STADTPARK (HAMBURGO)

DOMINGO, 9 DE MARZO DE 2008.

Las primeras brigadas armadas entraron en el parque menos de una hora después de que la policía estableciese el perímetro. Llevaban gafas de visión nocturna y se movían con precisión militar. Ethan, que había estado corriendo entre distintos puntos de observación, abrió fuego contra los flancos de la brigada y después corrió hasta una posición al otro lado del parque, donde había un pantano. Encontró a un segundo equipo organizándose en el perímetro, a unos doscientos metros de distancia, y les disparó también, dando en focos y acero más que nada.

En la tercera área de entrada rompió un par de faros más y volvió al centro del parque, donde estaban los árboles más altos.

—¿Qué hace? —preguntó Sutter cuando escuchó los disparos.

Malloy no lo sabía, pero, cuando oyó que Ethan seguía disparando desde distintas posiciones, respondió:

—Da la impresión de que quiere hacerlos pensar que los tres estamos repartidos por el terreno y defendiendo nuestra posición.

—¿Y qué gana con eso?

—Tiempo.

—¿Es uno de los tuyos, T.K.?

—¿Te refieres a si es contable?

—Sí, un contable del Departamento de Estado.

—No, él y la Chica trabajaban en operaciones secretas para Dale… Trabajo como contratistas, según creo.

—Esa Chica es una belleza, ¿verdad? Bueno, incluso con un chaleco antibalas y equipo de combate… estaba… es decir… ¡si no estuviera casado!

—Me parece que te sientes mejor, ¿no?

—Salvo por el frío, el dolor en el pecho y las náuseas, sí, estoy perfectamente.

Poco después, Malloy dijo:

—Acabo de recordar que cumplí los cincuenta a medianoche.

—¡Tío! —exclamó Sutter, riéndose en silencio, aunque le costó bastante—. ¡Y yo pensaba que lo de la bala en el pecho era grave!

—¿Sabías que Patton tenía cincuenta y seis al inicio de la Segunda Guerra Mundial? Dicen que el viejo cabrón estaba deseando venir para meterse en la batalla.

—Supongo que antes los hombres eran más duros.

—Sin duda.

—¿Crees que Patton tuvo miedo alguna vez, T.K.?

—Todo el mundo tiene miedo, Josh, incluso el viejo Sangre y Tripas.

—Cuando cumpla los cincuenta…

—¿Qué?

—Iba a decir que no me gustaría estar haciendo cosas como esta, pero lo cierto es que quizá los cumpla en la cárcel. Para eso faltan… doce años. —Se quedó callado un momento—. Visto así —susurró—, estar sobre el terreno a los cincuenta y que te disparen…, bueno, me parece fantástico.

—No me digas que de verdad te gustaría acabar haciendo trabajo de despacho a los cincuenta.

—No me digas que de verdad te gusta esto.

—Esto exactamente no, pero… no lo sé. Incluso esto es mejor que hacer papeleo mientras los críos están en la calle divirtiéndose.

—Cuando te conocimos, ¿sabes lo que dijo Jim? Dijo: «¡Contables! Todos los que he conocido están como regaderas».

A las cinco, los tres equipos de tanteo ya se habían adentrado en el parque. En veinte minutos tuvieron a dos helicópteros dando vueltas sobre la zona y habían doblado el número de efectivos en tierra. En vez de correr o esconderse mientras cedía terreno, Ethan subía. Oyó a dos brigadas pasar bajo él, pero no podía seguir vigilándolas, porque las baterías de las dos gafas de visión nocturna se habían agotado. Un helicóptero flotó durante unos segundos sobre él, pero miraban al suelo, no a los árboles. Un par de segundos después, siguió adelante.

A las seis, con el sol todavía a unos treinta minutos, la policía se había hecho con el parque. Ethan oía el ladrido de las conversaciones por radio, en las que se notaba la frustración y el miedo de, quizá, haber dejado escapar a su presa de algún modo.

Cuatro patrullas pasaron por el estrecho sendero junto a la posición de Malloy y Sutter a última hora de la noche. Después de la última, Malloy encendió el intercomunicador, como le habían dicho, y oyó la respiración tranquila de Ethan.

—¿Cómo vamos? —preguntó.

Ethan no respondió, pero Malloy oyó un solo golpecito.

—¿No puedes hablar?

Dos golpecitos: no.

Veinte minutos después, Ethan dijo:

—Vais a tener que moveros dentro de exactamente dos minutos. Dirigíos al norte cruzando el sendero y a través de los árboles. Kate nos recogerá en el prado dentro de tres minutos.

Como se acercaba otra patrulla, Malloy prefirió no hablar. Dio un golpecito. Mensaje recibido. Contó hasta sesenta y le tapó la boca a Sutter antes de despertarlo.

—Vamos a salir corriendo.

—No puedo, T.K., estoy acabado.

—No me obligues a cargar contigo, Josh. Recuerda que soy un anciano.

—T.K., no puedo hacerlo.

