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Tras concluir el interrogatorio inicial de Jordan Ballston, el primero de los tres que se habían programado —para que pudieran plantearse las preguntas de nuevo y formular otras que se habían omitido y sondear y documentar todo lo relacionado con los tratos de Ballston con Karmala— la teleconferencia terminó.

Blatt fue el primero en hablar cuando el monitor se puso en blanco.

—¡Qué cerdo degenerado!

Rodriguez cogió un pañuelo limpio del bolsillo, se quitó las gafas de montura metálica y empezó a limpiarlas distraídamente. Era la primera vez que Gurney lo veía sin gafas. Sin ellas, sus ojos parecían más pequeños y más débiles; la piel de su contorno, más vieja.

Kline apartó la silla de la mesa.

—¡Maldición! Creo que nunca he visto nada como esto. ¿Qué opinas, Becca?

Holdenfield arqueó las cejas.

—¿Te importa ser más concreto?

—¿Te crees esa historia increíble?

—Si me estás preguntando si creo que estaba diciendo la verdad como él la ve, la respuesta es sí.

—A un cerdo degenerado como ese no le importa la verdad —dijo Blatt.

Holdenfield sonrió, se dirigió a Blatt como si fuera un niño con buena voluntad.

—Es una observación precisa, Arlo. Decir la verdad no está en lo alto de los valores del señor Ballston. A menos que piense que eso va a salvar su vida.

Blatt perseveró.

—No confiaría en él ni para sacar la basura.

—Les diré cuál es mi reacción —anunció Kline. Esperó a que todos los presentes le prestaran atención—. Suponiendo que sus declaraciones sean veraces, Karmala podría ser la organización criminal más depravada jamás descubierta. La pieza de Ballston, por horrenda que pueda ser, quizá sea solo la punta del iceberg, un iceberg del Infierno.

Hardwick prorrumpió en una risa ronca y monosilábica que solo logró ocultar parcialmente como una tos, pero el impulso dramático que Kline había tomado lo hizo seguir adelante.

—Karmala parece ser una organización grande, disciplinada y despiadada. Las autoridades de Florida han detenido un pequeño apéndice, un cliente. Pero nosotros tenemos la oportunidad de destruir toda la empresa. Nuestro éxito podría significar la diferencia entre la vida y la muerte para Dios sabe cuántas jóvenes. Y hablando de esto, Rod, este podría ser un buen momento para ponernos al día del progreso en las llamadas a las graduadas.

El capitán se puso las gafas y se las volvió a quitar. Sus ojos eran oscuros y estaban llenos de preocupación. Era como si todos los giros del caso y sus ecos personales estuvieran desafiándole.

—Bill —dijo no sin esfuerzo—, danos los datos de las entrevistas.

Anderson tragó un trozo de donut y lo ingirió con un sorbo de café.

—De los ciento cincuenta y dos nombres de nuestra lista, hemos hablado con al menos un familiar en ciento doce casos. —Pasó entre los papeles de su carpeta—. De esos ciento doce, hemos clasificado las respuestas por categorías. Por ejemplo…

Kline parecía inquieto.

—¿Podemos ir al grano? ¿Solo el número de chicas ilocalizables, sobre todo si tuvieron una discusión sobre un coche antes de irse de casa?

Anderson volvió a sus papeles, pasó media docena de hojas otras tantas veces. Al final anunció que se desconocía el paradero de veintiuna de las chicas y que, en diecisiete de esos casos, se había producido la discusión del coche.

—Así que parece que el patrón se sostiene —dijo Kline.

Cambió su atención a Hardwick. —¿Algo nuevo en la conexión Karmala?

—Nada nuevo, solo que definitivamente la dirigen los Skard, y que la Interpol piensa que en los últimos tiempos se dedican sobre todo a delitos que tienen que ver con la esclavitud sexual.

Blatt pareció interesado.

—¿Qué tal ser un poco más concreto sobre la cuestión de la «esclavitud sexual»?

Sorprendentemente, Rodriguez habló de inmediato, con la voz cargada de rabia.

—Creo que todos sabemos exactamente de qué se trata: es el negocio más repulsivo de la Tierra. La escoria del planeta como vendedores, la escoria del planeta como compradores. Piénsalo, Arlo. Sabrás que tienes la imagen correcta cuando te vengan ganas de vomitar. —Su intensidad creó un silencio incómodo en la sala.

Kline se aclaró la garganta, con la cara desfigurada en una especie de asco exagerado.

—En mi concepto de tráfico sexual salen niñas campesinas tailandesas embarcadas hacia árabes gordos. ¿Se supone que algo así está ocurriendo con las chicas de Mapleshade? Me cuesta mucho imaginarlo. ¿Alguien puede iluminarme? Dave, ¿tiene algún comentario?

—Ningún comentario, pero tengo dos preguntas. Primero: ¿pensamos que Flores está relacionado con los Skard? Y, si es así, puesto que la operación Skard es una cuestión de familia, ¿es posible que Flores…?

—¿Pueda ser él mismo un Skard? —Kline golpeó la mesa con la palma de la mano—. Maldición, ¿por qué no?

Blatt se rascó la cabeza en una parodia inconsciente de perplejidad.

—¿Qué está diciendo? ¿Que Héctor Flores era en realidad uno de esos chicos cuya madre se follaba a todos los camellos de coca?

