ERFURT (ALEMANIA)
LUNES, 10 DE MARZO DE 2008.
Malloy encontró un BMW cerca de la estación de Erfurt. Rompió la ventanilla y le hizo el puente. En la primera carretera principal que encontró, puso rumbo al sudeste, en dirección a Francfort; llamó a Jane en cuanto estuvo en la autopista.
—Voy a tener que cambiar de coche en Francfort, solo por si acaso.
Repasaron los detalles y después ella le dijo que lo llamaría. Lo hizo, veinte minutos después, para decirle que podía recoger algo en la estación de tren de Francfort.
—¿Algo sobre Chernoff? —preguntó Malloy.
—Según tengo entendido, pretenden subir al tren en Eisenach. Eso será… dentro de cinco minutos.
—He estado pensando en cómo ha manejado este asunto, Jane.
—Ya no es nuestro un problema, y no me apetece pasarles nuestra información a los alemanes.
—Ese es el tema. Creo que Chernoff quería verse lo menos expuesta posible. Eso significa que subiría al tren en Weimar para bajar en Erfurt, de quince a dieciocho minutos. Si tenía un compañero, la esperaba un vehículo que ya debe de haberse marchado, pero, si iba sola, habrá dejado un coche en Weimar o en Erfurt, y me parece que será en Erfurt.
—Los alemanes lo descubrirán, T.K.
—Ahora mismo no saben de dónde ha salido esa mujer ni qué estaba haciendo. Y ella se pasará toda la noche intentando probar que se han equivocado de persona. Eso nos da una ventaja de unas doce horas antes de que empiecen a buscar su coche, mirando en varios sitios distintos. Anoche perdió a mucha gente, Jane, y debía tener un ordenador encima si estaba rastreando la señal de mi móvil.
—¿Por qué crees que su coche está en Erfurt?
—Porque allí es donde pretendía salir del tren. A estas horas de la noche le costaría encontrar un taxi. Le venía mejor dejar el coche allí que en Weimar.
—Me pongo con ello —respondió Jane algo emocionada. Para ella, los móviles y los portátiles eran tesoros ocultos.
Malloy recogió un todoterreno gubernamental en la estación de Francfort y dejó el coche robado aparcado. Estaba entrando en Mannheim, menos de una hora después, cuando Jane lo llamó.
—¿Ha habido suerte? —le preguntó él.
—Todavía estamos intentando mandar a alguien a Erfurt para que eche un vistazo. No llamo por eso. ¿Recuerdas a Irina Turner?
—¿Te refieres a la secretaria de Jack Farrell? —preguntó Malloy frunciendo el ceño. La «sexcretaria» que Farrell había abandonado en Barcelona.
—Esa misma. Al parecer, aterrizó en Nueva York hace tres horas, junto con dos investigadores de la policía española. Pasaron por inmigración y aduanas, y los recibieron dos agentes del FBI, todo según lo previsto. Nuestra gente iba a llevar a Turner y a los españoles a Manhattan. Es lo último que hemos sabido de ellos.
—¿Me estás diciendo que Irina Turner se quitó de en medio a cuatro agentes y después desapareció?
—O alguien la ayudó. En cualquier caso, me parece que no era tan tonta como creíamos.
—Tengo que meditar sobre ello.
—Eso supuse. Si se te ocurre algo, llámame. No creo que vaya a dormir mucho esta noche.