BERLÍN (ALEMANIA)
1936-38.
Siempre había bebido mucho. Era algo que iba con la vida literaria, la necesidad de socializar después de muchas horas volcado en los textos. La cosa empeoró cuando tuvo dinero y compromisos sociales.
Himmler se percató del comportamiento del doctor Rahn a principios de 1937, poco después del ascenso de su subordinado, y se aseguró de que informasen al erudito de lo poco decorosa que resultaba su actitud. El verano de aquel mismo año, Rahn publicó su segundo libro, La Corte de Lucifer. Tuvo problemas con las pruebas de imprenta, mejoras y «aclaraciones» que no aceptó. Al ver que los cambios se hicieron de todos modos para que el libro encajara con la versión oficial sobre la pureza de la raza, Rahn no volvió a decir nada en público sobre los cambios, pero, en privado y entre amigos, dejaba clara su rabia. Eso hizo que creyeran esencial vigilarlo. Y, además, estaba lo del título del libro. Por mucho que Rahn explicara que Lucifer era el que había llevado la luz al mundo, una figura prometeica, siempre quedaba la duda de que el escritor hubiese pretendido clavarle una espina de refilón al Reich de Hitler, o peor, a las SS de Himmler.
Había llegado el momento de que Rahn hiciese frente a la realidad; cuando llegó septiembre, Himmler lo envió a Dachau para que trabajase como guardia hasta diciembre. Regresó escarmentado y obediente, pero por aquel entonces Himmler ya había examinado varios informes inquietantes sobre su comportamiento en el campo, comentarios hechos en confianza a otro guardia y que rozaban la traición; se hizo necesario intervenirle el teléfono y abrirle el correo.
En enero de 1938, uno de los asistentes de Himmler comentó que le daba la impresión de que el doctor Rahn no había entregado su certificado de origen racial. Todos los que se habían unido a las SS a partir de 1935 habían tenido que entregar el formulario. Obviamente, al doctor Rahn lo habían reclutado, por lo que no tuvo que hacer frente a ninguno de los requisitos habituales, y nadie pensó en preguntarle por su pureza racial al nuevo chico de oro del Reich. ¿Suponía un problema? El asistente no se echó atrás. ¡No suponía ningún problema, siempre que entregase el certificado! Himmler respondió que se aseguraría de que se informase al doctor sobre la situación. Se entregaron los papeles. La petición fue educada, aunque firme. Rahn, la prima donna, respondió que se ocuparía de ello y después procedió a hacer caso omiso de la solicitud, como había hecho con todas las solicitudes anteriores.