—Uf —exclamó Kline—. Eso daría al caso un eje completamente nuevo.

—Más bien dos —dijo Gurney.

—¿Dos?

—Dinero y patología sexual. Me refiero a que si esto solo fuera una aventura financiera, ¿por qué la locura de Edward Vallory?

—Hum. Buena pregunta. ¿Becca?

Ella miró a Gurney.

—¿Está sugiriendo que hay una contradicción?

—Una contradicción no, solo una pregunta acerca de cuál es la cabeza del perro y cuál es la cola.

El interés de Rebecca Holdenfield pareció crecer.

—¿Y su conclusión?

Gurney se encogió de hombros.

—He aprendido a no subestimar el poder de la patología. —Los labios de Holdenfield se movieron en una leve sonrisa de acuerdo.

—El resumen del historial de la Interpol que me dieron indicaba que Giotto Skard tuvo tres hijos: Tiziano, Rafaello, Leonardo. Si Héctor Flores es uno de ellos, la cuestión es: cuál.

Kline la miró.

—¿Tienes alguna opinión al respecto?

—Es más una suposición que una opinión profesional, pero si le damos valor a la patología sexual como eje del caso, entonces probablemente me inclinaría por Leonardo.

—¿Por qué?

—Porque fue el que se llevó consigo la madre cuando, al final, Giotto acabó por echarla. Es el que estuvo más tiempo con ella.

—¿Está diciendo que eso puede convertirte en un maniaco homicida? —preguntó Blatt—. ¿Estar cerca de tu madre?

Holdenfield se encogió de hombros.

—Eso depende de quién sea tu madre. Estar cerca de una madre normal es muy diferente de ser objeto de abuso prolongado por parte de una sociópata adicta a las drogas y depredadora sexual como Tirana Zog.

—Eso lo entiendo —intervino Kline—, pero ¿cómo encaja los efectos de esa clase de educación (la locura, la rabia, la inestabilidad) en lo que, al parecer, es una organización criminal altamente organizada?

Holdenfield sonrió.

—La locura no siempre es un obstáculo para la consecución de objetivos. Stalin no es el único paranoico esquizofrénico que llegó a lo más alto. En ocasiones hay una sinergia maligna entre patología y logro de objetivos prácticos. En especial en empresas brutales, como el tráfico sexual.

Blatt parecía intrigado.

—¿Está diciendo que los chiflados son buenos gánsteres?

—No siempre. Pero supongamos por un momento que su Héctor Flores es en realidad Leonardo Skard. Y supongamos que ser educado por una madre psicótica, promiscua e incestuosa lo hizo más que un poco loco. Supongamos que la organización Skard, a través de Karmala, está implicada en prostitución de lujo y esclavitud sexual, como afirman los contactos del DIC en la Interpol y como confirma la confesión de Jordan Ballston.

—Son muchas suposiciones —intervino Anderson, tratando de sacar otra miga de donut de los pliegues de su servilleta.

—Buenas suposiciones, en mi opinión —afirmó Kline.

—Y si son ciertas —dijo Gurney—, entonces Leonardo parece que ha conseguido el trabajo perfecto.

—¿Qué trabajo perfecto? —preguntó Blatt.

—Uno que combina el negocio de la familia con su odio personal a las mujeres.

La expresión de desconcierto inicial de Kline dio paso al asombro.

—¡El trabajo de un reclutador!

—Exacto —dijo Gurney—. Supongamos que Skard (alias Flores) va a Mapleshade específicamente para identificar y reclutar a mujeres jóvenes a las que se podría convencer para que satisficieran las necesidades sexuales de hombres ricos. Por supuesto, tendría que describir el acuerdo de manera que atrajera las propias necesidades y fantasías de las chicas. Nunca sabrían, hasta que fuera demasiado tarde, que iban a ser entregadas a sádicos sexuales que pretendían matarlas, hombres como Jordan Ballston.

Las pupilas de Blatt se dilataron.

—Eso es extremadamente asqueroso.

—Beneficio y patología van de la mano —dijo Gurney—. He conocido a más de un sicario que piensa en sí mismo como un hombre de negocios que simplemente resulta que se dedica a algo para lo que la mayoría de la gente no tiene estómago. Como embalsamar. Hablaban de ello como si fuera, sobre todo, una fuente de ingresos, y como si solo en un segundo plano se tratara de matar gente. Por supuesto, la verdad es todo lo contrario. Matar es matar. Se trata de un odio terrible que el sicario convierte en un negocio. Quizás es eso ante lo que estamos.

Anderson arrugó su servilleta en una bola.

—Nos estamos poniendo muy teóricos, ¿no?

—Creo que Dave da en el clavo —dijo Holdenfield—. Patología y pragmatismo. Leonardo Skard, en el papel de Héctor Flores, podría estar ganándose la vida organizando la tortura y decapitación de mujeres que le recuerdan a su madre.

Rodriguez se levantó lentamente de su silla.

—Creo que podría ser un buen momento para hacer una pausa. ¿De acuerdo? Diez minutos. Lavabo, café, etcétera.

—Solo una última idea —dijo Holdenfield—. Con todo lo que hablamos respecto a que mataron a Jillian Perry el día de su boda, ¿a alguien se le ha ocurrido que también era el Día de la Madre[3]?