decía mientras se apartaba de la pared para quedar colgada durante un instante en el aire, a veinte metros del suelo.

La canaleta gruñó, pero resistió. Kate sacó su pesado cuchillo de combate de la bota y se lo puso entre los dientes. Después subió la barbilla hasta el borde de la canaleta y se sostuvo con una mano. Cogió el cuchillo y probó suerte con él en las tejas; se clavó en una pieza sólida de duro contrachapado.

Cuatro plantas más abajo oyó acercarse las sirenas de la policía desde distintos puntos del barrio. Con el cuchillo, se impulsó por la canaleta y consiguió ponerse en pie. Tenía las gafas de visión nocturna puestas y sacó el calibre 45, pero Chernoff, tal como esperaba, ya se había retirado del tejado.

—¿T.K.? —preguntó Ethan.

—Josh está herido.

—¿Es grave?

—Sigue consciente.

Ethan volvió y encontró a T.K. sosteniendo a Josh.

—¡Me ha atravesado el chaleco! —exclamó Josh asustado.

—A veces pasa —respondió Malloy—. La buena noticia es que quizá no sea muy profunda. ¿Puedes andar?

—No sé.

Cuando Malloy lo estaba poniendo en pie apareció el primer coche de policía por el callejón más grande: al otro lado del patio en el que se encontraban.

—¡Adentro! —susurró Malloy.

Estaban en la puerta de atrás del Das Sternenlicht cuando un segundo coche entró en la plaza, justo detrás del primero.

—¡Chica! —llamó Ethan por el intercomunicador. Kate no respondió, y ya no la veían.

Una vez dentro, Malloy señaló al almacén.

—¡A través del bar! —les dijo.

Josh estaba apoyado en el hombro de Malloy para sostenerse, pero al menos movía las piernas y cargaba con casi todo su peso. Ethan mantuvo baja la pistola al pasar junto a la poco agraciada bailarina esquelética. Había dos hombres en el público y otro detrás de la barra. Todos miraron a Malloy y Josh avanzar con dificultad por el bar, pero ninguno dijo nada, ni intentó llamar por teléfono. Cuando salieron, Ethan vio un coche de policía entrando en el estrecho callejón… y bloqueando el patio.

—¡Chica! —volvió a decir, de nuevo sin respuesta.

Adelantó a Josh y Malloy, y salió a la calle delante de un BMW que se había detenido para dejar pasar al coche patrulla.

—¡¡Alto!! —gritó Ethan, apuntando con el arma a la ventanilla, a la cabeza del conductor, que levantó las manos. Sin dejar de apuntarlo, Ethan se acercó a la puerta—. ¡¡Fuera!!

Malloy se subió detrás con Josh. Ethan dejó que el conductor se alejara y después ocupó su asiento. Se oyeron gritos en la acera y el coche de policía salió del callejón del patio marcha atrás.

Ethan metió el acelerador y golpeó el guardabarros trasero del coche patrulla al retroceder. Le dio también de rebote a un coche aparcado y consiguió salir por un hueco. Desde atrás, Malloy hablaba casi como si no pasara nada:

—Todavía nos ven, pero nadie nos sigue.

Ethan dio un par de giros bruscos.

—¡Tiene buena pinta! —comentó Malloy.

Ethan supuso que «buena pinta» era tener unos diez segundos de ventaja. Frenó de golpe y patinó hacia la siguiente calle lateral sin ver policía. Encontró lo que buscaba a media manzana de distancia: un viejo Mercedes de veinte años que parecía bien cuidado. Los modelos antiguos de Mercedes tenían menos plástico y más acero…, potencia de ariete, en otras palabras.

Ethan le pegó un tiro a la ventanilla del conductor y metió su cuchillo de combate bajo el salpicadero a la vez que entraba en el coche. Malloy y Josh se metieron como pudieron en el asiento de atrás, tan despacio que, cuando por fin estuvieron dentro y cerraron la puerta, Ethan ya había arrancado el motor y empezaba a apartarse de la acera.

—¡Sigue despejado! —dijo Malloy algo más animado. Ya casi estaban fuera.

Ethan se metió en la primera calle a la derecha y se encontró de frente con un coche de policía que bajaba por la calle sin sirenas. Se apartó educadamente del centro de la calle y lo observó pasar. Un segundo después, aceleró. Tres, cuatro, cinco segundos…

—¡Despejado! —anunció Malloy.

Dio la vuelta, bajando a velocidad legal.

—¿Seguimos bien?

—Sí.

