ALTSTADT (HAMBURGO)
SÁBADO-DOMINGO, 8-9 DE MARZO DE 2008.
—Ya vienen —dijo Chernoff con voz fría, aunque Carlisle sabía que estaba entusiasmada—. Malloy va con dos personas, una de ellas es mujer. Los agentes van detrás.
—¿Y Ohlendorf? —preguntó Carlisle, acercándose a la ventana para mirar las calles a oscuras.
—Si todavía lo tienen, seguro que podemos encontrarlo después.
Kate acercó el morro del coche a una pared al borde del aparcamiento de la BP. Randal puso su todoterreno al lado. Dale Perry había aparcado el Land Rover al otro lado de la calle, así que se acercó andando a ellos cuando empezaron a salir de los vehículos. Dale llevaba chaleco y una automática escondida debajo de un abrigo largo, además de una pistolera con la típica Glock del gobierno.
—¿Somos todos americanos? —preguntó Jim Randal. Seguramente se trataba de una broma, pero le salió como un ladrido.
—Lo bastante para trabajar para el Gobierno —respondió Malloy, mirando a Kate. Los presentó de manera informal, dando los nombres de pila de los dos agentes y de Dale. Ethan y Kate eran el Chico y la Chica. Después de los apretones de manos, Malloy le preguntó a Dale:
—¿Averiguaste en qué piso están?
—Hay cinco personas dentro del edificio, al parecer todos en la cama.
Malloy miró la hora: era casi la una.
—¿Dónde están el resto de los inquilinos?
—La gente duerme en sitios como estos de lunes a jueves, T.K. Tienen casas de verdad en otros lugares. De todos modos, de las cinco personas que hay dentro, solo dos están en el mismo piso, un hombre y una mujer.
—¿Farrell y Chernoff?
—Eso parece. Están en el lado este del edificio, primera planta. El piso de enfrente está vacío. Tienes dos personas más en la cuarta planta, en distintos pisos, y otra en la planta superior. La mayoría de estos edificios no tienen ascensor, así que, si controlamos las escaleras, podemos aislar a la pareja.
—¿Y el vigía? —preguntó Malloy. Estaba pensando que un vigía podría avisar a Chernoff y llamar a cinco personas armadas más que estuviesen fuera del perímetro.
—Esas son las malas noticias: hay unos cuantos edificios de viviendas que dan a la entrada y la iluminación es bastante buena. Así que estáis expuestos a un tiroteo tanto al entrar como al salir.
—¿Alguna forma de entrar al edificio por detrás? —preguntó Ethan.
—Es la mejor opción, siempre que podáis subir a la primera planta. La planta baja está cerrada, no hay ni puertas ni ventanas, pero después hay balcones que dan acceso a todos los pisos. La calle está cerca, aunque está tranquila a estas horas y hay muchas sombras.
—Tú decides —dijo Malloy, mirando a Kate.
—Podemos entrar por uno de los balcones de atrás. Si cogemos a Farrell, saldremos por la puerta principal y que un coche nos espere en la acera. Si tenemos que abandonar, saldremos por donde entramos y cogeremos el otro coche.
—Necesitamos que alguien vigile la cuerda al balcón —añadió Ethan—, es nuestra ruta de huida.
—Yo me encargo de la cuerda —les dijo Dale, y señaló a los agentes del FBI—. Vosotros decidís cómo organizaros en los coches.
—Quiero ser el primero en darle la mano a Farrell —respondió Jim Randal—, así que me quedo delante.
Josh Sutter parecía lamentar no haberse pedido antes la parte de delante, pero no discutió. Sabía jugar en equipo.
Sacaron el equipo que necesitaban de las bolsas del asiento de atrás del Toyota y guardaron el resto en el maletero. Sutter y Randal, armados con un par de pistolas automáticas que les había prestado Dale, le echaron un buen vistazo al sistema de navegación portátil de Ethan y se dirigieron a sus puestos. Si veían venir a alguien, tenían que llamar al móvil de Dale, y Dale se pondría en contacto con Malloy.
Dale y Malloy siguieron caminando por una calle, mientras Ethan y Kate se metían por otra.
—¿Cuál es la historia de la británica, T.K.?
—No hay ninguna historia.
—¿Es de los tuyos o un préstamo?
—Chico y Chica pertenecen a Jane. Al menos, eso me pareció, aunque no lo pregunté. Solo sé que no acaban de salir de la Granja, llevan dando vueltas por ahí unos cuantos años.
