EMBAJADA ESTADOUNIDENSE (BERLÍN)
DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2008.
De la operación quirúrgica de Malloy se encargó uno de los guardias de la embajada, que sacó veintitrés postas, limpió las heridas y las vendó. Terminó con una inyección de aminoglucósida para evitar la infección. Para los riñones le puso glucocorticoides y le dio un frasco de analgésicos. Malloy durmió unas cuantas horas y después tomó una comida caliente.
Llamó a Gwen desde la línea segura aquella misma tarde, aunque para ella era por la mañana temprano. Su mujer le deseó feliz cumpleaños y le dijo que estaba esperando su llamada. ¿Haría algo especial para celebrarlo?
—Hoy toca viaje —respondió—. Lo celebré anoche.
—¿Qué hiciste?
—Di una vuelta por Hamburgo con unos amigos.
—¿Y ya está?
—Pasamos unas cuantas horas en uno de los parques de la ciudad, hablando sobre el sentido de la vida. Ese tipo de cosas.
—Ay, Thomas, ¡qué aburrido! ¡Tienes cincuenta, todavía no estás muerto! ¡Se supone que debes divertirte!
—Te echo de menos, Gwen.
—Yo también. ¿Cuándo vuelves?
—Hemos encontrado una cuenta bancada en Zúrich que no conocíamos, así que pasaré unos días allí. Cuando sepa lo que voy a tardar, te llamo.
—¿Lo vais a coger?
—Gwen, los peritos contables no son magos.
Hablaron durante unos minutos sobre las cosas de casa. El director de galería había hablado con Gwen la noche anterior para hacer una retrospectiva de su trabajo. Estaba bien, aunque una retrospectiva la hacía sentirse vieja. ¿Lo era?
—No soy lo bastante vieja para una retrospectiva, ¿verdad?
—Necesitas otros treinta años más para una retrospectiva decente —corroboró él.
—Seguro que cincuenta años no son muchos para un contable, ¿a qué no?
—Es la flor de la vida.
Cuando Malloy colgó, Brian Compton le informó sobre los daños en Hamburgo. La policía había encontrado el cadáver de Jim Randal en un piso a un kilómetro del lugar de su desaparición. No habían realizado una autopsia, pero parecía haber muerto de un solo tiro en la sien. Rápido y limpio. En Ramstein había mejores noticias: Josh Sutter ya había salido del quirófano y estaba bien. Cuando Compton pasó a los asuntos de la Compañía, había noticias para todos los gustos. Perdieron el piso franco de Dale Perry, como esperaban, pero recuperaron sin incidentes el ordenador y el equipaje de Malloy.
Malloy preguntó por los polis, ¿algún herido? Había un par de heridos, sí, sobre todo por lesiones cervicales, pero ninguno de bala. Aparte de Hugo Ohlendorf (aunque en Berlín nadie lo veía como un asunto aparte), solo habían muerto unos cuantos matones de Hamburgo. Compton repasó los antecedentes de los asesinos de ambos ataques, entre ellos una mujer con un amplio historial de asaltos y posesión de armas. Todos eran locales, salvo por un berlinés, y todos tenían una larga relación con los tribunales. Se trataba de gente con la que Ohlendorf podría haberse puesto en contacto a través de algún tipo de intermediario, como Xeno. Ninguno parecía el especialista del que había hablado el abogado.
—Tal como era de esperar, los alemanes exigen la detención y extradición del señor Thomas, del Departamento de Estado, y del agente especial Josh Sutter.
—¿Cómo estamos llevando el asunto?
—Charlie Winger me ordenó que le entregase a la gente de Dale.
—¿Y lo ha hecho? —preguntó Malloy intentando permanecer inexpresivo.
—Resulta que los hemos perdido.
—¿No los vigilaba? —preguntó Malloy manifestando sorpresa… y un poquito de decepción con las nuevas generaciones.
—Seguimos el rastro del dispositivo GPS que le puse a la británica hasta la estación de tren de Francfort, antes de darnos cuenta de que lo llevaba un empresario alemán —respondió Compton, molesto.
—Bueno, la ha fastidiado —repuso Malloy con estudiada indiferencia—. Le dije que eran buenos. Supuse que les asignaría un agente.
—¡No tuvimos tiempo de hacerlo!
—Siempre hay excusas cuando el mal está hecho.
—Estábamos preparados para ponerles una red en Francfort, por si teníamos que recogerlos. No tendrá ni idea de a dónde se dirigen, ¿verdad?
—De saberlo, se lo diría.
—Si lo llama uno de ellos, T.K… —respondió Compton, que no parecía habérselo creído.
—Usted será el primero en saberlo.