BARRIO DE ST. PAULI (HAMBURGO).
—Será mejor que le cuentes a Josh lo de Ohlendorf —dijo Kate mientras Ethan salía del coche y abría la verja del aparcamiento trasero del Das Sternenlicht.
—Estaba a punto de hacerlo —respondió Malloy mirando a Josh, que se había callado al darse cuenta de que no tenía ningún amigo—. El tipo que nos dio la información está ahí dentro.
—¿Todavía confías en él? —le preguntó Sutter. Sonaba como una broma, pero nadie se reía.
—Nunca lo he hecho —respondió Malloy, y metió el coche en el aparcamiento—. Cuando entres, quiero que vayas a la habitación de atrás. Que no te oiga decir nada. Vamos a tener que dejarlo marchar después y no quiero que tenga información que la policía pueda utilizar para encontrarnos.
Malloy entró primero para asegurarse de que nadie entraba al almacén desde el bar y los encontraba. Ethan y Josh Sutter sacaron el cadáver de Dale del maletero del Toyota y lo metieron en el sótano. Kate cogió las bolsas de lona.
Malloy condujo a los tres al dormitorio. Después de dejar el cadáver de Dale Perry apoyado en la pared, Sutter dijo:
—No podemos dejarlo así.
—Un equipo vendrá antes de que amanezca. Ellos se encargarán.
Malloy quería decir que soltarían el cadáver en alguna otra parte y dejarían que otros lo encontraran. Sutter examinaba el dormitorio, de aspecto estéril.
—¿Vivía aquí?
—No, es uno de sus pisos francos. Tenía mujer e hijos, una casa…, una vida real.
Sintió que la tristeza amenazaba con hacerse con él, así que la empujó de nuevo hacia dentro.
Kate se quitó la chaqueta y las armas.
—¿Tienes un botiquín de algún tipo?
—En el baño.
—Pues vamos, quiero echarle un vistazo a tu espalda.
—Encárgate de Ethan, tengo que limpiar el ordenador antes que nada —cuando se fueron, le dijo a Sutter—: puedes ponerte cómodo, Josh, tenemos que esperar tres o cuatro horas para llevarte a casa. —Consultó la hora—. La buena noticia es que estarás en un avión a Nueva York antes de ocho horas.
—No me voy de aquí hasta saber qué le ha pasado a mi compañero.
—Josh, no tienes elección. Si la policía te encuentra, te acusará de varios asesinatos y un secuestro.
—Entonces, ¿estás diciendo que si la policía encuentra vivo a Jim…? —preguntó Sutter, pálido de miedo, aunque todavía pensando en Randal.
—De cualquier modo, no será bueno, pero, al menos, si lo encuentran los polis seguirá vivo y podremos negociar con los alemanes. Quizá conseguir una reducción de su pena.
—Joder, ¿en qué nos has metido, T.K.?
—No lo sé, Josh —respondió Malloy, mirando a Dale y sintiendo que se le revolvía el estómago—. De verdad que no tengo ni idea.
Malloy encendió el ordenador. Tenía todos los archivos relevantes sobre Chernoff en su hotel de la Neustadt, pero le pareció buena idea buscar pistas sobre los Caballeros de la Lanza antes de limpiar el cacharro. Probó con caballeros, lanza y paladines. Como no encontró nada, buscó a Ohlendorf y encontró un nido de ficheros, incluidos sus socios conocidos. Se bajó el material a un lápiz de memoria de dos gigas y se guardó el dispositivo en el bolsillo. Después activó el software de autodestrucción. Una ventanita emergente le pidió su código, así que introdujo JANE, y los archivos empezaron a desaparecer. Mientras el programa estaba funcionando, registró los cajones y encontró una caja de DVD con material de la agencia. También había otro lápiz de memoria con dos gigas, aunque no tenía tiempo para leerlo. Se lo llevó todo a la cocina y empezó a romperlo. Una vez limpio el ordenador, sacó el disco duro, se lo llevó a la cocina y lo hizo pedazos. Después metió el disco roto, los DVD y el segundo lápiz de memoria en un cuenco de cristal y los roció con líquido desatascador de tuberías…, solo para asegurarse de que no sobrevivía nada.