Ethan intentó orientarse. Seguían en el barrio, pero, en aquel momento, estaban solos, y estar solos no era bueno. Necesitaban perderse en el tráfico, de lo contrario, algún poli los descubriría.

—Tenemos que llevar a Josh a un hospital —comentó Malloy.

—¡No! —gritó Josh, que estaba asustado, aunque no parecía desvariar.

—No sé si la herida es grave —respondió Malloy.

—Da igual. Si voy a un hospital, acabaré en la cárcel.

—Al menos estarás vivo —repuso Ethan. Decidió que sabía dónde estaba y se metió en otra calle. Todavía por debajo del límite de velocidad, empezó a pensar (o por lo menos a esperar) que lo habían conseguido.

—¡Os lo suplico, chicos, nada de hospitales!

—Podrías estar desangrándote —le dijo Malloy—, ¡y no me daría ni cuenta!

—¡Me da igual! No quiero ir a la cárcel, ¡aquí no! ¡Ni siquiera conozco el idioma!

La puerta de acceso al tejado estaba cerrada con llave, así que Kate disparó a la cerradura. Bajó por las escaleras cubiertas llevando la calibre 45 con las dos manos y el Kalashnikov todavía bajo el chubasquero. Mantuvo la espalda pegada a la pared de ladrillo y bajó las escaleras con precaución. Le dolía el muslo por culpa del disparo del francotirador y notaba la sangre caerle por la pierna.

Se detuvo al final de las escaleras y se quitó la chaqueta, el arma, el chaleco y la blusa. Se bajó los pantalones y le echó un vistazo a la herida. La bala la había atravesado. La pierna le temblaba sin control y la herida no dejaba de sangrar. Cortó con el cuchillo varias tiras anchas de tela de la blusa y empezó a atarse la herida. La tela se volvió roja, así que se ató otra tira. También se puso roja. Empezó a sentir de nuevo náuseas en la garganta. Necesitaba dejar de moverse si no quería perder demasiada sangre, necesitaba ir a algún lugar seguro y tranquilo. El problema era que, si dejaba de moverse, la pillarían. «Moverse o morir», pensó, y se acordó del Eiger. Moverse o morir. Se volvió a poner el chaleco, se colocó el Kalashnikov y se puso la chaqueta. Se metió las gafas de visión nocturna en el bolsillo y abrió la puerta que había al final de las escaleras… utilizando de nuevo la pistola.

Entró en el vestíbulo de lo que parecía ser un hotel de mala muerte y vio a un hombre que corría hacia ella; al parecer, había oído la pistola con silenciador. Sin duda se trataba de un vigilante freelance, y llevaba la pistola desenfundada, aunque sin apuntar a Kate; cuando ella lo apuntó con su arma, el hombre se detuvo. Parecía querer levantar la pistola, pero medio segundo de vacilación acabó con sus posibilidades, así que la dejó caer.

—¿Teléfono? —preguntó ella.

El hombre se metió la mano en el bolsillo de la camisa y sacó un móvil.

—Retrocede —le dijo Kate, y él obedeció.

Sin dejar de apuntarlo, Kate se guardó la pistola y aplastó el móvil con la bota. Después recorrió el pasillo hasta otra escalera, disparó a la cerradura y salió al fondo de una librería para adultos, donde encontró el fusil y el chaleco de Chernoff. La buscó mientras se acercaba a la entrada delantera de la tienda, pero solo vio hombres entre las estanterías.

Algunos la observaron al verla pasar con el arma, pero era el barrio rojo, así que no resultaba fácil sorprenderlos. En la puerta se deshizo de la pistola del guardia de seguridad y se alejó cojeando por la acera.

Miró a uno y otro lado, pero Helena Chernoff había desaparecido.

—¡Arranca! —susurró Chernoff cuando se metió en el coche de alquiler de Carlisle. Carlisle metió la marcha y avanzó, pero el tráfico lo detuvo antes de poder girar. Mientras esperaba, se arriesgó a mirar por el espejo retrovisor y vio a una mujer cojear por la calle. Miró a Chernoff y se dio cuenta de que ella también miraba a la mujer con una curiosa atención.

—¿Problemas? —le preguntó.

—Kate Brand sigue viva —respondió Chernoff, mirando por el espejo hasta que giraron.

—¿Cómo?

—¡Subió por la fachada del edificio, David! —Carlisle soltó una palabrota y se rio—. ¿De qué te ríes? Su marido y ella han estado a punto de matarme.

—¿Y los demás?

—Estaban todos en el suelo cuando me fui, incluido mi equipo. Si no están muertos, los detendrán.