—Si fueran buenos, seguramente habría oído hablar de ellos.
—Seguramente…, a no ser que fueran muy buenos.
—Sería típico de Jane —respondió Dale entre risas.
—Eso estaba pensando yo.
Se reunieron bajo el balcón del piso vacío. Kate, Ethan y Malloy se pusieron las gafas de visión nocturna y se echaron los AKS74 al hombro, con la primera bala metida en la recámara. Encendieron los intercomunicadores y Ethan lanzó un gancho cubierto de goma al balcón.
Kate trepó la primera por la cuerda, utilizando las manos sin apoyarse en la pared, y recorrió los diez metros en un par de segundos. Ethan la siguió con la misma agilidad, lo que hacía que la escalada pareciese tan sencilla que avergonzaba a los demás.
—Por ahora, estoy impresionado —susurró Dale.
Malloy utilizó las piernas para sostenerse y trepó por la cuerda impulso a impulso. Al llegar debajo del balcón, mientras le daba vueltas a la idea de intentar subir hasta la barandilla (lo que quizá le supusiera resbalar, caer de espaldas y matarse), Ethan y Kate lo cogieron por el chaleco y lo ayudaron a subir. Al menos lo dejaron trepar solo por la barandilla, manteniendo algo de su dignidad. Mientras lo hacía, Kate recogió la cuerda y la escondió.
El balcón daba a la cocina y era lo suficientemente largo para poner la basura, el compost y unos cuantos utensilios. La puerta estaba hecha de madera y cristal, cerrada con un pestillo. Ethan usó una palanca y reventó el cierre con un solo golpe de muñeca.
Sin encender las luces, examinaron la planta del piso con las gafas de visión nocturna puestas. No les costó comprender la distribución del piso adyacente: había dos habitaciones, un baño y una cocina. Desde el vestíbulo de la puerta principal tendrían acceso visual a la mayor parte del salón y el dormitorio. Las puertas de la cocina y el baño estaban frente al dormitorio, junto a la puerta de entrada.
Después de echar un vistazo, Kate les hizo una señal para que regresaran a la cocina.
—Tú entras primero, deprisa y metiendo caña —le dijo a Ethan—. Yo iré detrás y me ocuparé de la puerta del dormitorio. T.K. puede vigilar las escaleras.
—Quiero encargarme de la puerta del dormitorio —repuso Malloy.
—Es el punto más peligroso, T.K.
—¿Alguna vez has visto a Helena Chernoff en una foto?
—La verdad es que no.
—Anoche estuve viendo unas cuantas. Yo me ocupo del dormitorio. Tú vigila las escaleras.
La puerta principal del piso al que habían entrado solo podía cerrarse con una llave maestra, pero la llave en sí no estaba. En vez de perder el tiempo buscándola, Ethan se arrodilló y empezó a trastearla con unas ganzúas. Era una cerradura muy normalita, así que, en pocos segundos, los seguros encajaron y el cierre se abrió. Como cuando se rompió la madera de la puerta del balcón, el chasquido del metal sonó como un disparo en el piso a oscuras. Aquel tipo de ruidos no solía despertar a la gente de la ciudad, acostumbrada a todo tipo de molestias nocturnas, pero siempre había excepciones. Y Helena Chernoff, fugitiva desde hacía dos décadas, tenía que ser una de ellas, así que entraron deprisa.
Kate se quedó cerca de la puerta, al pie de las escaleras. Ethan cruzó el rellano justo detrás de ella y abrió la puerta exterior de una patada. Malloy lo siguió. Mientras avanzaba, empezó a orientarse: a la izquierda vio la puerta de la cocina abierta y la puerta del baño cerrada. Frente a la puerta principal estaba el salón. De cara a la cocina se encontraba la puerta cerrada del dormitorio. Sin detenerse en ningún momento, Malloy disparó cinco veces con el Kalashnikov contra ella.
Dale oyó el taconeo en la acera del otro lado de la calle, mientras Malloy seguía intentando subir por la cuerda. Le echó un primer vistazo a la pálida piel y la melena rubio pajizo de la prostituta cuando ésta encendió un cigarrillo. La mujer estaba pensándose si cruzar o no la calle cuando lo vio entre las sombras.
