CARRETERA DE HOISBURG A UELZEN (ALEMANIA)

DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2008.

—¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó el funcionario de la embajada de Estados Unidos después de estrechar la mano de Malloy y presentarse como Brian Compton.

Era un hombre alto y fornido, con corte de pelo militar y ojos azul claro. Como los tres hombres que estaban a sus órdenes, llevaba pistola automática y chaleco.

Malloy le dio la dirección de su hotel de la Neustadt.

—Hay que enviar a alguien a recoger mi ordenador y mis efectos personales. Si los alemanes cogen ese ordenador, sabrán quién fue el responsable del lío de esta noche.

—Creo que ya lo saben.

—Quizá, pero no pueden probarlo.

—Será nuestra prioridad.

—Una vez recuperado el ordenador, quiero que uno de los suyos pasé por la recepción del Royal Meridien y pague la cuenta de Sutter y la mía. La policía querrá preguntar por un tal señor Thomas del Departamento de Estado y por el agente especial Sutter, pero lo único que sabrá su hombre es que Jim Randal se enteró de algo ayer y fue por su cuenta. Thomas y Sutter informaron sobre el tema a sus superiores y se les ordenó que estuviesen en Ramstein a las nueve en punto de anoche. Quizá deba asegurarse de que los informes del vuelo que salga de Alemania lo confirmen, aunque no hay prisa. Por lo que respecta a su hombre, ya estamos de camino a los Estados Unidos.

—No se van a creer ni una palabra —respondió Compton.

—¿Y qué más le da? Su gente tiene inmunidad diplomática, ¿no?

—¿Sabe qué ha pasado con el piso franco de Dale Perry?

—Nos emboscaron en la puerta de atrás, por no hablar del rastro de sangre que lleva directamente a él. Supongo que los alemanes ya lo habrán encontrado.

—¿Y su ordenador?

—Lo limpié.

—¿Sacó algo antes de hacerlo?

—No tuve tiempo —respondió Malloy, mintiendo por costumbre.

—Vale —respondió Compton, recuperando la compostura—. No son buenas noticias, pero podrían ser peores.

Se dirigió a los hombres que tenía bajo su mando y les dio instrucciones. Dos de ellos salieron para Hamburgo. El tercero subió al segundo todoterreno y esperó mientras Compton ayudaba a Malloy a sacar a Josh Sutter del avión y meterlo en la furgoneta. Malloy se sentó delante. Compton, que tenía el equipo médico, subió detrás con Ethan, Kate y Josh.

—El agente Sutter se irá en el helicóptero. Estos dos han decidido buscar asistencia en otra parte —dijo Malloy. Compton lo miró—. No pregunte.

—Vale, veamos qué tenemos aquí.

—Puede que el agente Sutter sufra un derrame interno —le explicó Malloy—. Por lo demás, la herida está limpia. No sé cómo es posible, pero lo es. Ellos son los que más me preocupan.

—¿Qué médico se lo ha curado? —preguntó Compton, mirando la herida del brazo de Ethan.

—Ella —respondió Ethan, señalando a Kate con la cabeza y sonriendo.

—Buen trabajo, señora, ¿tiene formación médica?

—Una vez fui a clases de costura.

La sonrisa de Compton se desvaneció cuando quitó la venda de la muñeca de Ethan.

—Esto no tiene buena pinta —señaló al muslo de Kate— También voy a tener que echarle un vistazo a eso.

Kate se bajó los pantalones y Compton cortó los trozos de camisa empapados en sangre. Mientras lo hacía, dijo entre dientes:

—Deberían subir los dos a ese helicóptero.

—Y usted debería darnos antibióticos —repuso Kate.

—Estoy equipado para curar una herida de bala, no algo como esto —respondió Compton, después de rebuscar en la bolsa y encontrar cefalosporina—. Esto es bueno para prevenir infecciones, así que vale para el agente Sutter. Ustedes dos ya tienen infecciones. Si no consiguen ayuda rápidamente, podrían enfrentarse a una septicemia. ¿Entienden que suele ser mortal?

—No se preocupe, limpie las heridas y consíganos medicamentos —respondió Kate.