Oyeron al jefe de la patrulla decir algo. Uno de los miembros de la brigada corrió rápidamente hacia ellos. Malloy mantuvo la mano en el Kalashnikov y rezó por no tener que usarlo. El jefe gritó:

—¡Mira debajo de esos arbustos!

Malloy quitó el seguro y estaba a punto de rodar para salir de los arbustos cuando una granada estalló al otro lado del parque. Segundos después llegó un informe por la radio:

—Todas las unidades a…

Otra granada y después una tercera, cada una en un sector distinto. Toda la brigada salió corriendo detrás del sonido de la granada más cercana, y Malloy sacó a Josh de entre las pesadas ramas del rododendro.

—¡Vamos! —susurró, poniendo al joven en pie—. ¡No te rindas ahora!

Kate entró con el Bonanza A36 por el oeste a una velocidad de casi ciento cincuenta nudos. Después de dejar atrás los últimos árboles que rodeaban el parque y asegurarse de que seguía con precisión las coordenadas que le había dado Ethan, bajó los flaps y las ruedas a la vez. El efecto era como pisar los frenos. Observó cómo caía en picado la aguja del variómetro y durante un momento se limitó a flotar sobre la tierra oscura, orientándose con las gafas de visión nocturna. Se dio con fuerza contra el suelo, rebotó más de lo que había calculado, ajustó los flaps y aterrizó bien a la segunda. Iba muy deprisa, y el suelo era relativamente plano y regular. Vio una brigada policial avanzando hacia ella desde los árboles que tenía a su derecha; la apuntaron con una luz, pero nadie dio la orden de abrir fuego.

Mientras el avión seguía moviéndose, Kate le dio la vuelta a la cola haciendo una especie de pirueta al rebotar en el suelo y volvió por donde había venido.

Ethan alcanzó a Josh y Malloy justo cuando cruzaban el sendero y entraban en el prado. Tiró el Kalashnikov, se echó a Josh al hombro y empezó a correr hacia el avión. Alguien disparó desde más allá del aparato, pero era una pistola y no estaban a su alcance. Kate aceleró y después frenó para cubrirlo.

Un foco bailó sobre él mientras oía los disparos de un par de pistolas más. Malloy, que iba unos cuantos pasos por detrás, empezó a devolver los disparos uno a uno con su Kalashnikov. Cuando Ethan consiguió meter a Josh en el avión y saltó detrás de él, Kate pisó el acelerador. Malloy tiró su arma y empezó a correr. Oyó armas más grandes a los lejos y se dio cuenta de que las balas le pasaban rozando. Entonces, una de ellas le dio en la espalda, se tambaleó y estuvo a punto de caer. Oyó más disparos desde otros puntos. Kate se quedaba sin espacio e iba a tener que acelerar si quería librarse de los árboles del final del prado. Consiguió llegar hasta el avión en movimiento y se lanzó a través de la puerta abierta, agarrándose a la mano que le ofrecía Ethan. Este chilló de dolor, pero no lo soltó. Tres balas dieron en el fuselaje antes de que Ethan gritara:

—¡Está dentro!

Kate pisó el acelerador a fondo, se puso a sesenta nudos, levantó el morro y, de repente, ya no hubo más disparos. Nadie quería derribar un avión encima de la ciudad. Delante de ellos estaban los árboles. Malloy se agarró a uno de los asientos para intentar sujetarse de alguna forma y observó cómo las oscuras ramas se agitaban delante de ellos, mientras el avión subía. Llegaron al máximo de rpm y el motor chilló. Rozaron las ramas más altas y oyeron el golpe de la madera en el metal, pero al final el avión se inclinó hacia el norte, con dos helicópteros de policía detrás.

Malloy, que empezaba a sentirse algo aliviado, miró a Ethan.

—¿Cómo conseguiste que estallasen esas granadas al otro lado del parque?

—Estaba en un árbol, a unos veinte metros de altura; me limité a lanzarlas en distintas direcciones.

—¿Y después bajaste y nos alcanzaste?

—La verdad es que no ibais batiendo ningún récord de velocidad.

—Íbamos a la velocidad justa, por lo que se ve.

Cuando perdieron de vista a los helicópteros que los perseguían, Kate encendió las luces y Malloy le echó un primer vistazo a Josh Sutter, que parecía más cerca de la muerte de lo que se había imaginado cuando estaban a oscuras.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó.

—Como un hombre libre.

—¿Sabes qué? Sí que pareces un hombre libre.

Le quitó el chaleco y le miró la herida. La bala había roto hueso y estaba todo inflamado. Tocó con delicadeza la herida y obtuvo un grito de dolor a modo de respuesta.

—Creo que noto la bala.

Buenas noticias. Lo malo era que seguramente se hubiera fragmentado, así que podía haber derrame interno en el corazón o los pulmones. Intentó prestar atención al ruido de los pulmones, pero el rugido del avión y su propio corazón acelerado se lo impedían.

—¿Cómo respiras? —le preguntó a Josh.

—Como casi toda la noche. Es difícil respirar hondo, aunque solo por el dolor.

