—Tirana Magdalena era la única hija de Adnan Zog.
—¿Zog era el don?
—Zog era el don o como coño llamen a esa posición elevada en Albania. En cualquier caso, la hija era una preciosidad.
—¿Cómo lo sabes?
—Su belleza era legendaria. Al menos en el sórdido sur de Europa oriental. Al menos según mi Garganta Profunda en la Interpol. Además, hay fotografías. Muchas fotografías. A diferencia de los Skard, los Zog, sobre todo Tirana Magdalena, no tenían problemas con la fama. Además de ser preciosa, también era irascible, rara, con veleidades artísticas y obsesionada con ser bailarina. A papá Zog le importaba un carajo lo que ella quisiera. La veía solo como algo de potencial valor. Así que cuando el joven y ambicioso Giotto Skard se interesó en la Tirana de dieciséis años al mismo tiempo que estaba negociando una alianza comercial con Zog, este añadió a su hija como parte del trato. Probablemente lo veía como un beneficio doble. Zog le daba a Skard algo que este valoraba y que a él no le costaba nada y de paso se libraba de su hija loca, que era como un grano en el culo. Eso los convirtió a Giotto y a él en hermanos de sangre sin tener que pincharse los dedos.
—Muy eficiente.
—Muy eficiente. Así que ahora esta adolescente chiflada de dieciséis años, criada por un asesino albanés demente, se casa con un asesino sardo demente. Pero lo único que quiere Giotto son hijos, muchos hijos. Eso es bueno para el negocio. Así que ella empieza a darle hijos, que resultan ser todos varones, como él quería: Tiziano, Rafaello, Leonardo. Eso lo hace muy feliz. Pero lo único que quiere Tirana es bailar. Y cada hijo la vuelve un poco más loca. Cuando tiene el tercero ya está para que la encierren. Entonces hace su gran descubrimiento. ¡Coca! Descubre que esnifar cocaína es casi tan bueno como bailar. Esnifa montones de coca. Cuando no puede robar más dinero a Giotto (una actividad muy peligrosa, por cierto), empieza a tirarse al camello. Cuando Giotto lo descubre, lo descuartiza.
—¿Lo descuartiza?
—Sí, al pie de la letra. En trocitos pequeños. Para dar un buen ejemplo.
—Impresionante.
—Exacto. Así que Giotto decide trasladar la familia a América. Mejor para todos, dice. Lo que en realidad quiere decir es que es mejor para el negocio. El negocio es lo único que le importa. Una vez que están aquí, Tirana empieza a follarse a camellos de coca americanos. Giotto los descuartiza. Todo el que se la tira termina descuartizado. Se folla a tantos tíos que él casi no da abasto. Al final, la echa junto con su tercer hijo, Leonardo, que ahora tiene unos diez años y es homosexual o esquizofrénico o simplemente es demasiado raro para que Giotto lo aguante. Ella se lleva el dinero que le da Giotto como regalo de despedida y abre una agencia de modelos para niños a cuyos padres les encantaría verlos en anuncios, en la tele o lo que sea. Ofrece clases de interpretación y baile para potenciar las carreras de los retoños. Entre tanto, Giotto, con sus dos hijos mayores, se concentra en su emporio de sexo y extorsión. Suena como un final feliz para todos los implicados. Pero había una abeja en la sopa.
—Una mosca.
—¿Qué?
—Una mosca en la sopa, no una abeja.
—Una mosca, una abeja, lo que sea. El problema con la agencia de modelos de la cocainómana Tirana es que abusa de los niños. No solo se folla a los camellos de coca, también se folla a todos los niños de diez, once o doce años de los que puede echar mano.
—Dios mío. ¿Cómo terminó?
—Terminó cuando la detuvieron y la acusaron en dos docenas de casos de abusos sexuales, agresión, sodomía, violación, etcétera. La enviaron a un psiquiátrico, y ahí sigue.
—¿Y su hijo?
—Cuando la detuvieron, se había ido.
—¿Se había ido?
—O había huido o se lo había llevado otra vez su padre. Tal vez, desapareció en alguna clase de adopción privada. O, conociendo a los Skard, bien podría estar muerto. Giotto nunca dejaría un cabo suelto por sentimentalismo.