Con todo lo que había sucedido durante la noche anterior y con todo lo que iba a acontecer durante la noche siguiente, no pensé que haríamos el amor. Pero Sasha no podía imaginar no hacer el amor. Aunque desconocía la razón de mi terror, mis temores y estremecimientos ante la posibilidad de perderla fueron un afrodisíaco para ella.
Orson, siempre caballero, se quedó en la planta baja, en la cocina. Subimos las escaleras y entramos en el dormitorio y de ahí al tiempo sin tiempo y al lugar sin lugar donde Sasha es la única energía, la única forma de materia, la única fuerza en el universo. Tan brillante.
Después le conté todo lo que había sucedido desde la puesta de sol hasta el amanecer, le hablé de los monos del milenio y de Stevenson, de cómo Moonlight Bay era ahora una caja de Pandora llena de miríadas de demonios.
Si creyó que estaba loco, lo disimuló muy bien. Cuando le conté el encuentro con el grupo que Orson y yo tuvimos después de abandonar la casa de Bobby, se le puso la carne de gallina y tuvo que abrigarse. Poco a poco fue comprendiendo lo difícil de la situación, que no teníamos a nadie a quien acudir y que ni siquiera se nos permitía salir de la ciudad, que ya podíamos estar contagiados por la plaga de Wyvern, con efectos que ni siquiera podíamos imaginar.
Si condenaba lo que le había hecho a Stevenson, consiguió dominar sus emociones con éxito completo, porque cuando acabé de hablar, tras haberle contado lo del fragmento de la muñeca que había encontrado en su cama, se quitó la túnica que se había puesto, aunque todavía tenía la carne de gallina, y me introdujo de nuevo en su luz.
Esta vez, cuando hicimos el amor, estuvimos más sosegados que antes, nos movimos más despacio, con más suavidad que la primera vez. El movimiento y el acto fueron más tiernos. Nos unimos el uno al otro con amor y necesidad, pero también con desesperación, porque ahora nos dábamos cuenta de todo nuestro aislamiento. Aunque compartíamos la sensación de ser dos personas condenadas con el reloj de la ejecución marcando el tiempo sin parar, nuestra unión fue mucho más dulce.
Es posible que no se trate de algo extraño. Quizá la situación de peligro extremo nos despojó de todos los deseos, ambiciones, confusión y nos centramos en nosotros como nunca lo habíamos hecho, para recordarnos lo que habitualmente nos pasamos casi toda la vida olvidando: que nuestra naturaleza y finalidad es, por encima de cualquier otra cosa, amar y ser amado, extraer toda la alegría de la belleza de este mundo para vivir con la conciencia de que el futuro no es un lugar real para ninguno de nosotros, como lo son el presente y el pasado.
Si el mundo que conocemos hubiera desaparecido entonces, mis escritos y las composiciones de Sasha no hubieran importado. Para parafrasear a Bogan con Bergman: en este futuro excéntrico desplomándose como una avalancha sobre nosotros, las ambiciones de dos personas no son más que un montoncito de alubias. Todo lo que importa es la amistad, el amor y el surf. Los magos de Wyvern nos habían dado a Sasha y a mí una existencia tan reducida a las cosas esenciales como la de Bobby Halloway.
La amistad, el amor y el surf. Disfrútalos mientras están calientes. Disfrútalos antes de que desaparezcan. Disfrútalos mientras todavía eres lo bastante humano para saber lo preciosos que son.
Nos quedamos un rato callados, abrazados, esperando que el tiempo volviera a discurrir. O quizás esperando a que no lo hiciera nunca.
—Vamos a calentar algo.
—Creo que ya lo hemos hecho.
—Quiero decir unas tortillas.
—Mmmmmmm. Esas deliciosas claras de huevo —dije, ridiculizando su tendencia a llevar la dieta hasta el límite.
—Hoy pondré los huevos enteros.
—Ahora ya sé que ha llegado el fin del mundo.
—Con mantequilla.
—¿Y queso?
—Alguien tiene que pensar en las vacas.
—Mantequilla, queso, yemas de huevo. Así que te has decidido por el suicidio.