—¿Y Malloy?

—Le di, pero si llevaba chaleco…

—Hay que eliminarlo. ¿No tienes a alguien en la policía que pueda llegar hasta él?

—Tengo acceso a un agente en una de las unidades de inteligencia, pero no asesinaría a nadie.

—Todo el mundo tiene un precio.

—Veré lo que puedo hacer —respondió Chernoff, después de mirar a Carlisle y volver a examinar la calle—. ¿Y los Brand? ¿Qué quieres hacer con ellos?

—Yo me encargo cuando vuelva a Nueva York.

Ethan se metió en otra calle ancha y bien iluminada, pero el tráfico que buscaba empezó a frenarlo.

—¡Un control! —avisó Malloy.

Al parecer, Ethan también vio a los polis en el mismo instante, porque dio un giro de ciento ochenta grados. Como conducía con una sola mano en el volante, se le fue el coche y golpeó con la parte de atrás una fila de vehículos aparcados, aunque se puso en movimiento rápidamente. Malloy vio que los polis del control corrían a sus coches. Ethan ya había puesto dos manzanas y media de por medio antes de que empezaran a perseguirlos.

—¡Todavía podemos perderlos! —dijo Malloy.

Ethan giró bruscamente a la derecha y después a la izquierda. De nuevo iban en dirección norte por calles laterales, pero se hacía tarde: el tráfico era demasiado escaso para ocultarlos. Giraba hacia uno u otro lado al azar y, durante un instante, creyeron haber perdido de verdad a los dos coches que los perseguían.

—¿Te han herido en el brazo? —le preguntó Malloy.

—Una bala justo detrás de la muñeca.

—¿Es grave?

—Hueso roto.

Al volver a girar en la siguiente manzana oyeron más sirenas, aunque no vieron nada. Ethan sostuvo el volante con las rodillas, metió la mano bajo su chubasquero, sacó su móvil y se lo lanzó a Malloy.

—¡Es la Chica! —gritó.

—Soy T.K.

—¿Dónde está el Chico? —preguntó Kate.

—El Chico está algo liado con el volante en estos momentos.

—¿Tenéis problemas?

—Creo que los polis nos rodearán en un par de minutos.

—¿Dónde estáis?

—Es difícil saberlo con certeza, pero probablemente al oeste del Aussenalster.

Miró por la ventana de atrás y vio que un coche de policía se metía en la calle a seis manzanas de distancia de ellos. Los polis los tenían de nuevo a la vista. Los ojos de Ethan estaban clavados en el retrovisor, así que no hacía falta decírselo.

—Si estáis junto al lago, el consulado de los EE.UU. tiene que estar cerca.

—No puedo involucrarlos en plena persecución.

—¡No te queda más remedio!

—No nos dejarán pasar.

—¿Y la gente que venía de Berlín?

—Todavía están a unas dos horas y media de aquí.

—Eso servirá. Quiero que vayáis al Stadtpark y os ocultéis. ¿Podréis hacerlo?

—Irán a por nosotros.

—No si usáis las armas.

—No voy a disparar a la policía.

—Pero ellos no lo saben —respondió Kate—. Solo tenéis que mantenerlos a raya un par de horas.

—¿Y después?

—¡Después reza para que pueda sacaros de ahí!

—El Stadtpark —dijo Malloy, devolviéndole el teléfono a Ethan.

—Hay que cruzar un puente para llegar.

—No los pueden bloquear todos.

—¿Estás seguro?

Un coche de policía apareció justo delante de ellos y se paró para cortarles el paso. Con otros dos coches detrás, estaban atrapados.

—¡Espera! —exclamó Ethan.

Aceleró y giró el volante a la izquierda, lo que hizo que el asiento de atrás del Mercedes patinase y diese de lado contra el coche de policía. Hubo un fuerte estallido hueco de metal sobre metal. Malloy se dio contra la puerta y vio que los polis que tenía casi al lado volaban por el coche como muñecos de pruebas.

Josh gritó. Algunos cristales se rompieron y los dos coches empezaron a dar vueltas. Ethan seguía luchando con el volante. El Mercedes terminó una pirueta irregular por el cruce y siguió adelante.

—¿Estáis todos bien? —preguntó.

Malloy miró atrás. Los coches que los perseguían estaban enredados con el coche al que Ethan había golpeado. Miró a Josh y vio que tenía los ojos como platos.

—Me estoy perdiendo un espectáculo, ¿verdad?