Aquello habría bastado para que cualquier civil se quedase donde estaba, pero ella era una criatura de la noche, así que fue directa a por él. Dale había perdido hacía tiempo el interés por las mujeres que vendían su cuerpo; al estar tan cerca del negocio, no veía ningún romanticismo ni misterio en la profesión más vieja del mundo, sino pereza y falta de autoestima. A veces, bajo la máscara de servilismo, se escondía el odio; y otras veces se trataba de las drogas o la esclavitud. Lo mirara por donde lo mirara, las personas que se prostituían, daba igual su género, eran mala cosa. Aquella prostituta en concreto estaba en medio de la calle cuando Dale se dio cuenta de que no llevaba nada debajo del abrigo, salvo un liguero y unas medias.
Insensible o no, Dale Perry no dejaba de ser un hombre, así que apartó la mirada del oscuro pubis e intentó examinar su cara. Solo obtuvo algunos rasgos imprecisos. A veces, las prostitutas callejeras de Hamburgo eran como las del resto del mundo, demasiado jóvenes para poder imponer sus condiciones o demasiado viejas y escarmentadas para permitirse circunstancias mejores, pero de vez en cuando se encontraban mujeres bellas. La de la calle no era joven, aunque tampoco de las de toda la vida.
El movimiento de sus manos recordaba vagamente al de una equilibrista, pero, al acercarse a unos diez metros, a Dale le llegó el olor a alcohol.
—¿Quieres pasar un buen rato, cielo? —mientras lo decía, se abrió el abrigo, por si no se había percatado de la piel desnuda a la luz de la farola. Tenía un cuerpo prieto y tentador, y lo sabía—. Treinta euros normal. Veinte si solo quieres mamada —hablaba con un deje de Plattdeutsch, como si proviniese de la zona rural que rodeaba Hamburgo—. Podemos hacerlo aquí mismo, si quieres. No soy exigente.
—Piérdete —le respondió Dale.
—¿Qué haces aquí atrás? —preguntó ella, acercándose más. Los tacones se le clavaron en la tierra húmeda y estuvo a punto de caer—. ¿Estás con alguien? —miró a su alrededor mientras recuperaba el equilibrio—. ¿Con un tío? —dejó escapar una risilla y dio un traspiés cuando el otro tacón se clavó en la tierra—. Os lo hago a los dos por cuarenta —recuperó el equilibrio, pero parecía a punto de desmayarse o vomitar.
Dale dijo una palabrota y dio un paso hacia ella. Iba a tener que sacarla de allí, y no estaba seguro de lo fácil que seria.
—Treinta euros normal —masculló ella. Cuando la cogió del brazo no se resistió, pero aquel brazo y el resto de su cuerpo no parecían conectados. El abrigo le olía a tabaco, y el hedor a alcohol que le salía de la boca y la piel resultaba insoportable—. Veinte por… lo que tú quieras.
Parecía floja e inestable, como un saco lleno de agua. ¿Cómo podía alguien emborracharse tanto?
Al oír los disparos del Kalashnikov dentro del edificio, Dale se volvió instintivamente. Seguía tocando el brazo de la prostituta, pero se había olvidado de ella. Entonces oyó dispararse dos escopetas y más fuego de automática.
Los músculos de la mujer no se tensaron al moverse, simplemente alzó el brazo hacia el cuello de Dale mientras el resto de su cuerpo parecía a punto de derrumbarse. Todavía sin terminar de procesar el ruido de los disparos, Dale notó que algo le pinchaba el cuello.
No, no era un pinchazo: ¡la mujer le había cortado!
Su primera reacción fue la rabia, y apartó a la prostituta de un empujón. En vez de caer al suelo, ella se tensó, se mantuvo pegada y le cogió la muñeca con la mano libre. Fue entonces cuando Dale se dio cuenta de que no era en absoluto lo que parecía. Intentó mover la muñeca para dispararle con la Uzi en el costado, pero la mano de la mujer parecía de hierro. Lo sostuvo y lo miró a la cara, disfrutaba viéndolo morir desangrado. Al ver cómo le brillaban los ojos, Dale comprendió que la camisa y el chaleco se le llenaban de sangre.
