Recogimos a Xanto y nos preparamos para la ascensión rumbo al sector de la fortaleza que ocupaba la Primera. Para llenar el trayecto con una conversación neutral, pregunté a Justino por su insólita promoción.
—Recuerdo que tu último destino era en Argentorato; de hecho, te estuve buscando allí. Entonces no eras tribuno mayor, ¿verdad?
—No, ni tenía esperanzas de serlo. Este fue el señuelo que me hizo aceptar el reenganche. Evidentemente, a la larga será un punto a mi favor poder decir que he ejercido un cargo de esta importancia…
—¡Espero que tus ambiciones te lleven a alguna parte más que a tu tumba! Debes de haber impresionado a alguien.
—Bien… —Justino aún parecía un muchacho en un mundo de hombres. Las grandes palabras como ambición lo inquietaban—. Mi padre es amigo de Vespasiano. Puede que ahí esté la explicación.
Me dije que el muchacho estaba infravalorándose. Alguien debía de haber creído que tenía algo que ofrecer. Germania no era una provincia a la que pudiera destinarse gente inútil.
—¿Qué tal tu nueva legión? No sé nada de la Primera.
—Es una unidad que formó Nerón con hombres sacados, en realidad, de la flota de Miseno. La Primera y la Segunda Adiutrix fueron reunidas empleando infantes de marina. Eso explica en parte la tensión que reina aquí. Me temo —Justino sonrió— que la ilustre Decimocuarta Gémina Martia Victrix considera nuestra unidad como un hatajo de inútiles administradores de muelle y de marineros holgazanes.
Los soldados del ejército siempre han considerado a los de marina unos patos aprovechados (opinión que yo compartía en buena medida). Además, situar una unidad inexperta como aquella en una frontera tan delicada parecía una locura.
—De modo que has venido para endurecerlos con tu experiencia, ¿no? —El joven se encogió de hombros con su habitual modestia—. No seas tan tímido —le dije—. Todo esto se verá muy bien en tu hoja de servicios cuando presentes la candidatura para concejal de la ciudad.
Diez o doce años antes, Tito César había conducido el contingente de tropas que debía cubrir los huecos en las legiones de Britania tras la revuelta de Boadicea. Ahora, cada pueblo de aquellas ciénagas brumosas contaba con una estatua erigida a él y se deshacía en comentarios de lo extraordinariamente apreciado que había sido en sus tiempos de joven tribuno. Aquello me llevó a pensar, con cierta incomodidad, si Justino, como Tito, no se encontraría algún día emparentado con un emperador reinante. Por matrimonio, por ejemplo…
Quise preguntarle si tenía alguna noticia de su hermana pero, afortunadamente, ya habíamos llegado a su casa y pude ahorrarme el apuro.