—¡Estamos bien! —respondió Malloy—. Cuando lleguemos al parque, la Chica dice que tenemos que ocultarnos y mantener a raya a la policía un par de horas. ¿Tendremos problemas?

—Probablemente, aunque supongo que podemos intentarlo. Josh —añadió—, no quiero decirte lo que debes hacer, amigo, pero quizá te iría mejor quedándote en el coche cuando salgamos. Deja que los polis te encuentren y te lleven a un hospital.

Al agente se le llenaron los ojos de lágrimas mientras sacudía la cabeza.

—Se viene con nosotros —dijo Malloy.

—Solo quería decir…

—Sin discusión. Se viene hasta que no pueda seguir.

—Vale, pero, cuando pare el coche, tienes que ponerte de pie solo. Si no puedes, nos largamos.

—¡Puedo ponerme de pie!

Malloy contempló los edificios que pasaban junto a ellos. Tenían que estar cerca del parque. Miró atrás. Había un coche a tres manzanas, pero no intentaba alcanzarlos. Eso significaba que habían preparado un bloqueo que no podrían atravesar.

Cruzaron el Alster por uno de sus doce o más puentes, saliendo disparados en el proceso. Ethan ya había apagado los faros delanteros y conducía con las gafas de visión nocturna. Malloy supuso por el ruido que los perseguían de seis a ocho unidades, además de otras dos unidades que llegaban por la orilla este del río y que estaban a punto de encerrarlos en el puente. Ethan esquivó una furgoneta de la poli que se acercaba y después atravesó una verja metálica decorativa que estaba colocada a la entrada del Stadtpark. Se metió en un amplio sendero de tierra y dio varios giros de noventa grados hasta ver una explanada de hierba que ocupaba unos doscientos metros. El campo acababa en una fila de árboles.

—¡El Álamo, chicos! —gritó Ethan saliendo del sendero y atravesando el prado.

Una vez al lado de los árboles, torció a la derecha hasta ponerse de lado y se detuvo. El Mercedes les ofrecía una buena protección para salir por el lado del conductor. Ethan cogió a Josh y se lo echó al hombro.

—¡Cúbrenos! —gritó.

Malloy hizo lo que le pedía: se escondió detrás de la rueda delantera del Mercedes y disparó un cargador entero. El efecto de los disparos fue automático, ya que los coches de policía se pusieron de lado y formaron una fila a unos ochenta metros de los árboles. Mientras lo hacían, Malloy metió el cargador de reserva en el AKS74 y retrocedió. Oyó algunas pistolas, pero estaban fuera del alcance de la mayoría de las armas.

Después de unirse a Ethan y Josh, Malloy observó cómo la segunda ola de polis rodeaba el parque, seguramente para cerrar el perímetro. Una vez que lo lograran, adoptarían una postura defensiva y esperarían a que sus grupos de operaciones especiales llegasen para el asedio.

—Quedaos aquí los dos —susurró Ethan—. Tengo que echar un vistazo. Volveré dentro de diez o quince minutos.

Cuando Ethan salió corriendo a toda velocidad por el prado siguiente, Malloy pensó por un instante que no regresaría. Bueno, ¿y por qué iba a hacerlo? Si era capaz de correr así, quizá pudiera salir de allí antes de que la policía asegurase la zona. Malloy miró a Josh. Le gustase o no, Josh iría a la cárcel. Los dos irían.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó.

—Como si alguien me hubiese golpeado en el pecho con un martillo y después me hubiese tirado a una hormigonera.

—¿La primera vez que te dan?

—Sí, ¿te han dado alguna vez?

—Me acertaron unas cuantas veces en el pecho en mi primer año sobre el terreno.

—Suena divertido.

—Instructivo, sobre todo.

—¿Sí? ¿Qué aprendiste?

—Que lo único peor que el dolor es no sentir dolor. No sentir dolor significa que se ha acabado.

—En ese caso, me parece que voy a vivir para siempre.

—Quédate con esa idea.

Al cabo de un minuto escuchando las sirenas que llegaban desde todas partes, Josh respiró hondo, como si quisiera reírse.

—El Chico se ha largado, ¿no?

Malloy miró al prado que tenían detrás y notó que se liberaba de la presión que le atenazaba el pecho. Se acabaron los secretos.

—Si es listo, lo habrá hecho.

—Tendría que haberme quedado en el coche. Es decir, tú tenías una oportunidad sin mí. Solo pensaba en…

—Todavía no nos han cogido, Josh.

—Nos han cogido, T.K. Llegados a este punto, solo es cuestión de tiempo —como Malloy no respondía, le pregunto—: ¿Estás casado?