Intentó recordar su nombre, el nombre de la mujer que acababa de matarlo, pero, en aquel momento de pánico, lo único que le venía a la mente era la palabra Stasi. La policía de la Alemania del Este había desaparecido del país hacía casi dos décadas, pero la palabra en sí era sinónimo de redadas a medianoche, torturas, terror y asesinatos. Hija adoptiva de la Gestapo y la KGB, era tan implacable como la segunda, y tan eficaz y alta de escrúpulos como la primera. Y aquella mujer, pensaba Dale mientras se le doblaban las rodillas, era la última de la saga. Sin embargo, tenía la mente embotada y el nombre lo eludía. De haber tenido sangre suficiente para un último pensamiento, quizá se habría preguntado cómo reaccionarían su mujer y sus hijos…, pasar una vida en la clandestinidad y acabar así, sin que pudiesen llegar a saber que no era más que una tapadera, que, en realidad, era alguien mucho más honorable y decente de lo que se pudieran haber imaginado…
En cualquier caso, no tuvo tiempo para arrepentirse, ni siquiera un instante que dedicar a su familia. Tampoco un recuerdo fugaz de su patria. Nada en absoluto logró imponerse a aquella sobrecogedora idea de la fría, eficaz y mortífera Stasi.
La escopeta resonó en el interior de la cocina y le dio a Malloy en la espalda, justo cuando él disparaba sobre la puerta del dormitorio. Ethan se volvió hacia la abertura con el AKS74 en automático. Vio al hombre que había disparado a Malloy. El tirador estaba metiendo otra bala en la recámara; llevaba chaleco, pero no iba a servirle de nada.
Antes de que Ethan pudiese apretar el gatillo, alguien le dio en la espalda con un disparo de escopeta. Solo entendió lo ocurrido después de caer de boca al suelo; había recibido el impacto en la espalda, protegida por el chaleco, y en el brazo derecho desnudo.
El tirador al que había estado a punto de disparar pasó por encima de él, y Ethan se retorció para mirarlo. Como no tenía el arma, fue a coger su cuchillo, pensando que podría sacarlo de la funda. Durante un segundo no entendió que el caótico tableteo que sonaba por encima de los disparos de escopeta pertenecía al arma de Kate. Vio las astillas de mampostería y madera dentro de la cocina, y después el estallido de los armarios detrás del hombre que estaba a punto de matarlo. Y, a continuación, vio cómo reventaba la cara del mismo hombre.
Ethan rodó para ponerse en pie y vio a Malloy todavía en el suelo. ¿Herido? ¿Muerto? No lo sabía. Kate había matado a la mujer que se escondía en el salón (la que había disparado a Ethan por la espalda) y, en aquel momento, estaba abriendo la puerta del dormitorio de una patada. Malloy se puso como pudo a cuatro patas. Kate salió del dormitorio.
—¡Vacío! —les dijo—. ¿T.K.? —Malloy intentó levantar la cabeza, pero no lo logró—. ¿Estás herido?
Malloy se movía despacio, con la chaqueta destrozada a la altura de los riñones.
—Creo que estoy bien —respondió. Kate miró a Ethan; como su marido estaba de pie, no se había dado cuenta de que lo habían herido. Al percatarse, fue hacia él—. ¡Te han dado!
Ethan se miró el brazo, pero las gafas de visión nocturna limitaban su visión periférica.
—¿Puedes mover el brazo? —le preguntó Kate, acercando la cara para intentar ver algo a través de las gafas.
Ethan levantó el brazo, que no estaba roto, pero dolía. Malloy por fin logró ponerse en pie, aunque se tambaleaba. Le habían dado un puñetazo de plomo.
—Estoy bien —les aseguró Ethan—, pero tengo algunas postas en el brazo.
—¡Tenemos que salir de aquí ahora mismo! —les dijo Kate—. ¿T.K.? ¿Puedes trepar?
Malloy se tambaleó y miró a Kate, Ethan y los dos muertos.
—¡Farrell! —masculló.
—Olvídate de él, tenemos que salir de aquí ya. ¿Puedes trepar?
Se inclinó como un anciano para recuperar el arma y, cuando se levantaba, respondió:
—Estoy bien —no le quedó muy convincente.
—¿Chico?
—Estoy bien —respondió Ethan.
Salieron al vestíbulo, sin perder de vista las escaleras, y volvieron al piso del otro lado del pasillo.
Al oír los tiros, Jim Randal telefoneó a Sutter.
—¿Has oído eso?
—Lo oigo.
—No pinta bien.
—¡Quédate donde estás!
—No me muevo, pero no pinta bien.