Quizá fuera el dolor o quizá se le hubiesen llenado los pulmones de sangre.

—¿Tenemos botiquín? —le gritó a Kate.

—¿Y agua? ¿Tenemos agua? —preguntó Ethan.

—¡Hay una caja de botellas de agua atrás! —respondió Kate—. El botiquín está aquí arriba.

Malloy cogió agua para Josh y Ethan, y después se acercó al asiento del copiloto para llevarle a Kate una botella. Ella le dio las gracias y le preguntó si había sido una noche muy larga.

—Bueno, quizá fuera más larga la de Beirut, aunque no lo recuerdo. Estuve inconsciente unas cuarenta y ocho horas.

—Por lo que me contaba Ethan, no sabía si acabaría recogiendo a dos personas o a tres esta mañana.

—Josh todavía no está a salvo —contestó Malloy mirando al horizonte.

—Los hemos perdido —respondió ella como si le leyese el pensamiento.

Volaba justo por encima de los árboles y los edificios, con el cielo todavía a oscuras.

—Bueno, ¿dónde está Hoisburg exactamente?

—A unos diez minutos al este de aquí.

Malloy miró de nuevo el paisaje. Diez minutos estaba bien; en veinte tendrían a la policía persiguiéndolos con aviones.

—Voy a ver lo que puedo hacer por Josh.

Malloy cogió una especie de botiquín de primeros auxilios, aunque lo único que pudo hacer fue limpiar la herida y vendarla. Necesitaba antibióticos y no había ninguno. Una vez hubo terminado con Josh, echó un vistazo por debajo de la improvisada venda de la muñeca de Ethan y silbó.

—La bala la atravesó, algo es algo —le dijo Ethan. Le enseñó a Malloy el agujero de salida, pero no estaba limpio.

—Me parece que todavía tienes fragmentos dentro —comentó Malloy. Después de limpiar la zona con alcohol y vendarla, regresó a la cabina y se sentó junto a Kate. El efecto de pasar tan cerca de las copas de los árboles resultada desconcertante; era como si fuesen a estrellarse.

—¿Cómo está tu pierna? —le preguntó.

—¿Cómo sabes lo de mi pierna?

—Te vi cojear justo antes de que subieras al tejado de ese edificio.

—Me la vendé.

—Tiene que dolerte mucho…

—He pasado por cosas peores.

Malloy sacó el móvil y llamó a Jane; en su casa era poco más de medianoche.

—Nos reuniremos dentro de cinco o diez minutos —le dijo—. Estamos en un avión, por cierto, por si la gente de Berlín se pregunta cómo vamos a llegar.

—Se lo haré saber.

—¿Has tenido suerte con el helicóptero médico?

—Tu contacto tiene la información.

—Tendremos tres pasajeros para él, uno de ellos en estado crítico.

—¿Por qué tres? —preguntó Kate.

—El helicóptero médico es para Ethan, Josh y tú misma. Yo me voy a la embajada de Berlín.

—Solo tienes que llevarnos a un tren, T.K. Ethan y yo nos podemos cuidar solos.

—Quizá deberías mirarle la muñeca antes de decidirlo.

—Si nos consigues antibióticos, estaremos bien.

—Lo que tú veas mejor —respondió Malloy. Contempló los árboles que pasaban por debajo de ellos durante un rato y después añadió—: ¿Dónde aprendiste a volar?

—El año pasado, en Francia.

—¿Te ha costado conseguir el avión?

—Me costó encontrar un aeropuerto privado, pero llamé a un amigo con el que suelo volar y me dijo dónde encontrar uno. Después robé un coche, atravesé una valla metálica y derribé a tiros la puerta de un hangar. Cuando se despertó el vigilante nocturno, yo ya estaba en la pista.

Kate bajó un ala y vio dos todoterrenos negros aparcados en el arcén de una carretera rural.

—¿Son los tuyos?

Malloy se puso las gafas de visión nocturna y examinó las figuras.

—Eso parece.

—Espero, porque ya he tenido bastantes sorpresas por esta noche.

Kate subió hasta los doscientos metros. Su horizonte por el oeste seguía vacío, pero, al parecer, le interesaba más examinar la carretera. Una vez pudo comprobar que tenían pista libre, hizo bajar el avión en un largo arco descendente y dio la vuelta, en dirección a los todoterrenos. Frenó cuando bajó las ruedas y de nuevo cuando extendió los flaps. Bajaron hasta quedar a cincuenta metros de altura sobre la carretera, que pareció desaparecer durante un instante en una curva antes de regresar y seguir en línea recta, como si fuese una pista de aterrizaje, durante casi un kilómetro. Había algunos arbustos a ambos lados de la carretera, pero las alas solo tenían una envergadura de diez metros, así que Kate colocó el avión sin problemas entre ellos. Aterrizó con suavidad, frenando despacio primero, para después ponerse más agresiva al empezar a llegar a los coches aparcados.

—Buen trabajo —comentó Malloy cuando Kate paró a unos diez metros de los estadounidenses.