El punto de encuentro con los médicos del ejército era al sudeste de Uelzen. Cuando el helicóptero aterrizó en el campo de una granja, Compton y su conductor cogieron a Sutter en brazos y lo sacaron fuera. Malloy los siguió. Mientras Compton buscaba penicilina con uno de los sanitarios, Malloy le dijo a Sutter:

—Voy a encontrar al responsable, Josh.

—Hazme un favor: cuando lo hagas, llámame. Quiero estar presente en la detención.

—¡Eso está hecho, amigo!

Cuando Malloy, Compton y el conductor volvieron al todoterreno, Kate preguntó si podrían llevarlos a Uelzen. Ethan y ella cogerían un tren allí mismo.

—Podemos llevarlos a donde quieran —respondió Compton, pasándole penicilina y agujas.

—Gracias, pero queremos ir a Uelzen.

En la preciosa estación de tren de Uelzen, Compton dejó a su conductor con ellos y entró a comprar una muda de ropa para Ethan y Kate. Al cabo de un rato, el conductor dijo que quería echar un vistazo por allí. Ya solos, Malloy señaló al micrófono que habían puesto en la luz del interior del compartimento, como si estuviese presumiendo de su tecnología.

—Asombroso, ¿verdad? Si no supiera que está ahí, ni me daría cuenta.

Kate y Ethan, advertidos del peligro de hablar libremente, empezaron a charlar sobre tecnología y siguieron con ello hasta que regresaron Compton y el conductor.

Compton se quedó fuera para darles a Ethan y Kate un poco de espacio para cambiarse. Cuando salió Ethan, le dio las gracias a Compton por el viaje y le estrechó la mano. Mientras se alejaba, Malloy salió del todoterreno y sacó a Kate del vehículo. Después de despedirse con tres besos en las mejillas, al estilo suizo, le dijo:

—Estaré en Zúrich mañana.

—Ahora mismo no tengo ni idea de dónde estaremos nosotros.

—Te llamaré.

—No, nos desharemos de los teléfonos al salir de aquí. Mejor ponte en contacto con el capitán Marcus Steiner, de la Stadtpolizei de Zúrich. Me aseguraré de que sepa dónde estamos.

—¿Ese era tu chico? —preguntó Malloy sonriendo.

—¿Lo conoces?

—Es un viejo amigo.

—Bueno, pues tu viejo amigo es mi viejo amigo.

—Qué pequeño es el mundo.

—O, al menos, el país.

—Una cosa más —le dijo Malloy—: sabrás que Compton intentará seguiros, ¿no? —Kate no lo sabía. Miró a Compton—. Necesitan saber dónde encontraros, por si algún administrador decide entregaros a los alemanes.

—¿Serían capaces?

—Mira bien tu ropa nueva. Si no ha puesto un dispositivo de seguimiento en alguna parte, es que no es de la CÍA.

Compton se metió en el asiento trasero con Malloy y le preguntó a dónde quería ir.

—¿Tienen instalaciones médicas en la embajada de Berlín?

—¿Usted también?

—Anoche me dieron un tiro en el culo.

—¿En el culo?

—No es tan divertido como suena, la verdad.

—Creo que podemos encargarnos de ello —se lo dijo al conductor y se dejó caer en el asiento, cansado. También había sido una noche larga para él. Al cabo de un par de kilómetros, preguntó—: Bueno, ¿cuál es la historia de la británica y su novio estadounidense?

—La verdad es que no lo sé. Dale los contrató para el trabajo. Solo puedo decirle que son buenos. De no haber sido por ellos, estaría muerto… o en la cárcel.

—Parecía hacer buenas migas con la británica.

—Se me ocurrió que quizá necesitara un nuevo socio. Quería que supiera cómo ponerse en contacto si buscaba trabajo.

—¿Alguna idea de por qué no querían que los curásemos?

—A lo mejor no tenían seguro médico.

Compton sonrió, aunque su sonrisa no resultaba ni amistosa, ni reconfortante.

—¿No cree que es porque temen que los entreguemos a los alemanes?

—Pero eso no va a pasar, ¿no? —preguntó Malloy.

—No es cosa mía, pero el director de operaciones está considerando esa posibilidad.

—¿Charlie Winger?

—¿Conoce al director Winger?

—Somos viejos amigos.

—Nos va a caer una buena de los alemanes por esto T.K. Estaría bien poder darles a los responsables.