Randal colgó y miró a su alrededor. Lo habían dejado a media manzana de distancia, en las sombras, pero podía estar en la acera delante de la entrada en cuestión de segundos. La calle seguía vacía, aunque los disparos hicieron que se encendiese una luz en la ventana de un piso al otro lado de la calle en la que estaba. Entonces vio movimiento por el espejo retrovisor: una mujer con un largo abrigo de piel y tacones altos corría aterrada por el centro de la calle. Randal examinó de nuevo la zona; estaba sola y miraba hacia el edificio mientras corría. Llevaba el abrigo abierto y Randal vio, sin poder creérselo, que sus únicas prendas de ropa eran los tacones altos, un ligero y unas medias. Dedicó una palabrota entre dientes a la imagen y a los alemanes en general, aunque no pudo resistir la tentación de observar el espectáculo con atención durante los pocos segundos que la mujer tardó en acercarse a su vehículo, al parecer sin darse cuenta de su presencia. Finalmente apartó la mirada y examinó la calle. Entonces la oyó llamarlo en alemán. Como vio que no respondía, se tambaleó hacia él y señaló hacia los disparos, gritando más cosas en alemán… algo sobre sheezie o shitzi. Tenía el abrigo completamente abierto, como si fuese la cosa más natural del mundo.
Randal no sabía bien qué hacer, así que lo primero que se le ocurrió fue abrir la ventana.
—¿Hablas inglés?
Decidió que, si hablaba inglés, podía decirle que se largara, y, si no, sacaría el arma reglamentaria y le diría que se largara. Sin embargo, mientras pensaba en cómo encargarse de ella, notó algo caliente en el cuello. Después empezó a marearse.
Ethan fue el primero en bajar del balcón. Aquella vez utilizó las piernas, ya que no podía cargar peso en el brazo derecho. Cuando llegó al suelo, vio una sombra y supo que era Dale.
—¡Hemos perdido a un hombre! —susurró, sacando el arma para prepararse.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Malloy.
Ethan corrió hacia el cuerpo y le volvió el hombro.
—Es Dale. Le han cortado el cuello.
Observó la oscuridad con las gafas y vio unas huellas de zapatos de mujer acercándose y alejándose. Las de ida parecían serpentear, mientras que las de vuelta iban en línea recta. Ethan retrocedió y apoyó el arma en el hombro para cubrir el edificio mientras Malloy bajaba lentamente por la cuerda. Estaba herido, quizá de gravedad. Kate vigilaba los balcones superiores desde su posición en el balcón de la primera planta. Por el momento estaba atrapada y no podía hacer demasiado desde allí. Una vez Malloy tocó el suelo, ella bajó del balcón y descendió rápidamente con las manos. Cuando estaba a punto de terminar, algo se movió en uno de los balcones de arriba, así que Ethan miró hacia allí, vio un arma y disparó. Oyó a Josh llegar con el todoterreno. Kate corrió, dejando atrás a Ethan, y se volvió, disparando varias veces hacia el edificio.
Ethan vio que Malloy intentaba llevarse a Dale a rastras.
—Yo lo llevaré, T.K. —le susurró—. Tú cubre el edificio.
Dio un paso adelante y se echó a Dale al hombro; el peso, unido al dolor del hombro, estuvieron a punto de tirarlo. Kate y Malloy siguieron disparando al edificio, mientras Kate retrocedía de espaldas hacia la acera. Josh esperaba en el todoterreno, que estaba recibiendo disparos.
Kate vació su arma y se lanzó al asiento trasero. Unos cuantos disparos más alcanzaron el vehículo cuando Ethan metió el cadáver de Dale atrás y se metió detrás de él. Malloy vació el cargador y se lanzó de cabeza por la ventana abierta del asiento del copiloto.
—¡Vamos! —gritó Ethan, aunque Josh ya estaba quemando neumático.
Josh giró bruscamente a la derecha al final de la manzana y giró de nuevo para llegar a la parte delantera del edificio. Frenó, perplejo, al no ver el Land Rover de Dale. Un disparo dio en la ventanilla, rompiendo el hechizo. Josh giró ciento ochenta grados, dándole con la parte de atrás a un coche aparcado al terminar, pero los sacó de la zona caliente. Kate le dio instrucciones desde el asiento de atrás mientras volaban por la calle, y pronto entraron patinando en la gasolinera BP. Por el momento nadie los seguía y las calles estaban en calma, lo que les daba tiempo para pasarse al Toyota; Malloy y Ethan metieron el cadáver de Perry en el maletero, y Malloy tomó el volante. Dejó despacio del aparcamiento, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo, justo cuando el primer coche de policía salía con la sirena puesta de la calle que tenían enfrente.
—Llama a Jim —le dijo Malloy a Sutter, mientras él también marcaba un número en su móvil.
En los Estados Unidos era primera hora de la noche, y Jane dejó sonar el teléfono varias veces antes de contestar.
—Sí —respondió al fin. Sabía que era Malloy y, por el tono, estaba seguro de que esperaba buenas noticias.