Estábamos bromeando, pero no estábamos para bromas.
Y ambos lo sabíamos. Y seguimos haciéndolo, porque de otra manera hubiéramos tenido que admitir lo asustados que estábamos.
Las tortillas eran buenísimas, así como las patatas fritas y los bollos ingleses con mucha mantequilla.
Mientras Sasha y yo comíamos a la luz de las velas, Orson circulaba alrededor de la mesa de la cocina gimoteando con melancolía y poniéndonos ojos de niño hambriento del gueto.
—Acabas de comer todo lo que te he puesto en el cuenco —le dije.
Hizo un gesto que expresaba sorpresa y dirigió un melancólico gemido a Sasha como si intentara decirle que yo estaba mintiendo, que todavía no le había dado la comida. Meneó el rabo e hizo toda una serie de gracias intentando ganarse un bocado.
—Está bien, siéntate aquí —dije, separando la tercera silla con un pie.
Saltó inmediatamente a la silla y se sentó mirándome fijamente.
—Le he contado a la señorita Goodall una historia extraordinaria de la que no tengo ninguna prueba, solo las anotaciones de unos meses en el diario de un cura claramente perturbado. Probablemente ella ha hecho esto porque está loca por el sexo y necesita un hombre, y yo soy el único que tiene a mano.
Sasha me lanzó media tostada untada con mantequilla que se cayó en la mesa, frente a Orson.
Fue a cogerla.
—¡No lo hagas, hermano! —exclamé.
Se detuvo con la boca abierta a una pulgada de la tostada. En lugar de comérsela, la husmeó con evidente placer.
—Si me ayudas a probar a la señorita Goodall que lo que le he contado del proyecto Wyvern es cierto, compartiré contigo la tortilla y las patatas.
—Chris, su corazón —dijo Sasha con expresión preocupada, metiéndose en su personaje de Grace Granola.
—No tiene corazón —contesté—. Es todo estómago.
Orson me dirigió una mirada de reproche como si dijera que no debía burlarme cuando él no podía participar.
—Cuando uno mueve la cabeza de arriba abajo, significa sí. Y cuando la mueve de un lado a otro, quiere decir no. ¿Lo entiendes? —le dije al perro.
Orson me miró fijamente, jadeando y riendo con expresión estúpida.
—Quizá no convenciste a Roosevelt Frost, pero has de convencer a esta dama. No tienes otra elección, porque ella y yo vamos a estar juntos de ahora en adelante bajo el mismo techo, para el resto de nuestras vidas.
Orson dirigió su atención a Sasha.
—¿No es verdad? —le pregunté—. ¿Para el resto de nuestras vidas?
—Te quiero, Snowman —contestó ella con una sonrisa.
—Te quiero, señorita Goodall.
—Desde ahora, chucho, ya no son dos, desde ahora seremos tres —dijo ella dirigiéndose a Orson. Orson le hizo un guiño a Sasha, me hizo otro a mí y se quedó mirando fijamente con evidente deseo el trozo de tostada que había en la mesa frente a él.
—Bien, ¿entiendes como se dice si y no?
Tras una vacilación, Orson asintió.
Sasha se quedó boquiabierta.
—¿No crees que es encantadora? —pregunté.
Orson asintió.
—¿Te gusta?
Otro gesto afirmativo. Me recorrió un delicioso vértigo. El rostro de Sasha expresaba la misma exaltación.
Mi madre, que destruyó el mundo, también había ayudado a incorporarle estos milagros y maravillas.
Quería la cooperación de Orson no solo para confirmar mi historia sino también para animarnos y darnos una razón para esperar que podía haber vida después de Wyvern. Aunque ahora la humanidad se enfrentaba a nuevos y peligrosos adversarios como los miembros del grupo original que habían escapado del laboratorio, aunque nos enfrentábamos a una extraña plaga que hacía saltar los genes de una especie a otra, aunque algunos de nosotros sobrevivan los próximos años sin cambios fundamentales de naturaleza intelectual, emocional y hasta física, quizás exista, a pesar de todo, alguna oportunidad. Y cuando nosotros, los campeones del juego de la evolución, tropecemos y abandonemos la carrera y muramos, queden unos herederos dignos que puedan portarse mejor con el mundo de lo que nosotros nos portamos.
