19

Missy Dandridge se quedó cuidando a Gage mientras Rachel llevaba a «Winston Churchill» al veterinario. Aquella noche, Ellie estuvo despierta hasta más de las once, lamentándose con voz dolorida de que sin Church ella no podía dormir y pidiendo vasos y vasos de agua. Hasta que Louis se negó a darle más agua, no fuera a mojar la cama. Esto provocó un berrinche de tal ferocidad que Rachel y Louis se miraron alzando las cejas, desconcertados.

—Tiene miedo por Church —dijo Rachel—. Deja que se desahogue, Lou.

—No creo que resista mucho tiempo con ese tren —dijo Louis—. O así lo espero.

Estaba en lo cierto. Los bramidos cedieron paso a quejidos, hipo y suspiros. Finalmente, se hizo el silencio. Cuando Louis se asomó, la encontró dormida en el suelo, abrazada a la cesta que Church casi nunca se dignaba ocupar.

Louis le quitó la cesta, la acostó, le apartó suavemente el pelo de la húmeda frente y le dio un beso. Luego, impulsivamente, entró en el cuartito que Rachel utilizaba como despacho y escribió en grandes letras de imprenta en una hoja de papel: VUELVO MAÑANA BESOS CHURCH . Dejó el papel en la cesta del gato y volvió a su habitación, en busca de Rachel. Rachel estaba allí. Hicieron el amor y se durmieron abrazados.

Church volvió a casa el viernes en que se cumplía la primera semana de trabajo de Louis. Ellie le trató con mimo, gastó una parte de su asignación en una caja de galletas para gatos y casi dio un cachete a Gage por haber intentado tocarlo. Aquello hizo llorar a Gage con una aflicción que no le provocaban las medidas disciplinarias paternas. Para él un correctivo de Ellie era como un correctivo del mismo Dios.

A Louis le entristecía ver a Church. Comprendía que era una ridiculez; pero eso no cambiaba su manera de sentir. La antigua arrogancia de Winnie Church se había esfumado. Y sus andares de pistolero. Ahora se movía con el pasito lento y comedido del convaleciente. Dejaba que Ellie le pusiera la comida en la boca y no quería salir de casa, ni siquiera para ir al garaje. Parecía otro. Tal vez, en definitiva, fuera una suerte.

Ni Ellie ni Rachel parecían notar el cambio.