—Dale está muerto —le dijo Malloy.
—¿Cómo? —preguntó Jane tranquila y fría.
Malloy se imaginaba que había alguien con ella, que no podía hablar con libertad, pero lo cierto era que siempre se comportaba así. Cuanto peor se ponían las cosas, más fría se volvía.
—Alguien se acercó y utilizó un cuchillo —respondió, mirando a Sutter, que no obtenía respuesta de Jim—. También tenemos un desaparecido en combate…, uno de los agentes del FBI en el caso.
—¿Cuál de los dos?
—El agente especial James Randal.
—Se lo haré saber a su gente. ¿Puedes darme la última ubicación?
Malloy le dio la dirección del edificio y le dijo que Randal había estado conduciendo el Land Rover de Dale. Ethan le dio la matricula del Land Rover desde el asiento de atrás y Malloy la repitió, preguntándose cómo Ethan podía recordar algo así en un momento como aquél.
—Yo me encargo —respondió Jane.
—He sacado el cadáver de Dale del lugar. Lo dejaré en su piso franco bajo el Das Sternenlicht.
—¿Dónde está el segundo agente, T.K.?
—Conmigo —respondió, mirando a Josh Sutter, que parecía desolado y perdido.
—Tenemos que sacarlo del país esta noche.
—Ahora mismo estoy ocupado con otro problema.
—¿Me lo puedes contar?
—La verdad es que no.
—Puedo enviarte dos equipos: uno para limpiar lo de Dale y otro para llevar al agente Sutter a Ramstein. ¿Y tú? ¿Estarás bien?
—Estoy bien. —«Dolorido, quizá incluso herido», pensó, pero ella no tenía por qué saberlo. Al menos, no de momento.
—Quiero que vayas a por Chernoff, T.K. Ahora ella es la prioridad. Con un agente federal muerto en la persecución, el señor Farrell acaba de perder toda la simpatía que pudiera despertar en los medios. ¿Está claro?
—Hemos derribado a una mujer. Puede que fuera Chernoff, aunque, si no, créeme, es mía.
Cuando Sutter vio que Malloy colgaba, le preguntó:
—¿Qué posibilidades hay de que Randal siga con vida? —Probaba a llamarlo al móvil cada par de manzanas y miraba por la ventana como si creyese poder encontrarlo en alguna parte de la calle. Como Malloy no respondía, Sutter añadió—: ¿Crees que está muerto?
En realidad no era una pregunta, así que Malloy la dejó en el aire antes de responder:
—Creo que lo mejor es prepararse para lo peor.
—Tengo que llamar a mi supervisor —dijo Sutter, empezando a marcar otro número.
—Ya está arreglado —repuso Malloy. Como eso no lo detenía, lo cogió de la muñeca—. No tienes que hacer nada ahora mismo, Josh. Está todo arreglado.
—¿Y Jim? ¡Ha desaparecido, T.K.! ¡No podemos suponer que ha muerto y ya está!
—Los polis de Hamburgo estarán buscándonos por todas partes. Ya tienen la escena de crimen y la matrícula del Land Rover.
—¡Tengo que llamar a Hans!
—Llámalo… y te pasarás veinte años como mínimo en la cárcel por cómplice de asesinato.
La palabra asesinato hizo que Sutter se detuviese en seco.
—¿De qué estás hablando?
—Si matas a alguien mientras cometes un delito en los Estados Unidos, te acusan de homicidio premeditado, ¿no? —dijo Ethan. Como Sutter no respondía, Ethan siguió hablando—. Aquí es lo mismo. La única diferencia es que aquí no hay pena de muerte.
—Hans no es tu amigo, Josh —añadió Malloy—. Ya no.
—Te equivocas, T.K.: tú no eres mi amigo.
—Ahora mismo —repuso Ethan—, te guste o no, tienes tres amigos en este país: las personas de este coche. Todos los demás van detrás de tu pellejo.
—¿Es malo? —preguntó Carlisle. Jim Randal estaba atado y amordazado en la habitación contigua, consciente, pero atontado. Helena Chernoff se había cambiado de ropa y estaba colocándose un chaleco antibalas.
—No responde nadie en los pisos —dijo—. Los otros tres salieron antes de que apareciese la policía.
—Entonces, ¿podemos coger a Ohlendorf?
—No creo que sea problema —respondió ella, mirando a Randal con curiosidad—. Solo tenemos que convencer al agente Randal para que haga una llamada.