Un tibio consuelo es mejor que nada.
—¿Crees que Sasha es bonita? —pregunté al perro.
Orson la estudió pensativo durante un buen rato. Luego se volvió hacia mí y asintió.
—Podía haber contestado un poco más rápido —se quejó Sasha.
—Sabes que es sincero porque se ha tomado su tiempo estudiándote bien —le aseguré.
—Yo también creo que eres guapo —le dijo Sasha.
Orson movió el rabo contra el respaldo de la silla.
—Y yo soy un tipo divertido, ¿verdad hermano? —le pregunté.
Asintió con vigor.
—Y yo una chica divertida.
Orson se volvió hacia ella y sacudió la cabeza: no.
—Eh —exclamé.
El perro me guiño un ojo, sonrió y emitió ese suave jadeo que yo interpreto como risa.
—No puede hablar —expliqué—, pero puede expresar su sentido del humor.
Ahora no estábamos haciendo bromas. Estábamos de broma.
Si eres bromista de verdad, aplicas a todo tu sentido del humor. Este es uno de los principios de la filosofía de Bobby Halloway y desde mi situación aventajada, post Wyvern, tengo que decir que el filósofo Bobb aporta una directriz para llevar una vida feliz mucho más eficaz que todos sus grandes competidores, desde Aristóteles a Kierkegaard, Tomas Moro, Schelling o Jacopo Zabarella, que creían en la primacía de la lógica, el orden y el método. Lógica, orden, método. Todo muy importante, es cierto. Pero ¿pueden analizarse y comprenderse todas las cosas de la vida solamente con esas herramientas? No se trata de decir que he conocido a Bigfoot o que soy capaz de ponerme en contacto con el espíritu de los muertos, pero cuando veo que la diligente atención a la lógica, el orden y el método nos ha llevado a esta tormenta genética… bueno creo que he sido mucho más feliz encarando algunas olas épicas.
Para Sasha el apocalipsis no era causa de insomnio. Como siempre durmió profundamente.
Aunque yo estaba agotado, tuve un sueño ligero. La puerta de la habitación estaba cerrada y una silla encajada bajo el tirador. Orson estaba durmiendo en el suelo, pero tenía un buen sistema de alarma si alguien entraba en la casa. La Glock descansaba en mi mesilla de noche y la Smith & Wesson 38 Chiefs Special de Sasha en la suya. Varias veces me desperté sobresaltado, con la sensación de que alguien había irrumpido en la habitación.
Mis sueños no me sosegaron. En uno de ellos era un autoestopista en una carretera desierta bajo la luna llena, haciendo dedo sin éxito. Con la mano derecha sostenía una maleta exactamente igual a la de mi padre. No hubiera pesado más si hubiera estado llena de ladrillos. Al final la puse en el suelo, la abrí y me eché atrás cuando Lewis Stevenson salió de ella como una cobra de una cesta, con la luz dorada brillando en sus ojos. Entonces pensé que si algo tan raro como el jefe muerto podía estar en mi maleta, algo aún más extraño podía estar en mí, después de lo cual sentí que se abría la parte superior de mi cabeza… y me desperté.
Una hora antes de la puesta de sol telefoneé a Bobby desde la cocina de Sasha.
—¿Cómo está el tiempo en la central de los monos? —pregunté.
—Se aproxima tormenta. Hay grandes relámpagos encima del mar.
—¿Has dormido algo?
—Cuando los bromistas se marcharon.
—¿Cuándo fue eso?
—Cuando cambié el tercio y empecé a burlarme de ellos.
—Se intimidaron —dije.
—Claro. Tengo más cojones que ellos y lo saben.
—¿Tienes bastante munición para el arma?
—Algunas cajas.
—Llevaremos más.
—¿Sasha no saldrá al aire esta noche?
—Los sábados no. Aunque quizá desde ahora tampoco lo haga durante la semana.
—Suena a nuevo.