Cuando llamó a la puerta del baño, Kate le dijo que entrara. Ethan estaba desnudo de cintura para arriba y sentado en el borde de la bañera. Kate estaba a su lado, a horcajadas sobre el borde, cosiéndole la herida con una aguja e hilo quirúrgico.
—¿Es malo? —preguntó Malloy.
—Tres postas le atravesaron la parte de arriba del brazo. He hecho lo que he podido para limpiar las heridas, pero va a necesitar un médico para sacarlas. De esto —añadió, señalando el trozo de piel suelta— hay que encargarse ahora mismo.
—¿Qué ha hecho para aliviar el dolor? —preguntó Malloy, hurgando en el botiquín.
Kate apartó la mirada brevemente de su sangrienta costura, miró a Malloy a los ojos y respondió:
—Echarle narices.
—¿Te duele? —le preguntó Malloy a Ethan.
—Un poquito —consiguió decir Ethan, aunque en su rostro, blanco como el de un fantasma, no se veía expresión alguna.
Kate terminó de coser la herida y buscó vendas en el botiquín. Después se volvió hacia Malloy.
—Te toca, T.K. Quítate la ropa.
Una vez libre de los pinchazos de la aguja, Ethan logró sonreír para comentar:
—¿Recuerdas aquellos tiempos en los que oírle decir eso a una mujer era algo estupendo?
Malloy se quitó el chaleco y la camisa. Le dolía, era un dolor profundo y sordo, como si se hubiese estrellado contra un muro unas cuantas veces.
—Quítate los pantalones también —le dijo Kate.
—¿Ni siquiera piensas invitarme a cenar?
—¡Joder, tío! —exclamó Ethan cuando Malloy se apartó educadamente de Kate—. ¿Qué te ha pasado en el pecho?
—Me lo hicieron en el Líbano —respondió Malloy, mirándose el pecho mientras se bajaba los pantalones—. Mi primer día de servicio.
—Pues podría haber sido el último.
—La gente que me encontró después me dijo que no creían que tuviese ninguna oportunidad —respondió Malloy, con una mueca.
Kate empezó a tantear la zona de los riñones de Malloy, y este hizo un gesto de dolor; no pudo evitar las lágrimas. Era como si su amiga estuviese utilizando la aguja.
—Estás bastante magullado por aquí, pero no sé si hay daño interno. Tienes que estar pendiente de la sangre. No es bueno tontear con los riñones.
—¿Y las heridas de la escopeta?
—Es una porquería sanguinolenta, pero limpiaré la zona y la vendaré. ¿Qué prefieres, sal o alcohol?
—¿Demerol?
—Pues alcohol.
Limpiar las heridas dolió más que el disparo, pero no tuvo que soportar agujas e hilo, así que lo aceptó sin quejarse demasiado.
—¿Crees que mi mujer se imaginará lo que ha pasado? —preguntó.
—No sé —respondió Ethan—, ¿es muy estúpida?
Josh Sutter llamó a la puerta del baño y la abrió, con la cara pálida. Le pasó su móvil a Malloy.
—Hay una mujer al teléfono. Dice que solo hablará contigo.
Malloy miró a Kate y a Ethan antes de aceptar el móvil y decir en alemán:
—¿Quién es?
—Estoy dispuesta a hacer un intercambio —respondió en alemán la mujer—. ¿Y tú?
Reconoció la voz de las grabaciones de vídeo que había visto la noche antes.
—¿Qué vamos a intercambiar, Helena?
—Un agente del FBI por un abogado de Hamburgo.
—Necesito una prueba de que…
—¡T.K.! —se oyó gritar a Jim Randal—. ¡Por amor de Dios, ayúdame!
—¿Te vale? —preguntó la mujer.
—Deja que hable con él.
—Hay un aparcamiento al final de Alsterchausseestrassé, cerca del Aussenalster. Podrás hablar con él allí, si traes al abogado.
—Lo encontraré —dijo Malloy, después de repetir en voz alta el nombre de la calle.
—Bien, porque tienes veinticinco minutos para llegar. Después… considera al agente especial Randal hombre muerto.