—Sí —respondió, y los ojos empezaron a arderle al pensar en Gwen. ¿Cómo se lo tomaría? Tres, cinco años en la cárcel…

—¿Hijos?

—Tengo una hija mayor con la que no me llevo bien.

—Eso es duro.

—Lo es, cuando la veo.

—Yo tengo tres hijas y una mujer que lo son todo para mí, T.K.

—Escucha, Josh, es probable que sea cierto lo que el Chico dijo sobre la acusación de asesinato. Van a amenazarte con eso, pero solo para hacerte hablar. Te pedirán información sobre Dale y sobre mí, pero quiero que te hagas el tonto hasta que tengas un abogado, un abogado de la embajada estadounidense en Berlín. Cuando tengas representante legal y puedas negociar un trato ventajoso, diles todo lo que sepas. No te guardes nada. Ahora mismo no hemos herido a ningún policía y no estabas involucrado en el secuestro del hombre del piso franco. Yo les diré lo mismo. Quizá con eso te caigan de tres a cinco.

Josh Sutter pareció calcular aquella información. Los dos empezaban a aceptar que tendrían que rendirse.

—Tres años es mucho tiempo, T.K.

—No tanto como veinte.

—Tres años…, se puede perder a la familia en tres años. En cuanto a mi trabajo, el FBI se librará de mí en cuanto sepan que estoy metido en esto.

—Pues empiezas de nuevo, recuperas a tus crías, haces las paces con tu ex mujer, consigues un trabajo y sigues con tu vida. Tres años no es el fin del mundo.

—¿Crees que Jim sigue vivo?

—No lo sé, Josh.

—Quizá nos dejen ser compañeros de celda, bueno, para que pueda hablar con alguien. Es extraño pensar en eso, en darle una celda juntos a dos agentes del FBI.

Dieciocho minutos después de su partida, Ethan volvió. Respiraba con dificultad, como un boxeador entre asaltos.

—¡Vamos! —dijo, y se echó a Josh Sutter al hombro.

—¿A dónde vamos? —preguntó Malloy.

—He encontrado un buen sitio para esconderos. Espero que sirva para manteneros a salvo, al menos hasta que salga el sol.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

—Os lo diré cuando lleguemos.

El lugar que Ethan había encontrado los obligaba a apartarse de los árboles y cruzar un segundo prado. Después de eso, siguieron un sendero del parque hasta llegar a un enorme arbusto de rododendro. Se pasó un minuto cubriéndoles la cara y las manos de lodo, igual que había hecho él mismo con su cara, y después los ayudó a meterse bajo las pesadas ramas. Finalmente, los tapó con hojas. A no ser que una patrulla se metiese en el arbusto, estarían a salvo una hora aproximadamente, al menos hasta el alba.

—Kate quiere que tu gente de Berlín se reúna con nosotros en la E22, la carretera que va al norte desde Hoisburg. ¿Puedes conseguirlo?

—Claro, ¿dónde está Hoisburg?

—Por lo que ha podido ver, en medio de la nada. Tendríamos que estar allí más o menos al amanecer, hora arriba, hora abajo. Si llegamos más tarde, no lo lograremos.

—¿Cómo vamos a llegar?

—Tú consigue que estén allí; Kate y yo nos ocupamos del resto.

Malloy llamó a Jane, mirando la hora mientras esperaba a que respondiese. Eran las tres y media en Hamburgo, solo las nueve y media de la noche en Langley.

—¿Sí?

—¿Dónde está la gente de Berlín?

—De camino, ¿por qué?

Malloy le dio las instrucciones de Ethan.

—Llevamos a algunos heridos con nosotros.

—¿Qué ha pasado?

—Emboscada.

—Enviaré a un helicóptero médico.

—Ponlo a un par de horas al sur del punto de recogida. Si los alemanes se dan cuenta de que estamos heridos, caerán sobre nosotros.

—¿Os persiguen los polis?

—Solo unos cuantos cientos.

—Genial.

—Voy a estar ilocalizable un par de horas, Jane. Te llamaré cuando pueda.

—¿Están muy mal los heridos, T.K.?

—Un par son ambulatorios. El otro tiene una herida en el pecho. No es profunda, creo, pero la cosa podría ponerse seria si no lo tratan.

—Estoy aquí para lo que necesites.

Malloy colgó y miró a Ethan.

—Estarán allí.

—Mantened los intercomunicadores apagados hasta las cinco y media —repuso Ethan, mientras cogía las gafas de visión nocturna de Josh Sutter—. Tendréis que reservar las baterías.