—Tenemos noticias. Escucha ¿tienes un extintor de fuego?
—No te las des hermano. No me digas que estás caliente.
—Llevaremos un par de extintores. Esos fulanos tienen fijación por el fuego.
—¿Crees de verdad que todo esto es real?
—Totalmente.
Inmediatamente después de la puesta de sol mientras esperaba en el Explorer. Sasha entro en Thor’s Gun Shop a comprar munición para la Glock y su Chiefs Special. El encargo era tan grande y pesado que el propio Thor Heissen lo llevó hasta el coche y lo metió en la parte trasera.
Se acercó a saludar a la ventanilla. Es un hombre alto y gordo con una cara señalada con marcas de acné y tiene el ojo izquierdo de cristal. No es uno de los tipos más guapos del mundo, pero es un antiguo policía de Los Ángeles que abandonó su trabajo por principios, no a causa de un escándalo, es diácono activo de su iglesia y fundador, así como generoso contribuyente, de una asociación de huérfanos.
—Me he enterado de lo de tu padre Chris.
—Por lo menos ha dejado de sufrir —dije, mientras me preguntaba que características tendría el cáncer que padecía para que los de Wyvern quisieran hacerle la autopsia.
—A veces es una bendición que se te permita irte cuando te ha llegado el momento. Mucha gente lo echará en falta. Era un hombre estupendo.
—Gracias señor Heissen.
—¿Qué está pasando? ¿Van a empezar una guerra?
—Exactamente —contesté cuando Sasha giró la llave y el coche se puso en marcha.
—Sasha me ha dicho que vas a cazar almejas.
—Es una barbaridad medioambiental ¿no es cierto?
El hombre se echó a reír mientras nosotros nos alejábamos. En la parte trasera de mi casa, Sasha encendió una linterna y buscó entre los agujeros que Orson había hecho la noche anterior, antes de llevármelo a casa de Angela Ferryman.
—¿Qué es lo que está enterrado aquí? —preguntó—. ¿El esqueleto entero de un T-Rex?
—La noche pasada pensé que todo se debía a una reacción por la muerte de mi padre, una manera que tenía Orson de expulsar su energía negativa.
—¿Una reacción de pena? —preguntó frunciendo el ceño.
Había comprobado lo inteligente que era Orson, pero ignoraba aún la complejidad de su vida interior o su similitud con la nuestra. Fueran cuales fueran las técnicas que se utilizaron para aumentar la inteligencia de esos animales, tenían que ver con la introducción en su ADN de material genético humano. Cuando Sasha finalmente lo comprendiera, tendría que quedarse sentada un buen rato; una semana quizá.
—Luego se me ocurrió que quizás estaba buscando algo que sabía que yo necesitaba.
Me arrodillé en la hierba junto a Orson.
—Y ahora, hermano, ya sé que estabas muy distraído la noche pasada y muy apenado por papá. Estabas rabioso y no podías acordarte de donde tenías que cavar. Ya ha pasado un día, y es un poco más fácil de aceptar ¿verdad?
Orson gimió suavemente.
—Haremos otro intento.
No vaciló, sabía por donde tenía que empezar. Se fue directo a un agujero y empezó a ensancharlo. Cinco minutos después sus uñas dieron con algo.
Sasha iluminó con la linterna un recipiente sucio y yo lo saqué de la tierra.
En el interior había unas páginas amarillentas enrolladas, sujetas con una goma elástica.
Las desenrolle, enfoqué la primera pagina con el haz de luz y reconocí la caligrafía de mi padre. Leí el primer párrafo «Cuando leas esto Chris yo ya habré muerto y Orson lo habrá sacado del jardín, porque solo él conoce su existencia. En primer lugar y para empezar déjame hablarte de tu perro…».
—Bingo —exclamé.
Volví a enrollar los papeles y los guardé en el recipiente. Miré al cielo. No había luna. Ni estrellas. El escudo de nubes bajo y negro estaba salpicado aquí y allá por un débil brillo amarillo reflejo de las luces de Moonlight Bay.
—Lo leeremos después —dije—. Vámonos, Bobby está solo.