VUELO A ZÚRICH

DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2008.

Kate se despertó sobresaltada y se dio cuenta de que estaba en un avión. Durante un segundo no supo cómo había podido pasar, pero después recordó que Ethan había llamado a su amigo de Berna, la larga espera hasta su llegada, el espantoso dolor en el muslo durante todo el día, la incertidumbre de no saber si podrían salir del país y, por último, entrar en el fuselaje y desmayarse…

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Ethan.

—Sedienta —respondió mirando a su alrededor, hasta encontrarlo detrás de ella.

Él le dio agua, aunque hizo una mueca al utilizar el brazo. Kate se rio en voz baja.

—Menuda pareja, ¿eh?

—Llegaremos a Zúrich dentro de un par de horas. Ha llamado Marcus, tendremos a un médico esperándonos en el hotel.

—¿Cómo lo llevas?

—Dolorido, pero viviré.

—Siento haberte metido en esto, Ethan.

—¿Qué dices? Me lo he pasado genial.

—Giancarlo me dijo que mi empeño acabaría matándonos a los dos…

—Todavía no estamos muertos, Kate.

Ella sonrió, y pensó en el Eiger y en el miedo que había sentido colgada de un trozo de roca sobre un abismo. «Todavía no estamos muertos».

—¿Sabes qué? Cuando perdí a Robert creía que no volvería a enamorarme.

—Eso le pasa a todo el que ha estado enamorado.

—No es que pensara que nunca sentiría nada por nadie, sino que no quería sentirlo. Quería seguir enamorada de él toda mi vida. Era como si pensara que, aunque se hubiese ido, todavía podía tener algo…

—Lo sé.

—¿Lo sabes? ¿Has estado en una relación parecida? ¿Cuándo?

—Estoy en una relación parecida ahora mismo.

—¿No te sientes traicionado a veces, por compartirme con Robert? —preguntó ella, después de reírse y apartar la vista.

—Supongo que antes sí. Sabía por qué me alejabas; por qué bromeabas cuando intentaba ponerme serio. Al cabo de un tiempo, descubrí que tenía que irme o aprender a vivir con ello. Y decidí aprender a vivir con ello.

—Si hubiese dejado marchar a Robert, hoy no nos habrían disparado —repuso Kate cerrando los ojos.

—No hago esto por tu primer marido, Kate, lo hago porque la persona que envió a esa gente al Eiger quería matarte. Por lo que a mí respecta, no pararé hasta saber la verdad.

—¿Crees que volveremos a ver a T.K.?

—Da igual. Si decide que ya ha tenido bastante, lo haremos solos.

—En su lugar, creo que me iría directa a Nueva York.

—No, qué va. Puede que quisieras desaparecer, pero no podrías darle la espalda a un amigo.

—¿Por eso me amas?

—Es una de las razones.